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La Mañana víctimas

Supervivientes en el páramo del olvido

La atención a las víctimas de delitos graves sigue siendo una deuda pendiente del Estado que las deja a su merced tras el horror sufrido.

Todavía estamos muy lejos del ideal que se espera de mínima tenga el Estado para con las víctimas de delito. Con todas, pero más aún con aquellas que han padecido hechos estremecedores.

La Justicia le expropia el delito a las víctimas, aunque lentamente viene desde hace un tiempo, con tropiezos y a veces muy groseros, dándoles relevancia y escuchándolas. Pero una vez que hay condena, el olvido es moneda corriente.

Tengo la suerte de hablar con muchas víctimas de todo tipo de delitos y también con sus familias. Les diré que el tormento no termina con la condena, porque ni la peor de las venganzas imaginables puede mitigar las secuelas.

Acá hago un paráte para rescatar una entrevista muy interesante que tuve con Dina del Carmen Chávez, responsable del Área Infanto Juvenil del Gabinete de Psiquiatría y Psicología Forense de la Unidad de Servicios Periciales de la Justicia neuquina. Ella me contó que desde hacía un tiempo han dejado atrás el término víctima y comenzado a utilizar superviviente. El cambio del término es un acierto ya que superviviente es una definición mucho más acorde para la experiencias padecidas.

Violación. Abuso sexual.

"Nunca se supera, se aprende a convivir", aseguran todos los psicólogos. Algunas y algunos supervivientes tienen más herramientas, recursos y acompañamiento de su entorno, otros deben enfrentarlos solos y otros pueden hasta ser rechazados, pese a todo lo vivido, por su propia familia. ¡Qué ironía! Por eso, el término superviviente cuadra a la perfección.

Además, el calvario va por dentro y las secuelas pueden salir a flote en cualquier momento y en forma trepidante.

Una joven superviviente de abuso me contó había una canción muy conocida, la cual no mencionaré, que no la podía ni escuchar porque fue la banda de sonido del horror que vivió.

No crean que las secuelas son detalles menores, porque hay que convivir con ellas de por vida y son peores que los fantasmas.

Los supervivientes quieren tener una vida "normal", pero en lo profundo saben que habitan en un páramo olvidado donde son ellos los que luchan contra el espanto.

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