El proyecto que dirige la bailarina neuquina Luján González Retamal se convirtió en un espacio creativo que trasciende lo tradicional.
“La danza es un lenguaje, es una forma de expresar a través del movimiento”, dice Luján González Retamal, bailarina, docente y directora de la compañía Sureras, un grupo de mujeres del Valle que se encuentra cada domingo para intentar desde el intercambio plural, hacer cuerpo los ríos, la barda, el viento, el trabajo: todo lo que habita y fecunda este territorio patagónico a través de la danza contemporánea y el folklore.
El grupo nació en 2020, durante la pandemia, por iniciativa de Luján. Necesitaba romper el aislamiento sobre lo que siempre había sido su pulso vital: el folklore, lo que en esencia es popular y colectivo. Así como muchos otros artistas lo hicieron en ese momento, ella convocó a sus pares a bailar y grabar "La Pasto Verde", la emblemática zamba neuquina de Don Marcelo Berbel. Pero la invitación no se trataba de poder concretar un contenido audiovisual, sino de estar cerca de otras compañeras, de empezar a tejer a través de esos movimientos inevitablemente fragmentados, una red de mujeres que pensaran y sintieran la danza como una forma de expresar un tiempo, un lugar, un paisaje.
De manera virtual reunió a cerca de una decena de profesionales de la danza: profesoras, referentes de compañías, bailarinas experimentadas, de diferentes puntos de Neuquén y Río Negro. Aún a la distancia, mantuvieron el contacto para crear ideas, encontrar un estilo y un concepto común. Recién un año después, se encontraron cuerpo a cuerpo por primera vez en Bariloche y luego comenzaron a ensayar regularmente en Neuquén. Participaron de diferentes certámenes, viajaron, pero sobre todo exploraron un decir diferente en la composición coreográfica folklórica tradicional.
Bailar y vivir
Todo eso que parecía una propuesta ambiciosa, en realidad era muy natural para Luján. Nacida en Buta Ranquil, cría del norte neuquino y admiradora de su belleza, creció en el seno de una familia de bailarines que siempre entendió que cuando se baila se lleva la tierra al cuerpo y al corazón. Sus padres, los premiados y reconocidos Isaíd González y Zulema Retamal la educaron desde pequeña en el folklore, y no como algo estanco, sino como una tradición en tensión y movimiento, capaz de recuperar la esencia del pueblo.
Se formó en diferentes disciplinas de la danza. Y aunque muchas veces intentó alejarse, siempre volvía a ese amor inicial. En algún momento se aventuró a estudiar psicología, pero cuando leía Freud todo lo relacionaba con el baile. Así que finalmente se decidió y estudió Danza Contemporánea en la escuela de Neuquén, donde se recibió y hoy es profesora. Lleva formados más de 200 alumnos y alumnas en esta mixtura en la que cree y profesa que es sumarle vuelo, libertad y nuevas formas al folklore.
“Aunque esté en nuevas búsquedas, las danzas folklóricas tienen los roles muy marcados. Mi formación en Danza Contemporánea me permitió poder armar y volcar a este proyecto algo más desestructurado, generar otros movimientos desde la danza madre, pero sobre todo hacerlo con lo que genera la conexión entre mujeres”, afirma Luján.
La fuerza de las mujeres
Con el tiempo, Sureras tuvo sus idas y vueltas, en su andar reunió a más de 60 bailarinas patagónicas. Durante 2024, luego de una mala experiencia, decidieron poner una pausa. Pero este año volvió a resurgir con otras formas y con una propuesta renovada, donde además de la búsqueda estética, se propusieron que sea ante todo un espacio de contención desde la acción.
“Ahora el objetivo del grupo está en otro lugar. Aunque siguen siendo todas profesionales de la danza que buscamos a través del cuerpo femenino representando la historia y el paisaje del sur, el foco está en el bienestar del grupo. Queremos que sea un espacio de acompañamiento, de sanación, donde podamos transmutar nuestras vivencias y sentires. Todas somos trabajadoras, estudiantes, muchas somos mamás. Venimos con mucha carga de la vida. Por eso es necesario que sea un espacio de construcción sin olvidar la subjetividad de cada una”, explica.
Pero además, son todas mujeres del Valle, lo que les permite un contacto más cotidiano y al mismo tiempo una regularidad del proyecto, en el que buscan avanzar a la máxima calidad, a nutrirse de la riqueza de un espacio formativo plural, porque aunque todas sean bailarinas tiene trayectos diferentes.
“La danza es ante todo salud mental, no nos olvidamos del contexto y es clave que todas podamos sentirnos bien en ese espacio, en esa red.
Maravilladas con la historia de las mujeres sureñas, sus diferentes recorridos, huellas y haceres, el objetivo del grupo sigue siendo poder narrar y recuperar a través del movimiento la historia de la región. Pero también sus grises, sus contradicciones, sus resistencias, mixturadas en las fuerzas del paisaje patagónico”, señala Luján.
“Es tan increíble todo eso, lo que tenemos, lo que somos. Es un gran desafío poder representarlo en nuestros cuerpos y desde la corporalidad. La danza contemporánea permite y aporta esa apertura al proceso creativo”, afirma.
El cuerpo en movimiento
Un árbol resistiendo al viento; una cantora campesina en la inmensa soledad de la estepa; un río bravo que avanza sobre la piedra; el lamento de un bosque nativo en llamas; la criancera que cuida sus animales: todo eso es Sureras. Y es más que una coreografía innovadora, es la posibilidad de crear a través del movimiento algo que se torna indecible.
“Queremos aportarle a la matriz del folklore nuevas perspectivas, nuevos cuerpos, nuevas formas. Se trata de poner a sentir los cuerpos y ver como eso repercute y nos permiten generar otra cosa sobre la musicalidad folklórica, de la que yo no me podría despegar jamás”, asegura.
Grupo nuevo: nunca habían formado parte de sureras. Reconociéndonos. Nuevas formas de habitar la misma idea. Nuevas cabezas, nuevos cuerpos es otra cosa: aparecen otras cosas.
Zamba, huella y también cuecas, valsecitos y tonadas bien neuquinas, son algunas de las danzas que las mujeres que hoy integran Sureras bailan en dos composiciones coreográficas sobre las que trabajan. Una de las obras está relacionada a los recientes incendios de los bosques nativos y la otra aborda la historia de las mujeres campesinas del norte neuquino. Y aunque ahora la tarea esté dispuesta a eso que va generando la grupalidad, no dejan de trabajar con producciones de contenidos audiovisuales que siguen permitiendo cercanía y generando piezas de belleza para la promoción cultural
“La danza es mi manera de comunicarme con el mundo. Lo que no puedo, o no podemos expresar en el habla, lo hacemos a través del movimiento. No sólo desde el sentir personal, sino lo que nos atraviesa como sociedad, ciertas luchas, cosas que queremos contar o reivindicar o en lo que queremos posicionarnos. La danza nos permite integrar otras disciplinas artísticas, pone en juego la palabra, la escritura, la música. Todo se baila. Pero también la danza es trabajo. Más allá de lo poético, el desafío es poder vivir del arte. Muchas de nosotras tenemos esa fortuna. Ahora es fantástico que la danza esté en las escuelas, porque insisto, es salud mental. De a poco vamos avanzando, ojala que este lenguaje pueda llegar a más personas”, indica.
Sureras (@sureras.danza) está integrada por Sabrina Ariana Vega, Maria del Rosario Genes, Valentina Masina, Carla Bastías, Patricia Escobal, Daniela Retamal, María Victoria Muñoz, Emilia Zalazar, Melani Jaramillo, Daniela Gaia, Maria Escobar, Oriana Copello, Sol Noceti, Isabel Aballay, Noelia Abraham, Andra Akaal, Gisel Sombra, bajo la dirección de Lujan Gonzalez (@lujangonzalez._)
“Bailar y vivir, la misma emoción”, dice Peteco Carabajal en la zamba que compuso a los grandes bailarines santiagueños Carlos y Adela Carabajal. La simpleza de lo genuino, la belleza que admite el cuerpo y el movimiento cuando conecta con todo lo que somos: territorio, heridas, resistencia, vida. Sureras es esa comunión de mujeres y sobre eso van creando nuevas formas de lo posible sobre una raíz que siempre sostiene.
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