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La Mañana Ramiro Gutiérrez

"Con el crimen de Facu, perdimos años de vida"

Una charla profunda, desgarradora y sentida con Emiliano Castillo, quien resiste como puede los avatares de la tragedia y la ausencia de justicia.

El 19 de diciembre de 2021, Ramiro Gutiérrez atropelló y asesinó a Facundo Castillo (29) y, el 16 de junio de 2023, la Justicia rionegrina le dio un tiro de gracia a la familia Castillo al dictar una pena de tan solo 12 años de prisión para el autor del crimen.

Valoraciones al margen, en Cipolletti la palabra “justicia” es un sinsentido, es un papel a la deriva en un día de viento. Décadas llevan los cipoleños acumulando causas donde justicia y sociedad parecen tener los pasos cambiados. En este páramo olvidado, hasta la muerte calla por respeto a las víctimas.

La familia Castillo está destruida. Pese a ello, Emiliano llamó para agradecer el trabajo que realizamos desde el medio. Para ellos fue vital que LM Neuquén y LM Cipolletti dieran a conocer, a los pocos minutos del salvaje ataque de Gutiérrez, la foto que mostraba la camioneta, incluida la patente, en la que emprendió la fuga. En esos segundos, esa imagen fue vital hasta para los investigadores, que durante tres días no pudieron ubicar ni al vehículo ni a Gutiérrez, hasta que se terminó entregando.

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Después, desde lo personal, me agradeció por la historia del crimen “La narcohistoria del papá del pibe que atropelló y mató a Facundo”. “Esa nota nos permitió darnos cuenta de qué tipo de personas teníamos enfrente y entender todo lo que fue pasando con los abogados y la condena que le dieron”, confió Emiliano, que sin dudar aceptó juntarnos a charlar.

Los Castillo no han dicho una palabra después de las últimas declaraciones que hicieron tras la sentencia, hace un mes atrás. Al papá y a la mamá de Facundo el dolor los ahoga y no pueden hilvanar una frase sin sentir que todo su mundo implosiona. Por su parte, Emiliano agradece que sus viejos se levanten todas las mañanas, eso es un alivio, pero sus noches son un calvario, repletas de pesadillas trepidantes y recuerdos atávicos que lo atormentan.

El dolor une

En el oscuro camino que atraviesan los familiares de víctimas de muertes violentas, el dolor desarma y sangra, pero también une. La empatía y la solidaridad entre quienes han sufrido pérdidas tan grandes los entrelaza, no solo para sostenerse mutuamente sino también para seguir, porque si hay algo en lo que cuesta pensar es en esa idea abstracta de “seguir”.

“Vos sabés que mi mamá se contactó con la mamá de Agustina Fernández (la joven asesinada el 2 de julio de 2022) y de inmediato se comenzaron a acompañar. Solo ellas saben el dolor que sienten y se comprenden. Cuando a nosotros nos dicen ‘lo siento mucho’, no dudo que así sea, pero no saben ni imaginan lo que es ese dolor”, confía Emiliano, que termina la frase con la voz quebrada.

A partir de ahí, hubo una conexión y la charla nos sumergió en un río muy profundo por el cual fuimos navegando y naufragando mientras explorábamos distintas aristas de la tragedia, sin tapujos, pero con respeto.

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El efecto imán

“Me pasó en este tiempo que mucha gente se me acercó para contarme lo que les había pasado. Te dicen que estuvieron en una situación similar o que la pasaron muy mal. En esas charlas creo que la gente busca descargarse con alguien que los puede entender, porque atravesamos lo mismo y en cierta medida los alivia”, reflexiona Emiliano, que en casi toda la charla explora los sentidos más profundos a sabiendas de que son encrucijadas dolorosas y ante las cuales no hay bálsamo posible.

“Antes de la resolución del juez Guillermo Merlo, me habló una chica a la que le habían matado al tío y me advirtió que no me preocupara si no obtenía justicia, porque hay una justicia divina. Ella está segura de que la justicia divina le dio una respuesta, ojalá sea así también para nosotros”, resume.

Después, Emiliano se mete de lleno en los oscuros y sinuosos pasillos del Poder Judicial donde se administra, supuestamente, justicia.

“Es un proceso dolorosísimo, porque ponés cierta expectativa en la Justicia y no la tenés. Yo me estuve planteando qué pasó, y cuando mirás casos anteriores tampoco hubo justicia. Fui un ingenuo que creyó que podía ser distinto, la pregunta tendría que ser por qué mi caso iba a ser diferente”, lanza de forma reflexiva.

Pero la pregunta bucle no lo abandona ni lo hará jamás. “Me pasó de plantearme si yo veía algo mal, si cegado por la bronca se me pasó algo, y nada. Cuando charlás con la gente, ves que hay un descontento generalizado con la Justicia. En verdad, son ellos los que se tienen que replantear por qué no están siendo justos y no están teniendo un resultado positivo en la sociedad. Porque si vos me decís que le das nueve años para reintegrarlo en la sociedad yo te lo acepto, pero nadie se reintegra”, critica.

Un paso más allá, Emiliano arriba a una primera conclusión: “La Justicia termina siendo una verdadera casta de intocables que no tienen consecuencia de nada. Por culpa de ellos, todo pierde sentido. Ahora que lo viví en carne propia, la Justicia es algo esencial para la sociedad porque tiene que resolver el conflicto. A mí me dolió lo que nos hicieron como víctimas y como integrantes de la sociedad”.

Equilibrar la balanza

¿Puede la Justicia, tras un crimen, equilibrar su icónica balanza? No, pero que no se pueda no significa que no se intente. Lo mismo pasa con las víctimas que suelen ver o entender la condena como una venganza: mientras más dura, más se acerca a reparar el daño sufrido por la pérdida ocasionada.

Cada víctima procesa como puede el arrebato impensado que los deja en un lugar donde reconciliarse con algunas ideas y conceptos es casi imposible.

Cada víctima hace lo que puede con los jirones de vida que le dejan y eso hay que respetarlo.

Emiliano sabe que la balanza nunca volverá al equilibrio natural, pero presiente o al menos quiere creer que algo se podría haber torcido en favor de su familia.

Creo que si le hubiesen dado los 22 años que pedimos, algo se podría haber equilibrado. Incluso si le hubiesen dado los 15 años que pidió la fiscalía habría quedado disconforme, pero no enojado. Lo que hizo el juez Merlo me indigna”, asegura Emiliano, sin esconder ni un poco el sentimiento que lo atraviesa.

Después sigue hablando, pero son sus manos las que mejor comunican lo que pasa dentro de su ser en ese instante. Ambas se mueven temblorosas, coordinan para hacer la forma de un bulto redondo y trepan hasta el pecho. Sus dedos parecen querer hundirse en su ser con la finalidad de extirpar ese sentimiento que está ahí amargando toda su existencia. Luego, caen derrotadas sobre la mesa y la boca exhala: “Para mí, debería ser perpetua”. La pausa es breve pero intensa, y sus ojos, carentes de brillo, pero húmedos, me miran mientras la cabeza se sacude tímidamente de un lado a otro.

Emiliano transmite con todo su ser la tragedia que transita, y es ese camino el que nos disponemos a desandar.

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Lo que queda

“Mi hermano era un tipo muy querido, siempre actuó para bien y eso provocó que mucha gente nos haya acompañado y que hoy todavía estemos en pie”, explica Emiliano, que avanza hacia las sombras que ofrece su tragedia familiar y personal.

“Me acuesto todos los días mal y me levanto todos los días mal. En la noche me despiertan la bronca, las pesadillas, pensar en Facu, en cómo fue ese momento en que murió, en que me hubiese gustado poder verlo en el hospital y estar a su lado. Tendría que haber insistido más para que me dejaran pasar”, se reprocha Emiliano, que por su crianza respetó al personal del hospital y se sentó en la sala de espera con las manos entrelazadas suplicando un milagro que no ocurrió.

Emiliano no es esquivo de sus sentidos y se zambulle de lleno para emerger contando: “en el juicio escuché todas las lesiones que tenía mi hermano y no dejo de pensar en el terrible dolor que debe haber sentido con la columna rota y las costillas quebradas. Él era mi hermano menor, yo siempre lo cuidé y me duele no haber podido acompañarlo en su agonía”.

familia facundo castillo juicio

Lo tremendo acaba de caer como un meteorito. A la tragedia se le incorporan elementos sociales contundentes, como el mandato que históricamente ha tenido el hermano mayor de cuidar y proteger a los más chicos.

Esa manda Emiliano la vive en presente, incluso creyendo que su presencia podría haberle atenuado la soledad en la que todos estamos condenados a dar o devolver la última bocanada de vida para afrontar la muerte.

El acto concluye con una frase cruda: “Más allá de este dolor, uno se agarra de lo que te da la vida o, como en este caso, de lo que te queda, porque uno está con mucho dolor”.

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