La violencia, que antes moría en el silencio de la culpa o la impunidad, ahora se inmortaliza en un video de 30 segundos. Mientras, la sociedad consume morbo.
Hace algunos días, en Navidad, el caso de un adolescente brutalmente atacado por una patota en Plottier volvió a poner sobre la mesa un tema que incomoda, asusta y, en algún rincón oscuro, también genera morbo. La violencia adolescente no es nueva. Antes de las redes sociales, cuando los celulares eran un lujo y TikTok no existía, las peleas ya sucedían: en la salida del boliche, en una plaza, en la esquina de una escuela. Sin embargo, algo cambió, y no solo es el alcance viral de estas barbaridades.
Hoy, las patotas se mueven con una coreografía perversa y en público. Atacan en grupo, como jaurías, pero no para defenderse, sino para destruir al otro mientras algún espectador, cómplice o aterrorizado, graba con su teléfono el espectáculo.
Es un show de sangre que luego se sube a las redes sociales, donde el morbo colectivo encuentra su escenario perfecto. Likes, comentarios, reposts. La violencia, que antes moría en el silencio de la culpa o la impunidad, ahora se inmortaliza en un video de 30 segundos.
El caso de Plottier es desgarrador. Un joven fue atacado con piedras y patadas, incluso cuando estaba indefenso. Su agresor principal fue encarcelado, pero el hecho ya se había convertido en contenido, en un archivo digital que alimenta el morbo colectivo. Las imágenes recorrieron grupos de WhatsApp, portales de noticias y comentarios cargados de indignación y odio, pero también de una oscura fascinación.
El morbo de la pelea y la audiencia global
La pregunta que muchos se hacen es si hoy los jóvenes son más violentos o si la tecnología amplificó una realidad que siempre estuvo ahí. Las redes sociales no inventaron el odio, pero sí lo democratizaron. En los '80 (o en el pasado), las peleas adolescentes no llegaban más allá de los límites del barrio. Las violentas trifulcas ocurrían y solo quedaban registradas en los relatos de amigos, anécdotas, pero poco en las noticias. Ahora, la violencia tiene audiencia global.
Hay algo más profundo que merece atención: la desconexión emocional que hay ente el espectador y la víctima. En tiempos donde todo se reduce a pantallas, donde un “like” reemplaza un abrazo y un “sticker” ocupa el lugar de una palabra de aliento, la empatía parece haber quedado fuera de juego. En las redes, la violencia no es real, es un espectáculo. ¿Qué importancia tiene una vida cuando es solo un video más entre cientos?
Hablar de la violencia adolescente es hablar también de una sociedad adulta que les falló. La furia de estas nuevas generaciones parece haber surgido de la nada. Es el resultado de hogares rotos, de instituciones débiles, de una cultura que glorifica la competencia y la brutalidad mientras demoniza cualquier tiempo de vulnerabilidad. ¿Se está a tiempo de cambiar el rumbo de esta barbarie?
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