La historia jamás contada de las Águilas Rebeldes, pioneras del fútbol femenino en Neuquén
Conquistaron trofeos y derechos. Jugaban contra hombres y les ganaban. Unas verdaderas cracks dentro y fuera de la cancha, que se juntaron después de 30 años para rememorar aquellas epopeyas deportivas.
Corre el año 1984. En Neuquén, y en casi toda la Argentina, el fútbol es patrimonio exclusivo de los hombres. Los varones son los dueños de la pelota y las mujeres, a lo sumo, espectadoras de los partidos de sus novios o maridos. Pero acá, en el corazón de barrio El Progreso, en la cancha del Kiosco Raulito, hay once mujeres a las que no les convence mirar. Ellas quieren ser protagonistas. Ponerse los cortos y salir a la cancha a demostrarle al mundo todo lo que saben hacer: tirar caños, taquitos y chilenas. Gambetear, hacerle un mimo a la pelota y clavarla al ángulo. Para mostrar todo este talento innato, se organizan y conforman las “Águilas Rebeldes”, el primer equipo de fútbol femenino de Neuquén. Un conjunto que será imbatible y campeón de los torneos barriales durante seis años consecutivos. Esta es la historia mínima de un grupo de mujeres gigantes, que hace casi cuarenta años conquistó trofeos, medallas y sobre todo derechos.
“No sé si fuimos nosotras las que hicimos explotar el fútbol femenino en la región, pero sí que incentivamos y contribuimos a que todo esto pasara” dice Silvia Ellena (59), la exquisita número diez de aquel equipo inolvidable, que fue campeón ininterrumpido entre el año 1984 y 1990. “Había muchas chicas cohibidas que nos iban a ver, chicas que tenían vergüenza al qué dirán, y nosotros le terminamos mostrando el camino”, agrega Silvia, que era una jugadora excelsa, que con su estilo de juego enamoraba a cualquiera, sobre todo a Julio Tapia, al que conoció adentro de una cancha y con el que hace 35 años que está casada.
Tan pioneras fueron las Águilas Rebeldes que al principio no tenían contra quién jugar. Los campeonatos de mujeres se organizaron recién con el paso del tiempo, cuando empezaron a surgir otros equipos: Sarmiento, de barrio Belgrano; El Trébol, de barrio Limay; Limayquen de Cipolletti; Los Canales de Plottier; y Los Copihues Rojos, de San Lorenzo Sur, eran algunas de las rivales que las padecían cada fin de semana. Aunque cada vez había más equipos, ellas seguían sin tener competencia: las bailaban a todas. Nadie podía vencerlas. Y menos todavía en la cancha de Raulito, que se llenaba de gente para ver el espectáculo que brindaban. Hasta Don Felipe Sapag llegó a presenciar un encuentro de las chicas, en esta cancha que supo ser una fortaleza y que estaba ubicada en las calles Mascardi y Galarza, donde hoy funciona la EPET N°7.
Las trataban de machonas y también las mandaban a lavar los platos. A ellas no les importaba nada. Agarraban la pelota y encaraban, yendo para adelante como leonas, tanto dentro como afuera de la cancha. “Mis amigas no querían juntarse conmigo porque jugaba a la pelota, y mi mamá me ponía pollera porque odiaba el fútbol”, dice Viviana Salinas (59), que era la número 7 del equipo y que pudo haber sido jugadora profesional en Chile, si su familia le hubiese dado el permiso para viajar. “Nosotras éramos mujeres libres, abiertas, nos preguntábamos por qué no podíamos salir a jugar a la pelota, por qué teníamos menos derechos que los hombres”, agrega esta crack que le pegaba con las dos piernas, que hacía unas tremendas rabonas, y que su padre la hacía patear pelotas de cuero mojadas para que aprendiera a pegarle más fuerte.
Aunque de manera informal, podría decirse que también fueron ellas las antecesoras al semi profesionalismo que recientemente consiguieron las jugadoras de AFA. Viviana era tan habilidosa y necesitaba tanto el dinero, que un entrenador le pagaba por goles convertidos. Una vez casi lo funde: en un solo partido metió siete, y a plata de hoy le había prometido unos mil pesos por gol. Las hermanas Alejandra (58), Silvia (58) y Pato Ellena (52) eran jugadorazas y pobrísimas. Habían llegado hacía poco de Mendoza, y con su familia no les quedó otra opción que irse a vivir a un colectivo abandonado, que estaba apostado en el Río Grande. Con tal de que no dejasen de jugar, su descubridor les prometió y finalmente les consiguió una casa en el barrio San Lorenzo. “Jugando a la pelota pudimos darle una vivienda a mi viejo y a mi vieja”, dice Alejandra Ellena, la central más rústica que jamás se haya conocido: tiene más tarjetas rojas que goles convertidos.
El fútbol no sólo las salvó de jóvenes, también de grandes. Kuky Retamal (73), la más veterana del equipo y una 9 implacable, se había retirado a los cuarenta y pico y volvió a las canchas con 55 años. “Tenía una depresión y un bajón muy grande, mis sobrinas me vieron muy mal y me llevaron de nuevo a una cancha. En ese momento el fútbol me re ayudó”, dice Kuky, quien todavía tiene presente el golazo olímpico que le hizo a Cristina Martínez, una arquera que se destacaba por lo alta que era. Ahora que una lesión en la médula no le permite jugar, se dedica a la música: es percusionista y cantante melódica.
Muchas de sus compañeras desconocían por completo esta faceta artística de Kuky. Es que claro, algunas hacía más de 30 años que no se veían. Ya sea por lesiones graves, por maternidad, o por cuestiones de la vida, de a poco las Águilas Rebeldes fueron abandonando el fútbol y perdiéndose el rastro. Por eso es que tampoco sabían que la más chica de las hermanas Ellena, Patricia, aquella número cinco aguerrida y talentosa que tiraba bicicletas, en Plottier armó la escuelita de fútbol “Estrellitas del Sur”, en donde entrenaba y les daba la merienda a más de 50 niños. “Soy madre de siete hijos, a uno le puse Román por Riquelme, y ahora tengo ocho nietos”, dice Pato, que tuvo la escuelita hasta el año 2003.
El equipo de las Águilas Rebeldes se completaba con Dina Salinas (Arquera), Sandra Salinas, Alicia Martínez; Ana Martínez, Olga Coria y La Tere; y otras compañeras que faltaron a este reencuentro por diversos motivos: algunas porque les daba vergüenza, otras por un tema de religión, y otras porque no les interesa que sus hijos sepan que fueron leyendas del fútbol femenino: “Yo estoy orgullosa de lo que hicimos y el camino que le dimos a nuestros hijos con el deporte”, dice Silvia.
A casi 40 años de aquellas epopeyas, hoy las Águilas Rebeldes se lamentan por haber nacido en el tiempo equivocado. Es lógico: con el talento que tenían, más de una seguramente hubiese llegado a primera división, y alguna tal vez hasta podría haber hecho carrera en Europa. Pero más allá de la pena por todo lo bueno que les pudo haber pasado y no les pasó, lo cierto es que les queda un galardón que nadie no se los puede quitar: ellas son historia pura. Son las mentoras de este presente donde las canchas de fútbol cinco están abarrotadas de chicas, donde el fútbol femenino es parte de la curricula de Educación Física en las escuelas, y en donde hoy unas 450 jugadoras repartidas en 25 equipos disputan la liga de LIFUNE.
Este lunes a las tres de la mañana, la selección Argentina de fútbol femenino debutará en el mundial que se está disputando en Australia y Nueva Zelanda. Las Águilas Rebeldes ya prometieron que van a ponerse el despertador para alentarlas. No serán las únicas que van a madrugar para ver el partido contra Italia. También jóvenes, niñas, niños, personas mayores y otro montón de argentinos y argentinas que disfrutan de este presente del fútbol femenino. “Nosotros sabíamos que esto tarde o temprano iba a terminar pasando”, concluyó Silvia.
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