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Por el camino de la memoria, la verdad y la justicia: la UNCo reconoce con el Doctor Honoris Causa a las Madres

Hoy, Lolin Rigoni e Inés Ragni, Madres de Plaza de Mayo filial Neuquén y Alto Valle recibirán el título otorgado por la Universidad Nacional del Comahue en un acto que se realizará a las 19 horas en el Aula Magna de la casa de altos estudios.

Por Pablo Montanaro - [email protected]

Siguen exigiendo justicia y que les digan la verdad del destino de sus hijos. No hay nada que las haga parar, no abandonaron la lucha, ni la piensan abandonar. Ahora quedaron dos integrantes de Madres de Plaza de Mayo filial Neuquén y Alto Valle pero hubo otras que en aquella tarde soleada del 14 de agosto de 1980 vencieron el miedo y se atrevieron a reclamar por la vida en medio de la muerte y del horror. Allí estaban, en la plaza de Roca y La Rioja, frente a la Casa de Gobierno, con sus pañuelos blancos sobre su cabeza desplegando una sábana con la inscripción “Pedimos justicia”. Era la primera vez que, junto a integrantes de organismos de derechos humanos, un grupo de madres de detenidos y desaparecidos en la dictadura militar salían a la calle a protestar y reclamar la aparición con vida de sus hijos.

Las movilizó lo que toda madre necesita saber: qué le pasó a su hijo. Una forma de resistencia, sin odios ni venganzas, es lo que han desplegado estas Madres en más de 40 años. Pero sí con la fuerza para seguir luchando y manifestándose ante cada injusticia.

Más de 40 años cargando penas y angustias, dolores y muertes, represión e indiferencia. Dejaron sus quehaceres cotidianos y salieron de sus casas en medio de un país aterrorizado para pedir que les devolvieran a sus hijos.

Por aquellos años de indiferencia las llamaron “Viejas locas”. Sus rondas, sus reclamos, sus verdades dieron la vuelta al mundo. Gran parte de la sociedad neuquina abrió los ojos porque ellas despertaron conciencias. Sus pañuelos blancos acompañan desde entonces la búsqueda de verdad y justicia, y también esos pañuelos blancos se agitan ante cada lucha social, ante cada protesta por mejores salarios o desocupación.

Ese nudo en la barbilla, bien ajustado, significa el abrazo de los 30.000 muertos y desaparecidos durante la más atroz de las dictaduras que tuvo el país.

Estas Madres han sembrado ideales. Por eso siguen siendo acompañadas en cada movilización, en cada acto, porque marcaron el camino del compromiso, son el triunfo de la ética, como dijera alguna vez el historiador Osvaldo Bayer. “Son vida abierta, continua y ancha, son camino que empieza”, canta el uruguayo Daniel Viglietti y en ese verso se las puede reconocer. O en lo que dijo otro uruguayo, pero escritor, Eduardo Galeano, “se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria”.

Transformaron el dolor en acción, las plazas y las calles se convirtieron en el territorio de sus reclamos y sus luchas. Y por ahí siguen andando, con el paso lento pero firme.

En los años de impunidad, de obediencia debida y punto final, no abandonaron, denunciando a los represores. Y en cada una de las audiencias de los juicios se enfrentaron ante los represores sentados en el banquillo de los acusados. Cómo no recordar a Inés Ragni en el juicio de 2008 gritándole en la cara a Enrique Braulio Olea, el ex general y jefe del Batallón de Ingenieros de Construcciones 181 de Neuquén, entre 1976 y 1977, donde funcionó el centro clandestino de detención “La Escuelita”, “Olea, qué pasó con mi hijo”. O cuando tras el anuncio de condenas bajas a ocho represores en el juicio de 2019, Inés Ragni les advirtió, de pie y apoyada sobre su bastón, a los jueces del Tribunal Oral Federal: “¡Los asesinos a la cárcel! ¡Los asesinos no tienen que estar sueltos!”.

Cada 10 de diciembre, Lolin e Inés dan los primeros pasos para iniciar la Marcha de la Resistencia y detrás de ellas cientos de hombres y mujeres de todas las edades las siguen, las acompañan. Ellas señalan el camino en busca de justicia. Ese camino que emprendieron desde que desaparecieron sus hijos. Ambas se alegran, se sienten orgullosas de ver a los jóvenes, a matrimonios con sus hijos tomando la posta en cada marcha. Marchan juntas, acompañadas por todos, por todas y por los 30 mil. Las palabras viven en ellas, escriben en el resplandor de su lucha, convierten la sombra en sol, iluminan y abrigan a sus 30 mil hijos.

Ellas enseñaron que se puede combatir a la injusticia, a la impunidad. Los caminos del futuro tendrán los nombres de Lolín e Inés y también de Beba Mujica, de Ana Pifarré, y de las otras Madres de Plaza de Mayo Neuquén y Alto Valle que hoy serán homenajeadas, serán distinguidas con el Doctor Honoris Causa otorgada por la Universidad Nacional del Comahue.

Con el pañuelo y la palabra

“Pido una vez más justicia y espero tener fuerzas hasta que un día el Tribunal me cite delante de todos los imputados y me diga quién secuestró a mi hijo, quién lo mató y donde está”, dijo en febrero de 2014 Inés Rigo de Ragni, durante una nueva audiencia en el tercer juicio de la causa denominada “La Escuelita” en el que se juzgaron delitos de lesa humanidad cometidos en la región. A los 86 años, Ragni aseguró que no se cansará de reclamar justicia mientras exigía la presencia de los represores imputados en la sala de audiencia.

Inés explicó que su militancia comenzó con la desaparición de su hijo Oscar y nunca pensó que estaría caminando por las calles de Neuquén buscándolo.

Marcha de la Resistencia.

Oscar tenía 21 años cuando el 23 de diciembre de 1976 un grupo de tareas del Ejército lo secuestró cuando salía de la casa de sus padres en la capital neuquina donde había llegado para pasar las fiestas. Por ese entonces estudiaba en la Facultad de Arquitectura en La Plata. Según sobrevivientes, Oscar estuvo en el centro clandestino de detención “La Escuelita”.

Inés y su marido Oscar siempre sostuvieron que a su hijo lo delató su primo hermano Roberto De Caso, quien en 1976 era subalterno (en el área de contaduría) del jefe de inteligencia del Destacamento 182, Mario Gómez Arenas. Su condición de familiar le permitió ingresar ese 23 de diciembre de 1976 al negocio de los Ragni para preguntar si estaba su primo. Ante lo cual Inés le confirmó que horas antes había llegado de Buenos Aires, pero que en ese momento dormía. Unos minutos después un desconocido se presentó en la casa y dijo que lo estaban llamando para ir a ver una obra. Inés lo despertó a su hijo, quien salió mientras su madre atendía el negocio.

“Roberto leía muchísimo. En tiempos de la dictadura escondí muchos libros, otro los regalé, pero no llegué a quemar ninguno. Me acuerdo que muchos de esos libros y revistas los escondí en un espacio chiquito que estaba debajo de una escalera y que en los dos allanamientos que los militares hicieron en mi casa, en 1975 y 1976, en busca de mi hijo, no los descubrieron”, contó alguna vez Lolin Rigoni.

A Roberto Daniel Rigoni le decían Champa por su cabeza llena de rulos. Había nacido el 1 de julio de 1953 en Bahía Blanca y luego se trasladó junto a su familia a Neuquén donde estudió la secundaria en el Colegio San Martín. Pasó por la Universidad Nacional del Sur y por la Universidad Nacional del Comahue, militó en la Juventud Peronista y luego se sumó a Montoneros.

Fue visto en el centro clandestino de detención “El Campito” perteneciente a la guarnición militar de Campo de Mayo. Cuatro días después de su secuestro, su cuerpo apareció sin vida en una ruta de González Catán en el partido de La Matanza. Fue enterrado como NN pero en 1981 sus restos fueron exhumados e identificados.

Lolin siempre ha dicho que la herramienta de las Madres serán “el pañuelo y la palabra”.

Siempre ha evitado homenajes a su hijo porque según dice su lucha y la de todas las madres es por la justicia definitiva para los 30 mil desaparecidos.

Cuando se colocó una baldosa en la vereda frente al colegio donde estudió el secundario su hijo, Lolin expresó “para mí, el Champa es un compañero que estuvo entre los 30 mil. Él está en la calle, para que todos los jóvenes pregunten quien es, en la calle, donde siempre estuvimos nosotras, donde está el pueblo que reclama por sus derechos y sigue sus pasos”.

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