Birra, libros y fuego: la forma ideal para cerrar la tarde en Villa Pehuenia
Hace 4 años Agustín y Mariana decidieron abrir Magma. Desde entonces, la aldea cordillerana cuenta con un espacio ideal para ponerle luz a la noche con arte y buena gastronomía.
Una vieja heladera Siam llena de libros; la voz inconfundible de Lasha de Sela llenando los espacios como un fantasma; un gato dibujado en la pared y otro que pasa por la ventana; dos mujeres sentadas con un mazo de Tarot sobre la mesa; un grupo de amigos que pide su primera ronda de cerveza; un puñado de botellas colgando del techo, el hombre que llega y saluda con un beso a todos los presentes. Mientras el sol cae y el volcán Batea Mahuida va cubriéndose de estrellas, Magma enciende sus luces de colores, las velas, las sonrisas y la noche sobre el Lago Aluminé.
Amistad, compañía, bohemia, belleza: todo eso es Magma, el bar que hace cuatro años inauguraron Mariana Jauregui y Agustín Merino, frente a la Laguna Pollo Laufquen, entre el Centro Cívico y el Centro Comercial de Villa Pehuenia. Lo que empezó siendo una idea sencilla para darle vida a un espacio pequeño en desuso y vender la cerveza familiar, se terminó convirtiendo en un eslabón necesario para el encuentro y la cultura, donde además, se pueden conseguir libros baratos, birra de autor y comida sencilla, pero rica.
En el verano del 2016, los Merino-Jauregui llegaron a vivir a Pehuenia desde La Plata, con los entonces pequeños Octavio y Lila. Un poco escapando de la ciudad, otro porque la mamá de Agustín vivía allí hace algunos años y sabían que era un lugar de oportunidades también para un antropólogo y una profesora de francés. Estuvieron más de un mes parando en una casilla rodante. En medio de ese caos, jamás imaginaron que muy pronto iban a convertirse en parte de la identidad local, aunque la única certeza que entonces los acompañaba es que el arte es parte de sus vidas y el arte siempre trae cosas buenas.
“El arte está muy presente en todo lo que encaramos, porque los dos estamos vinculados al cine, a la música, a la pintura: forma parte de nosotros”, explica Mariana. “El nombre Magma también viene de eso, del fuego de lo creativo. Es un guiño a que estamos en una región volcánica, pero nos gustaba la idea de esa composición de clastos de diferentes tipos: acá hay fusión de personalidades, acá la gente confluye”, agrega.
Muchos libros, parte de la propuesta
Piezas de diseño, objetos antiguos, recortes de diario, fotos, cuadros, esculturas, muchos libros, lámparas de todas las formas, colores y tamaños hacen parte de ese gran Frankestein que es Magma, analogía con la que además comparte pasión, literatura y encanto. Toda esa diversidad convive en armonía en un lugar pequeño que apenas tiene cinco mesas y una barra que da a la calle, que se llena muy rápido pero que siempre tiene lugar para alguien más.
¿Dónde está la magia? “Magma es sí o sí venir a compartir”, dice Agustín. “Desde que empezamos a imaginarnos este espacio, lo colectivo estaba implícito. Antes que pudiéramos ampliarlo, era mucho más pequeño; necesariamente ibas a estar cerca de alguien, te ibas a encontrar con alguien, la intimidad iba a ser junto a otras personas”. “A mí me gustaba mucho otro nombre, que era El Hormiguero, pero ganó el fuego de Mariana”, se ríe Agustín.
El 11 de octubre de 2019, en Pehuenia se conmemoraba el Último día de libertad de los Pueblos, con un fogón donde tocaba Peteco Carabajal. A Mariana y Agustín les pareció muy simbólico abrir ese día y cuando terminó el evento, la guitarreada siguió en Magma. “Vinieron Marce, Chiru, Diego, Jesús y Lucas. Nadie más. Con ellos abrimos”, recuerda Agustín. Desde entonces no pararon.
“Mayormente se trabaja con vecinos. Es un lugar muy local, donde las personas interactúan. Pero al mismo tiempo, al turismo le encanta porque disruptivo”, cuenta Mariana. Disruptivo y entrañable, como casi todo lo que no se olvida con facilidad.
Una cerveza rebelde
La gran impulsora del lugar es La Moquehuina, la cerveza de autor que empezaron hacer, allá por el 2005, El Pela y su compañera, Silvia Mac Williams, la mamá de Agustín.
La pareja se había enamorado tanto de Moquehue, que dejaron atrás la vida citadina y ahí se instalaron. Primero Silvia abrió una farmacia, pero un tiempo después se dedicaron de lleno a producir cerveza, a recibir turistas para degustarla, conocer el proceso de fabricación, comer algo rico y disfrutar de todo lo que implica una fábrica a corazón abierto.
“No es una cerveza artesanal. Es más una cerveza casera, hecha en el hogar, en familia”, explica Agustín.
En Magma ofrecen cuatro variedades con más o menos cuerpo, pero con alta densidad e intensidad: Rubia ahumada, Negra, Roja y Opa. “Lo mejor de esta cerveza, es que no respeta estilos, es bien de autor”, agrega Mariana.
Hace unos años que la casa de Silvia y el Pela dejó de estar abierta al público, pero La Moquehuina encontró en Magma un nuevo hogar. Mariana y Agustín diseñaron una carta sencilla para acompañarla. “No la gourmeteamos. Pensamos en un picoteo para acompañar la cerveza”, dice Agustín.
Papas fritas reales y bien hechas; la pizza con la receta que su amigo pizzero Axel Leiva les heredó; empanadas criollas; a veces arepas, a veces tacos, a veces feijoada. La cocina de Magma no es pretenciosa: es a la vista, fresca, casera y noble, ideal para acompañar una cerveza rebelde.
Tragos y literatura: un maridaje casi perfecto
Más allá de lo que dice la carta, en Magma siempre están pasando cosas un poco mágicas, un poco movilizantes. Además de los talleres de francés, mosaiquismo, tarot, laboratorio de cuentos para infancias, que se fueron dando durante estos años, también siempre hubo y hay lugar para la música en vivo y por supuesto para la literatura.
Hace un tiempo, junto a Flor y un grupo de vecinas, comenzaron a organizar el ciclo “Poesía en escena”, que en un primer momento se llamó “Fuego poético”. Donde además de haber micrófono abierto para la lectura de poesía, se volvió un espacio ganado para el teatro, la música, la danza y también para la expresión del pueblo.
“La parte de los libros viene de mi mamá que tuvo librería en La Plata”, cuenta Mariana. Se trata de Alicia Uriondo que además es una reconocida escritora platense. Quizá por eso es que la literatura se hizo lugar en Magma de manera tan natural y familiar como la cerveza, pero también como los tragos que a Mariana le encanta inventar.
Literatura y alcohol son una fusión tan antigua y efectiva como el amor. Desde el hada verde que Charles Baudelaire encontraba en el ajenjo, al íntimo vínculo que tuvieron de manera más o menos dramática, los siete premios Nobel de Literatura con el alcohol: Hemingway, Sinclair Lewis, Faulkner, Eugene O'Neill y Steinbeck. Mariana lo sabe muy bien y entonces durante un tiempo se dedicó a armar una carta de tragos que ella inventaba y bautizaba con entusiasmo: Mary Shelley, Luna de Shangay, Hombre Lobo, Lucha de Clases.
Los días en que iba mucha gente, se empezó a complicar sostener la coctelería (recién hace un año a que la dupla Merino – Jauregui incorporó a Yael, que también se fue haciendo parte del lugar). Y aunque de la carta de aquellas primeras épocas, sólo quedaron Júpiter, unos tragos clásicos y los vermouth que vienen ganando espacio en esa y todas las barras, al parecer también quedó dando vueltas por ahí el hada verde de la que hablaba Baudelaire.
Muta la carta, crece el espacio, hasta cambian los vecinos y los afectos, pero Magma guarda la magia de lo plural, lo compartido y lo familiar y bajo ese inmenso escudo sigue latiendo en las noches templadas del verano o bajo las más crudas nevadas del invierno cordillerano. Lo hace con “arte y birra”, pero sobre todo como un gran fuego que une, hipnotiza y entibia a todos aquellos que, como decía el gran Hemingway, “les gusta quedarse hasta tarde, con todos aquellos que no desean irse a la cama; con todos los que necesitan luz por la noche”.
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