Es tal la impunidad de los ladrones, que ahora salen a robar a caballo. ¿Llegará esta modalidad a Neuquén?
Las modalidades delictivas, además del perjuicio que generan en las víctimas, siempre son una demostración de ingenio y vanguardismo, aunque a veces suelen sacudirnos por lo brutal que pueden ser por el sentido de impunidad que tiene el ladrón.
Hemos contado hasta el hartazgo cómo operan los motochorros, que llevan décadas sin que la Policía, ni la Justicia ni el Gobierno puedan frenarlos.
En Neuquén, a fines de los 2000, hubo un arrebato de creatividad que emergió de las aguas ribereñas: los botechorros. Sí, a los medios les encanta bautizar modalidades y bandas a partir de los detalles.
Los botechorros tuvieron dos actividades concretas. Sobre las aguas del río Neuquén se metían a robar en el barrio privado Rincón Club de Campo. En tanto, en el Limay se dedicaban a asaltar a los ciclistas y paseantes y luego escapaban en un gomón.
A mediados de la década pasada aparecieron los patachorros, jóvenes que habían descubierto dónde golpear las puertas de blíndex de los comercios para que ceda la cerradura y así poder ingresar a robar.
Luego tuvimos una oleada de rompevidrios, que se aprovechaban de las mujeres que paraban en semáforos de zonas complicadas y tras un toscazo le llevaban la cartera.
La creatividad criminal existe, pero a veces asombra lo burda que puede llegar a ser. El sábado en la capital de Córdoba, un hombre reventó la ventanilla trasera de un auto estacionado, metió medio cuerpo adentro y sacó la sillita para trasladar bebés. Un delito común, pero no. Porque luego corrió con la sillita, se subió a su caballo y huyó al galope. El hecho pone en evidencia la impunidad que tienen los delincuentes y eso es peligroso para el resto de la sociedad.
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