Luis era estudiante de Ingeniería en Petróleo en la facultad que funcionó en Challacó hasta 1973.
Al caminar esquivando entre el viento, las ruinas de lo que fue la Facultad de Ingeniería de Challacó surgen preguntas: ¿Esto no fue una facultad, es inmenso, esto fue una ciudad universitaria?, ¿qué hace aquí, en el medio del desierto?, ¿por qué fue abandonada?
La Universidad del Neuquén, concebida como “una universidad para los pobres” por el gobernador Felipe Sapag, comienza a funcionar en 1965, encontrándose su facultad de ingeniería, en instalaciones cedidas por YPF en Challa Co, a 93 kilómetros de Neuquén capital y 22 de Plaza Huincul, en el medio de la nada misma.
Nacido y criado en Intendente Alvear, provincia de La Pampa, Luis “Pajarito” Lorences es hijo de comerciantes de clase media que difícilmente podían costearle estudios universitarios. «El costo era… ponele que diez mil pesos, que vaya uno a saber cuánto es a peso actual, pero comparativamente era muy económico. Había sacado la cuenta que para ir a estudiar a Córdoba, Rosario o La Plata necesitaría entre veinticinco mil y treinta mil pesos. Así que me anoté en ingeniería, no tenía idea de que se trataba, pero “¡Ingeniero en petróleo!”, sonaba exótico para un pueblito de La Pampa. ¿Por qué no?», fueron sus primeros comentarios. Ingresar no fue sencillo, había que aprobar un curso de ingreso (algebra, geometría, física y química) y entrar dentro de los cupos disponibles.
Ser universitario en Challacó
La universidad les daba alojamiento y comida. Solo debían llevar un colchón, sábanas y frazadas. Recuerda con entusiasmo su llegada, en marzo del 68: «La geografía era desoladora, deprimente… A pesar de todo, advirtiendo nuestra presencia, en seguida se nos acercaron estudiantes que ya estaban cursando. “Vengan que la van a pasar bien”, fue la promesa. “Tenemos un equipo de rugby, cancha de tenis, básquet, jugamos al fútbol”», nos decían contagiando entusiasmo.
Durante la semana mucho estudio y deportes. Los fines de semana los estudiantes del valle regresaban a sus casas, en cambio los que venían de otras provincias quedaban varados. La escapada de los sábados era ir a dedo a Plaza. «Allí vimos Bonnie and Clyde, Butch Cassidy, Zeta, El Graduado, Melody…en el modesto cine Petroleum de YPF que fuera después reemplazado por el fastuoso cine Ruca Lihuen».
Serían protagonistas de muchas historias que les valieron el orgulloso apodo de “Los Challaquenses”.
Como cuando en diciembre del 69 comenzó la huelga del Chocón. Un grupo de estudiantes fue a ver a Jaime de Nevares para preguntar cómo podían colaborar. Él sugirió hacer una colecta de alimentos y cosas útiles. Y así se hizo. En una estanciera llevaron las cosas donadas desde Cutral Co hasta el Chocón; donde los obreros vivían en galpones, hacinados. Hacían turnos de doce horas y sus mujeres tenían prohibido visitarlos.
En el año 70 la provincia ya manifestaba dificultades para financiar la Universidad. «A la provincia le daba el cuero para una universidad chiquita, en la medida que la universidad iba creciendo le costaba solventarla; y nosotros lo sentíamos porque de a poco se iban degradando los servicios. La otra contra era que el título tenía validez provincial», opina Luis. Y a pesar de estar bajo un gobierno militar en el año 70 comenzaron con las manifestaciones en busca de la nacionalización de la universidad. «Había que visibilizar la situación y no existían las redes sociales en aquella época», comenta Luis con ironía. Así que cruzaron un camión en las vías del tren que venía de Zapala, en la estación Challacó, y lo pintarrajearon con las consignas “Acción, acción, nacionalización” y “Libertad a Jure” (dirigente estudiantil encarcelado). ¡Tremendo revuelo cuando llegó el tren “tuneado” a Neuquén capital!
O como cuando en diciembre del 70 ante la llegada del presidente de facto Roberto Marcelo Levingston organizaron una huelga de hambre en la puerta de la catedral de la capital neuquina. «Cuando venía la comitiva por la avenida Argentina nos sentamos de espalda a la avenida mirando a la catedral. El único objetivo era darle la espalda. Levingston hizo parar la comitiva, se bajó del auto y se acercó a hablarnos, pero nadie le dio pelota. Recuerdo que dijo algo como: “Muchachos, les guste o no yo soy el presidente de la nación y las decisiones las tomo yo”. Pero ninguno le contestó».
También fabricaban ladrillos y diseñaron, construyeron y lanzaron un cohete. Fueron pocos años, fueron muchas historias.
Su pasión por el rugby
Una de las cosas que le dejó esa época, además de su título de ingeniero, fue su amor incondicional por el rugby.
«Comencé en el segundo año. Al fútbol jugaban los habilidosos, los virtuosos; al equipo de rugby iban los excluidos del fútbol porque en este amado deporte “hay un puesto para cada tipo de físico”». Un día me dijeron: “Che, necesitamos gente para el equipo, ¿venís?”». «¿Y qué tengo que hacer?», pregunté. «Es fácil, correr para adelante, si tenés que pasarla, pasar la guinda para atrás y tratá de apoyarla atrás de aquella línea. Y así dicho no parecía ser nada complicado.
Fui a dos entrenamientos y el domingo siguiente ya estaba jugando en la cancha de Challacó contra Tiro Federal de General Roca, hoy llamado Roca Rugby Club. La cancha era un desastre». Entre la facultad y la ruta, habían pasado una motoniveladora para sacar la jarilla, marcado un rectángulo y clavado las haches. De pasto nada. Antes de los partidos pasaba un camión con una gran viga, para ir arrastrando las piedras más grandes fuera de la cancha y después los jugadores avanzaban en fila a través de la cancha recogiendo a mano las piedras que quedaban. ¡Sobre esa superficie se jugaba! Raspaba teclear. «El primer partido que jugué lo perdimos, pero de ahí en más mejoramos. Tanto que, al año siguiente, en el 70, salimos campeones del valle», relata Luis sin ocultar su orgullo.
Los que posean espíritus curiosos pueden buscar en YouTube: “Universidad de Neuquén reforzado vs. Universidad de Oxford y Cambridge año 1971”. Allí se preserva un minuto y once segundos de un video súper 8, en borroso blanco y negro y sin audio, de un épico partido de rugby, jugado un 31 de julio del 71 en la cancha del colegio Don Bosco de Neuquén capital. «Perdimos cincuenta y siete a cero», recuerda Luis entre risas. Y es lógico. En la vida real “David no le gana a Goliat”. Pero, ¡quién te quita lo bailado! Estaban frente a frente con la elite del rugby mundial.
En ese mismo año, el 71, no ingresaron más alumnos a Challacó. A partir del 72, con la creación de la Universidad Nacional del Comahue, los primeros años de las ingenierías comenzaron a dictarse en Neuquén capital. Desde ese momento fue perdiendo alumnado hasta completar el traslado en octubre del 73, donde finaliza su lento abandono.
Puertas, ventanas, techos, todo lo que pudiera ser útil, le fue arrancado, vandalizado, robado. Ubicada a seiscientos metros de la Ruta 22 son pocos los conductores que al pasar advierten los paredones amarillentos devorados dentro de ese inmenso paisaje.
Hoy sobreviven algunas paredes de la legendaria facultad de ingeniería, facultad doblemente olvidada: olvidada en la geografía y olvidada en el tiempo.
Crónica publicada en el libro “NEUQUÉN PARA TODOS”, Antología del Círculo de Escritores Neuquinos, 2024.
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