Desde pequeño, el músico neuquino vio como su abuelo registraba todo lo que escribía en cuadernos. Hace unos años, sacó del baúl esas letras guardadas y les puso música.
Es una mañana fresca de otoño y el lago Aluminé está tan calmo que parece un espejo. Desde la costa, llega el sonido de una guitarra que alguna vez ya estuvo ahí y una voz profunda que entona: “los pehuenes con la vida volverán, nguilleo con la vida volverá, ñi newen con la vida volverá”. El que toca es Traful Berbel. La canción se llama Lluvia de Piñones y la escribió Don Marcelo Berbel allá por 1998. Sin embargo, es la primera vez que alguien la canta, porque es en ese mismo instante en que su nieto le acaba de poner música, de traerla otra vez a la vida.
“Soy un privilegiado de poder componer junto a mi abuelo, y al mismo tiempo, de unir tres generaciones, porque no sólo es ponerle música a esas letras, es poder cantarlas junto a mi madre”, dice Traful.
Hace unos años, volvió a encontrarse con los cuadernos en los que su abuelo registraba todas las canciones que escribía y en los que indicaba que ritmo tenían o tendrían. De pequeño solía mirarlo escribir en la mesa grande del comedor, rodeado de papeles, con el mazo de carta cerca por si se iba la inspiración y había que apurar un solitario.
Marcelo dejó una obra de 1357 letras, además de sus coplas, libros y músicas. Muchas de esas letras fueron musicalizadas por él mismo, sus hijos u otros grandes artistas. Era muy generoso con quienes le pedían una para crearle una música, porque entendía que sólo así cobraban vuelo. Hoy Traful lleva compuestas 65 canciones, que canta con orgullo en cada escenario, patio o camino. Empezó con una zamba, La Lajeña. Era muy joven en ese entonces y andaba enamorado del amor. ¿Para qué buscar más allá si en su casa tenía a el poeta?
“Después vinieron otras zambas románticas –dice entre risas–. Pero la primera canción a la que le puse todo mi compromiso fue Purrán. Mi abuelo la había anotado como milonga, pero para mí, no podía ser otra cosa que un loncomeo. En una tarde pude darle forma y hasta hacerle los arreglos. Para mí si la música no sale de forma espontánea, si algo me traba, prefiero dejarla. Así que enseguida empecé a tocarla con la guitarra y cantarla para mi mamá. Cuando la escuchó, se le caían las lágrimas”.
Quizá porque siempre supo
Traful no recuerda bien cuando fue la primera vez que tocó un instrumento, pero sí que en las cientos de tardes en que visitaba a los abuelos en la casa del barrio La Sirena -donde vive ahora-, le gustaba jugar con la guitarra de su tío, Hugo “Chelito” Berbel, que alguien dejaba en el living de adelante. Nadie parecía notarlo. Sólo su abuelo rondaba la sala con evidente disimulo. Tampoco nadie percibía lo mucho que le gustaba imitar la voz de su tío Guchi, en los viajes en auto por las rutas neuquinas, mientras sonaba un cassette de Los Hermanos Berbel.
Tenía 7 años cuando al golpe de Cultrún le recitó El Embudo a su señorita de segundo grado. A los 9, en la Escuela N°2, conoció al profesor Pablo Rodríguez que entendió que Traful traía un don con la música. Comenzó con la flauta dulce, pero al tiempo ya podía tocar piano, guitarra y armónica. “Pablo fue un incentivo muy importante. A partir de ese momento sólo me interesó la música. De él aprendí la forma de mucho de lo que hoy enseño en el Estudio Musical Los Berbel”, explica Traful.
Recién al año siguiente, su familia por primera vez lo vio tocar, en un acto escolar donde hacía un solo en una flauta contralto. Todos quedaron fascinados y fue entonces, quizá antes, después o varias veces que Marcelo soltó las manos que solía llevar enlazadas en la espalda y con el dedo índice señaló a su nieto en ese gesto tan suyo de decir: “yo sí lo sé”.
“Toda la vida estuve en contacto con la música. Y eso queda en la retina. Las guitarreadas en lo de mi mamá o en lo del Tata; la circulación permanente de músicos que llegaban de cualquier lugar a ver a mi abuelo; o entrar en su casa y encontrarlo componiendo”, dice Traful con cierta nostalgia.
Hay una frase por ahí que reza: “Nada de lo que sucede se olvida, aunque ya no puedas recordarlo”. ¿Desde dónde venimos siendo quienes somos? Marité Berbel recuerda que cantó durante todo el embarazo: “Antes yo tocaba el Cultrún bajo el brazo, pero desde hacía unos meses había tenido que suspenderlo, porque para hacerlo tenía que afirmarlo en mi panza y en cada golpe, Traful pateaba y a mí me daba miedo de lastimarlo. La noche anterior a que él naciera, yo estaba cantando con mi hermano en el Quincho Lo de Berbel. En cada contracción, yo lo agarraba del brazo a Hugo y lo apretaba fuerte y él cantaba solo o hablaba hasta que se me pasaran. Esa noche nos fuimos al hospital y a la madrugada nació Traful”.
La música se convirtió en el motor de su vida y con la guitarra siempre tuvo un vínculo especial. Un día, cuando volvió a la casa su padre, Traful se dio cuenta que se había traído sin querer la guitarra de lo del abuelo. Marité puso el grito en el cielo, porque muy amoroso era su papá, pero cuando se imponía y más con sus cosas, se hacía notar. Al otro día volvieron de visita, pero se olvidaron de llevar la guitarra. Hasta que Marité tomó coraje y le dijo a su padre que Traful se había llevado la guitarra a la casa. “Que se la quede”, dijo casi al pasar y a los segundos volvió a mover el dedo índice.
“Traful se sienta a componer donde mi papá lo hacía, en la misma casa, en el mismo barrio. Él sabe que no escribe solo, que al lado está su abuelo. Yo creo que es así. La música de Traful, con los años y las generaciones que pasaron en el medio, no deja de ser música Berbeleana”, dice Marité emocionada.
Ya lo decía Atahualpa Yupanqui, hay un destino del canto. Vaya si lo hay. Berbel tenía muy claro eso, ante todo era un poeta. Después, sólo se necesitaron una guitarra y un abuelo que siempre supo.
En la sangre
Cuando Marité era chiquita y todavía no la dejaban cantar, se iba sola al patio o al canal de riego a hacer su propio show y jugar al circo. El juego consistía en imaginar un gran público que ovacionaba a los cantores, la clave estaba en que los artistas eran ella y sus hijos.
“Es tan difícil de explicar lo que me pasa de que este hijo esté continuando con la obra de su abuelo... A veces me ubico como alguien mirando de afuera, y digo: ‘qué lindo que debe ser para esa mujer haber cantado con sus hermanos, con su papá y ahora con sus hijos; qué lindo debe ser haber podido disfrutar a cada uno de los Berbel que decidió comprometerse con la obra patagónica, neuquina, la obra de los chatos. Y cuando me pongo del otro lado digo: esa mujer soy yo”, dice Marité.
Durante años, Traful pudo contemplar muy de cerca la carrera de su mamá, no sólo porque siempre fue una forma de vida, sino porque iba a cada ensayo para ver como tocaba Marcelo Piñeiro y los otros músicos que la acompañaba.
Pero cuando Marcelo Berbel partió y él tenía 14 años, esa formación se disolvió. Y como siempre que algo muere, algo nace, ahí mismo en esa chispa comenzó el gran proyecto de su vida: su mamá lo invitó a tocar con ella en su nueva banda.
El 31 de agosto del año 2003, Traful Berbel tuvo dos experiencias inolvidables: por primera vez viajó en avión y por primera vez tocó con su mamá en vivo. Lo hizo en la televisión pública, en el programa Folklorísima. Ese día en el detrás de escena, el Negro Trujillo, compañero de Mariteé y papá del alma de Traful le dijo a la Negra: “Qué temple. Qué seguridad. Está hecho para esto”.
No hay nada que hacer, todo se lleva en la sangre, o como dice Traful: “Cuando canto a dúo con mi vieja, me pasan cosas muy intensas. Se da un hecho extrañísimo y siento que mis tíos, que mi abuelo, que todos están ahí”.
Neuquén país
Viento Sureño (el segundo loncomeo que escribió Berbel), Loncopué, Será porque soy neuquino, Volver a Chos Malal, Triste Limay, Raíz de Piedra: los nombres de las canciones que el más pequeño de los hijos de Marité compuso junto a su abuelo, llenan páginas.
Además de recuperar esas letras, de registrarlas metódicamente como lo hacía Marcelo, de subir los discos a las plataformas digitales, de visibilizar permanentemente la obra, Traful siente que tiene una responsabilidad que lleva adelante con convicción y amor.
“Quiero completar ese trabajo de mi abuelo, es un objetivo de vida, que queden todas las canciones musicalizadas. Lo hago por compromiso con mi pueblo, por amor a Neuquén y por placer”, explica.
“Pero también creo que Neuquén necesita un refresco de canciones. Cada vez que alguien nombra nuestra tierra nos llenamos de emoción, el corazón nos late rápido. Es buenísimo que podamos disfrutar del folklore de toda Argentina, pero necesitamos que se le cante a la Patagonia”, describió.
Milton Aguilar, Hugo Gimenez Agüero, Lito Gutiérrez; los neuquinos Matías Rivas, Pablo Rozas, los hermanos Pérez, Atilio Alarcón, son algunos de los músicos que Traful admira y reconoce en su creatividad y compromiso con el territorio sonoro. “Hay muchas personas creando, hombres y mujeres, lo que nos faltan son espacios para nuestra música patagónica”, manifiesta.
Quien lo explica bien es Marité: “Se preguntaba mi viejo en una de sus poesías: ‘¿Como será todo esto después de que me haya ido?’. Yo sé que hay continuidad con Traful: por sus composiciones, por sus letras también, pero además por su compromiso. Heredó la porfía de Los Berbel. Aún nos sigue costando subirnos a los escenarios de nuestra provincia. A la música patagónica le sigue costando. Si hace 53 años que canto, es porque soy porfiada. Yo no voy a tirar la toalla, no lo voy a hacer. Yo quiero ir a las escuelas, yo quiero ir a la cárcel, yo quiero ir a los hospitales, yo quiero seguir cantando. Porfía y resiliencia: esto heredó Traful”.
Quizá también la forma de tocar la guitarra, de llevar el bigote, de creer en la belleza de lo sencillo y de amar a Neuquén por sobre todas las cosas como lo hace un Berbel.
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