El inolvidable equipo de Yorno y Giunta
El recuerdo y los secretos de un partido caliente y de un milagroso triunfo cipoleño
Las tardes de los domingos tienen un momento de quiebre. No hay un horario preciso. Ocurre de golpe. No existe explicación física, simplemente sucede. Y es así como el mejor día de la semana deja de serlo. Eso si, algunas veces, esta sentencia incomprobable se puede ir al carajo.
Faltan pocos minutos para las 6 de la tarde en el estadio Roberto Carminatti de Bahía Blanca y muchos de los cuatro mil cipoleños que desbordan las tribunas y plateas perciben ese momento maldito. Creen y gritan pero esa pátina invisible pegotea los pensamientos. Volver a casa puede ser una pesadilla, 529 kilómetros de pesadilla.
Es domingo. 27 de enero de 1985. 32 grados. Juegan el tercer partido de la serie final Cipolletti y Huracán de Comodoro Rivadavia. El superclásico de la Patagonia. El premio es grande, jugar el Nacional 1985 con los grandes de un fútbol argentino muy grande. La ratificación, se sabe, llegará en México un año más tarde.
Cipolletti copa Bahía con su gente, que rompe la calma estival (y algo más) en una ciudad casi desierta. Verano tórrido ¿a quién se le ocurre jugar finales en enero?
Es, en realidad, el cierre del torneo Regional 1984. Argentina.
El técnico es Horacio Harguindeguy, menottista militante, de Ezeiza, amigo de Héctor Rodolfo Veira, e integrante de una barra que entre otros conformaba el inolvidable José “Pato” Pastoriza.
“Mi viejo es aún hoy el director técnico campeón más joven de la historia del fútbol argentino. A los 27 años sacó campeón a Tristán Suárez, ascendió años después a Central Córdoba y dirigió a Colón en primera. Pero Cipolletti, ese Cipolletti, fue el mejor equipo que dirigió", cuenta Norberto Harguindeguy desde Rosario.
El Mosquito Harguindeguy, fallecido en 1993, a los 46 años, fue el padre de la criatura. Delgadísmo, de voz rasposa, con pinta de dandy, de camisa ajustada y zapatos blancos. Personaje.
Cosas que pocos saben. De la mano de Harguindeguy y señalados por su amigo Veira llegaron a Cipolletti, Blas Armando Giunta, de San Lorenzo, luego ídolo en Boca Juniors, y Carlos Gerardo Russo, de River Plate. Veira se iba del cuervo y llegaba al River. Quienes cerraron la gestión fueron Néstor Arturo García, el Quiti, presidente histórico de Cipolletti y Omar Rossi, el Negro, presidente de la subcomisión de fútbol. García se instaló tres o cuatro días en Buenos Aires y abrochó a Giunta, Russo, Osvaldo Baby Cortéz (de Platense, ex selección Argentina) y Wálter Parodi, de Quilmes.
“Se vino con ellos en el mismo avión, los cuatro; jugaban Quilmes y Almirante Brown, García fue a ver al 9 de Almirante, lo vio a Parodi y se lo trajo. Así se movía”, recuerda el periodista Lalo Brodi.
Giunta (huevo, huevo, huevo), Russo y Parodi construyeron una impresionante carrera profesional luego de su paso por Cipolletti.
Además de las estrellas invitadas, el Albinegro contaba con el enorme Marcelo Yorno (luego a Estudiantes de La Plata y Boca), Jorge Daniel Indio Solari Gil, Henry Homann (un purrete entonces), Juan Enrique Strak, y Jorge Giner, y los valores locales, Rodolfo Torres, Edgar Cifuentes (autor de un golazo de cabeza en semifinales), Marcelo Sisi, Rubén Pequi Dieguez y Jorge Gallo Fernández. Víctor Meriggi y Strak (un prócer) miraron las finales de afuera pues su contrato había vencido el 31 de diciembre. Con menos estridencias llegaron los pampeanos Jorge Domínguez y Ricardo Ogas, éste último de Costa Brava de General Pico.
Muchos recuerdan este torneo como una película, y hacen bien. Probablemente se asemeje más a una serie digna de maratón –como vende Netflix- con protagonistas centrales y actores secundarios. Un capítulo: el 23 de diciembre de 1984 sobre la hora y luego de un corte de luz, el más bajo del equipo, Edgar Cifuentes, clavó un cabezazo para una victoria decisiva sobre Boca Juniors de Bariloche. Con la Visera en sombras, Giunta levantó al pueblo albinegro en la previa de uno de los goles más gritados que se recuerde.
La espectacularidad de la serie es que durante cuatro meses tuvo a toda la ciudad en vilo, como pocas veces tan unida. Son los milagros de la pelota, milagros que incluso pueden torcer la sentencia inicial. Hubo equipo.
Este domingo aquí, en Bahía, la movida empezó temprano y fue violenta. Por las calles, los de camiseta rayada corrieron a los blancos y rojos de Huracán. Rompieron los vidrios de los micros que habían llegado desde Comodoro y luego fueron por los hinchas a Parque de Mayo.
Vendetta por la emboscada de una semana atrás, se justificará después. Una locura.
Pero luego vino la fiesta, la previa, una caravana loca, blanca y negra, desbordando la emblemática avenida Colón. A puro canto, a los saltos, a los gritos, en cuero, bailando. “Cipolé, Cipolé, Cipolé”. Redoblantes, bombos. “Cipolé, Cipolé, Cipolé”. Desde el hotel Muñiz, donde estaba el equipo, y plaza Rivadavia, donde estaban los hinchas, hasta el estadio. Una procesión de once cuadras para desconcierto de los bahienses de enero.
“A las seis de la mañana, el Rusito (Henry) Homann nos llama a todos, a los gritos, ‘está llegando la gente, vamos; vamos a recibirlos’ dejáte de joder le dijimos”, recuerda Edgar Cifuentes sobre aquel día. “Lo queríamos matar”.
Homann es el integrante número 17 del equipo. El pibe rubio, el jugador-hincha, el que fue mascota y que aquí en Bahía, con 16, es el más joven de un plantel lleno de figuras. Esculpe su propia historia.
Según las crónicas de la época, entre el 26 y el 27 de enero de 1985 hicieron puerto en Bahía Blanca más de 40 colectivos (casi todos de la empresa Alto Valle, propiedad de Omar Rossi), autos, camiones y camionetas. Incluso el tren Estrella del Valle, que todavía funcionaba, llegó cargado de hinchas.
El golpe de Comodoro se sintió y fue el tema de la semana. Se movieron rápido Quiti García y El Negro Rossi. Huracán quería jugar en Rawson, Cipolletti dijo Santa Rosa y don Julio Grondona, amigo de García, definió que sería en Bahía Blanca. Hizo que pase.
“En Comodoro, cobramos todos, hasta los periodistas”, recuerda Lalo Brodi histórico relator y por entonces comentarista de la radio LU19.
En Chubut, además de perder el partido y de los golpes que recibieron los hinchas fueron expulsados el por entonces muy rubio Giunta, emblema del equipo, y Parodi, goleador esa tarde. “Y le anularon uno de manera inexplicable”, agrega Brodi. Giunta y Giner fueron las figuras y goleadores del primer partido en la Visera: 3 a 2. Blas metió un zapatazo de casi 30 metros, al ángulo. “Estábamos para ganarlo 4 a 0”, afirma Cifuentes. Giner hizo dos.
Cipolletti fue muy superior, coindicen todos. Además, la hinchada local recibió con asado a la visita y dirigentes y medios destacaron el gesto y la acción. Todo parecía encaminado.
“Lo de Comodoro fue tremendo, muy violento, y con un arbitraje pésimo. Sin embargo, fuimos a Bahía con toda la fe, estábamos tranquilos, era un equipo de hombres. Habíamos perdido al loco Blas y a Parodi, y se sintió”, recuerda desde Necochea Marcelo Yorno, el mejor portero entre todos los muchos buenos que defendieron el arco albinegro.
El árbitro Héctor Mastrángelo sopló el pito apenas unos minutos después de las 16. Cipolletti salió a comerse vivo a su rival. Mereció, pero no concretó. Se enredó.
Fuerte en el fondo y con Jaime Giordanella en el medio y Marcelino Britapaja en la delantera, Huracán se las arregló para llegar al descanso con un empate.
“Empujado por su gente, Cipolletti encerró a Huracán contra su área cuando reanudaron. De pronto quedó estático Giordanella y fueron quince minutos de dominio rionegrino lanzándonse en malón sobre (Adrián) Llesona pero sin coherencia (…) Huracán siguió resistiendo y esperando, tratando de sacar partido de ese adelantamiento total de Cipolletti”, escribió Ricardo Aure en la Nueva Provincia.
Las máximas aplican en el fútbol. Cipo no concretó.
“Rubilar se abrió paso en diagonal, cambió para Willuber y pase hacia Britapaja que frenó el balón y mandó el remate exacto por sobre la salida de Yorno para dejar mudas las oficiales y dejarle el grito al puñado de comodorenses de la popular”, siguió Aure en su crónica.
El albinegro pierde 1 a 0 y apenas faltan diez minutos.
“Creí que lo perdíamos, había revoleado la gorra con el sol de frente, me estaba cocinando por el calor y la impotencia”, recuerda Yorno.
“Se nos había complicado, no lo dábamos por perdido pero estaba complicado”, describe Russo, el ex River Plate que hizo terrible dupla con el Indio Solari Gil, que llegaba de Deportivo Roca.
Cipolletti choca y choca, tira ollazos que le sacan chichones a León y Trezeguet.
El arquero Llesona se muestra seguro y Britapaja es un peligro. Saltan los pocos hinchas de Huracán que pudieron entrar al Carminatti.
“Cipolletti dominó, era más, claramente, pero después del gol de Huracán, Marcelo (Yorno) tapó un mano a mano increíble, como nos tenía acostumbrados. Ahí terminaba todo. No obstante, Cipolletti estaba mejor físicamente y la gente empujaba”, dice Brodi.
Minuto 85. Tras un avance enredado, desde la izquierda, Marcelo Sisi saca un centro aterciopelado. La pelota flota por sobre las cabezas de unos y otros. Se pasan todos. Salvo Rodolfo Torres, quien desde el costado cabecea para dentro del área. Busca al Trapo Giner, que está en el punto penal. Queda corto el envío. Es Evaristo Pinocho Olmazabal, el crédito del barrio El Trabajo, quien alcanza a peinar el balón hacia atrás, ganándole al defensor. La pelota –una Tango con la que soñamos los pibes en 1978- viaja liviana en busca del goleador.
“Estábamos mal, pero yo estaba seguro de que una me iba a quedar, ‘una me va a quedar, una me va a quedar´ me repetía. Y era ésa. Había visto que el arquero estaba adelantado como tres metros…Cuando peina Pinocho me llega con poca fuerza y cabeceo bien hacia arriba, le hago un globo al arquero. La pelota pega en el travesaño y entra despacio, despacito”, relata Giner. Es el gol más importante de su carrera.
El albinegro es una tromba. Se salva dos veces Huracán, sobre la línea. La gente está loca y alguien está más loco que el resto. Una piedra impacta en la cabeza de Llesona. Cae el arquero. Se para el partido. Lo atienden. Huracán pide la suspensión. Mastrángelo decide seguir.
Se adicionan cinco minutos. Cipo va. Arde la tarde, el fútbol espanta la maldición del domingo. Todo indica que habrá alargue.
Tiro libre para Cipolletti en el quinto minuto de alargue (La Nueva Provincia dice sexto). Apura el remate Russo.
“Veo que el arquero deja libre el primer palo y pateo rápido, hay un rebote, y entra el pampeano y le pega de lleno”, recuerda Russo. El pampeano es Ricardo Ogas, el de Costa Brava, el actor de reparto, el que no hubiese jugado si estaba Giunta.
“Ogas, la gloria; Ogas, la gloria”, relata Néstor Radivoy mientras la pelota viaja como un misil.
Goooooool. “Cipolé, Cipolé, Cipolé”. La gloria.
De Ricardo Ogas se sabe poco. Su paradero es incierto para los viejos compañeros. Tiene un homónimo en San Juan, un señor muy amable. Dicen que maneja un camión y que algunas veces ha pasado por Cipolletti, por una maderera de la ruta 151. Y cuenta que es él, el de rulitos, el que hizo el gol que no se olvida, aquel gol increíble, un domingo en Bahía Blanca.
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