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La Mañana Zainuco

A 108 años de la matanza de Zainuco: un fusilamiento que aún conmueve a Neuquén

El 30 de mayo de 1916 ocho presos que se habían fugado de la cárcel fueron asesinados por la Policía. Un testigo clave pondría luz a aquel hecho que impactó al país.

Sixto Ruiz Díaz ya era un tipo duro y peligroso cuando llegó a la cárcel condenado por un asesinato, pero el encierro, el hacinamiento y los maltratos cotidianos terminaron convirtiéndolo en uno de los líderes de la sangrienta fuga del presidio de Neuquén y una de las víctimas de la matanza de Zainuco, en 1916.

"¡Disparen, hijos de puta!", fueron las últimas palabras que salieron de su boca el 30 de mayo de ese año, cuando la Policía del territorio cercó a los 17 fugados que habían buscado refugio en un rancho del paraje antes de continuar su escape hacia la cordillera.

Ruiz días fue uno de los cabecillas del motín que se convirtió en aquella evasión que tenía en vilo a Neuquén y el país desde hacía una semana.

Los 20 presos que habían logrado salir de la ciudad se dividieron en dos grupos: uno compuesto solo por tres hombres bajo las órdenes de Martín Bresler (otro de los líderes que decidió seguir la ruta hacia el sur) y el más numeroso encabezado por Ruiz Díaz, quien optó por avanzar por el centro del territorio.

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Un grupo de policías que participó en la persecución de los presos.

Un grupo de policías que participó en la persecución de los presos.

La historia de la fuga y cómo se desencadenó la tragedia ya es conocida. El grupo de policías se enfrentó a balazos con los presos que estaban refugiados en el rancho de la familia Fix (en ese momento estaba deshabitado) hasta que una bala hirió a Ruiz Díaz. Y fue en ese momento que, enfurecido, abrió la puerta y salió disparando y maldiciendo a todos los policías que rodeaban el lugar. En menos de un minuto murió acribillado.

La muerte del líder tuvo un impacto inmediato en el resto de los reclusos que inmediatamente se rindieron. Algunos también estaban heridos. Las municiones se le estaban agotando. No tenían escapatoria.

La versión oficial de la Policía indicó que tras la rendición llevaron a los presos a tomar agua a una laguna cercana, que en un momento dado al menos dos reclusos intentaron arrebatarles los fusiles a los oficiales y que allí se produjo el tiroteo que terminó con la vida de estos ocho hombres.

Sin embargo, un mes después de aquel hecho, Félix San Martín, un hombre que tenía campos en cercanías de Zainuco le escribió una carta al periodista Abel Chaneton informándole lo que realmente había ocurrido.

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Hubo testigos que aseguraron que se trató de un fusilamiento.

Hubo testigos que aseguraron que se trató de un fusilamiento.

“Por lo que personalmente he visto y por la versión directa de algunos actores de aquellos sucesos, voy a referirle cómo pasaron las cosas. Había callado hasta ahora esperando ver definitiva la actitud de las autoridades superiores del territorio, a las que nada me permitía suponer incapaces de la hora que les ha tocado vivir”, indicó san Martín. Y así detalló los hechos:

“Al ver muerto a su jefe, los 16 restantes salieron del rancho con las manos en alto. A gritos pedían clemencia y perdón. Todos lloraban cuando llegaron hasta ellos los que los habían vencido. ‘No me maten, señor, que estoy rendido’, imploraban.

Rendidos los fugitivos, se les secuestraron las armas y se procedió a inventarear los útiles y efectos que tenían. Luego se separó un grupo y fueron procesados por homicidio. En ese grupo no conozco bien las causas, si bien tengo una versión que no carece de visos de verdad, fue incluido Cancino, un indiecito de las lajas que estaba procesado por el hurto de 3 mulas. Los otros 7 eran homicidas y procedían de La Pampa. Los 9 restantes fueron despachados con algo más de la mitad de las fuerzas rumbo a Zapala. Y aquí comienza el misterio.

La versión oficial de lo sucedido y de la que los diarios se han hecho eco es de una infantilidad desesperante. Llevar a beber a los presos a un faldeo arenoso y cubierto en una vegetación enmarañada a 300 metros de distancia donde no hay una gota de agua cuando a 2 metros de la puerta del rancho está la vertiente que sus habitantes se surten, es poco menos que inexplicable tanto más cuanto el lugar donde fueron muertos estos 8 hombres está rumbo diametralmente al que deberían seguir en marcha a Zapala”, indicó San Martín.

Y también se explayó sobre cómo estaban los cadáveres de las ocho personas fusiladas:

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El rancho de la familia Fix, donde se refugiaron los presos que escaparon de la cárcel.

El rancho de la familia Fix, donde se refugiaron los presos que escaparon de la cárcel.

“Muertos estos hombres de manera tan singular no merecieron de los empleados policiales el favor que se dispensa un perro, quedaron insepultos tirados en la falda de la montaña, unos sin más prenda de vestir que el calzoncillo, otros con sólo girones de la camisa descalzos y todos en actitudes sugerentes. El que no tenía las manos crispadas sobre el rostro como queriendo alejar la visión pavorosa de la muerte inminente, las había cruzado sobre el pecho a manera de escudo, en el supremo esfuerzo de la defensa. De bruces unos, de espaldas otros, los ojos inmensamente abiertos, yacían en la misma posición en que cayeron, conservaban la misma actitud y el mismo gesto de espanto con que murieron”, relató San Martín.

Las denuncias por la matanza de Zainuco

A partir de este testimonio que contradecía completamente la versión policial que avalaba el gobernador Eduardo Elordi, el diario “Neuquén”, que dirigía Abel Chaneton comenzó una fuerte campaña pública pidiendo el esclarecimiento de los hechos.

“Bien pues, desde hoy este diario y los que le dan vida, renuncian a las consideraciones de la amistad y entregan su acción a los que saben sentir, a los que saben valorar el espíritu y a las energías del pueblo del territorio”, fue el primer encabezamiento de una serie de publicaciones contra el gobernador y denuncias sobre las violaciones de las garantías constitucionales.

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Chaneton, a través del diario

Chaneton, a través del diario "Neuquén", no ahorró críticas a las autoridades del territorio.

“La tragedia de Zainuco”, “Los crímenes de Zainuco”, “El saladero de Zainuco”, rezaban los titulares del diario. Todo se hacía con pedidos de investigación que llegaban hasta el ministro del Interior y al Presidente de la Nación.

“Ni el hecho vandálico ni la fuga se hubieran producido si otra hubiera sido la realidad administrativa del territorio”, disparaba Chaneton desde el teclado. “La justicia no consiste en fusilar por la espalda, cuando el capturado se ha arrodillado, rendido y suplica clemencia”, aseguraba.

La masacre de Zainuco tuvo otras derivaciones no menos trágicas como el asesinato del propio Chaneton ocho meses después, en el bar La Alegría. Hasta el día de su muerte, el periodista reclamaba que se esclareciera el hecho y que se hiciera justicia.

A 108 años. Nadie sabe a ciencia cierta por qué motivo se llevó a cabo ese fusilamiento.

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