Luis Aboy y el crimen de las hermanas Buamscha
Primera parte. De ser un empleado de confianza, se transformó en un criminal que robó y masacró a sus patronas en Junín de los Andes.
La numerología, seudociencia que establece una supuesta relación oculta entre los números y los seres vivos, tal vez pueda darle algún tipo de explicación sobre su destino a Luis Alberto Aboy.
Se podría decir que su número es el dos, pero repasemos una serie de revelaciones y azares.
Dos fueron los crímenes que le atribuyó la Justicia, el de las hermanas Teresa (71) y Olga Buamscha (73), materializados entre dos días, la noche del 20 y la madrugada del 21 de marzo de 2005 en Junín de los Andes.
Esa fue la segunda vez que ingresaba con fines delictivos a la casa de las Buamscha. Según la acusación, el 16 de diciembre de 2003 ya les había robado mucho dinero. Las víctimas tenían dos sospechosos: Aboy y su esposa, que también trabajaba con ellas.
Dos brigadas especiales de la Policía, Delitos y Homicidios, viajaron de Neuquén a Junín para sumarse a la investigación que supervisó en forma directa el ministro de Seguridad de la provincia, Luis “Toti” Manganaro.
A dos cuadras de la casa de las víctimas, sobre un sendero, una suerte de atajo, encontraron una capucha compuesta de dos partes.
La detención de Aboy se produjo el 22 de marzo, al segundo día de investigación del crimen. El implicado aportó dos testigos, compañeros de trabajo, para intentar sostener su coartada.
Dos meses después de su detención, la Cámara Penal de Zapala lo liberó, pero a las dos horas lo volvieron a detener porque encontraron dos rastros biológicos en la capucha que lo incriminaba: su saliva y gotas de sangre de Olga Buamscha.
Dos votos a uno fue el resultado de la sentencia del tribunal que lo condenó. Apeló en otras dos instancias, local y nacional, pero le declararon la inadmisibilidad.
Hasta ahora, ha estado en dos penales de la provincia. Se escapó en dos oportunidades sin cometer delito. Las dos veces fue atrapado y el dato para que lo detuvieran lo brindaron dos mujeres.
En la actualidad, está cumpliendo la segunda mitad de la condena, a lo largo de la cual ha escrito, de puño y letra, un libro con su verdad que será publicado y presentado el próximo año en dos ciudades: Buenos Aires y Neuquén.
Hay dos localidades que no quieren que se presente el libro de Aboy: San Martín y Junín de los Andes.
Si para la numerología el dos no dice nada, Aboy bien podría jugarlo a la quiniela.
Cierto es que contar su historia es algo complejo, por lo que el recorrido llevará más de dos publicaciones para evitar caer en manos de la seudociencia.
Gente de fiar
Luis Alberto Aboy se crio en Junín de los Andes junto con su hermano mellizo, Roberto Manuel, que falleció ahogado el 22 de enero de 2003 cuando pescaban en el río Collón Curá, camino a Bariloche, con dos compañeros de trabajo de la panadería, un pastelero y un ayudante de pastelero.
Tras el crimen de las hermanas Buamscha, en el pueblo comenzó a correr el rumor de que Luis era un personaje siniestro y que había dado muerte a su hermano por envidia.
El relato bíblico de Caín y Abel, el primer crimen para la grey católica, tomó forma en Junín, donde nunca llegó a convertirse en una investigación criminal, pero era una intriga propia de las charlas de café, los almuerzos y las cenas de la localidad. El infierno en los pueblos también existe.
Por su parte, el papá de Aboy supo tener una despensa en Junín, pero la hiperinflación de fines de los ochenta y principios de los noventa, en el siglo pasado, lo llevó a la quiebra, al menos así lo recuerda el propio Luis Aboy.
A partir de ahí, el hombre comenzó a trabajar de canillita y siempre fue muy respetado y querido en la localidad. Esa buena reputación se derramó sobre su familia.
Fue Olga Buamscha, dueña de una panadería emblemática de Junín, La Moderna, quien le pidió a don Aboy que les mandara a sus hijos porque tenía trabajo y quería reclutar gente de fiar.
Los Buamscha eran muy conocidos en el pueblo y a las hermanas les habían puesto el mote de “las turcas”, por el origen de su apellido.
Teresa pasaba tiempo en Chile, donde estaba el núcleo fuerte de su familia, pero cuando Olga quedó viuda comenzó a quedarse largas temporadas en Junín.
De hecho, en la casa que tenían detrás de la panadería, cada una tenía su propia habitación que cerraban con llave.
“El negocio les era muy redituable. Tenían dinero guardado y escondido por todas partes de la casa. Ni siquiera el sobrino, que vivía en Junín, sabía cuánto tenían”, confió un investigador a LMN.
Es por eso que las Buamscha querían gente de confianza.
Luis Aboy comenzó a trabajar en 1999 realizando el reparto de los panificados y rápidamente se ganó la confianza de su patrona, Olga.
Insisto, la reputación de don Aboy precedía a sus hijos en la comunidad.
Aboy se puso en pareja con una joven y cuando se casó, las Buamscha les cedieron un departamento grande que estaba arriba del local comercial.
El arreglo, tanto para las Buamscha como para Aboy, era inmejorable: Aboy no tenía que pagar alquiler, lo que le permitía ahorrar para construirse su casa, y solo debía encargarse en las noches de que todo quedara cerrado en el predio y en la casa principal.
Esto a las hermanas les daba cierta seguridad y tranquilidad porque Aboy era “un muchacho de confianza”, solían decir las turcas en el pueblo.
Dato: Aboy y su esposa, durante los años que vivieron el departamento, llegaron a conocer todo el predio a la perfección.
Bonnie & Clyde
Tanto a Luis Aboy como a su pareja les achacaron una serie de robos, previos al doble crimen, por lo que cuando la causa llegó a juicio a fines de 2008, era un gran combo criminal.
Esto le dio mayor espectacularidad a la pareja, que pasó a ser una suerte de Bonnie y Clyde de la cordillera neuquina.
Bonnie Parker y Clyde Barrow fueron dos criminales y fugitivos que asaltaban bancos y comercios en Estados Unidos. Sus andanzas cobraron relevancia internacional e incluso sus vidas llegaron a la pantalla grande.
La pareja fue abatida en una emboscada que se concretó el 23 de mayo de 1934 en una carretera en Luisiana. El delito nunca tiene un final feliz.
Pero volvamos a la cordillera neuquina. El primer hecho que se le atribuyó a esta pareja criminal de Junín de los Andes ocurrió el 16 de diciembre de 2003.
Aboy y su esposa ya vivían en el departamento que les prestaban las Buamscha. En un horario que no se pudo establecer, ingresaron a las habitaciones y, tras forzar una valija de cuero marrón, se alzaron con una pequeña fortuna para la época, 20 mil pesos, 15 mil dólares y 4 mexicanos de oro.
A ese robo le sumaron dos más que habrían perpetrado casi un año después a un par de vecinos de la localidad.
Se trató de un raid delictivo que habría concretado Aboy, entre las 20 y las 22 del 26 de agosto de 2004, mientras las víctimas estaban en una celebración evangélica.
Desde un banco de la iglesia y por celular, la mujer le escribía a Aboy para mantenerlo al tanto sobre la situación de los feligreses a los que les estaban robando. Aboy ese día llegó tarde a la celebración.
De una casa denunciaron el robo de un magro botín de tan solo 40 pesos. A la otra vivienda la arrasaron al llevarse mil dólares y 4500 pesos.
En cuanto a estos robos, la Justicia no se los pudo atribuir a la supuesta pareja criminal porque no había elementos de prueba suficientes.
En lo que se refiere al robo de diciembre de 2003 a las Buamscha, los magistrados afirmaron que “desde el primer momento estaban excluidos de la lista de sospechosos -Aboy y su esposa- aun cuando integraban el círculo cerrado de personas que tenían acceso al lugar”.
Luego, agregaron, las sospechas de las hermanas giraron en torno al matrimonio tras concretar Olga “una consulta esotérica a una adivina”.
Esa consulta la realizó porque llegó a sospechar hasta de su propia hermana, según figura en el expediente.
A los dichos de la adivina se sumaron una serie de “disposiciones económicas” que se enteraron que había realizado Aboy: terminó la construcción de la casa, cambió el auto, compró una moto y electrodomésticos caros.
“Los dos trabajaban para las turcas. Él era repartidor de pan (ganaba 400 pesos) y la pareja era la encargada de controlar su trabajo (cobraba 350 pesos). No llegaban ni a mil pesos entre los dos al mes y realizaron una serie de gastos que no se correspondían con su situación económica. Hasta las Buamscha sospecharon”, confió una fuente que participó de la investigación.
La sola sospecha no servía para denunciar, pero sí para que la Policía investigara de oficio. Además, los Buamscha no eran una familia más de Junín, tenían mucha llegada en el Movimiento Popular Neuquino (MPN), por lo tanto, en el gobierno.
Las pesquisas, algo difícil de llevar adelante en forma discreta en pueblos chicos, llegaron a oídos de Aboy en octubre de 2004 de boca de un repartidor de soda.
El hombre hizo las averiguaciones respectivas y, al confirmarlo, se terminó desvinculando de la panadería y luego lo hizo su esposa.
Para los investigadores, estos Bonnie y Clyde tenían la modalidad del robo hormiga, ya que él repartía el pan y le tenía que rendir cuentas a ella, que por su tarea en la panadería debía hacer el control. Nunca se pudo demostrar nada.
Masacre
La noche del 20 de marzo de 2005, se produjo el ingreso a la propiedad de las hermanas y su crimen se concretó en los primeros minutos del 21 de marzo.
Los investigadores que trabajaron en el caso entendieron que quienes habían accedido al predio lo conocían muy bien. Sabían dónde estaban las luces de seguridad, de qué forma se apagaban, cómo se trababa la única puerta de ingreso, en qué lugar se guardaban las herramientas y cómo había que forzar la ventana de la cocina para acceder al interior de la vivienda.
Es decir, quienes ingresaron manejaban un cúmulo de información detallada que no cualquiera conocía. La contra para Aboy y su esposa era que ellos habían vivido en el lugar y conocían todos los detalles. Pero no eran los únicos que conocían la vivienda de las turcas.
Uno de los acusados, se cree que Aboy, entró llevando una siniestra capucha que le cubría el rostro. Algunos entienden que fue para que las mujeres no lo reconocieran, pero también hay que decir que es propio del accionar criminal pretender concretar el delito y huir sin ser descubierto, de ahí que se cubran total o parcialmente el rostro.
Lo cierto es que primero ingresaron a la habitación de Teresa, y este no es un dato menor.
De la habitación de Olga habían robado el botín en diciembre de 2003, por lo que quienes ingresaron podían tranquilamente manejar dicho dato. Aunque cabe señalar que todo el pueblo se enteró del primer robo, así que había información deambulando por la calle.
Los agresores, siempre se manejó la teoría de que eran dos, accedieron a la medianoche a la habitación de Teresa, que estaba entredormida con el televisor prendido.
Ahí comienza un ataque sádico practicándole distintos cortes en el cuerpo a la vez que le exigían dinero. Uno de esos cortes fue en la arteria aorta, lo que provocaría la muerte casi una hora después.
Los delincuentes dejaron a Teresa herida en su cama y cerraron la puerta de la habitación con llave.
Olga había escuchado ruidos y se levantó para ver qué le ocurría a su hermana. En el pasillo, se encontró de frente con los ladrones.
Uno de ellos le sacó el bastón y la golpeó con tal fuerza que se lo partió en la cabeza. Cuando la mujer quedó de rodillas en el suelo, con un cuchillo le provocó dos cortes profundos en el cuello que la llevaron a la muerte inmediata. Los forenses determinaron que se trató de un degollamiento.
Lejos de huir, pese al ataque, sabían que la situación estaba controlada. Se tomaron varios minutos, algunos investigadores estimaron que una media hora, para revisar distintos lugares en busca de dinero, dejando sendas manchas de sangre y rastros de pisadas.
En la habitación de Olga había una caja fuerte empotrada que no pudieron abrir. Lo que sí abrieron fueron tres carteras y dos maletines donde, según figura en el expediente, guardaban sus ahorros. Esto fue confirmado por los familiares a los investigadores.
La suma que se llevaron los ladrones nunca pudo ser estimada, pero sí se considera que fue un monto importante.
De hecho, durante la inspección que hizo la Policía en la casa de las víctimas, encontraron miles de pesos y dólares ocultos en distintos lugares. “Había guita hasta dentro de un florero”, confió un pesquisa.
Cuando tuvieron el botín en sus manos, los ladrones convertidos en asesinos pusieron los pies en polvorosa. Pero en esa huida, un ruido llamó la atención de un vecino que dio aviso a la Policía.
Cuando llegaron los uniformados, descubrieron el cadáver de Olga en el pasillo. Teresa agonizaba encerrada en su habitación. Los policías se aprestaron para derribar la puerta, pero uno descubrió la llave en un mueble cercano.
“Querían plata. Vi a uno solo, usaba pasamontaña negro. Les dije que el dinero lo tenía Olga. ¿Cómo está ella?”, preguntó con un hilo de voz Teresa, que fundió a negro al poco tiempo.
Para los pesquisas, los forenses y los jueces, la pareja criminal que atacó a las Buamscha estuvo integrada por un hombre y una mujer.
“Hubo una presencia femenina en el lugar. Hay un hematoma en el cadáver de Olga producto del impacto de un puño pequeño. Además, la maniobra mecánica de cerrar con llave, sacarla y colocarla sobre un mueble cercano es propio de una mujer”, describieron los jueces en la sentencia del análisis realizado por uno de los forenses.
Una vez relevada la escena del crimen, comenzó la cacería con algunos sospechosos de primera hora y la buena fortuna de dar con un elemento clave.
Dicha investigación contó con un apoyo político explícito ya que el propio ministro de Seguridad se instaló en la localidad cordillerana para seguir de cerca cada avance de la causa, detalle que no dejaron pasar por alto los jueces en su sentencia.
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