Omar "Negro" Mendoza fue entrenador y maestro de varias generaciones de futbolistas de Neuquén, quienes lo homenajearon con un mural en la cancha de su querido club, Pacífico.
Fue padre, maestro, director técnico y guía de varias generaciones de niños, adolescentes y jóvenes a quienes dirigió como jugadores de fútbol y sobre todo les brindó las herramientas e inculcó ser hombres de bien y a muchos los ayudó a corregir su tránsito por la vida. A Omar Ariste “Negro” Mendoza el fútbol le dio todo. Su pasión por el fútbol quedó marcada para siempre y así quedó reflejada en un mural inaugurado hace unos días en un club de la ciudad a instancias de un grupo de ex jugadores que fueron dirigidos por este hombre que murió en octubre de 2014 a los 81 años pero que siempre es recordado cuando una pelota rueda en una cancha.
Mendoza nació el 20 de septiembre de 1933 en Santiago del Estero, pero a los 10 años su familia se trasladó a San Martín ya que su padre, trabajador ferroviario, fue enviado a esa localidad de la Provincia de Buenos Aires. El traslado lo vinculó con el club “4 de Junio” donde comenzó a jugar al fútbol. Un día, Ernesto Duchini, ex jugador, entrenador y formador de grandes futbolistas que vistieron la camiseta de la selección argentina, lo vio jugar y le propuso llevarlo a Chacarita Juniors donde Omar hizo las divisiones inferiores hasta llegar al debut en 1954 en la primera división como marcador lateral derecho. Fueron tres años vistiendo la camiseta de Chaca hasta que una lesión en los ligamentos lo alejó de las canchas por un tiempo. A comienzos de los años ‘60 Mendoza, quien por entonces militaba en el peronismo (se presentaba diciendo: “Me llamo Ariste Omar Mendoza, argentino, macho y peronista”), fue tentado por Donato Ruiz, dirigente de Lanús, para traerlo a Neuquén y jugar en Independiente de esta ciudad. Más tarde, gracias al doctor Julio Dante Salto, Mendoza se puso la camiseta de Cipolletti.
A mediados de los ‘60 decidió retirarse del fútbol y desde entonces comenzó su camino como entrenador, llevando a la práctica las enseñanzas que le dejó su “maestro“ Duchini. “Estuvo dirigiendo a Juventud Unida de Cutral Co, Argentino del Norte de General Roca y otros clubes de Neuquén. Luego pasó a dirigir a las divisiones inferiores con los chicos y no paró hasta que murió”, afirma Héctor Mendoza, su sobrino, en una de las tribunas de cemento de Pacífico, el club donde su tío fue entrenador durante quince años. “Pacífico fue el club que mi tío amaba, acá brindó y entregó todo su corazón”, agrega. Comenta que Mendoza llegó a Pacífico de la mano del doctor Aldo Robiglio, quien en 1971 le propuso hacerse cargo de la Escuela de Fútbol Infantil del Decano.
Luis “Coca” Bucarey no puede ocultar su emoción al recordar cuando con 9 años vio por primera vez a quien se convirtió en su entrenador y maestro. “Tenía 9 años y jugaba en las inferiores de Independiente. Yo vivía entre las dos canchas pero después de la merienda me venía a Pacífico y desde el alambrado veía a Mendoza, me sorprendía cómo entrenaba a los chicos, como los atendía y trataba. No lo dudé, les dije a mis padres que quería jugar en Pacífico para ser entrenado por ese hombre, y fue un placer conocerlo”, explica quien llegó a ese primer entrenamiento jugando de delantero y la visión de Mendoza lo ubicó de marcador central. “El Negro Mendoza fue mi segundo papá”, asegura. “Amaba el fútbol, le gustaba el buen juego, el compañerismo dentro y fuera de la cancha y nos guiaba y daba consejos para el presente pero también para el futuro. Nos trataba con mucho respeto y sobre todo era una persona humilde y honesta”, describe Bucarey, quien no saca su mirada del retrato de Mendoza en el mural que luce en una de las paredes del club Pacífico acompañado por la frase “Formador en el fútbol y hacedores de hombres”.
“Quererte fue fácil, olvidarte imposible”, resume Héctor su sentimiento hacia su tío y menciona a su “extraordinaria” compañera, Mercedes, “que lo acompañó en toda esta vida que llevó adelante formando jugadores y personas porque lo hacía a tiempo completo”. “Ellos no tuvieron hijos por eso siempre decía que tuvo cientos de hijos del corazón”, subraya. “Mercedes muchas veces era nuestra segunda mamá, porque el Negro muchas veces llevaba a tres o cuatro chicos a almorzar o merendar y le decía a su compañera: ‘Mercedes prepara algo rico a los chicos’”, cuenta Bucarey. “Había chicos que venían a entrenar y eran de barrios alejados como Progreso o Bouquet Roldán y no tenían plata para volverse, entonces el Negro les daba las monedas para que pudieran tomar el colectivo y volver a sus casas. Se interiorizaba mucho en la situación de los chicos, de sus familias, era un hombre que siempre estaba atento a ver cómo podía ayudar al chico que tenía dificultades”, relata el ex jugador .
Para su sobrino, esa forma de ser y de ayudar lo incorporó de quien fue su maestro, Duchini. “De alguna manera siempre estaba atento a la cuestión social, de ahí su militancia en le peronismo. Para él lo social y el fútbol iban de la mano”, resume Héctor. Al referirse a Duchini, Mendoza decía que le había contagiado “esa ternura, ese cariño y respeto por los chicos, fue un guía, fue el que me inició en todo esto, primero como jugador y luego como conductor”.
Mendoza no solo era un entrenador sino también un forjador de conductas. Les aconsejaba a sus dirigidos “tomar conciencia de las indicaciones de sus técnicos y el sacrificio que hacen las instituciones, a sentirse compenetrados con lo que hacen. Respetar al rival y a los mayores, que tienen más experiencia. Que el día que lleguen a la primera división se sientan humildes, que nunca olviden lo que han vivido para llegar a ‘ser algo en la vida’. El fútbol les brinda esa posibilidad y no tienen que desaprovecharla”.
Otra de las imágenes que recrea Bucarey son los “desafíos” que Mendoza les proponía a sus jugadores de cuántos jueguitos hacía con la pelota. “Cuando terminaba la práctica nos ‘apostaba’ a ver quién dominaba más tiempo la pelota. Yo hacía 30 jueguitos sin que se me caiga la pelota y él hacía 31; yo hacía 40 y él lograba hacer 41. ‘Te gané’ decía con una sonrisa y lo hacía para que uno se esfuerce más. Tenía una facilidad para dominar la pelota que era impresionante”, relata el ex jugador decano integrante del plantel campeón del ‘87.
Mendoza repetía una y otra vez a quien quería oírlo que “en Neuquén hay mucha madera solo hay que pulirla. Los clubes que descuidan sus divisiones inferiores tienden a desaparecer”. Una reflexión visionaria en estos tiempos en que muchos clubes de primera división deben recurrir a los chicos de sus canteras para poder completar los planteles y que en muchos casos han sido una salvación. Consideraba que en el trabajo con los chicos deben estar “hombres con capacidad no solo física-técnica, sino también espiritual. Es decir cumplir una docencia”.
Héctor se emociona cuando Bucarey dice que “cuando en alguna cancha uno veía a 20 o 30 chicos reunidos en ronda, seguro que en el centro estaba Mendoza hablándoles”. Una postal que aún perdura en el recuerdo de los neuquinos que conocieron a este hombre que respiraba fútbol y dejó un sinfín de lecciones de vida.
Un homenaje a un emblema del deporte y de lo humano
Hacía tiempo que un grupo de ex jugadores del club Pacífico querían dejar plasmado un recuerdo para el querido entrenador. Decidieron convertir ese agradecimiento por todas las enseñanzas que les transmitió Omar Ariste “Negro” Mendoza en un mural en la cancha ubicada en Mitre y Agote. El viernes 24 de noviembre por la tarde se juntaron un grupo numeroso de ex jugadores decanos, amigos y todo aquel que conoció a Mendoza.
“Fue algo que veníamos pensando hace mucho tiempo porque con el Negro Mendoza tuvimos miles de vivencias y enseñanzas con él. Nos parecía que el lugar ideal para dejar este homenaje era el club en el que él estuvo quince años, al que le dedicó muchísimo tiempo y trabajo, porque además de haber sido director técnico, fue amigo, compañero de los chicos, se preocupaba en juntar a comerciantes y a otras personas para conseguir las camisetas, pantalones, medias, botines para los chicos”, describe Bucarey, uno de los impulsores de la iniciativa.
El mural está dedicado “a quién dejó una huella imborrable en el fútbol decano, su legado como formador de jugadores y su pasión por el deporte lo convirtieron en una figura emblemática en la comunidad, tanto en lo deportivo como en lo humano”, asegura Bucarey en relación a este gran referente del fútbol neuquino.
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