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La Mañana Psicología

La psicología revela por qué quienes crecieron en los años 60 y 70 tienen más fortaleza mental

El informe expone la preocupación porque la juventud registra niveles récord de estrés.

Durante los últimos años, la psicología volvió la mirada hacia un contraste que incomoda y despierta debate: mientras las generaciones jóvenes conviven con niveles altos de ansiedad y sobreestimulación, quienes nacieron entre las décadas de 1960 y 1970 parecen haber desarrollado fortalezas mentales que hoy resultan cada vez menos frecuentes.

El foco no está en la nostalgia ni en idealizar el pasado, sino en comprender cómo el contexto moldea capacidades internas que influyen en el bienestar, la toma de decisiones y los vínculos sociales.

Un reciente análisis difundido por medios especializados retomó investigaciones de psicología evolutiva y social para observar qué habilidades se consolidaron en quienes crecieron sin pantallas, con menos estímulos constantes y con tiempos más largos de espera. La conclusión no pasa por afirmar que una generación sea “mejor” que otra, sino por señalar que ciertas destrezas psicológicas se fortalecen cuando el entorno lo permite.

Crecieron con menos estímulos y más tiempo interno

Las personas que hoy rondan entre los 50 y los 60 años atravesaron su infancia y adolescencia en un escenario muy distinto al actual. No existía la hiperconectividad ni la gratificación inmediata.

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El aburrimiento formaba parte de la experiencia cotidiana y obligaba a desarrollar recursos propios para atravesarlo. En términos psicológicos, ese contexto favoreció la paciencia, la tolerancia a la frustración y una capacidad de atención sostenida que hoy resulta difícil de entrenar.

Diversos especialistas coinciden en que la ausencia de estímulos permanentes permitió que la creatividad emergiera desde la espera y no desde la urgencia. Pensar, imaginar y resolver sin asistencia tecnológica formaba parte del día a día. Esa gimnasia mental, repetida durante años, dejó huellas duraderas.

Además, la socialización ocurría mayormente cara a cara. Las habilidades comunicacionales se construían en la interacción directa, con lectura de gestos, silencios y tiempos compartidos. Ese aprendizaje temprano explica por qué muchas personas de esa franja etaria muestran mayor soltura emocional y menor dependencia de la validación externa.

El paso del tiempo y el equilibrio emocional

La psicología del desarrollo aporta un dato clave: el bienestar emocional no sigue una línea descendente con la edad. Por el contrario, numerosos estudios indican que entre los 60 y los 70 años se alcanza un pico de equilibrio emocional y competencia social. Las decisiones tienden a tomarse desde una posición más reflexiva, con menor reactividad y mayor perspectiva.

Este fenómeno se vincula con cambios profundos en los rasgos de personalidad. Los llamados “Cinco Grandes” —extroversión, amabilidad, responsabilidad, estabilidad emocional y apertura— muestran variaciones sistemáticas con el paso de los años. Investigaciones recientes señalan que la amabilidad y la apertura aumentan, mientras que el neuroticismo desciende de manera marcada, lo que se traduce en menor ansiedad y mayor calma frente a situaciones complejas.

La experiencia acumulada también cumple un rol central. Haber atravesado crisis económicas, cambios laborales y transformaciones sociales genera una base sólida para relativizar problemas y priorizar lo esencial. Esa mirada más amplia protege frente al desgaste emocional y reduce la urgencia por responder a expectativas externas.

Juventud, ansiedad y un entorno exigente

El contraste aparece con fuerza al observar la salud mental de los más jóvenes. Diversos estudios internacionales registran niveles elevados de ansiedad, estrés y malestar psicológico en personas de entre 18 y 24 años. El entorno actual impone comparación constante, exposición permanente y una sensación de urgencia que dificulta el descanso mental.

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A diferencia de generaciones anteriores, la identidad se construye bajo observación continua. Likes, métricas y respuestas inmediatas condicionan la autoestima y generan una dependencia emocional del reconocimiento externo. En ese contexto, la frustración se vive con mayor intensidad y la paciencia se vuelve un recurso escaso.

En cambio, los adultos mayores muestran mayor resiliencia relacional. Su estabilidad emocional depende menos de la opinión ajena y más de valores internos ya consolidados. También suelen haber incorporado normas de autonomía y envejecimiento activo que funcionan como un escudo psicológico frente a la incertidumbre.

El desafío actual no consiste en enfrentar generaciones, sino en recuperar aprendizajes valiosos. Entender qué condiciones favorecieron esas fortalezas mentales puede ayudar a diseñar entornos más saludables para quienes crecen hoy. Menos urgencia, más tiempo interno y espacios reales de vínculo aparecen como claves que la psicología vuelve a poner sobre la mesa.

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