El secreto del té que hace que todos se enamoren de Villa Pehuenia
Con plantas, hierbas de la zona y otros detalles mágicos que incorpora a sus blend, Florencia crea una experiencia sensorial tan única como lo es pasar unos días abrazados por la cordillera.
Hace 5 años, Florencia Destéfanis se preguntaba qué hacer para poder transmitir todas las bondades del lugar que unos años antes había elegido para empezar su nueva vida. Un día, encontró la imagen de un blend de té y se dijo: “guau, es por acá, esto pone en juego todos los sentidos”. Decidida, viajó a Buenos Aires a estudiar Tea Bleander y Sommelier. Al volver a Villa Pehuenia, se dedicó a investigar todas las propiedades de las plantas que la rodeaban. Invirtió en hebras de té, aromáticas, cortó hojas de ñire, de radal, juntó los frutos de la rosa mosqueta y se puso a jugar. A los días, logró obtener 3 fórmulas y unos meses después nació Té quiero Sur.
“Me vine al sur por amor, con un proyecto de familia y encontré un mundo”, explica Florencia con su voz profunda. En Buenos Aires, era locutora y trabajó junto a grandes periodistas en América, 750, Mitre, Canal 7, CN23. En el 2013 viajó por primera vez a la Patagonia para pasar un tiempo con Gustavo. Luego aprendió a pintar, a hacer imanes, otras artesanías, guardó todo lo que tenía en unas cajas y un año más tarde vivían juntos frente al Lago Aluminé. Y si bien después tomaron caminos diferentes, de ese encuentro nació la pequeña Nina, su capacidad de crear con las manos y su fascinación por Villa Pehuenia.
“El nombre Té quiero Sur lo puse porque en verdad yo me enamoré de este lugar y dije acá me quedo. Y si, posiblemente también tenga que ver con el tango, el cual bailé por 15 años y eso haya quedado en el inconsciente”, dice Florencia. Con ese nombre, es difícil no evocar la inolvidable pieza de Astor Piazzolla y Pino Solanas que reza: “Siento el sur como tu cuerpo en la intimidad. Te quiero sur”, porque en todo ese mundo de hierbas, flores secas y yuyitos , hay mucho de lo sensorial, pero también de lo poético.
Té, sahumos, botánicos para coctelería, cigarrillos de hierbas, algo de cosmética natural, tinturas madre, agüitas quitapenas son algunos de los productos que Florencia elabora con dedicación y vende en un local encantado en el Paseo Artesanal de Villa Pehuenia. Todo lo que crea tiene como característica que lleva si o si alguna planta de la zona, lo que le aporta la vinculación con la tierra, la conexión necesaria con el lugar: lo que ella siempre quiso transmitir con su marca. Pero además, esas piezas, llevan un packaging que es en sí mismo un objeto de deseo: papel madera bordado, un fino hilo sisal, el sello de una tetera o una copa sobre un pequeño retazo de tela, etiquetas escritas y dibujadas a mano.
“En el patio de nuestras casas crecen todas las plantitas y yuyitos que necesitamos para vivir. El entorno siempre brinda la sabiduría de la tierra y eso proporciona un bienestar”, explica Florencia, mientras orgullosa muestra su catálogo herbario, donde fue guardando una muestra de cada especie, con el registro de cada una de sus propiedades naturales. “En un principio estudié a través de los libros de Sara Itkin y Adriana Marcus, dos médicas naturistas extraordinarias con un conocimiento sustancial sobre la zona, su flora y sus propiedades para la salud”, explica. Y agrega: “También empecé a consultarle a gente de aquí, a las mujeres de la comunidad mapuche, que me fueron guiando, que me ayudaron a reconocer, porque no todas las especies tienen la misma forma durante todo el año”.
Las propiedades de las plantas son inagotables. Y así como las hebras del té, que le compra a un productor de Misiones, o las diferentes aromáticas, que aportan las notas de sabores, son esenciales para darle calidad y un sello distintivo a su té, lo que ella misma recolecta entre los bosques de pehuenes milenarios, le aportan un componente medicinal, mágico. Notro, ñire, paramela, maitén, cascarilla de piñon, cepa de caballo o el famoso abrojo: todo es una posibilidad, todo en su justa medida hace bien.
El arte de mezclar
Florencia estudió mucho para aprender sobre el té, con el que nunca había tenido una cotidianeidad, una tradición; estudió las plantas y sus formas durante el año; estudió fitocosmética para poder aprovechar ese oro para la piel que es la rosa mosqueta; además de locución, género y tango. Pero más allá del conocimiento, que es una base elemental para poder llevar adelante Té quiero Sur, hay algo en el orden de lo artístico, de ese pequeño hilo entre la espontaneidad y la belleza que conmueve.
“Ponle amor al té, en lugar de azúcar. (…)Haga caso a la intuición. Mira el mundo entero con el ojo aquel que lleva usted en la frente. Y recuerda siempre… que tu eres la medicina”, dice uno de los escritos que acompañan una caja de té. “Creo que hay muchas formas de maridar. El té se puede mezclar y combinar con muchos alimentos: dulces, saládos, tibios, fríos. Pero también con todo en la vida. El té puede ser parte de todo, por eso yo con cada infusión también regalo un poco de poesía, que fui escribiendo y creando con un amigo filósofo como nota de cata para cada producto”, detalla Flor.
De esa caja sale un pequeño paquete que lleva por nombre Jugando con tus besos y un poco más abajo dice: “afrodisíaco”. Hebras de té verde ahumadas, menta, muña muña, paramela, y dos o tres hierbas más, al parecer serán suficientes para invitar al amor.
Las palabras crean, el té propone. Florencia lo entendió muy bien y sobre eso construyó este proyecto que habita.
Un territorio para crear
No hay fiesta de té posible sin tazas, ni teteras. Muchos lo saben por lo que vieron en sus casas, muchos por la gran mesa de la Liebre y el Sombrerero Loco en Alicia en el País de las Maravillas. Y como Florencia no deja nada librado al azar, quiso construir su propia línea.
Un día Judith, que había ido de vacaciones a Villa Pehuenia, entró al negocio. Comenzaron a charlar sobre cerámica y hubo una conexión inmediata. A los meses, Florencia viajó a su casa en Santa Fé para estudiar y aprender sobre el increíble arte de transformar el barro, con una de las ceramistas más destacas de la zona.
“La cerámica es una de las experiencias más hermosas que experimenté en mi vida. Todos deberían tener la oportunidad de poder entrar en contacto, de utilizar las manos para transformar la arcilla”, dice Flor.
Hoy ambas crearon una fórmula que contiene varias arcillas patagónicas, con las que llevan realizadas un sinfín de piezas únicas en gres y que también hacen parte del universo Té quiero sur.
Lugar de encuentro y oportunidades
El Paseo Artesanal de Villa Pehuenia Moquehue, donde funciona Té Quiero Sur, se inauguró en 2017 luego de algunos años de construcción, en principio con una inversión del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación que entonces dirigía Alicia Kirchner y luego, ante el cambio de gestión presidencial, con fondos de la Provincia del Neuquén. “Uno de los principales requerimientos para la construcción era que a partir de eso se pudieran conformar dos cooperativas”, explica Florencia. Y efectivamente, se crearon la Cooperativa de Construcción Villa Pehuenia y la Asociación de Artesanos, que hasta hoy están activas.
Más allá de las condiciones de aquella línea de financiamiento, la economía social siempre fue un pilar en la gestión del ex intendente Sandro Badilla, que se sostiene hasta hoy en la de De Gregorio y que guiaron de cerca ese proceso para que sea una experiencia exitosa. El paseo tiene 10 locales amplios, cómodos, bien iluminados y calefaccionados, de los que viven más de 14 familias de la localidad, además de contar con una Casita de Artesanos -tal cual cómo funcionaba mucho antes de la construcción de este espacio- que reúne las producciones de artesanos, artistas y demás hacedores de la zona.
Este espacio fue el que le dio lugar al primer emprendimiento que Florencia llevó adelante junto a Gustavo: Artesanías Lago Aluminé. Hace algunos años, es la oportunidad que ella encuentra para poder concretar un sueño al que le pone todo el corazón.
“Nadie puede hacerlo sola, menos en un lugar de estas características. Estoy muy agradecida de poder contar con un espacio como este, una inversión del Estado que le permite trabajar a muchas familias por un alquiler justo. Y también de contar con personas que todos los días, de alguna forma u otra, me ayudan a hacerlo posible como son Claudia, Inés, César y mis compañeros de la asociación”, concluye.
Belleza, poesía, mucho estudio, el silencio y la soledad del invierno, la infinita generosidad de la tierra, saber encontrar los yuyos justos para el alma, meter las manos en el barro, solidaridad, soñar en voz alta, una o varias historias de amor, son el secreto para un buen té, el de los recuerdos, el que evoca la cordillera, la tierra de los pehuenes milenarios y el agua como espejo. Hay muchas formas de volver a Pehuenia, pero una, sin dudas, es Té quiero sur.
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