El clima en Neuquén

icon
20° Temp
49% Hum
La Mañana Aniversario LMN

Hacer periodismo en pandemia: creatividad frente a los desafíos

Tres historias en medio de la peste reflejan el trabajo de los cronistas en tiempos de cuarentena y restricciones.

La pandemia nos cambió. Nos chocó, nos rompió en pedacitos y tuvimos que volver a armarnos. A todos los trabajadores del mundo les modificó de alguna manera su rutina laboral; para quienes nos ganamos la vida escribiendo y buscando historias fue un desafío mucho más grande de lo esperado.

Soy de la guardia vieja que ama salir a la calle en busca de historias; todavía creo en el periodismo de contacto, el cara a cara, aquel que permite conocer mejor a las personas y lograr las descripciones de sus entornos de manera más fiel y precisa, con la mayor cantidad de detalles para que el lector se sienta en el lugar y también se convierta en protagonista.

Con el inicio de la cuarentena y el temor a los contagios por los estragos que comenzó a hacer el Covid desde temprano fue necesario cambiar la estrategia no solo individual, sino el trabajo colectivo que se hizo siempre en la redacción del diario.

La tecnología estuvo de nuestro lado. La empresa se encargó de todos los detalles técnicos para que no se resintiera el trabajo y para que todos, de alguna manera, siguiéramos comunicados, aunque de manera virtual, pero lo más complicado era cumplir con la rutina centenaria de los periodistas gráficos. Salir a la calle ya no era una tarea sencilla porque había muchas restricciones y –lo peor- era que la materia prima (los potenciales entrevistados o fuentes de información) no abundaban. Los pocos que podían acceder a ese contacto ponían distancia o tenían miedo. ¿De qué manera lograríamos encontrar y escribir una buena historia?

Esa pregunta se me vino a la cabeza muchas veces apenas comenzó la pesadilla. A la angustia natural por enfrentar una peste que ponía al mundo patas para arriba, se sumaba la incertidumbre del desenlace y las complicaciones del trabajo.

Pero para quienes amamos el periodismo, este sería un problema difícil, pero con posibilidades de solución. Y durante todo el tiempo que duró la pandemia logré encontrar buenas historias para seguir en contacto con el mundo exterior. No recuerdo cuántas fueron, pero hubo muchas, algunas realmente buenas, según mi criterio, que quiero volver a recrearlas.

Toma Casimiro Covid.jpg

Apenas se inició a cuarentena se me ocurrió una hipótesis de nota. ¿Cómo viven los más pobres el azote del Covid?

Con María Isabel Sánchez, fotógrafa del diario, fuimos a la toma Casimiro Gómez para hablar con la gente y ver las necesidades que tenían.

Hice un contacto previo con una de las voceras del barrio y una tarde de otoño fui hablar con ella y otros vecinos.

En aquel entonces, las autoridades de Salud machacaban con el lavado de manos, la ventilación de los ambientes y la distancia social. En la toma donde vivían los pobres más pobres ese pedido era imposible. No tenían agua corriente, todos estaban colgados a un poste de luz y las condiciones habitables de sus casillas eran inhumanas.

Lo más llamativo fue enterarme que todas esas familias no estaban preocupadas por el virus, sino por la supervivencia, por saber qué comerían mañana o por anticiparse al estado del tiempo.

Todo terminó en una crónica social cruda, con testimonios duros y descripciones que lastimaban el alma, pero fue una manera de visibilizar (verbo desgastado si los hay) la realidad en carne viva que atravesaban miles de Neuquinos.

Con la misma línea de pensamiento y entusiasmado por el éxito de aquella primera historia de pandemia, se me ocurrió buscar otra similar, pero acotada a una sola persona que estuviera en condiciones de vulnerabilidad. Y así se me ocurrió que el protagonista del nuevo relato podría ser un linyera o un “hombre en situación de calle”, eufemismo tan utilizado en estos tiempos para nombrar a alquien que no tiene dónde caerse muerto.

Jaime el linyera.jpg

Me acordé de Jaime, el gran personaje que deambula diariamente por las calles de Neuquén. Lo busqué durante tres días por las zonas donde solía andar hasta que lo encontré de casualidad.

Fue una charla breve, pero lo suficientemente rica para que Jaime me contara su historia y me dijera cómo hacía para vivir en tiempos de pandemia.

Fueron cinco o seis preguntas que dispararon otra crónica cruda, pero con un mensaje de esperanza. A diferencia de la inmensa mayoría que transitaba por las calles con temor a contagiarse, Jaime disfrutaba las tardes de sol que le regalaba el otoño y cantaba a viva voz con su locura infinita, como si fuera parte de otro mundo. No le tenía miedo al covid; gozaba la libertad pese a su soledad y la aparente miseria que todos veían en él, a través de su aspecto.

El artículo se mantuvo al tope de las notas más leídas del diario. Fue revelador mostrarle al mundo que en plena pandemia, existía un hombre feliz y, a la vez, extremadamente pobre.

Mi alegría por ese segundo logro periodístico duró poco, como siempre ocurre en el periodismo. Al día siguiente me puse a pensar en otras posibles historias, aunque sus protagonistas vivieran lejos.

Ricardo, el guardaparques.jpg

Ricardo Druck es un guardaparques que vive en Hua Hum, un remoto paraje cordillerano en el límite con Chile. Se me ocurrió entrevistarlo para saber cómo era el distanciamiento social y el cumplimiento de la cuarentena en ese lugar en el medio de la nada. Lo contacté a través de Facebook, me dio su teléfono y tuve dos o tres charlas extensas. Luego me envió unas fotos maravillosas.

Aquella tercera crónica reflejó una historia distinta. La soledad de un hombre que no le temía al covid, simplemente porque no tenía posibilidad de contagiarse con nadie.

Ricardo vivía solo en una pequeña cabaña a orillas del lago y el pueblo más cercano era San Martín de los Andes, a 50 kilómetros por camino de tierra. Hasta allí viajaba una vez por semana para hacer las compras en el supermercado. Luego regresaba a su casa que también era su lugar de trabajo.

Este guardaparques no solo me habló de su vida y de sus costumbres. También me describió de manera perfecta la belleza del entorno donde vivía. Me dijo que si bien en la época de verano estaba acostumbrado a la visita de turistas que llegaban de todos lados, el resto del año lo pasaba en soledad, aunque con algunos contactos con gendarmes del paso fronterizo o personal de una hostería ubicada a un par de kilómetros.

Ricardo reconoció que la cuarentena no había sido un problema grave, pero que lo había aislado todavía más y había acentuado sus características de hombre ermitaño.

Aquellas charlas derivaron en una extensa crónica ilustrada con fotos hermosas que también tuvo un gran impacto en la opinión pública.

Durante la pandemia escribí otras historias. Fueron muchas y variadas, aunque la mayoría con un gran contenido social.

Traje a la luz estas tres que me gustaron y que disfruté mucho mientras las escribía. Quedarán como testimonio de esta etapa triste que vivió la humanidad durante dos años. Y servirán para graficar cómo hicimos los periodistas para cumplir con nuestro trabajo, más allá de los miedos y las restricciones; más allá de los riesgos y la incertidumbre.

Te puede interesar...

Lo más leído

Leé más

Noticias relacionadas

Dejá tu comentario