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La Mañana Yakuza

Nishimura, la única mujer que perteneció a la "Yakuza", la mafia de Japón

La aceptaron por su habilidad para el combate. “Desde muy pequeña sentía pasión por la violencia. Nunca perdí contra un hombre”, contó.

La historia de Nishimura Mako, que hoy tiene 57 años, es asombrosa y, al mismo tiempo, tenebrosa. De apenas un metro sesenta de altura, delgada y de mirada dura, nadie se imagina que es la única mujer que perteneció a la temida mafia japonesa "Yakuza".

Hoy, lo único que la delata son los tatuajes que cubren parte de su cuerpo y la falta de uno de sus dedos meñiques, que se lo tuvo que cortar en un ritual típico de la yakuza para mostrar arrepentimiento por haber cometido un error o faltado el respeto a un jefe.

Se conoce su historia gracias a una investigación realizada por Martina Baradel, investigadora de la Universidad de Oxford, quien la entrevistó para su libro.

Baradel cita dos frases de Nishimura que la definen totalmente. "Desde muy pequeña sentía pasión por la violencia", dice en primer lugar. Y luego completa: “Era muy buena peleando, nunca perdí contra un hombre”.

La yakuza se originó en el siglo XVII y llegó a su esplendor en la segunda mitad del XX, cuando controlaba todo el espectro de delitos en Japón. Sin embargo, los cambios sociales y políticos, y especialmente la persecución policial, diezmaron la organización.

Según Baradel, llegó a tener 200.000 miembros en la década de 1960. Hoy sólo se cree que habría unos 10.000.

Con los rígidos códigos que sustentaban la organización, nunca hubo una mujer entre sus integrantes. Sólo eran esposas o acompañantes de los jefes, con ciertas prebendas. Por eso es tan llamativo lo de Nishimura.

Nishimura Mako, a la izquierda, con sus jefes de la Yakuza.
Nishimura Mako, a la izquierda, con sus jefes de la Yakuza.

Nishimura Mako, a la izquierda, con sus jefes de la Yakuza.

Una vida difícil, ligada a la mafia

En diálogo con la BBC, Baradel relata que Nishimura nació en un entorno familiar muy rígido, con un padre que cumplía funciones en el gobierno. Era sumamente autoritario y mantenía una disciplina muy estricta.

Esto la llevó en la adolescencia a vincularse con amigos rebeldes que la incorporaron a una banda de motociclistas. Con ellos aprendió a pelear, y lo hizo rápidamente. Claro que esto también la hizo pasar por algunos centros de detención de menores y la alejó de su familia.

Una noche recibió el llamado de una amiga que estaba en problemas y una banda la acosaba. Con un garrote, Nishimura se involucró en la pelea y defendió a su amiga, dejando un baño de sangre.

Un jefe local de la yakuza la vio y quedó asombrado. Inmediatamente la convocó para unirse a su grupo. “Incluso si eres mujer, debes convertirte en yakuza”, le dijo.

El yakuza le enseñó cómo recolectar dinero para protección, resolver disputas internas, chantajear y buscar chicas para la prostitución.

El ascenso

Poco a poco fue aprendiendo los secretos de la yakuza y, especialmente, los códigos internos. Se unió a un grupo de reclutas masculinos donde realizaba las tareas que le encomendaban. Todas actividades criminales que hacía con eficacia.

Aprendió a golpear a los rivales, a traficar drogas y a organizar a las prostitutas que trabajaban para la banda. Pese a su complexión física, se manejaba en forma despiadada.

Esto le fue abriendo posibilidades en la organización, que no estaban permitidas a las mujeres. Tras demostrar un temple necesario para el trabajo, llegó la ceremonia formal en la mafia japonesa, el “Sakazuki”.

Vestida con un kimono masculino, Nishimura juró lealtad a sus jefes y a la yakuza, y entregar la vida por la organización.

Miembros de la yakuza japonesa con sus tatuajes.
Miembros de la yakuza japonesa exhiben sus tatuajes.

Miembros de la yakuza japonesa exhiben sus tatuajes.

Maestra en cortar dedos

En un momento, cuenta Baradel, Nishimura cometió un error en la distribución de drogas. No tuvo más remedio que recurrir al ritual “yubitsume”, que implica cortarse una falange del dedo meñique para así compensar la ofensa y demostrar que lo sentía realmente.

Lo hizo con tanta decisión y precisión que el gesto no pasó desapercibido para los jefes. Algunos consideraron que tenía un don especial para ese macabro ritual y, a partir de ese momento, aquellos que no se atrevían a amputarse ellos mismos el dedo se lo pedían a Nishimura.

Desde ese día se la conocía con el apodo de “maestra en cortar dedos”, un elogio en un ambiente tan despiadado.

La salida

Cuando Nishimura tenía treinta años llegó la metanfetamina a la organización y comenzó un período de declive. Ella misma se hizo adicta, afectando su vida.

Al darse cuenta de que se estaba hundiendo cada vez más, trató de dejar la yakuza. No lo pudo hacer totalmente, aunque quedó relegada a otras tareas.

Nishimura se puso en pareja con un jefe de una organización rival y al poco tiempo tuvo un hijo. Eso la impulsó más a tratar de abandonar esa vida.

Buscó un trabajo normal, pero los tatuajes, símbolo de la yakuza, se lo impedían. Consiguió dos empleos cubriéndose los brazos, pero los perdió cuando se dieron cuenta que era de la mafia.

Pese a que había comenzado a tener problemas con su pareja, tuvo un segundo hijo. Las peleas matrimoniales se habían hecho cotidianas, y con mucha violencia. Se divorciaron, pero el marido se quedó con la custodia de los chicos.

Harta de todo, Nishimura abandonó la yakuza, luego de negociar su salida con los jefes. Encontró trabajos que nadie quería: por ejemplo en demolición. Así fue reconstruyendo su vida.

Ahora vive sola y en forma modesta. Se encarga de administrar una sede de Gojinkai, una organización benéfica dedicada a ayudar a exmiembros de la yakuza, ex convictos y adictos.

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