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La Mañana Selección Argentina

La cábala rumbo al Azteca: los tres hits ochentosos que motivaban a la Selección

Durante todo el Mundial 86, el equipo del Narigón repitió el ritual en la combi que los trasladaba a los estadios. "Llegábamos gritando a la cancha, era una cosa de locas", cuenta uno de los campeones eternos.

Por Luciano Carrera

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El micro enfila por la autopista hacia el estadio Azteca. Solo 90 minutos separan a ese puñado de jugadores de la gloria eterna. No hay nervios. Es el momento del descargue, de soltar emociones y puteadas, de cantar por el país y por esa Copa con la que todos sueñan. Desde el fondo del micro llega el grito y el chofer, cumpliendo el ritual, quita el pie del acelerador. No quiere ser él el responsable de la derrota. Entonces sí, mientras las motos de la policía mexicana abren camino, a metros del escenario de la gran final de la Copa del Mundo, los parlantes estallan y todos, con el Narigón Bilardo a la cabeza, golpean los asientos de esa combi inmortal mientras arranca “Ojo de Tigre”, convertida en un grito de guerra.

La Selección Argentina conquistó la gloria en México 86 con un Maradona celestial y un equipo que lo acompañó como nunca. Pero esa máquina aceitada, innovadora desde lo táctico, implacable, había llegado a ese Mundial golpeada, castigada por las críticas a un juego que no prometía grandes victorias. Cuando la cosa viene mal, las cábalas se renuevan para tratar de cambiar el rumbo. Y cuando la suerte sonríe, los cabuleros repiten los nuevos rituales como si fuere un mantra.

Aquel equipo tenía millones. El Narigón Bilardo, obsesivo como pocos, no dejaba detalle librado al azar. Registraba cada uno y era imposible dejarlos de lado si traían triunfos. Aquel equipo los fue acumulando partido a partido, al igual que las cábalas que se mantenían invictas. Como la de la música que sonaba en la combi que los trasladaba de la concentración al estadio en cada encuentro.

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En ese micro austero, una suerte de combi escolar adaptada en el que apenas entraban los 22 jugadores, el cuerpo técnico y algún dirigente, el casete con la música no cambió nunca. Fueron tres hits ochentosos los que acompañaron a la Selección ante Corea del Sur, en el estreno. Y los mismos temas sonaron hasta la final con Alemania, el 29 de junio en el que todos los que los escuchaban religiosamente pasaron a la inmortalidad.

“Por cábala no podíamos llegar a la cancha antes de que esos temas terminaran. Si el chofer manejaba más rápido que de costumbre, lo hacíamos detenerse en la autopista que nos llevaba a la cancha y calcular el tiempo de la canción para llegar justo. Los policías que manejaban las motos adelante nuestro no entendían nada”, recuerda Oscar Ruggeri.

La primera canción era un tema de Sergio Denis. Justo ese año saldría "Te quiero tanto", que se convertiría en un himno en las tribunas argentinas y de buena parte del mundo. Pero el éxito y la adaptación de los hinchas llegarían recién después del Mundial. En cambio, los jugadores argentinos escuchaban “Gigante Chiquito”, un hit que ya tenía un par de años, y que les pegaba directo al corazón.

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La canción habla del afecto inigualable que se siente por un hijo. Era el momento en el que todos pensaban en sus familias, dándose fuerza para jugar en nombre de ellos, que los veían por TV a miles de kilómetros. Más de uno contó años después que llegaban a lagrimear dentro de la combi, llevando su pensamiento a distintos lugares de la Argentina donde estaban sus afectos.

Eran tiempos diferentes a los de hoy, con pocos familiares viajando a los torneos, con un antiguo teléfono público en la concentración como toda tecnología para el que había que hacer fila religiosamente antes de poder hablar unos minutos desde México a cada rincón de la Argentina. Por eso, el recuerdo a la distancia les pegaba fuerte. “Cómo te quiero hijo mío. Mírame siempre a los ojos, que en tus ojos me miro”, cantaba Sergio, y todos se aflojaban.

Después de la emoción, llegaba el tiempo del relax. Y en los parlantes sonaba uno de los clásicos hits ochentosos de todos los tiempos. “Total eclipse de corazón”, con la voz de Bonnie Tyler. Sí, un lento, con una letra romántica, pero que explotaba en esos años y les permitía a los jugadores aflojar tensiones y empezar a aumentar el entusiasmo, a pocos minutos del estadio.

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Esos gladiadores que le ganaron a Inglaterra una batalla especial, que hace hoy 33 años iban a vencer a Alemania para quedar en la historia, se motivaban con un tema en inglés en el que la protagonista se derrumba por un desamor y grita “esta noche te necesito”. Años después, otro hit de Bonnie Tyler, “It´s a heartache”, se transformaría en un canto de enojo de los hinchas argentinos contra sus jugadores ("A ver si ponen huevo, que no juegan con nadie”).

El último, en cambio, era el grito de guerra. El que armaba el clima ideal para llegar a la cancha preparados para la batalla. “Ojo de tigre”, el tema de la película Rocky 3, un himno asociado al boxeo pero usado para encarar cualquier actividad física. Una canción que recarga las pilas y que la Selección tenía que escuchar en el momento justo, el mismo que se había dado en el debut ante los coreanos. “Directo a la cima, tuve las agallas, conseguí la gloria”, dice la letra. Probablemente muchos no sabían qué era lo que coreaban en inglés, pero se encendían al ritmo de ese hit y entraban eufóricos, a puro grito. Y ganaban siempre.

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“La de Rocky sonaba última. La poníamos faltando dos cuadras para llegar a la cancha. Teníamos que entrar al Azteca con esa canción. Y hasta que no terminaba, no bajábamos del colectivo”, dice Ricardo Giusti. “Cuando sonaba la canción de Rocky 3, te motivaba, nos sentíamos parte de la película. Llegábamos gritando a la cancha, era una cosa de locos”, suma Sergio Almirón, tres décadas después de aquellos viajes inolvidables de la concentración a la cancha, rumbo a la gloria eterna.

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