El veterano Juan "Lana" Antonino disputa cada sábado el torneo amateur más grande de Sudamérica. A la noche sale a bailar con su esposa, se acuesta a las tres de la mañana, y al otro día puede recorrer más de 70 kilómetros en bicicleta. Su tremenda historia.
El futbolista más longevo del mundo se llama Juan Antonino y vive en Cipolletti. Los fundamentalistas de la estadística dirán que el Torneo Don Pedro no es una competencia oficial, y que en consecuencia los partidos que cada sábado disputa con su equipo no son válidos para realizar tal afirmación. Entonces recurrirán a Google para saber efectivamente cuál es el jugador más viejo en actividad; y el buscador les arrojará que se trata del japonés Kazuyoshi Miura (55 años), fuente de inspiración para la creación del personaje de Oliver Atom de los Supercampeones. Pura cháchara. La cuarta división del fútbol japonés seguramente tenga menos nivel que Don Pedro. Además, la historia de “Lana” Antonino, que está próximo a cumplir 75 años (le saca dos décadas de ventaja al nipón) y que tiene más energía que un joven de 30, es merecedora de un documental de Netflix.
Con su equipo “La Cantera”, cada fin de semana Antonino disputa el torneo para mayores de 55 años. Por la entrada edad de los participantes, podría pensarse que se trata de un fútbol recreativo, ameno y amistoso, pero no. Se compite a cara de perro, y los partidos son durísimos.
“Soy de pegar bastante. Pasa la pelota o el jugador”, confesó Lana a LMNeuquén, que puede desempeñarse como central o lateral, y que si hace falta hasta puede ponerse los guantes de arquero.
Finalizado cada partido, y luego de un extendido tercer tiempo con sus amigos, Antonino llega a su casa, se toma un litro de leche y reposa una horita en el sillón. Tras haber corrido 60 minutos y después de semejante esfuerzo físico, cualquiera podría imaginarse que este abuelo de tres nietos ya está listo para dormir como un angelito hasta el otro día. Nada de eso. El veterano se pone su mejor pilcha para salir a bailar con su esposa, demuestra todo su swing en las pistas, y puede acostarse pasadas las tres de la mañana.
“La edad es sólo un número y para jugar al fútbol no existe la edad”, aseguró Antonino, quien reveló su receta para sentirse tan bien: “No tomo alcohol, ni consumo sal ni azúcar, pero me invitas a un asado y lo considero mi permitido”. Además, religiosamente consume dos litros de agua por día y dos manzanas.
Con tanto fútbol y baile hasta la madrugada, el domingo debería ser su día descanso. Pero todavía falta demasiado para que el Ironman de la tercera edad complete su rutina deportiva de fin de semana: se levanta temprano, se pone la calza, la remera de neoprene, el casco, los guantes, y arranca su religiosa vuelta en bicicleta, que en un día normal no baja de los 70 kilómetros.
En plena pandemia, sin la posibilidad de practicar deportes de equipo, sus amigos empezaron a andar en bicicleta. Le insistían a Juan para que se comprase una y saliera con ellos, pero él se resistía. Mírenlo ahora: no puede parar.
El pibe de 74 en estos momentos se entrena para la carrera de los Siete Lagos, que ya compitió en la edición pasada y finalizó séptimo. Según la aplicación que tiene descargada en su teléfono, hasta ahora lleva recorridos 4.550 kilómetros, 248 horas arriba de la bici, 127 entrenamientos, y su récord en un solo día es de 110 kilómetros en cinco horas. La semana pasada, en San Martín de los Andes, de un tirón se fue pedaleando hasta la base del Chapelco. “Fue durísimo subir hasta allá”, confesó.
Una rutina demencial
En Argentina los hombres comunes suelen jubilarse a los 65 años. Pero Antonino no es un hombre común. Convencido de que va a trabajar hasta el día que se muera, este productor de manzana, pera y ciruela, arranca bien temprano desde Cipolletti hasta su chacra en Plottier (muchas veces se va en bici), donde puede pasarse toda la mañana arriba del tractor. “Yo voy a hacer lo que me gusta hasta que Diosito diga basta, pero estoy seguro que mi nuera desde el cielo me va a dar fuerza y salud para poder atender a mis nietos, que nos necesitan mucho”, dijo emocionado.
Según contó, a sus 74 realiza exactamente la misma rutina que cuando tenía 50 años. A pesar de tener las dos rodillas operadas (meniscos), tuvo la suerte de no haber sufrido grandes lesiones. Hoy, con este cuerpo privilegiado, hace lo que se le dé la gana.
“Mi señora tiene mucho que ver en todo esto. Ella me anima y nunca me puso un palo en la rueda”, dijo para referirse a María del Carmen, el amor de toda su vida, pero aclaró que “a veces se preocupa y me dice que no puedo hacer tanto ejercicio, o tirarme de la caja de la camioneta. Yo salto, me trepo, no tengo drama”, agregó.
Antonino va a la nutricionista con periodicidad, y cada seis meses se interna un día completo, donde aprovecha a realizarse todo tipo de estudios médicos.
Siempre detrás de la pelota (y de los sueños)
Antes que desafiar al cuerpo, Antonino tuvo que romper con una historia familiar. Su padre, que padeció diabetes, colesterol y un sedentarismo nocivo, falleció muy joven, a los 57 años. Esa pérdida iba a marcarlo para el resto de su vida: “Copié de él las muchas cosas que hizo bien y sus valores, pero intenté no repetir hábitos que no son saludables. Desde ahí siempre full deporte”, aseguró.
Así fue que en la década del '60 y '70 llegó a jugar en la Liga Confluencia, aunque afirmó que “nunca quise dedicarme al fútbol. Siempre lo tomé como una actividad secundaria, para hacer ejercicio”.
Pasó más de medio siglo desde la última vez que vistió la camiseta del Club Atlético Confluencia de Cipolletti y sin embargo nada cambió: él sigue corriendo detrás de la pelota. Con “La Cantera” desde 1998 participa ininterrumpidamente en el torneo Don Pedro y, como fiel hincha de Boca se jacta de nunca haber descendido con su equipo. “De recuerdos no voy a vivir, siempre estoy buscando nuevos desafíos”, juró.
Entre tantas otras metas que a lo largo de su vida se propuso, allá por la década del '90 refundó el Club Atlético Confluencia de Cipolletti (su padre había sido uno de los creadores), que había quedado en el olvido y en sus instalaciones se realizaban actividades de doma.
Antonino se puso la 10, contrató un abogado para que lo asesorase en temas legales, hizo la cancha, sus hijos – que por entonces eran chicos- lo ayudaron a plantar árboles, y de a poco volvieron a poner de pie a esta institución que hoy tiene socios, personería jurídica, un campo de juego alambrado, salón de fiestas, papeles al día, y a él de vicepresidente, claro.
Con esa misma tenacidad y desfachatez fue que consiguió las entradas para el mundial de Alemania 2006. En épocas en las que todavía no estaba muy desarrollada la venta por Internet, viajó cinco veces a Buenos Aires con la intención de comprar los tickets para los partidos de Argentina, pero en la AFA nunca conseguía su cometido. Entonces, antes de su último intento, se le ocurrió mandar una encomienda con 10 cajas de manzanas. Su plan funcionó a la perfección. Cuando llegó al hall principal del edificio de calle Viamonte 1366, le dijeron que Grondona lo esperaba en su despacho.
“Así que usted es el de las manzanas”, dijo Don Julio agradecido con el gesto, y terminó regalándole entradas para todos los cotejos.
Dos potencias se saludan
En un viaje por Barcelona, acompañado de María del Carmen y de uno de sus hijos, Juan Antonino realiza un tour por el estadio Camp Nou. Desde la tribuna vacía y mientras el contingente se aleja, el veterano jugador divisa que Lionel Messi entra al campo de juego. Entonces pega un grito: “Soy argentino, quiero una foto”. El astro argentino lo saluda con la mano y se mete en la tribuna para compartir un momento que quedó inmortalizado en una foto.
— ¿Dónde queda Cipolletti?- Le preguntó Messi.
— En el sur, cerca de Bariloche- le respondió él, en el breve pero inolvidable diálogo que mantuvieron.
Es probable que el mundial de Qatar sea el último que dispute Lionel Messi. De lo que no hay ninguna certeza es cuándo será el último partido de Juan “Lana” Antonino. “Yo fui futbolista toda la vida y lo voy a seguir siendo, por eso me cuesta mucho pensar en el retiro”, concluyó.
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