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La Mañana Comisario

La ejecución de Chaktoura: un rengo, un tatuaje, dos huellas y una patente

La víctima era profesor de filosofía y llegó a ser decano de la Facultad de Humanidades en la UNCo. Se desempeñaba en la Escuela Superior de la Policía bajo el rango de comisario civil. Durante una entradera a fines de 2006, lo asesinaron porque querían el arma.

Jorge Chaktoura (63) fue profesor de filosofía, llegó a ser decano de la Facultad de Humanidades de la UNCo y se sumó a la Policía neuquina para dar clases en la Escuela Superior, motivo por el que le dieron el rango de comisario.

El 30 de diciembre de 2006, su esposa y su nieta fueron encañonadas durante una entradera. A él lo sorprendieron cuando estaba en su estudio, en el primer piso de la casa ubicada en calle Santiago del Estero 1084. El delincuente observó una foto de Chaktoura uniformado y comenzó a reclamarle el arma. El comisario quiso explicarle que era personal civil de la Policía, pero no alcanzó a darle demasiados detalles porque el asaltante lo ejecutó a corta distancia con una pistola 9 milímetros y en cuestión de minutos murió desangrado.

Las pesquisas realizadas para dar con los autores tienen todos los ingredientes propios de una novela negra. Hay intrigas, movimientos al filo de la ley, traiciones y la casualidad de encontrar a una adolescente brillante que ayudó a hilvanar el caso y dar con los autores.

Jorge Chaktoura

¡Voy al súper!

El profesor estaba al borde de la jubilación y en agosto en 2006 había entregado el arma reglamentaria porque, por disposición interna de la Policía, todo el personal civil dejaba de portarla por considerar que por su función no la requería.

Chaktoura, que disfrutaba de ser abuelo, venía complicado de salud. La diabetes y una reciente operación del corazón lo tenían más recluido en su casa; de hecho, hacía semanas que no utilizaba su auto, un Fiat Siena azul, que estaba guardado en el garage para dos vehículos.

El docente devenido en comisario se pasaba gran parte del día en su estudio. Allí, sus horas se sucedían entre la lectura y la escritura, tareas que lo acompañaron durante toda su carrera. Incluso en eso estaba cuando fue sorprendido por los delincuentes y, con ellos, la muerte.

Su esposa, Ana María Luz Perriello, se ocupaba mucho de su esposo por la reciente operación y además disfrutaba cuidar a su nieta de 4 años cuando su hija se la llevaba cada vez que tenía algún trámite por resolver. La pequeña lograba que la casa cobrara vida y su felicidad contagiaba a los abuelos.

Se acercaba la fiesta de fin de año de 2006, por lo que el 30 de diciembre a eso de las 18, Luz le avisó a Jorge que se iba a La Anónima con la nieta en su VW Gol rojo, el único auto de los dos que utilizaba.

Nada en ese entonces hacía suponer que una rutina tan desprovista de sobresaltos podría llegar a modificarse en cuestión de segundos y para siempre.

Entradera

Ya están presentadas las víctimas, ahora es el turno de los victimarios. Quizás el mejor orden de aparición sea por peso propio: Néstor Fabián Zapico, Guillermo “Willy” Garro y Jonathan “Nano” Díaz, primo del Willy.

De acuerdo con lo relevado por LMN, hay dos teorías de lo ocurrido esa noche, pero una es la más sólida.

Zapico era un tipo pesado, con antecedentes en Viedma como robos grosos. En Neuquén se había juntado con el Willy y el Nano. Caía la tarde del 30 de diciembre y Zapico le pidió al tío de su novia, que vivía en Confluencia, el Renault Megane para salir a hacer un trabajo.

El dueño del auto, de apellido Ibarra, no confiaba mucho en Zapico, por lo que se ofreció a llevarlos, supuestamente, sin saber que iban a cometer un delito.

“La idea inicial era dar un golpe con un dato que tenían en el barrio Gamma, pero al final se les pinchó. A Zapico no le gustaba perder, así que cuando volvían, vieron a un hombre que estaba terminando de regar, cuando dieron la vuelta a la manzana el tipo ya había guardado la manguera y cerrado la puerta”, recordó a LMN un viejo pesquisa del caso, convencido de que el robo a Chaktoura fue al voleo.

La frustración de Zapico crecía, hasta que le pidió a Ibarra que se metieran por el coqueto barrio que rodea al boliche Pirkas. Allí dieron un par de vueltas y cerca de las 22:30 entró en su radar un Gol rojo que se estacionó sobre Santiago del Estero al 1084. Era Ana María Luz Perriello, que con su nieta en el asiento trasero volvía de hacer las compras en el súper. Luz abrió la puerta lateral del garage para luego correr el portón. Una vez que entró el auto, los tres sujetos se colaron sigilosamente sin que ella los advirtiera, hasta que el Willy le apoyó el caño de su arma en la cabeza y le tapó la boca. “Hacela piola o te mato”, la amenazó.

Luz, una mujer bastante decidida y bien plantada, pidió que dejaran a su nieta en la parte de atrás del auto para evitarle todo el trauma que presumía devendría del robo.

De hecho, los delincuentes le preguntaron cuántas personas había en la casa y ella no supo responder porque su hija hacía dos horas había dejado a la nena y en cualquier momento podía regresar. Solo hizo mención de su marido, que estaba recién operado del corazón.

Cuando le pidieron que se quedara dentro del coche, se negó rotundamente. “Me vas a tener que matar, pero yo no me quedo en el auto. Los acompaño y les doy todo lo que tenemos, pero por favor dejen a la nena en el auto y no nos hagan daño”, pidió la mujer.

El Willy le aseguró que ellos no eran de matar y que solo querían la plata.

Hasta acá, todo da a entender que fue un entradera al azar. Lo que despertó la sospecha entre los investigadores fue que uno de los delincuentes le dijo: “Queremos la caja con la guita y nos vamos”.

La frase trillada fue improvisada. Los ladrones hicieron la sencilla ecuación de que estaban en una casa linda, con dos autos, por lo que el resultado era que tenían guita. Una simplificación que, por lo general, suele ser acertada.

Lo cierto es que el matrimonio mayor no había realizado ningún tipo de transacción que les originara un ingreso extra; de hecho, producto de la operación habían tenido varios gastos. Ambos eran docentes y sus salarios rondaban poco más de la media por sus años de antigüedad, pero en esa casa no había un gran botín en efectivo.

Esto les quedaría claro a los ladrones tras llevarse unas pocas joyas y 600 pesos en efectivo, es decir, poco menos que el costo que tenía la canasta básica de alimentos, que para fines de 2006 rondaba los 899 pesos.

La familia del profesor y comisario Jorge Chaktoura

Una pesadilla sin fin

Luz, como dijimos, fue contundente. Acompañó a los delincuentes porque quería que se fueran pronto de su casa, del lugar seguro que tenía en el mundo su familia. Vulnerar ese espacio, para cualquier persona, genera traumas que cuesta superar, más aún cuando hay niños expuestos.

La nieta entendió que esos señores con armas eran malos y, atemorizada, se acostó en el piso del auto entre la butaca trasera y la delantera, y permaneció ahí por más de media hora hasta que su abuela, desolada y envuelta en lágrimas, la fue a buscar.

Pero volvamos a la casa. Luz los guió y les entregó todas las pertenencias de valor: un celular Sony Ericsson, dos cadenitas de oro de 18 quilates, un dije pequeño de oro con forma de corazón, otros dos con forma de nena y nene, otro con la inscripción “Luz”, una medalla de la Virgen que llevaba una inscripción, otro dije con la letra “N” y uno más con un brillante, un tarjetero personal plateado, al igual que un portarretrato plateado, varias cajas de color caramelo con elementos de pesca, un llavero del Quijote y Sancho Panza, y otro con la inscripción “Artemis”. Hasta les entregó un bolso negro de viaje para que pudieran cargar el botín.

“¿Sos cana?”

Una vez en la planta alta, Zapico, que tenía una leve cojera al caminar, le dio la orden al Nano para que atara a la mujer en el baño. Luz recordó que mientras la precintaba vio en su mano derecha una mancha o tatuaje entre el dedo pulgar y el índice. Una vez reducida a metros del estudio de su esposo, logró escuchar parte de la conversación.

Primero, Zapico mandó al Willy y al Nano abajo para acomodar las cosas que se iban a llevar, entre ellas la computadora del profesor.

Con tranquilidad, Jorge le explicó en tono paternal: “Mijito, lo único que tenemos es lo que ya les dio mi esposa”.

En ese momento, Zapico recorrió el estudio con la mirada y en uno de los estantes de la biblioteca observó una foto del hombre vestido con el uniforme de la Policía, y ahí se complicó todo.

Zapico le preguntó: “¿Vos sos cana?”. A lo que Chaktoura le explicó: “Soy profesor y trabajo en la Policía”. Rápidamente, Zapico le exigió el arma reglamentaria, pero el comisario le aclaró que no tenía.

Sobre este momento, los informes oficiales dan a entender que Chaktoura había sido maniatado con un precinto y desde su silla trataba de calmar a un exaltado Zapico que le decía: “Vos me querés hacer pasar de largo, dejá de jugar al silencio y dame el fierro”.

Luz solo escuchó esas frases, una detonación y las últimas palabras de su esposo: “¿Dónde disparaste?”. Y luego su voz que se ahogaba en sangre.

A partir de ahí, todo fue vértigo. El Willy le pegó el grito a Zapico: “¿Qué hiciste? ¡Tenemos que rajar!”. Y huyeron de la casa.

Como pudo, Luz abrió la ventana del baño y comenzó a gritar pidiendo ayuda a los vecinos, que ya habían llamado a la Policía.

Un oficial que llegó a la casa vio que la nena estaba en el auto, la dejó ahí por seguridad y cuando subió, observó a la mujer y luego al comisario sin vida en su sillón.

“No, señora. No vea, baje conmigo que hay una criatura en el auto”, advirtió con buen tino el policía tras sacarle el precinto. La pequeña por fin sonrió al ver a su abuela, que venía envuelta en lágrimas.

En la calle, los vecinos la asistieron y cuando Luz llamó a su hija para contarle la tragedia, la joven primero creyó que se trataba de una broma hasta que finalmente la realidad la aplastó con su propio peso y en cuestión de minutos llegó al lugar para fundirse en un abrazo estremecedor.

Luz siempre sostuvo que si el asesino no hubiera visto la foto de su esposo vestido de policía, no le habría pasado nada. “Lo mataron por ser policía”, afirmó la mujer en medio del juicio que se realizó recién en mayo de 2009.

Los investigadores del caso también llegaron a la misma conclusión. “Matar a un policía les daba más chapa”, resumió un pesquisa.

La familia del profesor y comisario Jorge Chaktoura 2

A quemarropa

El proyectil que mató al profesor Chaktoura ingresó por “el hombro izquierdo a muy corta distancia, de hecho se observó el tatuaje de pólvora alrededor del orificio de ingreso”, detalló el informe de autopsia.

Los forenses establecieron que la trayectoria del proyectil fue de arriba hacia abajo, es decir que desde el hombro izquierdo llegó hasta la cadera derecha.

En el trayecto atravesó el pulmón izquierdo, ingresó luego en el ventrículo izquierdo ocasionando una importante ruptura de dicha cavidad con una brusca pérdida de sangre. También afectó el diafragma, el hígado, el estómago, el intestino grueso y se terminó alojando en la articulación coxofemoral izquierda. Es decir, se produjo una descompensación hemodinámica que derivó en un shock hipovolémico y la muerte.

Rastrillaje

Con la Policía en el lugar, la casa quedó consignada hasta el día siguiente para realizar los peritajes de rigor en busca de rastros que ayudaran a dar con los autores.

El 31 de diciembre a primera hora, mientras Criminalística se encargaba de analizar toda la escena del crimen, personal de Investigaciones se dedicó a realizar un rastrillaje en tres cuadras a la redonda.

Una vecina contó que vio a dos hombres subirse a un auto a la vuelta de la casa donde ocurrió el crimen. A su vez, un joven confió que vio a dos tipos subir por calle Santiago del Estero discutiendo, pero sin más detalles, aunque les dijo a los policías que una cuadra más arriba, fuera del perímetro que habían dispuesto, había unas chicas en la calle a esa hora.

Golpeando puerta por puerta, dieron con una adolescente que les contó a los oficiales que ella estaba jugando con su hermana de 10 años al momento de la entradera. “Mi mamá siempre me dijo que cuando vea un auto sospechoso memorice la patente”, explicó. Los investigadores no lo podían creer. La joven les brindó datos clave del vehículo y la terminación de la patente: 142.

De inmediato, llamaron a la fábrica de Renault, en Córdoba, y dieron las características del Megane y los tres números finales de la patente.

En paralelo, Criminalística logró levantar una huella limpia del capot del Fiat Siena de Chaktoura, que como llevaba un par de semanas sin usarse, tenía polvo acumulado, por lo que la impresión dactilar quedó marcada casi en forma perfecta.

En tanto, en la parte de arriba levantaron una huella con sangre que supusieron que era del autor. Luz agregó en su relato a los oficiales que el asesino tenía una forma de particular de caminar, como un leve rengueo.

La investigación se iba orientando, tenían indicios clave, pero todavía no había identidades, solo que los delincuentes eran muchachos jóvenes de entre 20 y 27 años.

Con el correr de los días, llegó el informe de fábrica que cayó como anillo al dedo a los investigadores. “La fábrica nos aseguraba que solo habían vendido un auto con esas características en Neuquén y con esa terminación de patente”, contó uno de los pesquisas a este medio, a quien aún hoy al recordarlo le brillan los ojos.

Tras ir al Registro del Automotor dieron con Ibarra, el dueño del Megane, que vivía en el barrio Confluencia sobre la avenida Darwin al 1000.

a casa ubicada en Santiago del Estero 1084 donde los delincuentes asesinaron al hombre.

Temores y traiciones

Durante unos días se montó un proceso de vigilancia sobre la casa de Ibarra para observar los movimientos y las personas que se sucedían. Todo era bastante normal.

Los policías de civil se comenzaron a relacionar con algunos otros vecinos y ahí surgió que Néstor Zapico había estado viviendo en la casa de calle Darwin 1070 donde estaba estacionado el Megane patente CSO-142.

En paralelo, surgieron un par de llamados al Comando Radioeléctrico que daban información sobre los supuestos autores del crimen, y a uno de los policías consignados en el BPN se le acercó una persona que le dio los apellidos Zapico y Garro. Además, por fax, una mujer oriunda de Chile reveló que Zapico estaba vinculado al crimen del comisario y que andaba por Bahía Blanca junto con su pareja.

Los encargados de la investigación trabajaban a destajo. Chaktoura, además de ser comisario civil, era muy respetado por el gobierno; de hecho, el propio gobernador Jorge Sobisch concurrió a darle el último adiós al cementerio central.

Los pesquisas neuquinos comenzaron a cruzar información con sus pares de Río Negro y Buenos Aires. En la rionegrina tenían un viejo sabueso conocido en Viedma que les confirmó que Zapico era un pesado oriundo de Carmen de Patagones, provincia de Buenos Aires. Además, les confió que tenía una leve renguera. ¡Bingo!

“El tipo había trabajado en Turismo Patagonia, Pepsico, Transporte Oliva y en todos esos lugares hubo golpes importantes”, les reveló el sabueso rionegrino.

Cuando Zapico advirtió que estaba jugado en Viedma fue que se mandó a mudar a Neuquén, donde paró en lo de Ibarra, el tío de su novia, con quien cual se había ido tras el crimen del comisario a Bahía Blanca.

El policía rionegrino quedó en mandarles por colectivo una copia de todo lo que tenían de Zapico. Cuando llegó el historial, compararon la huella encontrada en el estudio del profesor ejecutado y coincidió con la del ahora rengo Zapico.

“Me vas a tener que matar, pero yo no me quedo en el auto. Los acompaño y les doy todo lo que tenemos, pero por favor dejen a la nena en el auto y no nos hagan daño”, dijo Ana María Luz Perriello. Esposa del profesor asesinado

“¿Vos sos cana? ¿Dónde tenés el arma? Vos me querés hacer pasar de largo, dejá de jugar al silencio conmigo y dame el fierro”. Néstor Zapico. Se lo dijo al profesor y comisario para luego matarlo de un tiro.

Las primeras caídas

Mientras un grupo de policías allanaba en el barrio San Lorenzo dos casas, donde vivían el Willy y el Nano, en paralelo una brigada se fue a Bahía y de ahí a Viedma en busca de Zapico.

El Willy cayó, pero el Nano había escapado a Chile, de donde era oriundo, por lo que se libró un pedido de captura internacional.

A fines de octubre de 2007, los carabineros dieron con el Nano Jonathan Díaz, que tenía 18 años, pero al momento del hecho era menor de edad y tenía en su haber, en Neuquén, varios hechos como robos con arma.

El Nano fue detenido en Temuco junto con su hermano, de 20 años, cuando intentaban robar un auto.

Al ver los carabineros el pedido de la Justicia neuquina, dieron aviso de inmediato y se comenzó a tramitar la extradición, que se concretó en noviembre de ese año.

El joven recién fue a juicio una vez que cumplió los 21 años, entre agosto y septiembre de 2010, y se lo acusó por homicidio en ocasión de robo agravado por el uso de arma de fuego.

Un perito confirmó que la huella que se había encontrado en el capot del Fiat Siena de Chaktoura se correspondía con la de Jonathan Díaz. Además, la viuda reconoció el tatuaje que tenía en la mano porque lo había observado cuando la maniataron.

Para los jueces, esos elementos fueron claves para declarar la responsabilidad del joven, pero no se le dictó condena por haber sido menor de edad al momento del hecho y no haber participado de manera directa en el crimen.

Zapico preso y condenado

En 2007, con los datos obtenidos, una comisión de la Policía neuquina viajó con la finalidad de cazar a Zapico. Después de hacer unas averiguaciones en Bahía, descubrieron que andaba por Viedma. En la capital rionegrina, lograron hacer buen pie con los colegas de Investigaciones y se movieron por distintos lugares hasta que obtuvieron un número de teléfono. Ese teléfono es el que había dado Zapico para vender su casa en Carmen de Patagones.

Fingiendo estar interesados en comprar la propiedad, establecieron un contacto con el prófugo y acordaron una reunión en Viedma.

“En aquella época, el colectivo de Patagones llegaba hasta el puente de la Ruta 3 y de ahí los pasajeros bajaban y cruzaban en tráfic hasta la terminal”, contó uno de los pesquisas que participó del operativo.

“Esa noche, teníamos armado todo un operativo conjunto con la rionegrina en la terminal, pero no hubo tráfic, por lo que la empresa de colectivo puso taxis. El tipo olió algo raro y nunca llegó ni a la terminal ni a la reunión. De ahí le perdimos el rastro”, reveló la fuente.

Recién en enero de 2008, una neuquina acudió a la Policía y entregó un número de celular que era de Zapico. Con los cruces de antenas, se pudo establecer que estaba en Entre Ríos.

“Directamente trabajamos con los colegas de la Policía entrerriana y lo detuvieron casi de casualidad porque tuvo una pelea con una mujer en una confitería. Mandamos una comisión para extraditarlo y cuando estábamos entrando al Alto Valle había un piquete del sector frutícola, por lo que tuvimos que explicar que traíamos a un detenido y esperar un rato largo hasta que nos dejaron pasar”, recordó el viejo policía.

El juicio a Zapico y el Willy Garro, que estaba con preventiva, se realizó a fines de mayo de 2009. Los jueces del tribunal fueron Mario Rodríguez Gómez, Luis María Fernández y Alejandro Cabral.

Para los magistrados, Zapico actuó de manera arbitraria a la hora de cometer el crimen, por lo que Garro quedó absuelto por el beneficio de la duda y recuperó la libertad de inmediato.

A Zapico lo complicaron la huella encontrada en el estudio y la leve renguera que pudo identificar la viuda de Chaktoura. En medio de la sala, el tribunal le pidió a Zapico que caminara, y pese al desesperado intento que hizo por ir derecho, la renguera era evidente.

Por esto se lo declaró responsable del delito de robo calificado por homicidio, agravado por violencia e intimidación contra las personas, mediante el uso de arma de fuego. La pena que se le dictó fue de 18 años de prisión.

La mayor parte de la condena la cumplió en la cárcel de Cutral Co, aunque tuvo un breve paso por Zapala. Hace un par de años, producto de los informes favorables, tanto de concepto como de comportamiento, le dieron la libertad condicional y, en la actualidad, tiene una carpintería en la comarca petrolera. Su deuda por el crimen de Chaktoura se cumplirá en 2026 supuestamente.

18 años de prisión le dieron tras el juicio en 2009.

Las evidencias logradas por los investigadores y la fiscalía fueron suficientes para demostrar que Zapico fue el asesino del comisario. El Willy Garro zafó por el beneficio de la duda.

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