Al trabajador tucumano lo ejecutaron de un balazo en la cabeza cuando estaba arrodillado
La fiscalía acusó a dos hombres y una mujer, quienes quedaron con prisión preventiva. Ratifican la sospecha de que fue por una deuda de drogas.
Maximiliano Gallardo murió de un balazo en la cabeza cuando estaba arrodillado o en cuclillas. El detalle lo brindó la autopsia realizada al cuerpo del tucumano de 30 años de edad, que fue hallado envuelto en bolsas de nylon poco más de un mes y medio después del hecho, en la zona de bardas de Cinco Saltos.
Había dos detenidos en prisión preventiva: Leticia Saso y Ezequiel Millar. Ahora se sumó un tercero: Federico Oses, involucrado por Millar. Los tres residían en la vivienda donde se habría cometido el homicidio.
Precisamente, la hipótesis que elaboró la Fiscalía Descentralizada y que describieron en una reciente audiencia la fiscal Judith Saccomandi y el fiscal Jefe Gustavo Herrera, indica que el móvil está relacionado con un frustrado negocio estupefacientes, dado que la víctima era adicta y los acusados vendían drogas.
Según esta versión, todo fue por un aire acondicionado al parecer proveniente de un ilícito que Gallardo debía entregar a los supuestos narcos, que le habían pagado con cocaína.
Sin embargo, el aparato quedó en poder de un menor de edad que aparece en la causa, lo que provocó el conflicto fatal.
De acuerdo a la secuencia armada en la pesquisa, la tarde del 17 de mayo, alrededor de las 19, la víctima fue hasta la casa de los acusados con un conocido que lo esperó en las inmediaciones, pero que se fue porque pasaban las horas y no regresaba.
La investigación señala que lo hicieron pasar y ya en el interior lo redujeron y lo hicieron arrodillar o poner de cuclillas y, en estado de indefensión, le dispararon en la cabeza, de frente, con un arma calibre 22 o 25.
Después envolvieron el cadáver en bolsas y lo descartaron cerca del lago Pellegrini, en una cantera abandonada.
Ese viaje se lo adjudican a Saso y Millar -Oses no se podía mover por la tobillera- con la colaboración de Marcos Figueroa, quien aportó su Renault Sandero y que también brindó una declaración exculpatoria.
Se quebró y habló
Policías de distintas unidades con perros entrenados hicieron varios rastrillajes sectores de la periferia rural, pero no podían hallar los restos.
Hasta que Millar optó por hablar espontáneamente el último lunes y además de marcar el lugar donde estaba el cadáver -donde efectivamente fue encontrado- incriminó a Oses, aunque refirió que el disparo fue accidental.
A partir del hallazgo del cuerpo y la colaboración del arrepentido, a lo que se sumaron los resultados de la autopsia que confirmaron cómo se produjo el crimen, la Fiscalía pidió recalificar el hecho.
Originalmente el trío había sido imputado por “homicidio agravado por el uso de arma de fuego” y “violación de domicilio, hurto y desobediencia a una orden dictada por un funcionario público en el ejercicio legítimo de sus funciones”.
Pero este último lunes se realizó una audiencia de reformulación de cargos y por pedido de la Fiscalía con la adhesión del abogado querellante Gastón Leiva, representante de los padres de Maximiliano Gallardo, el juez Juan Puntel, los imputó por "homicidio agravado por alevosía", una figura mucho más grave que los puede llevar a prisión perpetua.
La primera confesión
En la trama del homicidio del trabajador rural aparece una pareja, también consumidores de cocaína y clientes de Saso, Millar y Oses, a quienes le confesaron que habían matado a Gallardo. Fue durante una cena que compartieron el 22 de junio con Saso y Millar.
Al día siguiente los testigos encontraron en una habitación de su casa un revolver calibre 22 y adjudicaron a Saso y a Millar de haberlo dejado oculto.
Asustados, decidieron tirar el arma en un desagüe y avisaron a la policía. Declararon donde la había arrojado, donde los uniformados la encontraron, y también contaron lo que habían escuchado. Ese dato fue clave para orientar la investigación y poner en la mira al trío de sospechosos.
Pocos días después, y mientras seguían buscando el cadáver de la víctima, Saso, Millar y Oses, que ya los habían amenazado por haber hablado, ingresaron a la casa de la pareja para recuperar el arma. No la encontraron, pero tomaron distintos elementos electrónicos, anteojos, una mochila y ropa de cama, que metieron en un VW Vento en el que se movilizaban.
Minutos después fueron interceptados por policías que recorrían el sector barrial. Los uniformados les ordenaron que se bajaran del auto y exhiban la documentación, pero se negaron, por lo que fueron detenidos.
Por ese incidente, que la investigación denomina segundo hecho, están imputados por “violación de domicilio, hurto y desobediencia a una orden dictada por un funcionario público en el ejercicio legítimo de sus funciones”.
El auto Vento fue secuestrado, al igual que el Sandero de Figueroa.
Los tres en prisión preventiva
Además del testimonio de los arrepentidos y testigos, la causa cuenta con imágenes de cámaras de seguridad y distintas pericias, aunque todavía quedan otras por realizar consideradas relevantes para esclarecer el asesinato y establecer quien jaló el gatillo y que rol cumplieron los demás imputados, quienes están defendidos por Rubén Antiguala (Saso y Oses) y por el defensor Oficial Sebastián Novillo (Millar).
El juez Puntel resolvió dejarlos en prisión preventiva ante el riesgo de que intenten entorpecer la investigación y resguardar a los testigos y fijó un plazo de cuatro meses para completar la pesquisa. La medida se las impuso a los tres, aunque reconoció que la responsabilidad de Millar aparece algo más aliviada por su postura colaboracionista.
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