Viviana Viguera habló de la historia del carrito que nació por una desesperante situación familiar, apuntalado por un excombatiente de Malvinas.
Rearmarse en medio del dolor y la incertidumbre. Sacar fuerzas de donde sea para seguir. Eso hicieron Viviana Viguera y su pareja, Rubén Carrizo, cuando a él no le quedó otra que "bajarse del camión" para cuidarse y comenzar una vida completamente diferente luego de sufrir, en 2010, su primer paro cardíaco.
"Mi marido era camionero de toda la vida. Transportaba diferentes cosas. Llevaba a Brasil fruta y traía tinturas, shampoo y otros productos para el pelo, repuestos de autos. Yo trabajaba en eventos gastronómicos haciendo cosas pequeñas. Y cuando mi marido se enfermó del corazón yo ya no podía trabajar porque no lo podía dejar solo. Salió de la clínica con un altísimo riesgo de muerte. Lo internaron para ponerle un stent y terminaron poniéndole nueve. Él era muy querido en el Sindicato de Camioneros. Rubén Belich, el secretario general, hizo de todo para que mi marido no se muriera", dijo con gratitud Viviana contextualizando la situación en la que surgió Camelô, el carrito de deliciosos churros rellenos con dulce de leche, crema pastelera, frutos rojos y Nutella' con chocolate, que actualmente se encuentra apostado en el barrio Don Bosco de Cipolletti, en la esquina de La Esmeralda y Perú.
En medio de la crisis económica que los dejó comiendo "arroz blanco", Miguel Ángel Aravena, el cuñado de Viviana replicó el buen gesto que tuvo un viejo empleador suyo cuando se enteró lo mal que él la estaba pasando, tras regresar de la guerra de Malvinas.
"Él había trabajado con un suizo en Bariloche, un hombre muy hosco, que cuando supo que mi cuñado no tenía trabajo luego de volver de la guerra, le regaló su receta de churros. Fue un gesto sorprendente porque era una persona muy reservada. En todo el tiempo que mi cuñado trabajó con él no había tenido acceso al lugar de elaboración que tenía este hombre", contó la mujer y agregó que durante años Miguel Ángel se hizo conocido en las calles de Roca vendiendo los churros con la receta del suizo, emprendimiento que retomó en la actualidad bajo la marca MyM en Allen, contagiado por el éxito que tiene Camelô.
Aunque ella tenía experiencia en eventos gastronómicos, rubro en el que se abrió camino desde muy chica por necesidad, no tenía experiencia en materia de cocina. "De chica yo vivía en la costa, abajo del puente. Con mi familia éramos extremadamente pobres. Yo iba a la escuela en el barrio Pichi Nahuel y un señor y una señora gallega -muy buena gente- que tenía un restaurante, me dejaron trabajar ahí. Yo tenía 9 años y siempre pasaba ofreciéndome para limpiar los vidrios. Y así empecé. Yo no tengo ningún curso de nada", advirtió, después de repasar trayectoria laboral, que incluyó eventos en La Nonnina y otros conocidos espacios de Cipolletti. "Pero nada que ver con los churros, que tienen una elaboración compleja, aunque parezca simple. Por lo menos, los que hacemos nosotros llevan un proceso bastante interesante", remarcó retomando el hilo del relato.
"En un primer momento pensé en hacer churros para las panaderías porque muchas no tienen freidora para hacer en cantidad. A ellos no les conviene hacer toda una inversión para vender diez docenas. La hija de mi esposo compró las máquinas en Buenos Aires y empecé a hacer. En ese momento, la docena de churros estaba a 12 pesos y a mi me querían pagar 2,5. Uno me dijo que lo máximo que podía pagar la docena era 1,8", recordó.
Ante esa situación, Viviana decidió salir a vender a la calle, aunque hasta el día de hoy se considera "muy mala para vender puerta a puerta". "Me levantaba a las 5 de la mañana iba a las estaciones de servicio. Era necesario porque estábamos comiendo arroz blanco", remarcó, para luego señalar que nuevamente su cuñado salió a bancar el emprendimiento con la idea de que vendieran el auto que tenían para poner un carrito. De esa forma nació Camelô, "que en portugués quiere decir 'vendedor ambulante'".
"El primer carro estaba en el barrio 432 viviendas, abajo del tanque, en Arenales y Dante Alighieri. La gente nos venía a preguntar si vacunábamos porque era blanco, no estaba ploteado. Al mes, era tantos los churros que vendíamos que mi esposo se levantaba conmigo a las 5 de la mañana porque no me quería dejar sola. Y empezaron a venir las panaderías a pedir. La que me quería pagar en su momento 1,8 pesos, terminó arreglando 20 pesos la docena, vendiéndola ellos a 27 pesos. Durante muchos años abastecemos a las mejores panaderías de Cipolletti. Ahora solo continúa Newen. Es que cuando falleció mi esposo no quise cocinar más para las panaderías", expresó con pesar antes de meterse en el capítulo más triste de la historia.
El Día del Padre del 2019, célebre por el corte de electricidad que se extendió por toda la Argentina y sectores de Brasil y Uruguay, fue trágico para Viviana. Luego de una etapa marcada por la amargura y la impotencia de lidiar con un grupo de vecinas que boicotearon la presencia del carrito en el barrio 432 Viviendas, encontró muerto a su esposo en su casa, a tres días de haber mudado el emprendimiento al barrio Don Bosco, donde se encuentra en la actualidad.
"Fue tremendo. Yo dejé la casa enseguida porque era terrible estar ahí. Ahora vivo con mi mamá. Habíamos comprado maquinaria para hacer una fábrica, alquilamos una casa grande con local en el centro de Cipolletti. La idea era hacer churros, pastelitos, rosquitas, cañoncitos, tortas fritas y quedó todo ahí. Ahora sigo sola con la ayuda de mi hija María Inés. Quizás empecemos con ese proyecto de nuevo... pero no sé... Fue tristísimo, me costó mucho salir de ese estado... ahora estoy un poco mejor", manifestó Viviana con entereza.
Sin dudas, la necesidad de salir adelante y la buena recepción de sus clientes fueron fundamentales para dar lo mejor de sí y continuar con el proyecto. Con el plan de desembarcar entrada la primavera en el Lago Pellegrini y el deseo de concretar el sueño de la fábrica, Viviana y su hija continúan yendo los fines de semana a la Isla Jordán para vender a los visitantes. En paralelo, de martes a domingo, de 15 a 20 siguen despachando sus churros frescos -con la opción de frutos rojos para veganos- en la avenida La Esmeralda. A las 16 sale una buena tanda de calentitos que vuelvan enseguida.
"Aunque ahora las ventas cayeron por la situación económica, la calidad de mis churros sigue siendo la misma. No son para nada grasosos, yo los vendo recién elaborados. Mucha gente dice que les gusta hasta comiéndolos al día siguiente", destacó la mujer.
"La receta es única, solo la tenemos mi cuñado y yo. En algún momento me la han querido comprar incluso, pero jamás la vendería", remarcó.
"Nuestra mayor satisfacción es la respuesta de la gente, que todos los días nos felicitan. Tenemos clientes desde siempre y nuevos porque todos los días se suman más. Incluso hace un tiempo sumamos delivery con la aplicación Toque. Es un placer recibir elogios permanentemente", sostuvo agradecida.
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