Sierra Grande, la futura ciudad del GNL: desde el drone de LMN cómo es la zona elegida para la mega inversión de YPF y Petronas
Esperan la creación de miles de puestos de trabajo en Punta Colorada. Qué hay ahora en el lugar y quiénes lo habitan.
Tras el anuncio de YPF y Petronas sobre el lugar elegido para la instalación de una planta de Gas Natural Licuado (GNL) que permitirá exportar el gas de Vaca Muerta al mundo, se escribieron ríos de tinta acerca de Sierra Grande y, sobre todo, de Punta Colorada, un punto específico del mapa que descansaba olvidado pero que podría convertirse, otra vez, en un rincón pujante al costado del mar.
LMNeuquén recorrió la zona en la que se prevé la instalación de la planta y también del oleoducto Vaca Muerta Sur. Así, Punta Colorada podría ser la puerta de salida de los recursos del subsuelo de Neuquén, que afrontaban en la falta de capacidad de transporte el principal obstáculo para potenciar su crecimiento. Ahora, ese rincón del Golfo San Matías, a unos 330 kilómetros de Viedma, la capital provincial, podría ser la clave para el esperado crecimiento.
Cómo es Punta Colorada
Pese a los cientos de artículos y relatos publicados en los últimos días, Punta Colorada no es una localidad en la que viven 4 personas. Y es que, en realidad, es sólo un hito más del mapa, a escasos metros de Playas Doradas, el balneario que usan los habitantes de Sierra Grande y que ganó protagonismo en los últimos años, cuando los turistas empezaron a buscar alternativas más tranquilas con un destino más virgen que Las Grutas.
En Punta Colorada funciona un puesto de Prefectura Naval Argentina que custodia la actividad náutica de la zona. En el mes de julio, ninguna embarcación tuvo que ser controlada, porque las excursiones marítimas que hacen los turistas para conocer la fauna del Parque Nacional Islote Lobos tienen su auge en el verano. El turismo de la zona está activa entre enero y febrero; el resto del año, apenas 500 habitantes se quedan a vivir en el lugar.
También durante el verano crece la cantidad de prefectos que custodian el lugar. Pero eso no pasa en los primeros días de agosto, ni siquiera después del anuncio de una inversión de 30 mil millones de dólares que podría cambiar el rumbo de la economía de Río Negro y de todo el país. Ahora, dos prefectos fijan la vista en ese horizonte de agua mientras un grupo de perros callejeros ladran a los periodistas que se acercan.
Al costado del mar duerme también un enorme elefante negro: es el horno que procesaba el hierro de la minera Hipasam en forma de pellets, unas pequeñas bolitas oscuras del mineral que se asemejan a municiones y que todavía reposan por algunos rincones del predio. La monstruosa estructura sigue ahí, quieta, aún tiznada por los residuos del hierro negro.
Los que recorran la zona podrán ver el campamento abandonado de la minera: unas prolijas casitas prefabricadas de colores pasteles, un viejo tanque de agua y el esqueleto de un viejo colectivo que perdió su batalla contra el óxido y el salitre hace ya demasiado tiempo. Algunas de las viviendas fueron ocupadas por aquellos que buscan alguna oportunidad de trabajo frente al movimiento tímido que se percibe en el lugar.
Entre ellos, Víctor llegó a ocupar una vivienda contigua a la que ya habitan sus primos. "Yo soy de Trelew y vine cuando allá bajó el trabajo, hace como dos meses", relató. Lo atrajo la promesa de sus familiares, que se instalaron en Playas Doradas para prestar los servicios de apertura de calles en un nuevo loteo pensado para el turismo. Pero, hasta ahora, los anuncios no son más que eso: anuncios de lo que vendrá.
"Me dijeron que tenga paciencia, que algo va a salir", dijo el nuevo poblador, que en apenas dos meses notó el cambio en el paisaje. Primero, el mar del horizonte se imponía con una calma quieta. "Ahora ya pasan camiones de a dos o tres, ya no es la misma tranquilidad", afirmó.
En Punta Colorada persiste un predio cercado con carteles chinos, que reza MCC. Es la empresa de capitales asiáticos que buscó remodelar y reactivar la mina de hierro a inicios de los 2000, pero sin demasiado éxito. Según el relato de los pobladores, los chinos no exportaban el hierro en forma de pellets sino en polvo que cargaban en camiones.
Y allí se lo ve: una montaña de ese hierro en polvo se levanta como un banco de arena negra que amenaza con teñir todo lo que se encuentra a su alrededor. Ya sobre el mar, se puede ver el puerto, que no es otra cosa que una gran cinta transportadora que se eleva sobre la superficie del agua, hasta una plataforma que se resguarda de los movimientos marítimos.
Después, una estación de energía de EDERSA, algunos alambrados ya rotos y unos árboles robustos que plantaron y regaron otros, pero que resisten al olvido de una empresa que se fue.
Sierra Grande y la vida en pausa
El auge de Sierra Grande se vivió en la década del 80. La mayoría de los pobladores de hoy son los que llegaron a finales de la década previa, en busca de oportunidades, o sus hijos, que nacieron en el lugar y buscaron otras alternativas para sobrevivir cuando cerró la mina de HIPASAM, en 1991.
La localidad llegó a tener 22 mil habitantes, pero un éxodo masivo la dejó diezmada en los 90. Pese a los intentos de los antiguos mineros, que permitieron la provincialización de la mina y hasta la llegada de capitales chinos para reactivarla, la minería nunca recuperó su antiguo esplendor.
Sierra Grande llegó a quedarse con sólo 4 mil habitantes y, tras una lenta recuperación, hoy son cerca de 8 mil los que vive en la zona, que se nutre del turismo de Playas Doradas, de una austera actividad de pesca y de los mineros jubilados o aquellos que trabajan con diagrama en minas del sur del país y regresan en sus días de franco a reencontrarse con la familia.
Los días de semana se asemejan a los domingos en Sierra Grande. La plaza principal, con su capilla, se debaten entre la quietud y la prolijidad, y apenas unos pocos niños juegan en el monumento central, que tiene un círculo pintado con pañuelos blancos. En las esquinas más cercanas se pueden encontrar los principales comercios de la localidad: una heladería artesanal, una pizzería, una tienda de ropa y locales partidarios.
Por la Avenida Novillo, la calle principal, muchos comercios desnudan el olvido a través de sus vidrieras tapadas con papel de diario. El mar, que dista a unos 30 kilómetros, sólo se adivina con el salitre que carcome la pintura de los cimientos, o con un carrito de mariscos decorado con un ancla que, en agosto, está cerrado.
Más allá, en la serranía, quedaron las ruinas de un complejo de piletas que usaban los jefes de la mina, y en la que se colaban los hijos de los mineros, a modo de travesura. También un hospital enorme con una rampa cerrada de hormigón y la escuela Mineros Rionegrinos, donde una portera intenta, en vano, barrer la tierra que parece ganarle a la urbanización.
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