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La matanza mística de Lonco Luan

Tras la introducción de un culto finmundista, en 1978, una comunidad mapuche, en medio de una ceremonia de sanación, entró en trance y mató a una mujer y tres niños que habían sido poseídos por el demonio. La Justicia realizó pericias psiquiátricas, psicológicas y antropológicas, y así entendió que los acusados eran inimputables y los sobreseyó.

Entre el 22 y el 27 de agosto de 1978, en medio de una ceremonia de sanación, la comunidad mapuche Catalán-Painitrul, que residía en la pampa de Lonco Luan, terminó matando a cuatro integrantes que habían sido poseídos por el demonio. Los crímenes impactaron no solo socialmente, sino que pusieron a la Justicia en una encrucijada, donde la incomprensión inicial fue sorteada en forma bastante innovadora para ese momento histórico.

El juez Arturo Simonelli, ya fallecido, solicitó una serie de pericias, entre ellas antropológicas, que fueron claves para entender lo que había vivenciado ese grupo endogámico asentado en la cordillera neuquina.

Vale recordar que recién con la reforma constitucional de 1994 se reconoce la preexistencia étnica de los pueblos originarios, lo que generó una serie de modificaciones en los códigos, y en la actualidad no solo hay letrados especializados en la temática, sino que también hay intérpretes de las lenguas originarias.

Este medio logró acceder a las distintas pericias realizadas hace 43 años, sentencia y partes oficiales de época que conforman los cinco cuerpos del expediente judicial. También repasamos el trabajo realizado 20 años después del hecho, en 1998, por la antropóloga de la Universidad de Buenos Aires Beatriz Kalinsky: “El concepto de imputabilidad en la llamada matanza de Lonco Luan”.

Los informes antropológicos demostraron que el trasfondo de la trágica ceremonia fue un proceso de aculturación y sincretismo religioso, entre las creencias ancestrales mapuches y la ideas finmundistas que habían adquirido del milenarismo pentecostal.

En aquellos años, “las comunidades aborígenes que habitaban el territorio nacional atravesaban un proceso de crisis cultural y religiosa”, explicó en su pericia el doctor Fernando Pagés Larraya del Centro Argentino de Etnología Americana (CAEA) dependiente del Consejo Nacional de investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

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Macabro hallazgo

Lo que ocurrió en la pampa de Lonco Luan, ubicada cerca del lago Aluminé a unos 32 kilómetros de la cabecera de dicha localidad, fue descubierto el 28 de agosto de 1978 cuando el grupo ritual se preparaba para cobrarse una nueva vida.

Todo comenzó la noche del 22 con las dolencias que presentaba Sara Catalán, una joven madre de 25 años. Su esposo intentó trasladarla para ser atendida en la sala de salud de Aluminé o directamente en el hospital de Zapala, pero el último vehículo disponible había partido hacía unas horas. Ante la imposibilidad de movilizarse y el rigor del clima, debieron quedarse en Lonco Luan.

Fue así que surgió, de parte de la mujer, hacer una cura de fe con las pautas de la Unión Pentecostal, culto que venían incorporando desde mediados de 1976 de la mano del evangelizador Casimiro Maliqueo, que había instituido a Ricardo Painitrul, integrante de la comunidad, como su discípulo.

Con un leve bagaje que tenía de estas ceremonias y con la biblia en mano, Ricardo Painitrul llevó adelante un rito de sanación.

Sara estaba tan mal, que su esposo la trasladó en una carretilla hasta el lugar que eligieron para hacer la cura.

El ritual tuvo derivaciones dantescas, tras una larga noche de oración y ayuno. “Sara se levantó con los ojos cerrados y los brazos en alto diciendo que era Jesucristo”, declaró uno de los participantes.

Painitrul, que hacía las veces de guía en el ritual, comenzó a tener visiones demoníacas que partían del cuerpo de Sara.

Todos los adultos que participaron en la ceremonia comenzaron a golpearla con cañas de colihue, propias de la zona cordillerana, mientras que Painitrul le pegaba con la biblia para sacarle el demonio que la poseía.

Al ver que satanás continuaba en su cuerpo, para espantarlo se valieron de un hierro, con el que le provocaron traumatismo de cráneo, fractura y hundimiento de los huesos del rostro y la cabeza. De esa brutal forma, Sara murió y fue arrastrada hasta un corral de ovejas donde luego la encontrarían.

El demonio, que para ellos estaba presente en el lugar, les jugó una mala pasada, porque salió del cuerpo de Sara y poseyó a la hija, Carmen Emilia Painitrul, de 11 años. A la niña también la golpearon con la biblia y palos en la cabeza mientras rezaban y a los gritos le exigían a satanás que abandonara el cuerpo. La pequeña murió por una hemorragia cerebral.

El guía junto con el resto de la comunidad seguían imbuidos en un trance místico con visiones similares en las que veían perros negros, culebras, brujas y un aura de colores en los cuerpos de los poseídos.

“El demonio sale de un cuerpo y entra en otro más débil. Señor Jesucristo, prepare mi mensaje para mis hermanos, para saber cómo podemos librarnos de este espíritu maligno. Prefiero que muera uno y no perder a todo el pueblo. Hay que sacar al demonio para que sane. Esa criatura viene a la tierra como bruja a engañar a la gente y debe ser eliminada. Por el nombre de Jesucristo, te voy a dejar aquí estaqueado”, proclamaba Painitrul en medio de la ceremonia.

A José Ramón Ñanco, de 14 años, lo despertaron durante el segundo día de oraciones y lo obligaron a arrodillarse en medio de todos. De inmediato comenzaron a golpearlo con palos y exigirle que vomitara al demonio.

“Escuchaba gritos en los que me decían que era un brujo y trabajaba con el demonio para matar a mi mamá”, declaró el adolescente, que en ese entonces también escuchó y vio cómo a su hermana le atribuían el carácter de bruja sin que el resto del grupo intentara frenarlos.

El joven, por su condición física, logró escapar tras una dura golpiza y huyó hasta la casa de un familiar que estaba a varios kilómetros.

Las siguientes víctimas poseídas también fueron niños. Héctor Efraín Painitrul, de 5 años, hijo de Sara, murió de un traumatismo de cráneo por los golpes que recibió con palos y un gancho de carnicero.

Luego, mataron a la sobrina de Sara, Irma Graciela Painitrul, de tan solo 2 años. A la pequeña le dieron golpes con un hacha hasta que le destruyeron el cráneo.

La Policía y la Gendarmería frenaron el ritual, porque de casualidad un vecino que pasaba por el lugar observó el cuerpo sin vida de Sara Catalán con el rostro desfigurado. A lo lejos se veía a la comunidad en una suerte de rectángulo, todos en cuclillas murmullando unas oraciones. “El sonido que hacían era parecido al de un enjambre de abejas”, confió el hombre a las autoridades.

Cuando arribaron los uniformados al lugar, encontraron a una joven escondida en una vivienda y aterrada porque, según el grupo, ella era una bruja. Esa joven era la hermana de Sara.

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Espíritus y demonios

Tanto los policías como los gendarmes que intervinieron quedaron sorprendidos por lo que ocurría y el grado de trance de los mapuches de esa comunidad.

El médico Juan Esteban de Jesús Bertinetti, que acompañó a las autoridades hasta la pampa de Lonco Luan en ese procedimiento, describió con precisión: “Sobre unas esteras puestas en el piso, había varios hombres, mujeres y criaturas que rezaban y cantaban, todos juntos, apiñados y agarrados uno del otro, incluso temblaban, completamente ajenos a los que ocurría alrededor”.

Si bien se estableció que no estaban en estado de ebriedad, se notó que los semblantes estaban enrojecidos y tenían la vista perdida.

Bertinetti se acercó para ver si podía asistir al grupo y no obtuvo respuesta de los integrantes del ritual, que se cubrían parte del cuerpo con mantas.

Ante el complejo escenario y el temor a que en cualquier momento se desataran más sacrificios, el médico sugirió separar a los niños. Esto desencadenó reacciones incomprensibles en ese momento. “Las mujeres pedían que las mataran y se las comieran, al mismo tiempo que daban gloria a Dios y gritaban ‘sangre, sangre’”, indicó.

En tanto, dos mapuches atacaron al personal de seguridad con cañas y palos al grito de “ustedes son raíces del demonio, son culebrones”. Otros les explicaban a los uniformados que “habían llegado unos espíritus malignos, a los que ellos combatieron”.

El profesional de la salud interpretó que estaban en un estado de trance, fanatizados con la idea de posesión y fin del mundo.

Finalmente, se terminó deteniendo a doce integrantes de la comunidad, hombres y mujeres que participaban de dicho ritual, y se dispuso que fueran distribuidos en las comisarías de Mariano Moreno, Las Lajas y Zapala.

Cuando se pudo comenzar a tomarles testimonio a los mapuches implicados, confiaron que se habían reunido para dar “sanidad” a Sara Catalán, una de las víctimas.

En medio de ese ritual, empezaron a surgir visiones de “espíritus y demonios” que se apoderaron de las víctimas fatales. Algunos los veían como “serpientes y ropa vacía”, detalla la sentencia.

En su mayoría, no recordaban acciones, sino imágenes, colores, sensaciones y delirios. Los relatos de los detenidos eran discordantes y con imágenes e impresiones singulares.

“Había dos demonios al lado de él”, “estaban poseídos por el demonio”, “apareció el demonio según un mensaje que había recibido en la mente”, “esa criatura venía a la tierra como bruja”, “estaba atormentado, asustado porque Héctor Efraín tenía el demonio”, “estaba el demonio y se apoderaba de varias personas”, “estaba como muerta parada, dijo que era Jesucristo y ella tenía magia negra”, “estas dos mujeres estaban haciendo daño con brujería y se valían de la magia negra”, testimoniaron los detenidos tras la matanza.

Los relatos por los cuales habían dado muerte a cuatro integrantes de la comunidad estaban en otro nivel de comprensión, por lo que fue necesario hacer pericias psicológicas, psiquiátricas y antropológicas para determinar la imputabilidad de los detenidos.

“No estaban en estado de ebriedad, se hallaban en estado normal, pero igualmente fuera de sí, es decir, no se encontraban normales por cuanto contestaban siempre algo relacionado con ‘espíritus, fin del mundo, víboras y sapos’”, describe la denuncia inicial.

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Marginados y olvidados

Los cadáveres fueron derivados para practicarles la autopsia respectiva, se ordenaron las pericias del caso en la escena del crimen y también informes socioambientales para establecer las condiciones de vida de la comunidad.

En el relevamiento se advirtió que la comunidad estaba “sumida en el aislamiento social, material y olvido”. Pese a las carencias, el grupo era trabajador, respetado en la zona y gozaba de buen concepto en general.

“Estos grupos no son sino un pobre remedo de las antiguas tribus, sumidos en una vida sin futuro ni esperanzas. Disminuido físicamente por las enfermedades y el alcohol”, reza la sentencia.

“Su marginación es de orden económico, primordialmente, y sus condiciones y medios de vida son los de cualquier poblador cordillerano. Sus recursos dependen de la crianza de ganado, realizada en condiciones sumamente precarias y carentes de técnicas, volumen y recursos que la puedan hacer verdaderamente redituable; sujeta además a los avatares propios de este tipo de explotación. No tienen servicios médicos ni siquiera religiosos regulares. Todo ello los condujo a la rápida y fácil aceptación de una nueva creencia que les ofrecía una pronta y radical modificación del mundo”, detalló el juez Simonelli.

En la escena del crimen se observó que la comunidad tenía viviendas muy precarias, corrales para ganado menor y un gran desorden en el patio producto del ritual.

Los pesquisas encontraron y secuestraron una gran cantidad de libros como la Santa Biblia, El hombre al umbral de ser salvo de la angustia mundial, El reino eterno y universal, La semilla preciosa, Lecturas bíblicas, Himnos evangélicos y otros más. Además, los elementos utilizados en los asesinatos: hacha, pala, cañas de colihue, hierros y un gancho de carnicero.

El trágico ritual llevó a que en torno a dicha comunidad se generara un rechazo generalizado de los pobladores de la zona que se mantuvo durante varios años.

Sectarismo finmundista

Pasados unos días, cuando el juez Simonelli observó a los detenidos, estos no podían creer lo ocurrido, estaban desolados, apenados y cada uno -palabras más, palabras menos- repetía lo mismo: “No entiendo qué pasó”, “no sé cómo pudo pasar”, “esto es muy malo, señor”.

Ante la falta de elementos y la incomprensión de lo ocurrido, la Justicia no podía hacer una clara lectura de los sucesos. Fue así que se ordenaron una serie de pericias psiquiátricas, psicológicas y antropológicas.

Para ello, se les encomendó parte de la tarea a los peritos Miguel Hange y Fernando Pages Larray. Los antropólogos debieron hacer un recorrido sobre la cultura ancestral mapuche y luego indagar sobre el movimiento milenarista unión pentecostal.

Fue así que se pudo establecer que los pentecostales son una rama evangélica protestante excluidos de la Iglesia Metodista. Se afincaron en Chile durante la crisis del salitre a fines de 1920. El culto tuvo una fuerte propagación con el advenimiento del milenio, con un mensaje de dicha y prosperidad. La clave era que el mundo se iba a acabar y resurgir completamente cambiado. Sus fieles pasan a tener un rol activo, dejando de ser meros espectadores como en otras religiones. Tienen en su mayoría un alto sentido proselitista para difundir sus creencias.

Dicha corriente redentora enlaza poderes del espíritu, como el fuego del bautismo, un glosario de términos inteligibles, dones de curación, evangelización y danzas sagradas.

En los informes periciales se advierte que hay una reintroducción de ritos de posesión demoníaca.

Este movimiento sectario pasó de Chile a la Argentina aprovechando la zona baja de la frontera neuquina.

Los antropólogos entendieron que el mensaje de salvación, en una comunidad aborigen que ha sido colonizada y reducida por los blancos, tenía muchas posibilidades de prosperar más aún por el aislamiento en el que estaban imbuidos y la economía precaria que mantenían.

“La oferta de pentecostalismo no tomó en cuenta las consecuencias desorganizadoras y destructoras de la personalidad que puede acarrear como intento contraaculturativo”, aseveró en su estudio la antropóloga Kalinsky.

El evangelizador

Casimiro Maliqueo es un personaje interesante en esta trama, ya que fue él quien integraba dicha secta en Zapala y se encargó de trasladar el culto a los crianceros mapuches que estaban carentes de todo futuro y esperanza.

Maliqueo, de acuerdo con las investigaciones ordenadas por la Justicia, difundía el culto durante las veranadas y así logró introducir tanto las ideas finmundistas como la esperanza y promesa de una salvación.

Los domingos solía reunirse con la comunidad Catalán-Painitrul en la pampa de Lonco Luan, donde no solo catequizaba persona a persona y hacía celebraciones conjuntas sino que instituyó a Ricardo Painitrul como su acólito y le dio la potestad de realizar este tipo de celebraciones.

Es decir, dentro de la cultura aborigen, Painitrul pasaba a tener características similares a la machi o chamán, que eran los encargados de la sanación del pueblo.

Maliqueo, en su declaración ante la Justicia, refrendó sus dichos de que había realizado “curaciones de males mediante oraciones”, e incluso, durante la entrevista con los peritos, afirmó que “si el grupo continuaba detenido era únicamente porque la Justicia no cree en la existencia del demonio”.

Lo que tal vez tampoco entendió Maliqueo, cegado por su fe, fue que al introducir a dicha comunidad a un nuevo culto debía contemplar las creencias ancestrales que arrastraban los mapuches.

Es decir, no hubo una adecuada guía del paso de un credo a otro, por lo que se habla de sincretismo cultural y religioso. De ahí que el rito de sanación haya fracasado y derivado en semejante tragedia.

“El pentecostalismo no ha borrado sus creencias en las brujerías”, establecieron las pericias, que retoman la idea de “aculturación, entendida como pérdida de la cultura original, y su reemplazo, parcial o total, por otra originada en el evangelio pentecostal, causa principal de la catástrofe”.

En la sentencia se replicaron las declaraciones que realizó monseñor Emilio Di Pasquo cuando comenzaron a entrar en auge las sectas milenaristas en Argentina a fines de 1950.

“El derecho que tienen los protestantes y disidentes (del catolicismo) a que se los respete en el ejercicio de sus cultos y a que no se los persiga no les da derecho a hacer proselitismos abusando de la pobreza o situaciones de atraso lamentables, pero inevitables a veces”, sostuvo.

De esta forma, toma fuerza la idea de que la introducción de estos elementos foráneos en la comunidad mapuche fue el desencadenante de la matanza.

Inimputabilidad

Las pericias psiquiátricas que se hicieron de manera individual y grupal no establecieron ningún tipo de patología, solo una ausencia de conciencia transitoria al momento de los hechos. Es decir, un estado de trance místico.

De hecho, los entrevistados, admitieron que “el demonio tomó el espíritu de Ricardo”, quien conducía la ceremonia, y describieron la aparición de satanás como “un viento frío y un aire muerto”.

“Se ha detectado que los mismos no padecen alteración mental alguna, pero asimismo los hechos que relatan son para ellos tan indudables como reales; la posesión demoníaca de algunos de los miembros del grupo; el peligro que ello representaba; su evidencia ante las formas de serpientes, expulsión del espíritu y finalmente la necesidad de reaccionar, expulsando al demonio como método de curación, sin preocuparse por la muerte física del afectado, pues de todas maneras así se los conducía a la salvación”, se detalló en la sentencia sobre el resultado de la pericia psiquiátrica.

Estos informes fueron aprovechados por los defensores, que plantearon la inimputabilidad de los detenidos basados en los conceptos del Código Penal de la época, que establecía: “El indígena es un agente de responsabilidad disminuida, a la cual la aplicación de la norma debe hacérsele con el sentido y alcance tutelar que su malograda condición humana exige. Sus creencias, misterios, fobias, sus pánicos lo hunden sin remedio en la irrealidad de sus formas”.

“La constelación y el éxtasis han dominado todo el acontecer histórico, conjuntamente con una sensación de peligro y miedo ante la presencia efectiva del demonio, con resultados catatímicos deformantes de las funciones senso-perceptivas. No han podido distinguir el bien y el mal. Han sufrido una inversión en el juicio valorativo de las cosas con total confusión, precisamente entre lo que es el bien y lo que es el mal. Creándose así un estado crepuscular de consciencia”, indicó el defensor Eduardo del Río, que tomó la causa en mayo de 1979.

A la luz de todas estas pericias e informes, la fiscalía se abstuvo de acusar y pidió el sobreseimiento por inimputabilidad penal.

El juez Simonelli, en diciembre de 1979, compartió la visión de la fiscalía en los términos del artículo 34, por trance místico colectivo (éxtasis). Ya que al momento de los hechos no comprendían la criminalidad de los actos ni pudieron dirigir sus acciones.

También estableció el juez que eran peligrosos para sí mismos y para terceros como grupo porque podían reincidir en dicha práctica, por lo que se ordenó la internación hasta que desaparezcan las causales de peligrosidad.

Se ordenó tratamiento, que hoy visto a la distancia carecía de sentido. En este caso no había una patología psiquiátrica, por lo que de poco valía un tratamiento.

Los adultos permanecieron detenidos hasta 1983 cuando recién se les dictó el sobreseimiento por entender que ya no eran peligrosos, pero nunca se los trató como comunidad afectada.

Cada integrante se fue reinsertando como pudo en tareas rurales y los más chicos fueron escolarizados.

A 43 años de aquella matanza, todavía en la zona de Lonco Luan este episodio permanece en la memoria con un dejo de vergüenza, pese a que fueron víctimas de un proceso de aculturación porque nunca lograron desprenderse de sus creencias ancestrales tras la introducción del nuevo culto, lo que llevó al caos en agosto de 1978.

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