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El Ruso Auer, en la cueva de la traición

El crimen del agenciero tiene una trama trepidante que ocurre en el submundo financiero neuquino, con personajes oscuros y riesgos asumidos. Nada fue al azar.

Miguel “Ruso” Auer sabía los riesgos que corría desde el momento en que comenzó a mover guita, por eso mismo cargaba un revólver Rossi calibre 44 en la cintura. Su último acto reflejo fue justamente tratar de empuñar el arma, pero dos tiros a quemarropa fueron más veloces que su mano derecha.

Ahora que se sabe que nada ocurrió al azar, se puede decir que lo único que nunca imaginó el Ruso fue que un amigo, o algo más que eso, lo entregara. Pero en ese ambiente, cuando las deudas apremian, las traiciones están a flor de piel.

Negocio de riesgo

El Ruso Auer era muy conocido por su agencia de quiniela ubicada en Avenida Argentina y San Martín, en el centro neuquino. Por dicha agencia pasan cientos de personas que buscan en el juego una forma de cambiar su destino o que simplemente tuvieron un sueño revelador que los desveló y ese número les da vueltas en la cabeza como un hámster en su rueda.

Esa actividad comercial genera mucho efectivo en lo cotidiano, y la gente que maneja dinero sabe que la mejor inversión que se puede hacer para que no pierda valor es mantenerlo circulando, más en Argentina, donde la moneda se deprecia a un ritmo trepidante.

¿Y cómo se mantiene el dinero trabajando? De varias formas, entre ellas comprar cheques a menor precio, prestarlo a una tasa de interés de usura y la compraventa de moneda extranjera, principalmente dólares y en segundo lugar euros.

De ahí que surjan las “cuevas”, que son formas clandestinas de mover el dinero al margen de los controles formales, lo que requiere determinados manejos, rutinas y medidas de seguridad.

Cuando el Ruso Auer comenzó a manejar su propia cueva financiera, en paralelo a la agencia, sabía que se trataba de un negocio que, como todo lo que está al margen de la ley, tiene sus riesgos. No solo existía la posibilidad de perder dinero, sino de sufrir algún atraco pesado que le podía costar la vida. ¡Bingo!

Por ese motivo, el Ruso a principios de siglo compró un revólver Rossi calibre 44 que inscribió en el registro de armas (Anmac), pero cuando se le venció el 1° de abril de 2010, no tuvo ganas de ir a hacer todo el trámite de nuevo. Pese a ello, el informe oficial del Registro Nacional de Armas de Nación confirmó que dicho revólver no tenía pedido de secuestro y ratificó que el registro estaba vencido.

SFP Balean al Ruso Auer (11).JPG

Pero el Ruso, que era tan confiado y amigable como ágil para los negocios, supo que con el arma no bastaba, por eso se instaló en un edificio céntrico, en Diagonal 9 de Julio 43, y puso cámaras de seguridad, transformando así la oficina en un búnker.

Nadie ingresaba a la cueva de Auer sin contactarlo primero. Además, tenía que ser alguien de su confianza o recomendado. Así se manejaba, porque tenía una clientela tan variada como compleja. Él lo sabía y asumió ese riesgo.

Las cuevas

Para poder entender el crimen de Auer, hay que comprender la magnitud del negocio de las cuevas financieras, un mercado negro paralelo a los bancos donde todos buscan sacar una ventaja o salir de un apuro, es decir, se trabaja con gente jugada.

Desde este medio nos metimos en el submundo financiero y logramos charlar con personajes que manejan cuevas, que no son muchos en la región, y que conocen bien el negocio y consideran que lo de Auer fue “algo excepcional”, pero saben que no están ajenos a que les ocurra.

“El Ruso agarraba confianza rápidamente y se manejaba con gente jodida, gitanos, tipos que andan al revoleo y metidos con compra y venta de autos. Hay que ser muy cuidadoso”, explicó una fuente de este submundo donde todos se conocen.

Respecto del manejo de las cuevas, confió que “tendrán un stock de más menos 100 mil dólares y en pesos varios millones, pero por día, de circulante, se mueven como mucho 30 mil dólares. Hay algunos que están más abocados a los dólares, otros a los euros y otros a los cheques, pero la cifra ronda eso, no mucho más”.

El dato sirve para contextualizar la expectativa que tenían los ladrones respecto de la guita que podría llegar a tener el Ruso en la cueva. El monto esperable era una fortuna para los asaltantes sin contar que era todo efectivo. Es decir, un buen motivo para dar el golpe.

Amistades peligrosas

La trama del golpe del 24 de octubre tiene todo un devenir que tuvo que reconstruir la fiscal de homicidios Eugenia Titanti junto con la asistente letrada Guadalupe Inaudi, con el auxilio de Seguridad Personal y del Departamento de Delitos de la Policía.

Es clave el trabajo de fondo que se hizo, que incluyó largas jornadas de tareas de campo, procesamiento de comunicaciones y cruces de datos que por ahora están bajo siete llaves.

Pero para reconstruir el esclarecimiento del caso hay que desandarlo y, para ello, tomamos la información que trascendió en las audiencias públicas donde fueron acusados los integrantes de la banda y otros datos relevados por LMN.

De esa forma, se puede observar con claridad cómo se ejecutó el atraco al Ruso Auer.

La punta del ovillo para armar la madeja con la que luego se entretejió la trama de este homicidio fue el mendocino Marcelo Sosa, que es el autor de los dos tiros y el primero en identificar el personal de Delitos tras relevar las cámaras de seguridad de la oficina del Ruso.

El dato de Sosa permitió determinar que es amigo y vecino en Vista Alegre de Jorge Alberto Falconi. Además, Sosa es muy allegado a Miguel Franco Livello; de hecho, le dice “tío”.

Falconi detenido crimen Ruso Auer

Los tres se dedicaban a la compraventa de vehículos y a distintos negocios que les surgían sobre la marcha, lo que se denominan revoleos. Pero cada uno por la suya, aunque a veces les podía salir algo en conjunto.

A su vez, Livello era amigo y algo más, desde hace más de una década, del Ruso Auer. Esto salió a la luz con la apertura del celular de la víctima que permitió trabajar sobre las comunicaciones.

Esta parte de la investigación es lo que se denomina victimología, que es donde los pesquisas necesitan indagar para conocer sobre la vida de la víctima y tratar de establecer los vínculos y contactos recientes. Más aún cuando, tras el golpe, los autores se dieron a la fuga y había que determinar sus últimos contactos.

En la actualidad, los expertos en informática forense consideran que la apertura del celular tiene un valor similar al de una huella digital y mucho más.

Las pesquisas permitieron establecer que Livello tenía deudas hasta con Auer y se trabaja en determinar el monto, debido a que el Ruso no era muy prolijo en el manejo de las cuentas.

De hecho, durante el allanamiento realizado en la cueva de diagonal 9 de Julio, cajón que abrían tenía billetes de todos los colores. Basta recordar que Auer solía andar con mucho efectivo encima en una riñonera.

Hay anécdotas que lo pintan de pie a cabeza al agenciero respecto de su forma de ser y de manejarse con el dinero. “Le caía algún conocido apremiado de guita y le prestaba sin anotar nada. Confiaba en la palabra. Si le decían ‘te lo devuelvo mañana’, el Ruso confiaba”, reveló una fuente a este medio.

No solo Livello estaba apremiado por las deudas; Sosa y Falconi pasaban sus días esquivando acreedores.

Sosa detenido crimen Ruso Auer

En ese escenario, de tres tipos en apuros por conseguir efectivo para zafar de las deudas, cualquier dato se convertía en una oportunidad.

De acuerdo con lo relevado por este medio, el Judas del Ruso Auer fue Livello, que le confió a Sosa: “Tengo uno que maneja plata”.

El plus que tenían Livello es que conocía la cueva y la forma de manejarse de Auer, pero sabía que no podía quedar expuesto, por lo que había que trazar un plan y lanzar un anzuelo.

Sosa recurrió a su vecino, amigo y coprovinciano Falconi, que habría sido quien planificó el golpe y consiguió el anzuelo o el “entre”, como se dice en la jerga criminal.

El entre fue Gabriel Castro Herrera, “un borrachín de unos 62 años del barrio Progreso al que conocía Falconi, que tiene un par de movidas en el oeste neuquino”, confió un investigador.

La apuesta

Si alguien sabía lo que era la vida de apuestas y jugadas del azar era el Ruso, pero no vio venir que él se había convertido en un número puesto.

Con la banda conformada, ahora venía la apuesta, que era poner guita para hacerlo picar al Ruso.

Livello fue el presentador porque era el que tenía el contacto con el Ruso –recordemos que Auer atendía en la cueva solo a gente de confianza o algún recomendado–.

La banda planificó que Castro hiciera las veces de un pobre viejo con bastón que cambiaba unos ahorros que tenía en dólares por efectivo. La construcción de ese personaje tan vulnerable no era ingenua, sino que buscaban que el entre no solo fuera creíble, sino que el Ruso no lo asumiera como un riesgo.

Castro aceptó el papel y, tras el primer contacto, acudió el 18 de octubre a la cueva donde cambió, se estima, unos mil dólares por pesos. El Ruso rápidamente agarró confianza con “el hombre del bastón”, así se presentó Castro, incluso resaltando ese aspecto como para hacerlo parecer una debilidad.

Los dólares invertidos en esa primera entrega tenían la finalidad de ser la puerta de entrada a una segunda visita donde concretarían el golpe y se alzarían con un botín millonario.

La idea inicial fue darlo el viernes 21, pero Auer tuvo un día complicado y respondió tarde a un mensaje de Castro, por lo que dejaron prevista la visita para el lunes 24 al mediodía.

“Hay una certeza: querían robarle a Auer a cualquier precio”, sentenciaron quienes conocen los pormenores del caso.

Lo que mata es la ansiedad

El lunes 24 de octubre al mediodía, la banda llegó al centro neuquino en dos camionetas y se estacionaron en calles Rioja y Elordi. En una venían Livello y Falconi ultimando detalles, y en la otra Sosa traía a Castro. De ahí, se iban a dirigir al edificio de calle 9 de Julio, menos Livello, que se quedaría esperando.

En los papeles la cosa era así: Castro se anunciaría, el Ruso le abriría la puerta y en ese momento Sosa, la mano dura de la banda, se encargaría de encañonarlo rápido porque sabían que el Ruso tenía un revólver calibre 44, por eso llevaba cargada y lista para usar una pistola 9 milímetros. Una vez adentro, Falconi accionaría un inhibidor de alta potencia que bloquearía la señal de celular, wifi y cámaras. Además, se encargaría de tomar el DVR donde se graba el video de las cámaras de seguridad mientras cargaban una mochila y un morral con el dinero.

De acuerdo con las averiguaciones de LMN, el dueño de una cueva confió: “En una mochila entran 800 mil dólares y en un morral, 400 mil apretados”.

Pero como dijimos, las cuevas tienen, como mucho, un stock de 100 mil dólares en la región, por lo que esperaban cargar todo el efectivo que hubiera en el lugar.

La banda estaba convencida de que se haría de un que botín que podría rondar los 50 millones de pesos de base, entre los distintos tipos de monedas.

Todo marchaba sobre ruedas. Castro se presentó como “el hombre del bastón” y el Ruso le habilitó el ingreso al edificio. Subió por el ascensor hasta el primer piso donde funcionaba la cueva. Sosa y Falconi lo hicieron por las escaleras que estaban pegadas a la puerta de ingreso a la oficina y ahí esperaron.

Sosa empuñaba la 9 milímetros y Falconi ya había sacado de la mochila el inhibidor y lo tenía listo para activar.

El Ruso vio en la cámara de seguridad a Castro con su boina y bastón, se levantó de su silla, acomodó la Rossi en la cintura y procedió a abrirle. En ese preciso momento, a Sosa lo traicionó la ansiedad. Tenía que esperar dos segundos, es decir, respirar profundo una vez, tal como lo hizo Cachete Montiel antes de patear el último penal contra Francia en la final del Mundial de Qatar donde Argentina se consagró campeona del mundo por tercera vez en la historia.

Esos dos segundos eran el tiempo exacto que hubiera tardado el Ruso en correrse de la pasada de la puerta para que entrara Castro y ahí lo hubiera encañonado sin darle chances a resistir, incluso el arma al Ruso le hubiera quedado del lado de adentro de la oficina y sin posibilidad de utilizarla. Luego, lo hubiesen desarmado, maniatado y asaltado tal cual lo planeado.

Pero a Sosa lo pudo la ansiedad y ni bien el Ruso abrió, Sosa avanzó apuntando. Fueron no más de cinco segundos de puro vértigo. El Ruso quiso manotear su revólver, pero Sosa le ejecutó dos tiros a quemarropa y el plan se desmadró por completo. Los tres ladrones se dieron a la fuga a toda carrera y con las manos vacías.

“Lo mata no para robarle, sino porque no pudo robarle. Fue similar al crimen del zapatero Gatti”, describió una fuente de la investigación.

El derrotero

Auer, pese a las heridas, resistió. Un proyectil le atravesó el brazo derecho y el otro le ingresó a la altura del cuello y descendió, provocando una lesión severa en el pulmón izquierdo.

Al hospital Regional Castro Rendón ingresó grave y el director, Adrián Lammel, brindó declaraciones confirmando que las heridas en el cuello y el brazo no afectaron funciones vitales, en cambio, “la parte pulmonar izquierda y la parte vascular quedaron comprometidas”.

Herrera detenido crimen Ruso Auer

Que el Ruso zafara de la muerte era una moneda lanzada al aire. El 4 de noviembre se le hicieron un par de estudios y se confirmó la muerte cerebral, horas después fue desconectado y murió oficialmente.

En paralelo, los pesquisas habían logrado establecer la ubicación de los autores y estaban en plena cacería.

Falconi huyó para Villa Lugano, mientras que Livello y Sosa se fueron a Viedma. Castro se quedó guardado en su casa del barrio Progreso.

Tras la muerte de Auer, Sosa y Falconi se reunieron en Mendoza, donde serían capturados el 9 de noviembre en la localidad de Las Heras. Ese mismo día, se procedió a detener a Castro en Neuquén.

La fiscalía les formuló cargos por el homicidio del agenciero y los tres terminaron detenidos con prisión preventiva.

Mientras tanto, continuaron las pesquisas para dar con Judas Livello, cuya vida de prófugo se le comenzó a complicar porque se le acababa el efectivo, algo vital para sobrevivir cuando se está en plan de fuga.

Es por eso que tomó la decisión de volver a Neuquén y anduvo boyando por casas de conocidos que lo guardaban una o dos noches y así se la pasaba circulando para evitar ser detectado.

No obstante, los investigadores lo ubicaron y le siguieron el rastro hasta Centenario. El 8 de marzo se concretó el operativo para procurar su captura, pero cuando allanaron la chacra no estaba, surgió que había salido y cuando regresaba a bordo de una camioneta lo terminaron deteniendo. Finalmente, la suerte le fue esquiva a Livello, que también fue acusado y está con preventiva por el crimen de su íntimo amigo.

Ahora, con los cuatros integrantes de la organización criminal detenidos y acusados, la fiscalía apuesta a llevarlos a un juicio por jurados, donde habrá muchos elementos de prueba para demostrar el accionar conjunto de los responsables de ponerle fin a la vida del Ruso Auer, que solo tenía 58 años, “el ahogado” en la quiniela de los sueños.

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