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La Mañana Brigadistas

El ángel de los brigadistas: la nena que los esperó todos los días con una bandera

Amancay Rivera, de 6 años, se conmovió con la entrega de los combatientes contra el fuego y decidió salir a brindarles apoyo explícito cada vez que volvían al pueblo.

La Biblia enseña que el amor por el otro es un mandamiento de Dios y que debemos amarnos unos a otros como Él nos ama. Esta empatía maravillosa es la que construyeron en la adversidad una pequeña niña de 6 años y varios grupos de brigadistas que trabajaron de manera incansable y heroica en los incendios que se desataron con furia en la cordillera neuquina del Valle Magdalena.

Esta es la historia de Amancay Rivera, el “ángel” de todos los combatientes que llegaron a este sitio a dejar su esfuerzo y su sacrificio para batallar cuerpo a cuerpo con las llamas. La niña vive junto a su madre Graciela en el paraje rural de Quillén, a unos 110 km de Junín de los Andes y a unos 70 del epicentro ígneo.

A pesar de su corta edad entendió a la perfección el desastre que se estaba viviendo y de todo lo humanamente posible que se hacía. Su casa se ubica en cercanías de la ruta 46, la cual fue una de las principales vías de acceso a la zona del desastre ambiental. Desde allí y subida a una piedra comenzó a observar el incesante paso de vehículos abocados a extinguir el “fuego maldito”.

Brigadistas agradecidos

Al tercer día le nació darle un “mimo” a todos esos hombres y mujeres que continuamente subían a apagar el incendio: es así que utilizando la piedra como plataforma cada tarde, a la hora del regreso de los brigadistas, se paraba y agitaba sus manos a modo de un cálido saludo. Los primeros intentos pasaron inadvertidos y eso la llenó de tristeza. No obstante no cejó en su propósito y cuando caía el sol salía al patio a saludar “a sus valientes” como los bautizó.

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Su constancia no fue en vano y llegó el día que la vieron, después bajaron a saludarla y desde ese momento se comenzó a gestar un ritual que llenó de energía y emoción a todos.

“La experiencia con los brigadistas fue muy hermosa. Ella tuvo sus charlas con ellos donde pudieron contarles sobre la situación del fuego y sobre sus experiencias personales. Con mucha emoción les contó que quiere ser valiente como ellos cuando sea grande”, contó con admiración su mamá, Graciela. Vale indicar que una bandera argentina selló para siempre esa amistad que trascendió generaciones y distancias.

La nena que esperó a los brigadistas todos los días con una bandera

De la tristeza a la alegría

Amancay es una niña muy involucrada con su lugar de origen y con su corta existencia ya manifiesta un ferviente amor por el entorno natural que la rodea. Razón por la cual valoró desde su visión el trabajo de cada uno de los brigadistas. “En la esquina de mi casa hay una piedra y ella arriba de esa piedra se paraba y saludaba a los brigadistas y le hacía con sus manos como dos palomitas”.

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Así empezó su historia de vinculación con estos héroes, que de distintos puntos de la provincia y del país llegaron a este rincón neuquino a combatir el fuego. La madre contó que su hija una tarde entró a su casa muy triste porque nadie la saludaba.

“Con lágrimas en los ojos me dijo: mamá nadie me ve, yo solamente los quería saludar porque son muy valientes. Ellos dan todo por nosotros!. Así que le tuve que explicar que los brigadistas regresaban cansados y tal vez no se daban cuenta de su presencia”. Aún con esa tristeza a cuestas, Amancay salía todas las tardes a repetir su rutina. Y el premio llegó. “Otra tarde entró corriendo muy feliz porque le habían tocado bocina y la habían saludado”, contó Graciela.

La nena que esperó a los brigadistas todos los días

La pequeña Amancay en cada atardecer permanecía con una “guardia” estoica esperando el paso de sus valientes. Más de una vez manifestó su preocupación por la integridad de los brigadistas. “Un día me dijo que le daba miedo de que sus valientes no vinieran porque ella esperaba que pasara hasta la última camioneta y no quería que les pasara algo malo”. Más adelante la niña tuvo la recompensa y algunos brigadistas pararon su recorrido y bajaron a saludarla y compartieron momentos con ella.

Una bandera argentina y tortas fritas

Amancay en su mente inquieta y muy compenetrada con el accionar de los brigadistas fue más allá con su reconocimiento diario y quiso sumarle algo más a sus saludos con las manos. “Una noche mi hija dijo que me tenía que pedir un favor y me solicitó que le comprara una bandera argentina para saludar a su valientes”.

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Entonces la madre compró el paño celeste y blanco y ella la ató a una caña y todas las tardes se la veía agitándola al ritmo de los bocinazos y los saludos de sus héroes anónimos.

“Ahora todos los días los voy a esperar a mi valientes con la bandera argentina”, supo decir la niña con orgullo. No contenta con eso en los días siguientes la destacada niña le pidió a su madre que le ayudara a poner un cartel al paño patrio.

“Ella me dijo que le mencionara las letras y con su letra escribió: Gracias Brigadistas. La verdad que ese gesto me llenó el alma”, remarcó su progenitora. Amancay cada vez que hablaba con sus valientes le pedía que le firmaran su bandera.

Nadie se negó a firmarle la bandera a mi hija por eso soy una mamá muy agradecida y además por todo el trabajo fundamental que hicieron estos héroes para apagar ese incendio que todos los días nos levantábamos preocupados y preguntándonos por qué se había prendido tanto bosque. Fue una lástima tremenda”, sostuvo Graciela.

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Añadió que fue tanto el amor que cultivó su hija con los brigadistas que más de una vez los esperó con bolsas de tortas fritas, que ella misma ayudó a preparar. Por último la mamá se mostró feliz porque antes de regresar a sus destinos cada grupo de brigadistas pasó a despedirse y a darle un abrazo su pequeña.

El amor de los brigadistas

Los valientes brigadistas que tuvieron a Amancay como su ángel reparador en cada jornada de arduo trabajo tuvieron muchas palabras de agradecimiento por tanta ternura brindada ante tanto desastre. Uno de esos héroes anónimos que conoció a la niña fue Juan Miguel Figueroa, perteneciente a la Brigada de Incendios Forestales de Chos Malal con dependencia del Sistema Provincial de Manejo del Fuego.

Lo de la niña nos pegó mucho. Fue algo muy lindo podernos encontrar con esa personita que si bien es tan chiquitita pero al parecer se da cuenta de tantas cosas y las puede expresar. Como brigadistas el saber que hay personitas así nos llenó el alma y nos fortaleció mucho para en el momento de estar trabajando y combatiendo el fuego tener muchas fuerzas para seguir en la primera línea”, contó el brigadista del norte neuquino que tiene una trayectoria de 12 años y trabajó por 26 días en el incendio del Valle Magdalena.

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Más adelante Figueroa contó que cada vez que se dirigían al incendio temprano en la mañana normalmente no la veían a ella pero no hubo un solo día que no los esperara en la piedra al frente de su casa para saludarlos cuando volvían al campamento.

“Fue muy lindo poderle ver la cara de alegría porque ella esperaba el día a día, esperaba ver a sus héroes que pasaran para podernos brindar su saludo y su fuerza. Así que la verdad que la experiencia fue muy linda”, recalcó. Añadió que “tuvimos la oportunidad de firmarle la bandera con nuestros nombres, también de regalarle una camisa y cada vez que pasábamos le dejábamos golosinas. Así que también se ponía contenta, porque estábamos los héroes con ella”.

El día de la despedida fue a pura emoción y con promesas de reencuentro en mejores circunstancias. Una foto grupal fue el testimonio ideal de una amistad entre un ángel y un grupo de brigadistas que dejaron hasta su último jirón de sacrificio para ponerle freno al fuego en el valle cordillerano.

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