Junto a más de 30 mujeres destacadas, fueron distinguidas por la Municipalidad de Neuquén. Sus historias marcan surcos para otras vecinas de la ciudad.
Cintia, Oriana y Lorena se camuflan todos los días en el ritmo urbano de Neuquén capital. Siempre están ahí, como invisibles, pero dando rienda suelta a su ímpetu y sus ganas de salir adelante. Así, quizás sin darse cuenta, se convierten en un ejemplo silencioso que allana el camino para otras neuquinas: todas las que sueñan con terminar de derribar los últimos obstáculos machistas para ser, ellas también, protagonistas del crecimiento de Neuquén.
Bajo el título "Mujeres teníamos que ser", la Subsecretaría de Mujeres de la Municipalidad de Neuquén le rindió homenaje a más de 30 vecinas de la ciudad que fortalecen la presencia femenina en todos los rubros con sus actos más cotidianos. Cuando trabajan, cuando enseñan, cuando curan o cuando practican deportes dejan su marca para demostrar que su aporte es fundamental para mantener a la ciudad en movimiento.
Desde la Subsecretaría no buscaron efemérides para rendirles homenaje. Este martes, cuando las invitaron a subirse al escenario del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), sólo quisieron ponerlas por primera vez bajo los focos, para que toda la ciudadanía conozca a las mujeres que se crearon sus oportunidades a fuerza de su propia audacia. Y con el título que evoca al libro del historiador Felipe Pigna, destacan esa insolencia con la que solían criticar al género femenino y que se convirtió, más tarde, en una herramienta de liberación.
Ponerlas en escena permite visibilizar el trabajo territorial que hace la oficina, y que las lleva a cruzarse a diario con gestos nobles de mujeres en cada rincón de la ciudad. Los más 30 diplomas que entregaron este martes demuestran que las mujeres son mucho más que víctimas en los informes de su observatorio de violencias.
Cintia Prospitti fue una de las primeras carniceras de Neuquén. Empezó a trabajar en el rubro casi por casualidad, porque siempre vivió en zonas rurales con gallinas y cerdos como parte de su hábitat. "Me quedé embarazada a muy temprana edad y con mi marido empezamos a criar pollos para vender", dijo la mujer, que encontró su vocación casi por una necesidad de supervivencia. Sin embargo, detenerse nunca fue una opción: el negocio que empezó a los 18 años creció tanto que hoy lidera un PyME de transporte de carnes y alimentos refrigerados.
"Seguimos con cerdos y después terneros, andábamos en un camioncito que lo tuvimos diez años y nos dio todo", dijo en una entrevista con LMNeuquén. Cintia nunca le tuvo miedo a manejar autos de gran porte y afirmó que su primer vehículo era todavía más grande que los que se suelen usar para abastecer a las carnicerías. Aunque muchos la miraban raro cuando la veían bajar del asiento del conductor, pronto se acostumbraron a su presencia, y hoy ya es una referente en el sector.
"Lo que más me costó fue aprender a descargar la media res, esa fue la principal barrera", dijo y explicó que utiliza un aparejo que le permite soportar la mitad de la carga, que puede llegar a los 150 kilos. Para el resto, usa su propia fuerza, que pulió con entrenamientos, y que la ayudan a desenganchar la pieza y colocarla en los hombros de su empleado, que hace el trabajo más pesado.
El apoyo de su marido, con quien emprendieron el proyecto, le permitió tener la fortaleza para avanzar en un universo masculino y sus hijos, ya crecidos, toman con naturalidad y una buena cuota de orgullo el hecho de que su mamá sea referente en el mundo de la carne. Sin embargo, los inicios no se parecían tanto a esta etapa de consolidación y homenajes municipales. "Los primeros meses llegaba llorando y me preguntaba si estaba en el lugar correcto", recordó.
Después de cada respiración profunda, se automotivaba a seguir. "Me decía a mí misma que este es mi negocio y lo tengo que cuidar, y salía de nuevo en el camión", dijo sobre esa perseverancia que la llevó al lugar que ocupa ahora, y que la convierte en una referente para una actividad que cada día se abre un poco más a la presencia femenina.
Oriana Campos, de 21 años, está dando sus primeros pasos, pero con las suelas firmes. Aunque la metalurgia llegó a su vida por herencia familiar, también la eligió como vocación y estilo de vida cuando le tocó elegir la orientación del colegio secundario, y cuando armó su primer CV para encontrar un puesto de trabajo. "Desde chiquita siempre vi a mi abuelo y a mi papá en el taller y yo quería ir con ellos; a mi abuelo no le gustaba tanto que yo estuviera ahí, pero con mi papá siempre fui muy compañera y él fue el que me enseñó a soldar", relató.
La joven tomó los conocimientos heredados y la educación formal para armar un curriculum y salir al ruedo. Pero no todo fue tan fácil. Golpeó las puertas de todos los talleres buscando una oportunidad, pero a los responsables les costaba entender que no buscaba posiciones de empleada administrativa o en la limpieza, sino al calor de los fierros.
"Ahora estoy trabajando en el taller con mis dos jefes, que fueron los primeros que me dieron una oportunidad", afirmó con una sonrisa. "Mi jefe leyó mi curriculum en el cine y me respondió igual que todos, que no estaba buscando administrativas, pero yo le aclaré que yo quería trabajar con él en el taller", explicó Oriana, que no se asusta con los desafíos nuevo y pronto deberá quedar a cargo cuando el líder del emprendimiento tenga su licencia por paternidad.
"Yo me manejo sola para casi todo, hay cosas de mucha fuerza en las que recibo ayuda pero creo que también es una cuestión de entrenarse para poder hacerlo", dijo la joven, que sueña con poder crear un taller de metalurgia para mujeres que respondan a las necesidades del mercado. "A veces dicen que falta gente para trabajar y yo digo que llamen a mis compañeras de la EPET que seguro hacen el trabajo", indicó y aclaró que lo que falta es dar ese mensaje: que un trabajo en la metalurgia es posible para todos los que se lo propongan, sin importar el género.
Lorena Méndez es gastronómica de profesión pero no logra disimular su amor por la actividad física. Después de una carrera como destacada jugadora de vóley, quiso contagiar las ganas de practicar deportes en las niñas de Melipal. "Elegí el fútbol porque era algo que no había en el barrio", explicó sobre la tarea que presta ahora ad honorem, como entrenadora de la única escuelita municipal de fútbol femenino que tiene siete categorías.
Aunque se inició en el fútbol "más de grande", con 35 años, sus aptitudes deportivas se traslucieron con velocidad y le permitieron planificar un perfil más profesional para que las jugadoras aspiren a llegar a primera. Sin embargo, la actividad física no es la única arista de esta escuela comunitaria, que sumó un gran componente social para trabajar la prevención de la violencia o el tratamiento de adicciones entre los sectores más vulnerables del barrio.
Ajena a las complejidades de los tratamientos, la mujer apeló a los programas que brinda el Estado para capacitarse y poder dar respuesta a un contexto social difícil, en donde el deporte se convierte muchas veces en una herramienta de transformación barrial.
Hoy, Alma del Oeste tiene 160 alumnas que van de las niñas de cinco años a las mamás de más de 40, que se reúnen a jugar y a crear lazos comunitarios en un contexto de despegue del fútbol femenino. "Le falta mucho comparado al masculino, pero hay mucha demanda, y sobre todo en el oeste, donde hay alma de potrero y jugadoras con mucho potencial", señaló Lorena.
Te puede interesar...
Lo más leído
Dejá tu comentario