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La increíble noche en la que Neuquén fue amenazada por una invasión extraterrestre

En diciembre de 1973, muchos neuquinos avistaron cuatro platos voladores en el corazón de la ciudad. No se habló de otra cosa durante una semana y todo terminó, unos días más tarde, con una desesperada y masiva caravana de vecinos para contactar a los alienígenas que habían aterrizado en el Balcón del Valle.

Por Mario Cippitelli - [email protected]

El arquitecto David Vincent era la única persona que había sido testigo del aterrizaje de un plato volador. Sólo él había visto cómo aquella noche, de una nave proveniente de otra galaxia descendían seres extraterrestres en un camino desértico y solitario. Nadie le creyó cuando lo contó; por eso, su desafío sería desenmascarar a esas extrañas criaturas que lograron mimetizarse con los humanos y que tenían como objetivo conquistar al mundo. ¿Pero, cómo lograrlo?

El arquitecto Vincent era en realidad el personaje principal de “Los Invasores”, una serie de televisión estadounidense que tenía como protagonista al actor Roy Thinnes y que causó furor en las décadas del 60 y 70 en todo el mundo. Por aquel entonces, familias enteras y grupos de amigos se reunían alrededor de la tele para mirar ese increíble programa que en cada capítulo proponía un desafío: desenmascarar a los extraterrestres.

"Los invasores, seres de un planeta agonizante. Su destino: la Tierra. Su propósito: conquistar el planeta. David Vincent sabe que los invasores ya están aquí y que han adoptado forma humana. De algún modo, Vincent ha de convencer a este mundo descreído de que la pesadilla ha comenzado. David Vincent tiene que luchar, en solitario, con una raza de invasores de otra galaxia y, por si fuera poco, enfrentarse a un enemigo aún más difícil de vencer: el escepticismo del resto de la humanidad. Vincent no se puede fiar de nadie. Cualquiera puede ser un invasor”, rezaba la introducción del programa con un fondo musical intrigante.

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Por aquel entonces, Neuquén era una ciudad de poco más de 40.000 habitantes que ya había comenzado a crecer vertiginosamente debido a las fuertes corrientes migratorias provenientes de distintos lugares del país y del mundo.

Como en otros centros urbanos, la serie “Los Invasores” era también muy popular en este rincón de la Patagonia. La transmitía una vez por semana, en horario nocturno, Canal 7 de Neuquén. Nadie se perdía el programa y era, en realidad, un suceso televisivo, acaso porque en aquella época el tema de los ovnis y extraterrestres estaba de moda y en plena expansión.

Fabio Zerpa había comenzado en la década del 60 a dar conferencias sobre la vida en otros planetas y tenía un programa de radio muy popular que se llamaba “Tercera Dimensión”.

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Estados Unidos mantenía un estricto secreto con la famosa “Área 51”, una base militar en el desierto de Nevada, donde se decía que estaban escondidos restos de platos voladores y hasta cuerpos de alienígenas.

Permanentemente, muchos medios de comunicación se hacían eco de cada avistamiento de ovnis que se denunciaba en cualquier lugar del país. La posibilidad de que fuera cierto un desembarco extraterrestre era realmente fascinante.

Una noche de mediados de diciembre de 1973, Edgardo Troncoso charlaba con un grupito de amigos adolescentes al lado del canal que pasaba por la calle San Martín. Era una rutina que solían repetir casi a diario, recostados boca arriba mirando el cielo estrellado y charlando de la vida. En aquella época, el Parque Central no existía y apenas era un descampado arenoso con un puñado de árboles. Tampoco en la Neuquén de esa época se levantaban edificios altos ni había abundante iluminación, por lo que las noches de luna ofrecían un maravilloso escenario de estrellas, planetas y pequeños cuerpos celestes que titilaban o se desplazaban lentamente por aquel oscuro y profundo cielo patagónico.

Todo ocurrió en cuestión de segundos. Tal vez apenas había pasado la medianoche. Nadie lo puede asegurar con precisión.

En medio de aquella enorme marea de estrellas aparecieron de golpe cuatro platos perfectamente redondos, adornados de pequeñas luces multicolores que quedaron flotando en el aire, sin ruido alguno. Los objetos eran bien chatos, tenían una leve protuberancia en el centro que también lanzaba diminutos destellos.

La cuadrilla de platos no realizó movimientos bruscos. Comenzó a descender lentamente ante la sorpresa de los jóvenes que se incorporaron y quedaron petrificados sin poder creer lo que estaban viendo. Aquellas naves permanecieron unos instantes suspendidas sobre ese sector de la ciudad y luego desaparecieron a una velocidad infinita.

Edgardo y sus amigos se miraron una y otra vez sin decir palabra. Estaban asombrados y maravillados de haber sido testigos involuntarios de aquel increíble avistamiento. Inmediatamente les vino a la memoria todos esos capítulos de “Los Invasores”, que tanto les fascinaban y muchas veces los reunía alrededor de la tele en la casa de algún amigo. No lo podían creer. Los platos voladores existían de verdad.

Luego de aquel episodio asombroso, cada uno de los muchachos se fue para su casa pensando en esas imágenes que habían visto, preguntándose quiénes estarían al mando de esas naves misteriosas y por qué se habían mostrado de esa manera en el cielo de Neuquén.

Los amigos se durmieron esa noche convencidos de que habían sido los únicos privilegiados que habían presenciado los ovnis. Pero se equivocaron.

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Al día siguiente, la noticia sobre la aparición de los platos voladores era el comentario de todo el pueblo. Fueron muchos los neuquinos que aseguraron haberlos visto. Y con el correr de las horas, los jóvenes se enteraron de similares denuncias de avistamientos en distintas ciudades del Alto Valle y de la región. Luego, supieron que el fenómeno se había podido observar hasta en Bahía Blanca. ¿Cómo era posible? ¿Eran realmente platos voladores?

Durante los días siguientes, se tejieron todo tipo de especulaciones alrededor de aquellos extraños avistamientos. No sólo la radio y la televisión se hacían conjeturas sobre la presencia de esos extraños objetos en la Patagonia. En las oficinas, bares, escuelas y comercios todos hablaban del extraordinario fenómeno, hasta que finalmente el tema quedó en segundo plano. Pero por poco tiempo.

Si había un programa de radio popular en la Neuquén de aquella época era, sin dudas, “El clan de los solitarios”, que se emitía todos los sábados a la medianoche por LU5.

Su conductor, Osvaldo Cabanillas, era un tipo carismático, con una voz inconfundible, capaz de crear hermosos escenarios a través de las palabras y de aquellas canciones clásicas de la época que se encargaba de seleccionar cuidadosamente para que el show radial fuera completo, con sonidos e imágenes.

La audiencia de ese programa era total, a tal punto que miles de “solitarios” de toda la región esperaban ansiosos que transcurrieran los últimos minutos del día, al lado de la radio, para que abriera sus puertas ese club imaginario que reunía a todo el clan.

Pocos días después de los avistamientos, Osvaldo comenzó con su rutina cotidiana, hablándole a sus escuchas solitarios, compartiendo comentarios matizados con excelente música, contagiando el éter de la radio con la buena onda de costumbre.

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El programa transcurría con normalidad, cuando, en un momento, el conductor cambió su tono de voz y comenzó a lanzar algunas frases intrigantes. “Hay algo que está pasando en estos momentos en Neuquén, pero no sé si es conveniente que lo diga….”, lanzó. “Tengo temor a las reacciones que puedan tener quienes me están escuchando en estos momentos, pero créanme: no hay que tener miedo”, agregó, pero sin dar demasiados detalles de aquello que supuestamente estaba sucediendo.

A esa altura del programa las orejas de los solitarios estaban más pegadas que nunca a la radio. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué estaba pasando en Neuquén?

Durante unos 30 o 40 minutos, Osvaldo mantuvo la intriga sobre la inmensa audiencia hasta que finalmente dio una noticia inesperada. “Me dicen que volvieron los platos voladores a Neuquén y que en este momento están descendiendo en la zona de las bardas, en el Balcón del Valle”, dijo.

En cuestión de minutos, el centro de la ciudad comenzó a poblarse de gente para emprender un recorrido desesperado rumbo al punto más alto del pueblo. En autos, motos y hasta en bicicleta los neuquinos partieron raudamente para no perderse aquel espectáculo que volvía a repetirse sobre el cielo patagónico.

“¡Volvieron los platos voladores y están aterrizando en la barda!”, gritaban a medida que avanzaban por ese último tramo de la Avenida Argentina que, por aquel entonces, era poco más que una huella desprolija de arena y de piedras. Muchos llevaban una radio portátil para seguir el fantástico relato de Osvaldo; otros sintonizaban la frecuencia de LU5 en sus vehículos. A lo largo de aquel recorrido se percibía algo de temor, pero también de intriga y fascinación. Había quienes habían tomado la noticia en broma, pero igual concurrían “por si acaso”.

Edgardo Troncoso, el joven que había visto las naves extraterrestres junto con sus amigos unos días antes, tomó su bicicleta y salió pedaleando desesperado para tratar de repetir aquella increíble experiencia.

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Cuando la muchedumbre llegó finalmente hasta el punto más alto de la ciudad, comenzó a mirar hacia el cielo que se abría majestuoso por encima de las bardas. Pero en aquella inmensidad oscura no había nada más que estrellas y la luna brillante que alumbraba el valle y la costa del río Neuquén.

“Tal vez ya aterrizaron y están por acá”, sugirió alguien. Algunos comenzaron a recorrer los profundos cañadones que serpenteaban caprichosamente entre las bardas en busca de las misteriosas naves. Pero no las encontraron. Los más crédulos conjeturaron que tal vez los platos voladores habían descendido y se habían ido rápidamente, como la última vez.

Desencantados por aquel frustrado encuentro extraterrestre, los solitarios bajaron por la avenida preguntándose qué había pasado. Algunos volvieron a sus hogares; otros se quedaron en los bares del centro para seguir la charla. Poco después se enterarían que aquella noticia había sido, en realidad, una ocurrencia de Osvaldo para mantener viva la fascinación popular sobre aquel fenómeno extraordinario y paranormal de los días anteriores. Y, además, porque aquel sábado era 28 de diciembre, el Día de los Inocentes.

La frustración por no haber visto nuevamente a las naves espaciales y la broma de Osvaldo no desanimó a los entusiastas neuquinos. Después de todo, el avistamiento de aquellos platos voladores había ocurrido. Y no se trataba del testimonio de una o dos personas. Habían sido muchísimas.

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La semana posterior a ese sábado, miles de personas volvieron a encender los televisores para ver la serie “Los Invasores” y no perderse la apasionante trama de la conquista extraterrestre.

"Los invasores, seres de un planeta agonizante. Su destino: la Tierra. Su propósito: conquistar el planeta”, arrancó el programa con si habitual introducción.

La audiencia de aquel capítulo fue tan masiva como siempre. Todos estuvieron atentos a las peripecias del protagonista y a sus intentos para convencer a los incrédulos de que el mundo estaba en peligro, aunque esta vez lo hicieron con el convencimiento de que a partir de lo ocurrido en Neuquén, esa aventura de ciencia ficción no era una historia tan descabellada.

¿Podría llegar una invasión extraterrestre? ¿Sería posible? Tal vez lo fuera. Pero si eso sucediera, las cosas serían distintas.

Ahora muchos se sumarían a la defensa del planeta.

El valiente arquitecto David Vincent ya no estaría tan solo.

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