Combatir la discriminación y el racismo es una misión compartida, que excede cualquier organismo público.
Atosigados por la sobreinformación, respondemos a las novedades que nos apabullan a veces demasiado resignados y, otras, demasiado irascibles. Por eso dicen que, en esta generación, o nada nos importa, o todo nos ofende.
Este jueves, el vocero presidencial anunció que la motosierra de Casa Rosada avanzaba también sobre el Inadi, un instituto pensado para combatir los actos de discriminación pero que perdió parte de su legitimidad a fuerza de controversias públicas.
Sus dichos fueron más celebrados que condenados, en parte porque el cierre no fue una decisión sorpresiva sino algo anunciado incluso durante la campaña del presidente Javier Milei, que calificó al Inadi como “una cueva de 400 ñoquis” y aseguró que se usaba para comprar y vender dólares blue.
Lo extraño de los anuncios es que no hicieron referencia a la misión del instituto, ni dijeron qué medidas tomarán ahora para combatir la discriminación y el racismo; sin casta, pero con respeto a la diversidad. ¿Será que nada les ofende? ¿O que nada les importa?
El Inadi comenzó a funcionar en 1995, cuando las heridas de la xenofobia todavía ardían en el barrio de Once y no había celulares mostrándoselo al mundo. Ahí, un instituto poco eficiente era mejor que nada.
Treinta años después, la corrupción no cambió. Los que sí cambiamos fuimos nosotros. Ahora que somos de cristal, ahora que todo nos ofende, nos toca estar más alertas que nunca y usar nuestras propias plataformas para difundir los valores que sí nos importan.
La discriminación seguirá. Y se seguirá combatiendo. Con o sin oficinas.
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