Marta Gavilán contó la historia de su marroquinería-boutique con la que construyó un fuerte lazo con el público a lo largo de 30 años.
El trajín matutino no le da lugar a la nostalgia. Un adiós con ritmo acelerado, pocas chances de detenerse a palpitar -con todos los sentidos- esas horas bisagra que transcurren cual portal hacia otra cotidianidad.
El cartel de "Liquidación por cierre" asombra y atrae como imán, desatando un bullicio que alivia la carga y pospone lágrimas. La puerta se abre con preguntas, comentarios, lamentos, expresiones de afecto, anécdotas y también, con hambre de ofertas.
Marta Gavilán viene y va. Resuelve tres consultas a la vez, pide paciencia y continúa concentrada, sin descuidar ni por un segundo su trato amable. Los atractivos precios de despedida de Arezzo, su marroquinería, estimulan el interés de sus clientas.
En medio de una pausa, llega Lili. Canchera, levanta su campera y le muestra lo bien que le queda el pantalón que se llevó el día anterior para probar. "De gambas me queda ajustado, de arriba un poco grande pero no me importa porque me encantó, así que te lo vine a pagar", dijo entre risas antes poner el dinero sobre la vitrina.
"¿Viste? Ahí tenés un panorama de cómo es este negocio. Como tiene un problema de columna, ayer se lo llevó para probárselo más cómoda en su casa. Como te digo, todo es así. Son clientas de muchísimos años, tres generaciones. Vienen la madre, la abuela, las hijas. Hemos tenido chiquitos que no llegaban al mostrador y ahora ya son papás. También hemos perdido muchas clientas por la pandemia", lamentó Marta, en una cálida y un tanto caótica charla con LMN, en medio de la gran convocatoria que el jueves por la mañana tuvo su negocio.
"No cerramos por un tema económico, cerramos porque a las chicas les llegó la jubilación", aclaró, haciendo alusión a María Elena y Laura Bello, las hermanas que la acompañaron a lo largo de tres décadas en Iara y Arezzo, la boutique y marroquinería situadas en la galería Roca, a metros del corazón de la ciudad: el monumento a San Martín.
"Ayer fue su último día y fue difícil porque somos una familia, son muchos años. Hasta el 10 de junio yo sigo con la marroquinería . La boutique ya se cerró", explicó.
"Vinimos a hacer patria"
Detrás de esa comerciante de sonrisa tierna existe un pasado como obstetra, una mudanza de Buenos Aires a Neuquén a fines de los 70' y la decisión de dejar la profesión para "apostar por la familia".
"Vinimos por el trabajo de mi marido que es ingeniero agrónomo. Primero fuimos a Zapala- donde estuvimos dos o tres meses- y luego a Chos Malal. En un momento estuve ejerciendo la docencia, pero cuando nos vinimos a Neuquén me dediqué a mis hijas", contó.
"Son etapas y elecciones. A pesar de ser mi marido neuquino, nosotros éramos los cuatro nada más. Hace 48 años salimos de pleno Buenos Aires y vinimos a 'hacer patria', cuando no había ni televisión, los caminos eran de tierra, tenías que hablar por radio y escuchabas radio chilena en la cordillera", recordó.
"Me dedique a mis hijas hasta que se fueron a estudiar a Buenos Aires y ahí puse el negocio", agregó, después de mencionar "el nido vacío" y las ajetrada agenda de su pareja como uno de los factores que la llevaron a apostar por la actividad comercial a principios de los años 90'.
"Cuando empezamos el local estaba en Roca 36 y esta cuadra estaba casi desierta", dijo haciendo alusión implícita a una ex socia con la que además de lanzar la marroquinería bajo el sello de Arezzo, sumó una boutique con el mismo nombre.
Tiempo después -con la sociedad disuelta-, Marta continuó y diferenció la boutique con el nombre Iara. Más tarde llegó el traslado a su actual ubicación." Cuenta la historia que esta galería era de la familia Gervasoni y que arriba funcionó la primera confitería de Neuquén. Ahora quedaron oficinas, estamos nosotros acá abajo y hay una vivienda en el último piso", comentó.
"Fuimos la primera marroquinería que hubo acá en Neuquén, hablo de marroquinería completa, completa. Yo trabajé todas las marcas habidas y por haber y siempre con cuero. Luego vinieron los shopping y nos complicaron un poco. Lo bueno es que, como nuestro trato siempre fue personalizado, la clientela siguió viniendo, no nos cambió", señaló antes de destacar como la "época dorada" los años 2005-2008 "cuando en fechas como el Día de la Madre o de la Secretaria no dábamos abasto". "Las petroleras hacían fiestas grandes y eran pilas de cajas de carteras para preparar. Se trabajaba mucho. Ahora todo eso se acabó", manifestó.
"Pasamos todas las etapas en este negocio: hiperinflación, 2001, corralito, pandemia. Siempre la peleamos y nos fuimos acomodando. Toda la vida mis precios fueron accesibles, nunca fui de remarcar para ganar mucho en una sola prenda. Aparte siempre tuve solo dos empleadas, así que también eso ayudó", dijo al reflexionar sobre la continuidad del negocio y encontrar la explicación en la entrega y "el amor" que siempre tuvo por ese espacio en el que encontró una rutina de años y sobre todo vínculos entrañables tanto con sus clientas como con "sus chicas", las hermanas María Elena y Laura Bello que la acompañaron a lo largo de 28 años detrás del mostrador.
"Las Chicas"
"Ellas se convirtieron en mi familia", sentenció con gratitud. "Sus hijos también, al igual que los míos para ellas. Ellas me ayudaron a criar a mi nieto más grande. Como su mamá trabajaba, me lo traía a las 8 de la mañana, yo lo cargaba y venía al negocio con nosotras", deslizó.
Del mismo modo, en una breve charla telefónica, María destacó ese lazo que excedió lo laboral y que se fortaleció en ,el día a día con todos sus altos y bajos. "La experiencia fue muy linda. Marta siempre decía que más que empleadas éramos familia. Yo empecé a trabajar con ella en el año 96', me había separado hacía poco y necesitaba trabajar. Así que hablé con ella, le dejé mis referencias y a las quince días me vino a buscar a casa porque en ese entonces yo no tenía teléfono", relató la flamante ex empleada.
"Me acuerdo que a las dos semanas de arrancar, ella necesitaba ir a Buenos Aires porque estaban sus hijas estudiando allá y me dejó sola con el negocio. Fue toda una responsabilidad y una gran confianza", dijo divertida.
"En el 2000, Marta puso la boutique Iara y, como necesitaba una persona de confianza, le recomendé a mi hermana. Así fue como se sumó Laurita", añadió.
"Marta me ayudó mucho. Muy humana. Siempre que tuvimos un problema familiar estuvo con nosotros. Mis hijos la quieren un montón. Ella los ha visto crecer. Con el más chico, que ahora tiene 30, ella me acompañaba a buscarlo al jardincito y me llevaba a mi casa. Nosotros también la hemos ayudado a cuidar a uno de sus nietos. Fueron muchos años", enfatizó, horas después de despedirse de Arezzo, en el primer día del resto de su vida.
"Yo estaba ansiosa por dejar de trabajar. No porque no me guste, pero necesitaba dedicarme a mi familia y estar en casa. Yo trabajo en comercio desde los 15 años. Dejé cuando tuve a mis hijos y cuando me separé, retomé. El comercio es muy esclavizante y no te deja tiempo para nada", postuló para inmediatamente ponderar la amistad con su ex jefa y las clientas. "Muchas se han ido a despedir de nosotras. Mucha emoción y llorar", deslizó.
Mucho más que ir a comprar
El lamento de la clientela de Arezzo y Iara, es tal cual lo describen Marta y María. "Están mortificadas, no quieren que dejemos el negocio. Son gente de toda la vida, nos van a extrañar a nosotras, la ropa y el asesoramiento de Laurita. Muchas son docentes y empleadas de la municipalidad. Algunas empezaron trabajando cuando arranque y ya se han jubilado", indicó la dueña de los comercios, antes de advertir que el movimiento de los últimos días superó el flujo habitual.
"Desde que tengo los negocios, jamás, pero jamás dejé de abrir caja. Siempre se trabajó, aunque hubo momentos muy difíciles. Hoy estuvo relativamente tranquilo, hay días que es peor. Como tengo esta liquidación tan loca, con precios que no existen, viene esta cantidad de gente. Muchas compran para guardar, para tener luego regalitos. Es notorio porque está muy parada la zona, hay mucha competencia y en general la gente no tiene dinero", expresó.
"Las que venimos a comprar acá somos casi de la misma generación. Yo me enteré que cerraban por unas amigas. Primero fue el lamento, no la alegría de decir: 'andá y aprovechá la liquidación'. Yo me quiero llevar algo, es verdad; pero el dolor supera la posibilidad de poder comprar un buen producto a menor precio", comentó Mónica, una habitué de la marroquinería.
"Mi hija acaba de cumplir 37 años y también comenzó a comprarse zapatos aquí, porque ellas también vendían zapatos. Ahora cuando se enteró me decía: 'No puede ser, ahora me voy a ir a comprar tres o cuatro carteras para tener'. Yo paso cada vez que vengo a hacer trámites y ahora empecé a venir más seguido para comprar. Mi marido cuando me ve llegar con las bolsitas me dice: '¡¿Otra vez?!'. Todos los regalos que les hice a mis amigas para sus cumpleaños fueron carteras de acá", dijo, por su parte Claudia, una docente a la que le cuesta despedirse de "las chicas".
Una nueva etapa
"Esta es una decisión que había que tomarla porque gente nueva no iba a contratar. Lo voy a sentir: la rutina, los horarios, la gente. Pero bueno, yo siempre estoy activa. Tengo mamá con 98 años, mis nietos. Quiero dedicarme a los chicos que es lo que más me gusta, además de viajar", sostuvo Marta al referirse al cambio de vida que le espera en unas semanas.
"El negocio te da satisfacciones pero también te ata. No tenés Navidad, Año Nuevo porque son fechas en las que tenés que estar. Son etapas y hace rato que venía dando vueltas. Yo perdí a mi hermano hace un año y con eso me terminó de hacer el click. Era muy joven, 65 años. Se fue a trabajar y no regresó. Eso me hizo dar cuenta que nadie tiene la vida comprada. El tenía un montón de proyectos que quedaron truncos y yo tengo ganas de disfrutar de mis nietos sin horarios. Así que estoy en paz. Se terminó una buena etapa y se terminó bien, que es lo importante. No sé en uno días si empezaré a extrañar, pero ahora estoy tranquila, esperando disfrutar de la familia más que nada", concluyó.
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