La familia Casanova de San Martín de los Andes tiene un conflicto sin fin por la tierra con la comunidad Curruhuinca. Ahora se le suman fiestas interminables.
En un campo paradisíaco en la zona de Pil-Pil, con vista al lago Lácar, a unos 8 kilómetros al sur de San Martín de los Andes, la disputa entre los Casanova, una familia campesina tradicional, y la comunidad mapuche Curruhuinca, se convirtió en un símbolo más de la guerra por la tierra y el poder en la Patagonia.
El conflicto, que suma décadas de tensiones, alcanzó niveles de violencia, que están en pugna por el derecho a permanecer en un territorio que consideran propio. En el medio está la política, y un manto de silencio en la aldea de montaña de Neuquén.
Nélida Casanova, una de las integrantes de esta familia, que tiene raíces profundas en la ciudad cordillerana, describió a LMNeuquén cómo se fue desgastando una relación que hace décadas era muy buena con las comunidades mapuche.
“Mis viejos siempre convivieron con la comunidad, pero no con estos cabrones que hay ahora”, acusó Nélida, describiendo el contexto en el que el conflicto se intensificó en los últimos días.
Mapuches versus campesinos: la historia
Según la mujer de la familia Casanova, la situación con algunos integrantes de la comunidad Curruhuinca está fuera de control. Denunció que “viven enfiestados” en una cabaña, haciendo guardia para cuidar los límites de medianera de un campo, identificado como Lote 56 de Pil Pil.
“Lo único que hacen es cortar árboles, están depredando la montaña”, dijo la mujer campesina, quien los filma con su celular, lo que considera un calvario que vive todos los días, pero que nadie hace nada para detener la tala de bosque.
Para ella, la permisividad de las autoridades, especialmente del Parque Nacional Lanín, fue clave en la escalada del conflicto, ya que considera que, al reconocer la propiedad comunitaria, se alentó a algunos miembros de la comunidad a actuar sin limitaciones.
Es que la convivencia, que alguna vez fue respetuosa, se volvió hostil y marcada por la desconfianza en los alrededores de San Martín de los Andes.
Casanova sostuvo que la familia Epulef -cabeza visible de la comunidad Curruhuinca en esa zona- tomó el control del bosque, con talas indiscriminadas y constantes fiestas que rompen la paz del paraje.
“Se enfiestan desde los miércoles hasta el lunes, con la música a todo lo que da y siempre cortando árboles del bosque para vender la leña”, relató, en alusión a las largas jornadas donde el sonido de las motosierras y la música no dejan en paz a los Casanova.
Nélida describió que los enfrentamientos incluso han requerido la intervención policial como el pasado viernes en el campo, y que la falta de acción de la Policía, se agravó la situación. “Les conviene tener a estos flojos porque ellos son 500, en cambio, nosotros somos 50 nada más”, enfatizó.
“¿De qué propiedad privada habla de esta gente? Se emborrachan todo el día, sacan leña, la venden para emborracharse, para hacernos la vida imposible”, sostuvo la vecina, que vive en el paraje Pil Pil.
Un mojón y cada uno en su trinchera
El descontento de los Casanova también se enfoca en Ariel Epulef, lonco de la comunidad. La mujer aseguró que intentó entablar diálogo, enviándole mensajes para mejorar la convivencia; pero no tuvo respuestas positivas.
La colocación de un mojón entre ambas “propiedades” se convirtió en una frontera simbólica y conflictiva. “Nunca voy a avanzar sobre ese mojón que pusieron, porque las tierras son nuestras”, sentenció la pobladora, quien afirmó que solo quiere vivir en paz, pero que, ante el silencio de las autoridades, el conflicto sigue escalando.
El último incidente, según Casanova, ocurrió el viernes pasado, cuando una discusión derivó en una balacera en la que incluso la Policía tuvo dificultades para calmar la situación.
La familia Casanova buscó apoyo en el subsecretario provincial de Derechos Humanos, Ricardo Riva, encargado de las mediaciones. Pero Nélida no mostró optimismo en ese mecanismo. “Me dijeron que no van a poder arreglar porque hay violencia”, dijo.
Para los Casanova, que dicen vivir en estas tierras desde hace más de 120 años, el quiebre de la relación con los Curruhuinca se hizo más evidente tres años, cuando comenzaron a colocar esos mojones en el campo, en la zona conocida como “los radales”.
Según Nélida, fue en ese momento cuando “se pudrió todo” y decidieron acampar hasta enero de 2021 para evitar perder más territorio.
Desde ese momento, Nélida y su familia construyeron una casa para vigilar el campo, y evitar que la comunidad avance más sobre las tierras. Y aseguró que la familia mapuche “tiene casa en el centro de San Martín de los Andes”, pero que mandan a personas a cuidar la casa del bosque para seguir el conflicto con los Casanova.
Historia de pastoreo: cuando todos eran felices
La historia de los Casanova en Pil Pil se remonta a principios del siglo XX, cuando Rosauro Casanova, el primer poblador, registró su presencia en 1903 mediante pagos de pastoreo en el área.
La situación cambió radicalmente a partir de la creación del Parque Nacional Lanín, que afectó la tenencia de tierras y otorgó a la comunidad Curruhuinca el reconocimiento legal sobre vastas extensiones de propiedad comunitaria, unas 10.500 hectáreas, bajo la Ley Nacional N° 23.302 y su reglamentaria N° 155/89.
Aunque los Casanova dicen tener derechos sobre el Lote 56, donde viven alrededor de 150 personas, temen que el reclamo de los Curruhuinca los desplace definitivamente.
La vieja familia pobladora de San Martín de los Andes sostiene que, en un intento desesperado por proteger sus tierras, se vieron obligados a acampar allí durante varias semanas, impidiendo que se sigan tomando partes de las hectáreas que consideran su campo.
La convivencia entre estas dos familias está quebrada. El conflicto ya no solo gira en torno a la tierra, sino que toca fibras profundas de identidad y pertenencia en la región. Mientras tanto, los bosques que ambos bandos reclaman como propios, padecen el impacto de las motosierras.
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