Optó por los pobres y la política le dio algún dolor de cabeza

El Vaticano pensó seria y largamente en Agustín Radrizzani para reemplazar en la diócesis de Neuquén a otro salesiano ya célebre: Jaime de Nevares.

El flamante obispo bonaerense llegó en 1991 y, con una hábil muñeca pastoral (y política), se las arregló para dirigir la iglesia local a la sombra de su antecesor que, a la postre, se fue a vivir a la casa parroquial de su ex canciller y secretario, Juan San Sebastián, en Parque Industrial.

Felipe Sapag, por entonces, ejercía su última gobernación, recordada por duras medidas de ajuste y una decidida embestida contra el gremio docente ATEN, que rechazaba la aplicación aquí de la polémica Ley Federal de Educación que, a la fuerza, quiso imponer Carlos Menem en todo el país.

En 1997, luego de persuadir en vano a la Justicia y a los gendarmes, Radrizzani se puso del lado de los trabajadores en una de las represiones más violentas que se recuerden. Fue durante una fresca madrugada del 27 de marzo en la zona de los puentes. Por esa activa participación, el obispo no solo se ganó el encono vitalicio de los gobiernos del MPN, sino que también tuvo que soportar una causa de la jueza Margarita Gudiño de Argüelles. Fue el primer prelado de la Iglesia católica puesto entre la espada y la pared por la Justicia durante el menemismo.

Nunca ocultó su opción preferencial por los pobres y aún antes que el actual Papa, Radrizzani se había mostrado aquí indulgente con los católicos separados que no podían acceder a la comunión. Tampoco maquilló sus simpatías con un sector del peronismo, que le valieron más de un dolor de cabeza como aquella vez que, durante el gobierno de Macri, ofició en Luján una misa a pedido de la CGT de Hugo Moyano.

Radrizzani se marchó a los 75, recién retirado y con la tranquilidad de la misión cumplida. Nunca renunció a sus principios. Su coherencia molestó a algunos, pero les sirvió de guía a muchos más .