La radio, el primer aparato que te permitía recorrer el mundo desde cualquier lugar de tu casa
Las emisiones cumplen 103 años desde el primer sonido. Receptores de todo tipo fueron protagonistas de la vida de miles de familias.
La radio como medio de comunicación cumple este domingo 103 años desde su primera emisión, con los Locos de la Azotea, pero también es el aniversario de la radio como artefacto, esos receptores, que fueron protagonistas de la vida de millones de personas desde su aparición.
La primera radio que deslumbró mi niñez fue “La Siete Mares” de mi tío Jorge, que a su vez había heredado de mi abuelo Francisco. Ese era el nombre de aquel modelo comercial de la marca Noblex de principio de los años '70, que además de ofrecer la posibilidad de captar seis bandas de frecuencia, ostentaba un mapamundi color gris metalizado y dispuesto estratégicamente en una tapa rebatible que en nada parecía envidiar a la sofisticada que utilizaba James Bond en sus películas.
El nombre La Siete Mares se relaciona necesariamente con las aventuras y los personajes del escritor Julio Verne, lo que convertía la costumbre de escuchar “la radio” en “esa radio” en todo un desafío para nuestra imaginación temprana. Por las noches, en algún altillo en invierno o en las terrazas de los tibios veranos, sintonizábamos emisoras de todas partes del mundo, sin mayor necesidad de otras luces que la del tablero multicolor del transmisor, pleno de números de frecuencias de amplitud modulada (AM) y de Onda Corta también conocidas como Short Wave (Onda Corta en inglés).
La aventura no terminaba en poder sintonizar con precisión las radios internacionales. Era cierto que la radio “te traía el mundo a tu hogar” con emisoras como la BBC de Londres, La Voz de los Estados Unidos de América y Radio Exterior de España, si no que ofrecían para América Latina (y para otros lugares del mundo) un servicio de oyentes para chequear su alcance y calidad de llegada. Al final de cada transmisión, los programas invitaban a los oyentes a escribir a la emisora contando desde dónde y cómo la sintonizabas. A quienes aceptábamos el desafío, en pocas semanas y a la vuelta del correo recibíamos revistas, folletos, calcos y obsequios por el estilo, además de las estampillas de los distintos países con las que nos convertíamos en filatelistas.
Mucho tiempo después nos enterábamos que muchas personas compartían este hobby y se nucleaban en asociaciones de “diexistas”. El Diexismo es la pasión por escuchar radios lejanas y su nombre proviene del término telegráfico “DX” que significa distancia.
La radio “La Siete Mares” ponía a nuestro alcance todas las distancias y gracias a aquel mapa rematado al fondo por bandas blancas y verdes, que recorríamos durante horas y horas con la mirada, viajando por los continentes, reconociendo y aprendiéndonos los países de memoria, recorríamos imaginariamente el planeta Tierra de océano a océano.
Mi viejo que en su juventud había tenido una radio “Spica” me contó alguna vez como escuchó en ella todos los partidos, y si bien no pude heredarla de él, la conseguí de segunda mano en un puesto de anticuarios en Vicente López. Se trataba de un modelo fabricado por la empresa japonesa “Sanritsu Electronic Co. Ltd.”, que para el año 1964 había logrado fabricar por entonces más de un millón de receptores.
Recubierta por una funda de cuero y munida de una manija del mismo material a tono permitía portarla sobre el hombro desde dónde, apoyada a la oreja, permitía seguir con apasionada intimidad las jugadas más intensas de cada partido. Además, fueron unas de las primeras radios en traer incluído un monoaudífono, en su propia micro-funda de cuero (cual cría de canguro) para escuchar en la calle y el transporte público, sin molestar ni a pasajeros, ni a transeúntes, en la época en la que ese tipo de actitudes formaban parte de las normas de etiqueta.
La radio de nuestra infancia fue “Carina”, otro éxito de la firma Noblex, que consumía por semana cuatro pilas medianas en las que se invertía sin ningún problema porque les servían a algunos para desquitarse de los injustos fallos arbitrales, en la época en que la gente llevaba sus radios portátiles a las canchas. Las radios portátiles fueron de algún modo las precursoras de la telefonía móvil, en los vehículos compañeras de los viajantes en las épocas en las que aún no existía el pasacassette, ni su antecesor el pasamagazine.
En algún momento, tener una radio en la casa significaba acceder a un bien de lujo y no faltaba quién se distinguiera por tener en el living una “Tonomac Platino” relegando a la cocina otras radios de menor porte y costo destinada a subsistir entre los vapores y las salpicaduras de aceite y salsa.
Por lo general, aún en muchos hogares se conserva la costumbre. En algunas casa había más de un receptor en cada espacio, sin descartar ni siquiera el baño. El galponcito, el patio cerrado con tinglado, las mesitas de luz, todos oficiaron de altares hogareños de las radios y en nuestra zona, por mucho tiempo, todas sintonizando simultáneamente la tradicional LU5 primera radio del Alto Valle.
Daniel, otro de mis tíos, me cuenta que escuchaba en su niñez en un receptor a válvulas, su radioteatro infantil preferido “La Aventuras de Tarzán y Tarzanito” con César Llanos y Oscar Robito, mientras disfrutaba gustoso un tazón de chocolate “Toddy” que era la marca auspiciante.
La radio era entonces un voluminoso armatoste de madera, protegido por una carpetita de lana tejida por mi abuela y que ocupaba un sitial de preferencia en lo alto de un mueble al que llamaban “el aparador”.
Me cuenta también mi tío que el abuelo Francisco armaba sus propias radios siguiendo las puntuales indicaciones de la revista Mecánica Popular, que traía los planos para saber "cómo construir tu propia radio a galena”, utilizando solamente conductores de sulfuro de plomo que, aparentemente, era el material más accesible de la época, si no el menos tóxico.
Hoy, que puedo disfrutar desde mi computadora de escritorio, a través del programa “Radio Garden”, vinculado a “Google Earth”, de la posibilidad de sintonizar en línea y en tiempo real cientos de emisoras del planeta, prefiero cada tanto encender alguna de las tantas radios vintage que he venido coleccionando todo este tiempo. Adivino música entre el sonido de descarga y fluctuación de la sintonía de las emisoras, qué logro captar, casi artesanalmente.
La radio, esa sobreviviente que este domingo cumple 103 dos años, me sigue acompañando como acompañó a mi familia desde sus orígenes, en la azotea de un teatro hasta cada uno de los radio-receptores en los que su magia sigue siendo el mejor de los viajes imaginarios.
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