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La Mañana vacunas

Una tarde de vacunas que esperanzan a los chicos con factores de riesgo

Acompañados de sus familias, los menores de 18 años participaron de la primera jornada de vacunación con turno contra el coronavirus.

Un sol pleno calentaba el cemento alisado del playón lindero al estadio Ruca Che. El extenso alambrado que rodea al polideportivo se interrumpía apenas por una puerta angosta, en donde tres voluntarios de la campaña de vacunación controlaban el acceso. Esta vez, los guardias vieron caras nuevas: eran los rostros de niños y adolescentes de entre 12 y 17 años que acudieron al lugar para recibir, por fin, una dosis de la vacuna del laboratorio Moderna contra el coronavirus.

En este sábado de sol no se formaron filas serpenteantes para acceder a una vacuna sin turno. En cambio, algunos niños apuraban el compás de sus piernas cortas para seguir el ritmo de sus padres, que llegaban con sus certificados de salud a modo de pasaporte. Con esos papeles en mano, podían acceder a la primera dosis de la vacuna que iba a otorgarles un dejo de alivio para sus hijos.

Los ojos oscuros de un adolescente apenas se vislumbraban entre tanta ropa. Un barbijo quirúrgico celeste destacaba en medio de la capucha negra y los pantalones camuflados. Su pie derecho pateaba el cemento para darle impulso a su patineta, mientras las ruedas discurrían con un ruido sordo en su recorrido por el playón deportivo.

Adentro, el paisaje del vacunatorio más grande de Neuquén tenía rasgos nuevos. Sobre el piso naranja del estadio se agolpaban zapatillas de lona en lugar de botas de cuero. Había barbijos con dibujos, con flores o cuadriculados. Había mochilas estridentes y metalizadas. Y una inusitada quietud que demostraba el buen comportamiento de los menores que iban a recibir su dosis.

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Durante el primer día del plan de vacunación para menores de 18 años, las dosis de Moderna se destinaron a pacientes de riesgo. Así, los niños y adolescentes que esperaban para ingresar a un box debían presentar un certificado que acreditara alguna patología como asma, diabetes o problemas pulmonares. Muchos, sin embargo, fueron convocados por el Jucaid por ser personas con discapacidad, que también tienen garantizado su acceso a la vacuna.

"Nosotros hicimos el proceso al revés", dijo Romina, la mamá de Lucas, que tiene 14 años y síndrome de Asperger. "Cuando anunciaron la vacunación para los más chicos, creí que sólo le tocaba a los que tenía asma u obesidad, por eso no lo anoté", dijo y agregó: "Pero después nos llamaron del Jucaid para decir que le habían designado una dosis y que igual lo teníamos que anotar a través de la página del Ministerio".

https://twitter.com/MinSaludNeuquen/status/1421541584219381762

Para Romina, el remedio llegó antes que la enfermedad. Ningún miembro de su familia se enfermó de Covid-19 desde que comenzó la pandemia, pero saben que esta vacuna les otorga un margen de tranquilidad para que Lucas regrese a las clases presenciales. "Mi marido trabaja en la salud privada y fue uno de los primeros en vacunarse, él ya tiene las dos dosis y yo tengo una", relató.

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En otros casos, la dosis de Moderna llegó para saldar las dificultades de contagiarse dentro de una casa con un chico que es paciente de riesgo. Emiliano, de 14 años, tiene estenosis pulmonar y displejia espástica. Cuando su hermana se enfermó de coronavirus, tuvieron que aislarla durante 45 días en una habitación y desinfectar cada rincón de la casa por donde pasaba, para evitar que el virus llegara a los pulmones ya afectados del adolescente. "Ella desarrolló una neumonía, pero por suerte se recuperó y no contagió a nadie más de la familia", explicó su papá.

En esos casos, la vacuna llegó como un escudo protector para evitar que los niños con discapacidad o patologías previas no tengan que aislarse de forma frecuente. Con esta inoculación, podrán regresar al a escuela y a sus actividades cotidianas con la certeza de que aún pueden contagiarse, pero con la tranquilidad de que tendrán síntomas más leves.

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En el caso de Emiliano, la vacuna le permite regresar seguro a sus clases de equitación y todas las actividades complementarias que hace para sentirse más firme arriba de un caballo. "Él compite a nivel nacional", dijo su papá orgulloso. Y el adolescente aclaró que su afección en los pulmones pasa desapercibida cada vez que hace los saltos ecuestres o sale a trotar para fortalecer sus piernas con displejia.

Los boxes de vacunación de esta nueva campaña tenían otro orden. En lugar de seis sillas dispuestas con la vigente distancia social que usaban los adultos, la nueva disposición incluía cinco lugares de vacunación, pero con diez sillas ubicadas de dos en dos. Así, los padres de los chicos podían estar bien cerca y sostener la mano de sus hijos cuando las finas agujas de las vacunas se volvían demasiado atemorizantes.

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Inés observaba de reojo el box de vacunación número 5. Allí estaba Nicolás, que tiene 15 años y padece de autismo, sentado junto a su papá. "Con tantos estudios que le hicimos, lo pinchaban todo el tiempo desde chico y le tiene pánico a las agujas", explicó la mujer.

Nicolás aceptó de buena gana la noticia de la vacunación, y aunque esperaba su dosis con ansias, no quería enfrentarse cara a cara con la aguja. Sentado en el box de vacunación, recibió los consejos de los voluntarios con su barbijo a cuadros y se descubrió apenas uno de los hombros. En el proceso, su papá lo sostenía en un abrazo y el clavaba los ojos en el piso naranja del estadio para no ver el momento más crítico.

Sin embargo, el pinchazo fue más efímero de lo imaginado y, después de los aplausos de rigor, Nicolás salió del box con su certificado de vacunación en la mano para fundirse en un abrazo bien apretado con Inés. "¿Fueron suaves las chicas?", le preguntó ella. Él asintió achinando los ojos y posó para las fotos.

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Como la suya, las historias de cientos de niños y adolescentes neuquinos se amalgamaban en los aplausos posteriores a cada tanda de vacunas. Y cada vial abierto por los voluntarios significaba una nueva esperanza en medio de una pandemia que sigue, y que obliga a todos a reforzar los hábitos de cuidado incluso a pesar de la inoculación. Por eso, y conscientes de los riesgos vigentes, después de cada vacuna llegaban las fotos con sonrisas ocultas, siempre tapadas por los barbijos.

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