Desde muy pequeña, Sonya Velazquez encontró en bailar música brasilera su pasión. Hace 10 años, con su compañero Zezé Souza crearon Coração Batuqueiro, la primera escuela de samba neuquina, un espacio que contagia alegría.
Hay roda de samba en Neuquén. Hace muchos años, en la ciudad se cultiva una suerte de comunidad de amor a Brasil que conforman en su gran mayoría músicos y otros fundamentalistas de la caipirinha. La noche está empezando, y alrededor de la mesa suenan cavaquinho, guitarra, pandeiro, cuica, surdo, tamborim sobre la armonía perfecta de Falsa Bahiana, el famoso samba de Geraldo Pereira. Entre el público aparece ella, moviendo las caderas, dibujando lo imposible con la punta de sus pies, con una sonrisa radiante y el pelo larguísimo. Esa mujer que baila y es imposible ignorarla, esa mujer que pareciera haber salido del mismo corazón del samba, esa mujer que detiene el tiempo es Sonya Velazquez.
Sonya es neuquina de raiz. Dice entre risas que el Barrio Gregorio Álvarez nació con ella, porque cuando tenía 8 meses a sus papás les dieron una de las primeras casas y de ahí nunca más se fueron. Dice que, hasta donde todos los vivos de la familia recuerdan, siempre fueron de Neuquén y que la cosa de Brasil no tiene idea de dónde viene, pero que vive en ella desde que era muy pequeña. Hay algo que sí es muy de familia: el amor por la música y por la danza. “En mi casa siempre se bailó, siempre. Es algo muy cotidiano que no se ve en otras casas, que de pronto alguien se levante y empiece a bailar”. Son del folklore, músicos y bailarines, gente de peña, bombo y guitarra. Pero en esas grandes juntadas de la infancia, a ella lo que más le gustaba era cuando alguien prendía la radio y sonaba algún ritmo brasilero, y mucho más, cuando ponían la Lambada y lo obligaba a su hermano a bailar.
Pero aunque la danza le gustaba muchísimo y su papá en algunas oportunidades le sugirió anotarla en alguna academia, para ella era algo totalmente inalcanzable. Así que se dedicó con disciplina al karate y al patín carrera, que empezó a practicar en el gimnasio del barrio y luego perfeccionando en otros espacios. Sonya cuenta que con patín viajaba a competir, que era un gran esfuerzo para su familia pero eran viajes hermosos. El patín, además, le aportó elasticidad a su cuerpo, pero sobre todo mucha constancia y disciplina.
Cuando era adolescente, volvía del colegio y metódicamente grababa en VHS los videos de los axé que salían en la tele y estaban muy de moda acá, como Onda, onda o Segure o Tchan. Después los ponía en la tele y los rebobinaba una y otra vez hasta que se aprendía las coreografías. Otra vez, la amiga de la amiga de la mamá de una compañera de la escuela viajó a Brasil y le trajo un cd de Patrulha do Samba, el grupo con el que empezó a incorporar otros ritmos como el samba raíz o samba pagode.
Un día de suerte
Después de la secundaria, Sonya trabajó en todos lados, muchas veces en negocios de ropa, otras veces como cajera. Tenía 23 años y entonces trabajaba 12 horas en un supermercado donde las condiciones eran dramáticas. Se sentía fatal. Una tarde, iba manejando cuando en la esquina de Avenida Argentina y Pacheco escuchó Deixa acontecer del grupo Revelaçao, que hasta hoy es su canción favorita. Inmediatamente estacionó y se bajó para ver de dónde venía la música. Y entonces se encontró con Baila Conmigo, la academia que por entonces dirigía Silvia, una fanática de la cultura brasilera, con sus hijas Roma e Ileana. Sonya vio el lugar y se emocionó, pero los horarios no le coincidían y sin dudarlo, ese día tomó la decisión: renunció al supermercado y empezó un camino sin retorno con la danza.
Le cambió la vida. De pronto se vio bailando salsa, bachata, kizomba. Lo que hacía sola en su casa, ahora podía hacerlo en grupo. Además, tenía la técnica del patín y un entusiasmo irrefrenable. A los meses estaba totalmente adaptada y con el tiempo empezó a dar clases, a hacer presentaciones y competir en certámenes junto a su entonces pareja de baile y otras compañeras de la academia.
Una historia de amor
Zezé Souza es un percusionista bahiano que llegó a vivir a Neuquén en 2013. A Sonya todo el mundo le hablaba de él, hasta que se conocieron y conectaron. Zezé no podía entender como había una neuquina que, sin haber pisado jamás Brasil, supiese tanto de su música y su cultura. Primero armaron Todo Show, un grupo pequeño con el que hacían presentaciones de axé, capoeira y algunas cosas de carvanal. Un tiempo después, además de enamorarse perdidamente, empezaron la otra historia de amor de sus vidas: Coração Batuqueiro, la primera Escuela de Samba de la capital neuquina.
Desde entonces, Zezé dirige con pasión ese proyecto, que es mucho más que un grupo de personas que se juntan en el Monumento a Los Caídos en Malvinas a tocar tambores y bailar. Es un espacio de formación que viaja desde la Patagonia a los orígenes del samba, un corazón nuevo nacido a Neuquén que aprendió a mirar a África, es solidaridad, comunidad, emoción: una forma de compartir la alegría. Para Sonya, además, siempre fue escuela y también la posibilidad de cumplir su sueño y conocer Brasil.
Construir una Escuela de Samba no fue fácil, implicó capacitarse muchísimo, contagiar el entusiasmo a otras personas, ensayar horas y horas. Para Sonya, además implicaba poder cobrar seguridad en el samba, que si bien bailaba intuitivamente, con lo que iba aprendiendo de uno y de otro, con los videos que miraba, no tenía la técnica para enseñar. Primero trajeron a una pasista de Entre Ríos; después Sonya viajó a Buenos Aires a capacitarse con Mayara Lima, pasista de Salgueiro, una de las más importantes escolas do samba de Río de Janeiro. “Me acuerdo que me daba mucho miedo, no sólo por la experiencia que era totalmente nueva, sino las pocas veces que había viajado a algún lado había sido con mi papá por patín carrera”, dice Sonya.
La experiencia le encantó. Un tiempo después, comenzó a capacitarse con Alex Coutinho, a quien ella considera su mestre, una suerte de guía técnico pero también espiritual, en todo este recorrido. Y fue justamente a través de lo que él le fue enseñando que Sonya comenzó a dar clases de samba a decenas y decenas de neuquinas, a crear un grupo sólido de pasistas para Coração Batuqueiro.
A través de una invitación de Alex, en 2019, acompañada por Zezé y otros amigos, viajaron a Río de Janeiro para capacitarse en una escola do samba y desfilar en el carnaval. “Fue inolvidable. No podía creerlo. Aunque nunca había ido a Brasil ni me importaba la playa, yo quería aprender todo, llenarme de Samba”. De los ensayos de Alegría de Zona Sul, pasaban a escuchar las rodas de Lapa, el barrio donde vive la noche carioca; también fueron a recorrer otras escuelas. “Cuando llegamos a Portela, no podía parar de llorar”, cuenta Sonya.
Pero aunque estaba cumpliendo su sueño, aunque tenía un traje perfecto de Iemanjá para desfilar en el Sambódromo, extrañaba su Coração Batuqueiro y su carnaval neuquino. Porque el samba desde que nació es comunidad, sentimiento popular, pero sobre todo saudades, un lugar donde volver que se construye junto a otros. El samba no es otra cosa que compartir con tu gente y con tu barrio; es la intimidad junto a otros; es la alegría de mirarte en la sonrisa amiga y es escuela de vida más allá del territorio. Alguna vez la volvieron a invitar, pero no aceptó, porque su familia está acá y su escuela trabaja todo el año para el carnaval chiquito y brillante que abraza el Limay.
Trabajar por la salud y la alegría
Además de llegarle el amor por la danza y la música, su familia le heredó otro oficio. Los Velazquez son trabajadores de salud. Su abuelo fue por años parte del Hospital Bouquet Roldan, su papá, chofer de ambulancia de un Centro de Salud y hace más de 10 años que ella es administrativa en Progreso. “Hoy tengo la suerte de ser parte de un equipo interdisciplinario de Salud Mental, donde llevo adelante tareas administrativas, pero del que me siento parte. Encontré un lugar donde es un placer trabajar porque hay equipo, pero además siento que también puedo aportar con mi arte”, explica Sonya.
Y aunque parezcan dos actividades incompatibles, con los años, Sonya fue descubriendo que el samba “es mucho más que bailar con poca ropa como creen muchos, es la posibilidad de sentirte contenido, de encontrarte con la alegría. Cualquiera puede bailar, no importa tu cuerpo, ni tu género, ni tu edad. El samba le cambió la vida a muchas personas, son varios los que me han dicho que a partir de esto dejaron atrás la tristeza, que esto les dio un motivo para salir adelante. Y yo misma lo creo así: el samba es también uno de los motivos por el que yo me levanto todos los días”, agrega.
Además de Coração Batuqueiro, Sonya es parte de otro proyecto junto a Zezé: Stilo Samba, la banda con la que van desde el samba raíz, el samba reggae, el axé y otros ritmos brasileros, hasta con la que reversionan algunas cumbias argentinas al ritmo del cavaquinho y el surdo. Ahí Sonya empezó acompañando como bailarina y hoy también se anima a cantar y a tocar el tamborím.
Nada de esto lo hace sola, lo construye junto a toda su familia que hace años la acompaña llevando adelante diferentes acciones. También junto a sus hijitos, que aunque son muy pequeños, ya hacen capoeira y juegan con el pandeiro. Y sobe todo con Zezé, su compañero, porque el samba es ante todo amor.
Prender una velita a Iemnjá, aprender una nueva coreografía, jugar con los niños, correr al centro de salud, preparar las clases, dejar la ropa lista para el show. “Algún día quizá descubra de dónde viene todo esto, el sentido de todo esto”, dice Sonya. A veces lo que nos es dado necesita mucha explicación. Allá a lo lejos está Brasil, acá nomás, Sonya Velazquez haciendo bailar un Coração Batuqueiro, la forma más simple de viajar a Brasil desde casa, el mejor lugar para matar saudades.
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