Sierra Grande, la futura ciudad del GNL: HIPASAM, de la fiebre del hierro a la desolación de un éxodo masivo
La localidad rionegrina llegó a tener una pujante actividad en los años 80, basada en la minería. Sus habitantes recuerdan el trabajo subterráneo y el éxodo tras el cierre de Hipasam.
Con unos pocos años de diferencia, los habitantes de Sierra Grande parecen comenzar todas sus historias en la misma década. Ellos o sus familias llegaron en el último lustro de los años 70, atraídos por la promesa de una ciudad pujante a escasos kilómetros del mar. La minera HIPASAM les ofrecía una vida sin privaciones que disfrutaron durante unos años dorados. Después llegó el cierre de la mina y un éxodo de seis mil personas que los dejó sumidos en una pausa eterna.
Raúl Severino y Ricardo Segovia son algunos de los que hicieron su carrera vinculada a la extracción o la exportación de hierro. Hoy, solo les queda la nostalgia de un tiempo mejor y páginas completas de historias que encierran un sabor agridulce, porque todos los intentos por reflotar la actividad minera siguen detenidos hasta hoy.
"Yo vine en el año 76 que era el auge de la empresa HIPASAM. Vine en busca de trabajo como los demás, mi oficio era de camionero y estuve como seis meses antes de entrar a HIPASAM", explicó Raúl Severino, que trabajó primero como camionero de la mina y luego en la parte de producción.
Los que viajen a Punta Colorada, un campamento a 30 kilómetros, podrán ver un enorme elefante negro que se levanta a escasos metros del mar. Custodiado por una austera guarda de Prefectura, una montaña de polvo negro resiste inerte al paso del tiempo y tiñe todos los edificios cercanos con una tizna de hierro.
Los prefectos de uniforme beige observan el horno dormido y señalan el suelo: todavía descubren algunos pellets: esas bolitas de hierro que parecían municiones y que se producían en Punta Colorada para trasladarse después a SOMISA, la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina que utilizaba el mineral.
"Yo llegué muy chico a la localidad de Sierra Grande, en el año 70, y no era nada como es ahora", explicó, por su parte, Ricardo Segovia. "Yo trabajé en la empresa del '83 al '91, cuando cerré la empresa, primero de chofer arriba de la superficie, también estuve llevando papeles de la oficina", agregó.
"Hasta que mi jefe me dijo que me iba a mandar bajo mina y ganaba más plata, yo tenía 17 años y dije que sí, y ahí abajo mina era el más chico que agarraba todo para la joda, para darle una onda a la gente", recordó con una sonrisa.
Pese a la alegría que trataba de imprimir a cada jornada laboral, no puede separar ese recuerdo del trabajo sacrificado en una mina subterránea que, en su último nivel, penetra más de 400 metros bajo la tierra. "Adentro es la oscuridad total y estar siguiendo los tubos fluorescentes que van por el centro", dijo y agregó que estar en una mina se siente como una si una montaña completa lo abrazara y lo dejara "a la buena de Dios".
"En la época de Menem en el 91 que cerraron el horno al que se proveían los materiales", contó Severino sobre la fecha en que comenzó una lucha popular para evitar la privatización. La conquista llegó cuando el gobierno de Carlos Menem aceptó transferir la empresa a la provincia, que buscó, con poca suerte, inversores internacionales para reactivarla.
Un cierre que noqueó a Sierra Grande
Cuando la empresa estaba en funciones, la Municipalidad de Sierra Grande era apenas un protocolo. Los hijos de los mineros, ya adultos, recuerdan que les entregaban casas amobladas y les brindaban transporte gratuito para ir a la escuela. Por eso, el cierre de la firma fue un golpe que noqueó en forma abrupta a toda la localidad.
"Quedaron barrios completos vacíos. Y era penoso porque la gente vivía pura y exclusivamente de la empresa HIPASAM. Tenía mil y pico de empleados", dijo Severino y aclaró: "Era una empresa deficitaria pero era un mojón en la Patagonia que daba trabajo".
Los que lo vivieron se acuerdan del éxodo como si hubiera ocurrido de este lado del tiempo. Los camiones de mudanza se sucedían por la ruta 3, las puertas de la casa recibían las últimas dos vueltas de llave y las escuelas se quedaban sin estudiantes. Cada día era una nueva despedida: se partían los cursos de los colegios, los grupos de amigos, las familias.
"El éxodo fue un desastre. Se fueron como 6 mil personas de golpe, el pueblo se quedó a la mitad", dijo Severino, que aclaró que después se avanzó en la reactivación de la mina con capitales chinos, en una maniobra que les dio una pequeña dosis de oxígeno a sus habitantes.
Segovia coincidió en que el Sierra Grande de HIPASAM era otro pueblo. "Había más comercios, había mucha más gente y te cruzaban más autos", explicó y recordó la amargura que vio al notar que más familias tomaban la ruta 3 para irse en busca de nuevas oportunidades. "Ya no voy por esos lugares, me trae malos recuerdos", relató sobre sus travesuras de la infancia colándose en la pileta de natación que la minera reservaba sólo para los ingenieros.
"Una vez que se firmó el traspaso a los chinos, fue el hito más grande hasta ahora por el resurgimiento de Sierra Grande. Los chinos invirtieron buena cantidad de dinero, cargaron una serie de barcos con productos porque llevaban el hierro en polvo, concentrado, hicieron modificaciones en la planta de Punta Colorada y de un día para el otro, cerraron", explicó el poblador.
Pero, ¿por qué no es rentable producir hierro en Sierra Grande? Severino lo explica por el fósforo. "El mineral de Sierra Grande tiene alto contenido de fósforo y había que hacer un proceso muy importante para separar el hierro del fósforo", contó. "Nunca se explotaron esos otros minerales, para fertilizantes o explosivos, pero quedó todo tirado ahí en una laguna, hay 6 u 8 millones de toneladas que no se aprovecharon nunca", afirmó.
La producción a altos costos de una commodity que está atada a los valores internacionales no parecía generar ningún tipo de certidumbres para inversores de afuera, pero los habitantes de Sierra Grande, acostumbrados a la ilusión, escuchan los rumores de un traspaso a otra empresa china que podría retomar la actividad.
Mientras tanto, los mineros más experimentados viajan a las exploraciones de otras provincias, como las minas de Río Turbio, y regresan después de quince días a reencontrarse con los suyos. Lo mismo hacen los que se embarcan a pescar en el mar, también obligados a fracturar sus núcleos familiares.
Hoy, los ex mineros de HIPASAM que no están jubilados subsisten en empleos vinculados con el turismo, el comercio o el sector público. Y ven las nuevas promesas con la esperanza de recuperar parte de ese esplendor que convirtió a Sierra Grande en una ciudad efervescente durante unos años dorados pero con la cautela de sus propias heridas: esas que les quedaron en las pupilas al ver las mudanzas huyendo de la desolación de un pueblo vacío.
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