Facundo Melchor, nacido en Chos Malal y criado en Neuquén, empezó a explorar en la música desde chico. Hoy vive un gran presente en la ciudad de Aarhus.
Facundo Melchor tenía cinco años cuando recibió de regalo su primer instrumento musical: una batería. Le duró una semana. “Era una batería de juguete y como para un niño, no para un monstruo que le pegaba así”, recuerda. A su hermano le habían regalado un teclado que no usaba y fue con ese instrumento con el que Facundo hizo sus primeras exploraciones en la música electrónica.
Hoy, 32 años después, Facundo, nacido en Chos Malal y criado en Neuquén capital, vive en Dinamarca, donde está cerca de terminar una licenciatura en Artes del Sonido y Música Electrónica, una carrera a través de la cual no sólo se potencia como el artista con dos décadas de trayectoria que es. También encontró en la veta pedagógica un señuelo para seguir indagando en el lenguaje de un género musical algunas veces denostado en nuestro país.
Antes de recalar allí, vivió en Buenos Aires y en Brasil. Giró durante muchos años tocando en festivales en Asia, Europa y América. También, sufrió un robo que marcó un camino a seguir.
Un pionero del psytrance en Neuquén y en el Valle
Después de explorar los ritmos con ese primer teclado que tomó prestado de su hermano, Facundo siguió en su búsqueda: en la Escuela N°2 de Neuquén capital, donde cursó parte de la primaria, tocó la flauta y participó en el coro -de la mano de Pablo Rodríguez, un profesor de música inolvidable para quienes fuimos a esa escuela-. También hizo talleres de percusión y, con un programa que un amigo le mostró, comenzó a probar componer música electrónica.
“Con esa herramienta podías editar sonido y ponerle ruidos, cargar samplers y ponerte auriculares para escuchar un sonido de un lado y otro del otro. A mí me pareció re interesante esa parte. Generar una sensación cuando te ponés auriculares. Sustituí horas de jugar a los videojuegos por eso y me fui metiendo de a poco”, me cuenta Facundo del otro lado de la pantalla.
Hacemos una videollamada un domingo al mediodía de Argentina. En Aarhus, la segunda ciudad más grande de Dinamarca, donde reside, son las 4 de la tarde y hace frío. Facundo lleva puesto un gorro de lana mientras yo dudo si prender o no el ventilador.
“Mi primera vez en un estudio fue a los 17 años que produje el álbum para un cantante de rap local. Ya a los 16 había estado haciendo beats para San Lorenzo City, cuando recién habían arrancado. Éramos todos re chiquitos”, sigue relatando.
En esos años, Facundo y un grupo de amigos iniciaron un proyecto para producir y difundir acá en la zona un subgénero de la música electrónica, el psychedelic trance o psytrance, también traducido al español como “trance psicodélico”.
Como cualquier otro género -el rock, por ejemplo- la música electrónica no es toda la misma. En el caso del psytrance, aprendo de Facundo, es un subgénero que proviene de la India y que además de un determinado estilo de sonido, contiene algunos elementos religiosos, de pseudociencias y está mezclado con lo que conocemos como movimiento hippie. Así, podríamos decir que no es sólo música, también es la adaptación a cierto tipo de vestimenta, cierto tipo de alimentación y un comportamiento filosófico y político determinado.
“Nosotros creamos el nicho y creamos la movida para que exista el gusto por este estilo. Básicamente, influenciamos a otra gente para que nos siga a nuestras fiestas, las que armábamos allá en Neuquén. Éramos cinco amigos que después nos fuimos a vivir a Buenos Aires, donde hicimos nuestra experiencia y nos sumamos a una movida más nacional que ya estaba e hicimos nuestro aporte”, explica.
En la primera década del nuevo siglo, la movida del psytrance apenas era conocida en el Alto Valle, lo cual marcó para Facundo un techo. Después de un par de años estudiando en lo que hoy es el IUPA, partió a Buenos Aires. Allí, cuenta, estudió música electrónica siempre de modo particular, mientras estudiaba otras carreras, entre ellas kinesiología.
En 2008 creó un proyecto con un seudónimo que lo acompaña hasta hoy: Calabi Yau. El nombre proviene de dos matemáticos, Eugenio Calabi y Shing-Tung Yau, quienes en la década del ‘70 desarrollaron una teoría difícil de entender para casi todos los mortales pero que Facundo explica como “una función matemática que especifica una vibración que define la materia o la energía o lo que existe”. “Para mí la música crea eso en mi mente, cuando yo escucho música veo un mundo o creo una realidad que está construida a partir de vibraciones sonoras”, resalta.
El robo que precipitó la vida en Dinamarca
Tras ocho años de vida porteña y sin terminar kinesiología, Facundo se aventó a traspasar las puertas que se habían ido abriendo en esos años. Durante tres años giró con su música por Europa, Asia y América hasta que se instaló en Brasil.
En ese momento, ese país era más sustentable, Facundo podía tocar más seguido, los cachets eran buenos y el costo de vida, más barato. Además, la escena del psytrance es allí más grande y hay más promoción.
Sin embargo, luego de vivir tres años en Florianópolis, un día de 2018, todo cambió. En un mismo día, entraron a robar en su casa y una empresa de transporte perdió todo el equipaje, que contenía los equipos con los que Facundo tocaba.
“En un día me quedé en cero, en medio de un tour, con ocho fechas por delante ya confirmadas. sin un archivo de back up. La verdad es que ese día fue de película”, rememora y, a la vez, reconoce que marcó un quiebre: “eso me frenó y vino mi replanteo sobre qué quería hacer. Regresé a Argentina, me volví a comprar los parlantes, sintetizador, una computadora, poco a poco. No iba a abandonar lo que estaba construyendo, pero definitivamente no podía seguir expuesto a andar con todo mi patrimonio en equipos dando vueltas por el mundo”.
Crisis es oportunidad es la creencia oriental. En ese momento en que Facundo volvió al país, salió su pasaporte italiano. Entonces, decidió ir a Dinamarca. Su idea era vivir en un lugar en el que sabía que no volvería a sufrir algo similar al robo y al mismo tiempo estar cerca de lugares en los cuales tocar. “Y también estudiar algo que me saque de la necesidad de depender de tocar. Porque no dependiendo económicamente de tocar descubrí que iba a hacerlo porque lo elijo y no porque lo necesito”.
Aun así, quedarían algunos escollos por sortear. Dos semanas después de que Facundo llegara a Aarhus, comenzó la pandemia. Fueron tiempos de batallar contra el frío y la soledad y de trabajar mientras la nueva vida tomaba forma. Luego, obtuvo una beca del Estado danés para seguir con la carrera y empezó a dar clases virtuales, algo que continúa y que sigue creciendo hasta hoy, que prepara una academia online de música electrónica, además de colaborar con otras academias.
Estudiar, enseñar, proyectar a través del psytrance
“Yo vine buscando agua y encontré oro”. Así expresa Facundo su vivencia en la carrera que actualmente cursa en Dinamarca. Aun cuando cuatro veces por semana viaja 150 kilómetros a la ciudad de Aalborg, donde está la sede de su licenciatura, pone en valor las herramientas pedagógicas que le brinda esta formación a la que describe como “una pedagogía didáctica muy de los nórdicos”.
Eso es lo que puede volcar en las clases virtuales que da a personas de Australia, Brasil, Austria, Alemania y Argentina. “Cuando empecé a estudiar más esa parte pedagógica encontré algo re lindo en compartir el conocimiento que yo había adquirido con otra gente y hacerlo de una forma en la que la persona se engancha. Porque yo tuve mucha experiencia viajando y dando talleres. pero no tenía herramientas para enseñar”, dice.
Ahí está el cimiento del proyecto de academia que está gestando. Una plataforma que le permita brindar contenidos sin la necesidad de la clase sincrónica y que expanda su posibilidad de enseñar.
Además, hay otros dos proyectos. Uno es de tango electrónico junto a un músico y con la idea es incluir más músicos. Un proyecto colaborativo en el que él produce un beat para que toquen músicos tradicionales de tango, con la producción, mezcla y masterización a su cargo. “Algo completamente cooperativista, ya que la idea es ganar 50 y 50 con el músico. Y través de eso poder entrar en la escena del tango electrónico en Europa que es gigante.”.
El otro proyecto es experimental en el que mezcla ritmos latinoamericanos con inteligencia artificial. Hace poco tiempo lo presentó en un festival. “Ahora estoy muy enfocado en mi carrera, pero cuando termine mi idea es organizar un tour y volver a tocar en un par de lugares que ya toqué y también en lugares nuevos”, proyecta.
Facundo recuerda la experiencia de viajar y tocar en distintos lugares con mucha felicidad y como un hecho colectivo. “La verdad es que tuve mucha suerte. Es muy indo ver cómo la cosa toma un color que no te imaginás. Y sé que es una construcción colectiva gigante con un montón de gente involucrada porque hay promotores, hay organizadores. No es algo individual que hago yo solo, por lo menos desde mi perspectiva y creo que nadie en esta escena tiene esa perspectiva”.
Los prejuicios sobre la música electrónica y el psytrance
Al decir “esta escena”, Facundo se refiere a una construcción más comunitaria dentro del ámbito de la música electrónica. Quienes no escuchamos esa música ni nos movemos en ese circuito asociamos rápidamente la electrónica con fiestas multitudinarias, en las que circula el consumo de ciertas sustancias. Es innegable que, al menos en nuestro país, eso ha fomentado prejuicios y desconocimiento acerca de, por ejemplo, de qué va el psytrance, como subgénero de la música electrónica.
“En Argentina está dividida la escena”, explica Facundo, “por un lado está la parte que organiza Buenos Aires Psytrance, el festival más mainstream. Y después está toda la otra escena, que es más como una comunidad, en la que a veces organiza uno, a veces otro, una movida más solidaria. Hacer los eventos cuesta más en esta escena, es más complicado obtener permisos, por ejemplo”.
Facundo se siente parte de esa comunidad y considera que “la criminalización de la música electrónica es tan vieja como la música electrónica y es universal también hacia otros estilos de música como el rock, el trap, la cumbia”. Por eso, sabe que es difícil que no se lo encasille. “Yo no me drogo, no ando consumiendo sintéticos, pero hay algo del estigma o el estereotipo de la música electrónica. que no es solo una cosa de la vida nocturna. De hecho, yo caigo en la vida académica después de haber hecho esa experiencia de tocar, girar y moverme mucho en ese mundo”.
Cuenta que hoy en Neuquén hay varios artistas del psytrance pero que quizás no tocan seguido por esa dificultad a la hora de organizar los eventos. “A mí en su momento me costaba porque de pronto tenías a la Gendarmería allanando el lugar, con 250 personas bajo la mano de la Policía, artistas internacionales expuestos a conflictos con la ley, todo un escenario que nadie quiere para su fiesta”.
¿Volver a Neuquén o quedarse?
¿Te ves volviendo a Argentina?, le pregunto a Facundo. Dice que es difícil imaginarlo, que la pandemia le enseñó a vivir el ahora y que su proyecto principal es terminar la licenciatura en mayo de 2025.
Por ahora sus proyectos lo convocan a quedarse por allá. Baraja también la posibilidad de hacer un posgrado y dar clases en el sistema oficial académico de Dinamarca. “La aprobación que estoy buscando de parte de la institución no va por el lado creativo y de mi obra, sino que me otorgue autoridad para dar clase frente a un grupo”.
Hacia el final de nuestra conversación le pregunto si extraña y su respuesta es tajante: “todos los días”. “Extraño mi cultura”, reconoce Facundo, y dice que eso engloba todo: “desde el asado del domingo hasta los mates de la mañana, el olor a tostada con dulce de leche. Todo lo que tiene que ver con lo afectivo, con la gastronomía, con lo que hace la gente para reunirse. Es lo que más me duele porque acá no existe”. Es curioso cómo todas las personas que hemos vivido lejos extrañamos determinadas cosas pero que al final son la misma. Sera que existe nomás eso que llamamos “argentinidad”.
Lo encontrás en Instagram como @calabi.yau.music
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