Martín Souto publicó "Boca del mundo", en el que se sumerge en la historia secreta de aquel equipo que concretó la hazaña ante el "galáctico" Real Madrid.
“Se aman y se odian, como en todo amor verdadero. Pero en ese instante del festejo, se quieren. Es la imagen perfecta”, afirma a LM Neuquén el periodista Martín Souto sobre la icónica foto de tapa de su libro “Boca del mundo” (publicado por Planeta) donde se ve a Martín Palermo sonriente a punto de ser abrazado por Juan Román Riquelme, luego del gol del delantero del xeneize ante el Real Madrid que lo llevó a conquistar la Copa Intercontinental en Tokio hace veinte años.
El periodista de TyC Sports eligió esa imagen de celebración de las dos grandes figuras de aquella noche que Boca doblegó a los Galácticos del Real Madrid pero en su libro describe la verdadera historia secreta de esa final. Son doce capítulos en los que despliega detalles nunca revelados, expresados por los propios protagonistas, en los que da cuenta de un equipo entero y fuerte dentro de la cancha pero dividido fuera de ella que lleva al entrenador Carlos Bianchi a lanzar una amenaza al plantel en la previa del partido más importante.
-¿Volviste a mirar el partido para escribir el libro?
Sí, y cuando veo el gol de Palermo y ese festejo señalándolo a Román me conecté emocionalmente, me atravesó, fue una sensación de placer, de alegría y de completitud. No dejé de percibir que hay una historia de amor y como toda historia de amor también hay odios en el medio. Esa imagen me parece emblemática, grafica lo que significa ese vínculo y lo que pasó a partir de ese vínculo que es que Boca llegó a lo máximo. Esa relación tan singular que tenían en la cual se querían pero también se odiaban en la cual compartían pero también competían me parece que los llevó a ese lugar.
-Cuando se recorre el libro se resalta la gran capacidad para manejar esas tensiones y diferencias que había entre los grupos que lideraban dentro del vestuario, por un lado Riquelme, por otro Palermo, y un tercero, la de los colombianos Serna, Córdoba y Bermúdez.
Está claro que Bianchi es una persona que tiene un ego importante, y a partir de ese ego y de esa seguridad que le fue dando la vida diría que le permitió también ser el mejor gestor para un grupo de futbolistas que tenía muy alta su autoestima. No lo digo como una crítica sino que es una descripción. Esa estima alta les permitió ser lo que fueron y, claramente, Bianchi fue el mejor gestor. Está claro que en el fútbol tenés que aprender a convivir con el otro, a veces las formas no siempre son las mejores aparecen estas situaciones ineludibles en cualquier grupo humano. El pico del problema en el plantel es después de la conquista de la Libertadores del 2000. En los meses previos a la final en Japón el clima estaba áspero. Me cuentan que la charla de Bianchi fue tremenda. Sin ser un obsesivo del fútbol, Bianchi era alguien que tenía todo bajo control. Cuando vio que esto se estaba poniendo un poquito complicado actuó. Y actuó a nivel que uno espera de un tipo como Bianchi, más allá como lo cuento en el libro que no deja de ser sorprendente porque nunca se lo había escuchado así… “Si alguno de ustedes no le llega a dar la pelota a un compañero, yo personalmente me voy a encargar de que nunca más jueguen al fútbol en ningún lado”, les dice Bianchi.
-Una frase que, según lo decís en el libro, algunos futbolistas se animaron a contar y otros la desmintieron.
Nunca fui amigo de los futbolistas pero siempre tuve un vínculo afectuoso y de respeto de parte mía y de ellos hacia mí. Me parece que ese respeto mutuo permitió que en algún punto se liberaran un poco y pudieran contar algunas cosas. Creo que también eso que cuentan aparece por el paso del tiempo. Uno tiene que entender también que hay maneras distintas de encarar una noticia, y creo que podés elegir quedarte con una especie de escándalo cuando en realidad en algunos casos es una anécdota. Yo lo veo como anécdotas, me parece que son anécdotas lindas.
-¿Te parece que ese fue el partido consagratorio para Riquelme? Alguien dijo que Riquelme llevó en sus botines el joystick del partido.
Hay una frase de Alejandro Dolina que dice que el recuerdo enaltece. Y es así, porque uno elige recordar lo que quiere. Hay una sensación de que Riquelme jugó ese partido de manera incomparable, única, galáctica. Es raro porque cuando repasás el partido, Palermo es el que tiene una influencia determinante con sus dos goles, jugó el partido perfecto, no hace una cosa mal en todo el partido. Incluso el “Chelo” Delgado estuvo increíble, nunca jugó un partido así con la camiseta de Boca, era supersónico, era como ver al mejor Caniggia, no lo podían parar, jugó 88 minutos a un ritmo tremendo. Román no juega un partido tan bueno en el primer tiempo y en el segundo mete la pelota debajo de la suela, como diciendo esto es mío, ya está, mis compañeros me ayudaron a conseguir esto y ahora nadie me lo va a sacar de ningún modo. Román se adueñó de la escena y se adueñó por veinte años más y eso me parece es lo que hace que esa imagen de aquel partido se agrande un poco.
-Contás que luego del partido se hace una comida en el hotel en la que Bianchi invita a los dirigentes, entre ellos al presidente Mauricio Macri, y que luego del festejo y las palabras les agradece el apoyo recibido y pide que se retiren porque los jugadores iban a festejar en la intimidad. Macri no se movía de su silla y Bianchi le dice que también se retire. ¿Cómo era la relación de Macri con los jugadores?
Imagínate si no hubiese existido ese equipo, si Boca no hubiese ganado ese título, esa copa abrió puertas y seguramente Macri no hubiese sido presidente de la Nación. Es algo que deja una marca importante en la vida social de los argentinos. Estamos hablando de un hombre que terminó siendo presidente de la Argentina y el vínculo singular que tenía con algunos de esos personajes y los enfrentamientos que tuvo, por ejemplo, con Riquelme, que fueron muy populares y que en el libro se refrescan y se ahondan. En el libro hay un capítulo sobre el mito de las cuatro patas en el fútbol. Por ejemplo, Guillermo y Palermo se llevaban bien con Macri. No así el grupo de Riquelme, Bermúdez, Delgado, Pandolfi.
-El año pasado rompiste el silencio y confesaste que sos hincha de Boca. En el último capítulo del libro contás las historias de esos hinchas de a pie y lo que hicieron para estar esa noche consagratoria en Tokio. ¿Qué es ser hincha de Boca?
Conversando con un amigo filósofo, Pablo Rohde, decíamos por qué siendo personas que entendemos y sabemos que también detrás del futbol hay un montón de cuestiones non sanctas igualmente tenemos una especie de amor hacia el futbol medio incondicional y en algunos casos irracional. Él me decía que quizás se trata de jugar un poco con cierta búsqueda de eternidad. Cuando uno elige un club para toda la vida y lo trasciende y lo transmite a sus hijos como he hecho yo, es una búsqueda de permanencia y que quizás yo no estoy pero va a estar mi hijo con eso. Me parece interesante a la hora de entender por qué la gente hace las locuras que hace por un equipo de fútbol.
-A 20 años de aquella consagración, ¿cómo recordás ese día?
Lo recuerdo como un momento único, es como el mundo se hubiese detenido. La verdad fue un partido irrepetible y lo viví del modo que cualquier hincha de Boca lo vivió, con desesperación. Porque el partido tiene una connotación muy fuerte, no es que iba 0 a 0 ó 1 a 1, o lo estás ganando y te lo dieron vuelta y después lo terminas ganando. No, no. A vos te dan dos goles a los 6 minutos de juego…
-Es el miedo a tenerlo todo al comienzo pero con el miedo a perderlo…
Exactamente. Te dicen, tomá, es tuyo, no vayas a perderlo. Entonces ese partido y con ese resultado ya a los seis minutos de juego lo vivís con temor. Esos seis primeros minutos los disfruté al máximo, llegando al paroxismo, nunca hubo un disfrute tan grosero, es el grito de gol en el cual sentís que te vas a morir y después es defenderlo, es evitar que te lo saquen, que el otro equipo, que encima tiene más que vos y tiene más posibilidades que vos se lo quede. Fue un sufrimiento puro. Deseaste toda la vida tener un partido así y a los 6 minutos querés que se termine pero faltaban 84 minutos. Es muy loco eso que pasa con el fútbol: dejar de sufrir para ser feliz y en realidad es ser feliz mientras estás sufriendo. Resulta paradójico.
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