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La Mañana Columna de Opinión

La hora en que volvimos a ser

Los chicos de nuevo en las calles y en las plazas, una postal de una breve estación de un largo camino.

Una niña en bicicleta, un chico en monopatín, otro intentando hacer jueguito con la pelota y una mujer embarazada observando a su hija de cuatro años que se adelantó unos metros, un preadolescente corriendo a su perro y un hermoso sol de otoño acompañando el día más esperado después de dos meses de permanecer encerrados, cumpliendo una cuarentena que quién sabe cuándo terminará.

Ayer, esas imágenes de chicos y chicas, todos con el obligatorio barbijo o tapaboca, caminando de nuevo por las veredas, y las plazas, ganando las calles, renovó la energía de la ciudad. Acaso fue solo una postal de una breve estación de un largo camino. En un momento, mientras observaba a mi hijo disfrutar de su primera salida recreativa a bordo de su patineta eléctrica, que en estos dos meses de cuarentena vi dar vueltas en los límites del living de casa, pensé que la ciudad extrañaba sus risas, sus pasos, el sonido al pisar las hojas secas.

El confinamiento al que nos obliga esta pandemia que arrasó nuestra cotidianeidad, las medidas de prevención y de aislamiento social que nos obliga a tomar también nos ha hecho revalorizar pequeñas cosas que hasta antes de marzo asumíamos como normales. Por ejemplo: caminar junto a mi hijo ahora se volvió algo extraordinario.

Durante la salida, sentí que todo el tiempo mi cuerpo me empujaba a estar lo más lejos posible de cualquier otro cuerpo que anduviera cerca.

Miré la hora en el celular, ya había pasado el tiempo permitido, volvimos a casa, lo que significó la vuelta a la rutina del protocolo de limpieza. Y nos volvemos a encerrar para sobrevivir.

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