El MPN se encuentra, por primera vez desde 1963, fuera del poder. Génesis, desarrollo y declive de un partido que definió una identidad provincial pero que con el tiempo perdió su mística.
¿Cómo llegó la invencible maquina electoral del MPN, a sucumbir en las urnas? Sin dudas, el Movimiento Popular Neuquino, un experimento político iniciado en 1961, dio una gran sorpresa a la oligarquía radical de aquel entonces. Nadie imaginaba que Felipe Sapag, un carnicero de Cutral Co, junto a sus hermanos Elias y Amado y un grupito de dirigentes sin formación académica alguna, iban a ser capaces de conformar un destacado equipo de técnicos venidos de todo el país, para erradicar la mortalidad infantil de una devastada provincia, hasta llevarla a ser un ejemplo a nivel mundial.
Tampoco nadie esperaría que se desarrolle una eficiente red vial que conecte todos los rincones de la provincia, que se funde una Universidad Nacional para nutrir al pueblo de conocimiento y capacidades y para que con ellas el Estado y las empresas se desarrollen, o que se funde un complejo sistema de bienestar social que dote de educación viviendas y seguridad a la población de manera prolífera y eficiente.
Pero menos aún, se esperaba que, levantada la proscripción al peronismo en 1973, el MPN se rehusaría a volver a sus bases justicialistas y decir con la frente en alto, “nos pusimos los pantalones largos”.
Nacía desde el sur del país una idea de federalismo absolutamente intrépida y novedosa, que desarrollaría una dinámica relación con el Estado Nacional no de rodillas, tampoco de confrontación, sino de pragmatismo, en beneficio de los intereses de los neuquinos, representados por los mismos neuquinos y ya no desde un alejado escritorio de Capital Federal.
La segunda generación del MPN
La siguiente generación de dirigentes daría mucho mas que hablar también. Pedro Salvatori, Jorge Sobisch y Jorge Sapag pondrían su indeleble impronta a la provincia. La industria vitivinícola, la modernización del Estado y sobre todo, la capacidad para generar las condiciones necesarias y fomentar activamente el desarrollo de Vaca Muerta serían también méritos indiscutibles del MPN. Pero en esta segunda generación ya no todo fue color de rosa.
Asegurado un esquema de justicia social sin precedentes, bien marcada la impronta federal, obtenida la soberanía política y garantizada la independencia económica, el MPN tenía dos caminos posibles.
Uno de ellos consistía en provechar la extraordinaria renta petrolera para darle sustentabilidad y dinamismo a la economía neuquina, a través de la agricultura, aprovechando la cuenta acuífera mas grande del país después del Paraná, o por qué no, mediante la economía del conocimiento. Todos planes de Felipe Sapag, que en su último gobierno soñaba desde su famoso plan “Neuquén 2020”.
Pero llegó el año señalado por el viejo caudillo y encontró a su amada provincia en el camino opuesto. Con las rentas petroleras atadas al pago de sueldos y gastos corrientes de una administración asfixiada financieramente y sin el desarrollo productivo soñado.
Hace tiempo que el MPN había dejado de ser un partido popular para ser un partido-Estado. Aun así, parecía una maquina electoral invencible.
Es que el MPN había adquirido la “maña” de dividir sistemáticamente a la oposición, al mismo tiempo que aprendía a dirimir las disputas domésticas en feroces internas, que luego terminaban con un partido unido y motivado.
No alcanzó con Vaca Muerta
En el 2020, el contexto nacional fue demasiado duro, por más Vaca Muerta que tenga, Neuquén no pudo abstraerse al galopante proceso inflacionario, a la decadente macroeconomía ni al cruel encierro al que el Gobierno nacional sometió a una población, que terminó por tornarse rebelde y reformista.
En este débil contexto, el MPN no supo buscar otro plan, más que el de seguir alimentando al descontrolado “aparato partidario” e intentar fragmentar a la oposición.
Pero el contexto político también había cambiado: El 16 de abril fue solo la culminación del suceso fundamental que marcó la salida del MPN del gobierno. Fue en cambio el 4 de octubre del 2022, día en que el ex Vice Gobernador del MPN, Rolando Figueroa, anunció su rechazo para participar de las elecciones internas dentro del partido que lo vio nacer y desarrollarse, el que generó la posibilidad de que dirigentes políticos de todo el arco opositor provincial se puedan unir en Comunidad, detrás de el, para ocupar el poder.
Cuesta creer que lejos del 61% de votos obtenidos en 1963, 60 años más tarde, en 2023 el MPN obtuviera solo el 34,%. Pero así es la democracia: La mística hace tiempo ya se había perdido y la voluntad popular no puede ser esquivada.
Después de todo, como reza un viejo proverbio de las ciencias sociales, los partidos políticos nacen en la izquierda, comprometidos, reformistas y mueren en la derecha, acomodados y conservadores.
Sin embargo, quiero creer que el MPN no ha desaparecido. Ha dejado un impresionante legado que todavía da que hablar y quien sabe, aunque todavía no se avizore, quizás en futuras elecciones pueda mostrar una doctrina y una dirigencia renovada y lejana a los intereses personales.
Por lo pronto, pareciera que esto, en el corto plazo no va a suceder, ya que a un año de su derrota, no ha podido o querido hacer autocrítica alguna. Además el grueso de su dirigencia se ha recostado al calor del Estado, ahora conducido por su verdugo, Rolando Figueroa.
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