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Seguir viviendo sin tu amor: la lucha cotidiana de una madre que vio morir a su hija

Tatiana Baleri es la mamá de Valentina Dos Santos, la niña neuquina que falleció de una peritonitis que nadie supo detectar. En primera persona, describe el abismal dolor de perder una hija. Este jueves, comienza el juicio por supuesta mala praxis a tres médicos de Neuquén.

El día que Valentina Dos Santos nació no le entraba la ropa que su mamá y su papá le habían llevado para recibirla en el Hospital Castro Rendón: era demasiado larga, 50cms y 3.200kgs de niña 100% neuquina. Fue el mediodía del 8 de enero de 2011. En cuanto se repuso de la cesárea, Tatiana le pidió a Marcos que fuera urgente a comprarle alguna otra ropita. “Nació al mediodía, por eso le gustaba tanto dormir y el calor. Siempre le dije que era la chica verano”, cuenta su mamá.

Tatiana se enteró que estaba embarazada cuando tenía 21 años. Por entonces trabajaba todo el día para financiar sus estudios en Seguridad e Higiene y para vivir. No estaba en sus planes ser mamá: fueron días muy difíciles y llenos de incertidumbre. Pero al tiempo, las cosas cambiaron: “Tuvimos una charla muy importante nosotras dos y ahí todo fue distinto. Me encariñé y recién entonces me creció la panza”, recuerda.

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Cuando Valentina nació, aunque no fue un puerperio sencillo para Tatiana, como no suele serlo para ninguna madre, todos la recibieron con mucho amor. Era la primera nieta, la primera sobrina: una bebé reina y encantadora. Recién 5 años después y también en verano, llegó Reni, su hermana más pequeña. Y aunque como buenas hermanas se vivían peleando, también se amaban y defendían en cada oportunidad. “Mamá no la retes a mi hermana”, solía pedirle Valentina.

Valentina tuvo una infancia plena y feliz. Desde que estaba en la panza, supieron que le faltaba un riñón, por lo que su mamá siempre fue muy rigurosa con sus controles médicos. Era una niña muy sana. Hacía natación; bailaba árabe, clásico, urbano; iba a la escuela de música donde aprendió a tocar la guitarra y también un poco de piano y teclado. Como toda pre adolescente, pasaba bastante tiempo en la pantalla y aunque Tatiana renegaba, sabía que generalmente estaba buscando nuevas cosas de K-Pop, la música que le fascinaba. “Era muy linda, siempre fue muy buena hija, colaborativa”, cuenta.

El comienzo de la tristeza

El lunes 21 de marzo de 2022, Valentina le dijo a su mamá que se sentía mal. Estaba menstruando, tenía fuertísimos dolores en el abdomen, algunos mocos y fiebre. Pero no eran los cólicos de siempre, había algo distinto: eran insoportables. Tatiana no lo dudó y fueron al San Lucas. Durante la pandemia, el pediatra de Valentina había muerto y no resultó tarea sencilla volver encontrar a un médico de cabecera. Estuvieron 4 horas esperando en la guardia, los dolores de la niña iban en aumento. La pediatra que la atendió indicó que se le hiciera un hisopado en la garganta para descartar una bacteria. El resultado dio negativo y volvió a la casa.

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El dolor empezaba a agudizarse y se le extendió a las piernas. Hace días que tampoco lograba ir al baño y eso la tenía muy incómoda. El martes, su mamá decidió llevarla a otro lado. Fueron a La Natividad donde había un grupo de pediatras. Estaba realmente peor: tenía la panza hinchada, no comía, no tomaba agua. Después de esperar unas horas, la atendió una doctora que le indicó una radiografía porque el ecografista no estaba. Cuando tuvieron las imágenes, volvieron a la sala de espera. Nadie los atendía, tuvieron que ir tres veces a recepción a consultar por la doctora. La mujer apareció visiblemente dormida y con los brazos cruzados. Miró la imagen y llamó a otros dos médicos. Estuvieron un rato deliberando. Finalmente le indicaron un analgésico, laxantes y un enema que Tatiana compró en la farmacia y que luego le hizo a su hija.

Después de todo eso, Valentina tenía que estar mejor.

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Al otro día, Tatiana debía volver a trabajar, había faltado los días anteriores y ese miércoles la habían convocado a participar de un operativo grande con sus compañeros de Tránsito en la Avenida Raúl Alfonsín, frente a Zanón. Llevó a la hija a casa de su mamá, se subió a la moto y se fue. Esa mañana, recuerda, había un viento fuertísimo. El celular sonó cerca de las 10:30 : Valentina no soportaba el dolor. No podía volver en la moto por las ráfagas y tuvo que esperar un rato a que alguien la llevara, después fue a buscar a Reni a la salida de la escuela y a las 12 y poco recién pudo ver a su hija.

Valentina estaba en la cama entre dormida. Le costaba mucho conciliar el sueño. Los cólicos la hacían retorcerse. Se acostó con ella, la abrazó y le acarició la cabeza hasta que ambas se quedaron dormidas. Cuando despertaron, Valentina por fin sintió hambre y Tatiana le hizo un puré de calabaza que no pudo probar. Decidió llevarla otra vez al médico. Valentina quiso bañarse antes de ir. “Cuando salió estaba amarilla y tenía los labios morados. Volamos a La Natividad donde uno de los médicos del día anterior estaba atendiendo en el consultorio”, explica.

En la sala de espera, Valentina entró en shock. Tenía las pupilas dilatadas casi por completo y sólo repetía: “No, no, no, vamos a casa, mamá”.

Perder a una hija

La llevó a cuestas hasta el Policlínico. Recién entonces le hicieron una ecografía, un análisis de sangre y una tomografía. Su papá no tardó en llegar. La escena era imposible. Los médicos corrían y preguntaban si consumía drogas, si su familia lo hacía, si había sufrido algún abuso. Mientras, Valentina colapsaba, se iba. Tatiana lo sabía y gritaba desesperada y enfurecida, pero nada de eso cambiaba las cosas.

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“Señora va a tener que salir”, le dijeron.

A Valentina la intubaron y la operaron durante 4 horas en las que no dejaron de drenarle todo tipo de líquidos. Fue un proceso difícil. Su cuerpo estaba descontrolado.

“Cuando pude entrar a verla, me pidieron que no le hablara más porque le subía mucho la presión, que la desestabilizaba. Me acuerdo que le miraba sus piernas, llenas de moretones. Tenía moretones en todo su cuerpo. No la podía tocar tampoco, le miraba sus pies, sus manos. Siempre me gustaron muchísimo sus manos. Tenía unos dedos re largos, tenía manos de bailarina. La última vez que pude entrar, le di un beso y le dije al oído: hasta donde vos quieras. No te quedes por mí. Le dije que si se quedaba, yo la iba a estar esperando, pero que sino que fuera libre como yo siempre le había dicho. Fue la última vez que la vi”, dice Tatiana.

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Después el desenlace. Después nada tiene orden, ni sentido.

El teléfono que suena y alguien avisa que hubo un paro cardíaco; los médicos entrando y saliendo de la sala; una médica saliendo de la sala y moviendo la cabeza de un lado al otro; una madre que desmaya; una madre que rompe vidrios; la policía llegando; lo inentendible. El dolor más temible era real.

¿Cómo se llama perder a un hijo? ¿Dónde duele? ¿Existe dolor mayor?

Valentina Dos Santos murió a las 17 horas del jueves 24 de marzo de 2022. Tenía 11 años. El certificado de defunción decía: “Sepsis generalizada. Causa desconocida ¿Trauma?”

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Desde que empezó el horror de lo irreversible, Tatiana se había prometido: “Pase lo que pase, salgo por la puerta y me voy a la policía”. Miró la fecha: era el día de la Memoria, la Verdad y la Justicia. No había dudas: tenía que denunciar. Y así lo hizo.

El domingo por la tarde, el Fiscal llamó para explicar que no había dudas en la autopsia: Valentina había muerto de peritonitis.

“Le llevé la ropa que más le gustaba usar y su coneja Cony que le habían regalado cuando era chiquita y después la fuimos a esperar al cementerio”, dice. Decenas de niños, profes, maestras, amigos y familiares acompañaron a Valentina ese día y hasta hoy resguardan su memoria con cariño.

Justicia para poder vivir

Hace 2 años y 7 meses que Tatiana Baleri comenzó la tarea más titánica de su vida: buscar justicia para Valentina, mientras intenta sobrevivir al dolor más atroz que puede atravesar un ser humano. Todos los días se esfuerza en derrotar a la tristeza. Por Reni, por ella, por la memoria de Valentina.

Desde que se subió al ring de exigir justicia, como ella lo describe, siempre estuvo esperando este momento para poder comenzar su duelo. El jueves 24 comienza el juicio a los tres médicos que la atendieron la noche de la radiografía en La Natividad y que le indicaron laxantes.

“Valentina no va a volver. Pero vamos a lograr que la balanza se incline para nuestro lado. Queremos que sea un antes y un después en la atención médica. Lamentablemente nosotros tenemos las pruebas, nosotros tenemos el cuerpo de nuestra hija. Los médicos que van a juicio siguen atendiendo en el mismo lugar sin que nada haya cambiado”, explica.

“Muy pocas veces hablo con ella. Me cuesta muchísimo conectar con el dolor. Me cuesta recordarla feliz, sin terminar enojada. Siempre les digo a todos que mi vida es un espiral. Nunca puedo terminar alejada del centro que es la ira que tengo. Pero también me mueve el amor, desde el día uno que hice las paces con mi embarazo, con ella, con Valentina. Ni ella ni nadie se merecen esto. No me reconforta que me digan que ella ya no sufre, porque ella antes no sufría”, dice.

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Cuando Reni empezó 1° en la Escuela 258, Valentina iba a 6°. Tenía un permiso especial para salir al baño a causa de su único riñón. Los mensajes en el cuaderno de comunicaciones no tardaron en llegar: “Mamá y papá, por favor, hablen con sus hijas”. Valentina decía que iba al baño, pero en realidad se escapaba a ver a Reni. Y Reni, todos los días se subía a un portón para mirar de lejos a su hermana. Esas travesuras hicieron el poquito tiempo que compartieron escuela. Cuando Valentina murió, fueron sus compañeros los que siguieron con la misión de cuidar a Reni. Se turnaban para ir a visitarla a la zona de los peque y recordarle que no está sola.

—¿Qué le dirías a Valentina si pudieses hablarle una vez más?

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—A Valentina le diría que la amo mucho. Que fue siempre tan buena hija. Le pediría perdón por los momentos de enojo. Le diría que la extraño mucho, todos los días.

Tatiana no sólo lucha por justicia por su hija. También lo hace desde la ONG Por la vida y la Salud para cambiar la lógica del sistema de salud. Sabe muy bien que los errores humanos suceden, sabe del cansancio de los profesionales, pero no admite que eso esté sobre la integridad de las personas y el derecho a una atención digna.

Tatiana también tiene otras batallas: sostener la memoria; insistir en que le devuelvan el DNI de su hija para atesorarlo aunque la justicia diga que no corresponda; escuchar como Reni juega y habla con su hermana cuando está sola en la pieza; ver cómo otros niños de la edad de Valentina siguen creciendo; juntar hasta el último peso para pagar el abogado; no caer derrotada los días de la madre; vivir.

Pero sobre todo, cada día batalla contra la culpa. Repasa los hechos una y otra vez. Qué tendría que haber cambiado, qué otro camino debería haber seguido. Las preguntas se multiplican en su mente bajo un silencio desolador.

La respuesta es siempre la misma: “Yo confié en esos médicos”.

No alcanza. Entonces llora, como una niña, en la soledad del dolor.

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