Ni siquiera el espanto por la explosión de la bomba atómica hizo que los japoneses bajaran los brazos. La enseñanza y el aprendizaje no estaban en juego.
De todas las fotografías terroríficas que se tomaron en Hiroshima después de la bomba que volatilizó a toda la ciudad en 1945, hay una que es icónica y que refleja el espíritu de superación que tuvieron los japoneses para salir adelante en medio del desastre. Un maestro da clases a la intemperie, entre los escombros y la desolación que dejó la explosión nuclear, mientras un grupo de alumnos lo escucha.
Es una imagen de catástrofe donde todo se había perdido. El país estaba fundido tras su incursión en la Segunda Guerra Mundial, había ciudades arrasadas como Hiroshima y Nagasaki, reinaba la miseria y la incertidumbre, pero existía una convicción generalizada en la población: la educación como única herramienta para la recuperación y el desarrollo.
En la Argentina ese principio también fue alguna vez fue indiscutible, pero desgraciadamente se perdió hace tiempo. Hoy los debates sobre la educación pasan por otros lados y no por el principal objetivo: la formación de las generaciones futuras, algo que parece tan elemental y, sin embargo, no se tiene en cuenta.
El conflicto de Educación en Neuquén
Neuquén no escapa a esa realidad. Este año, como muchos otros en la historia reciente, no comenzaron las clases por una protesta gremial tras una paritaria frustrada que derivó en un paro, cuyas derivaciones son difíciles de imaginar teniendo en cuenta experiencias vividas.
El conflicto se da en el inicio del ciclo lectivo, pero podría repetirse durante el año como ya ocurrió en otras oportunidades donde hubo aulas vacías por distinto tipo de problemas: escuelas en mal estado, sueldos bajos, cuestiones climáticas, inconvenientes en la obra social, adhesiones a conflictos ajenos...
Lo grave no es el reclamo del gremio docente, que es entendible, especialmente en un contexto de crisis económica como la actual. Tampoco es la respuesta del gobierno, con sus argumentaciones presupuestarias razonables. Lo grave es que los chicos no estudien, que sigan a la deriva por las irresponsabilidades de los adultos y por la falta de entendimiento de ese principio tan básico.
“La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”, decía Nelson Mandela, un hombre que supo como nadie lo que eran las desigualdades y las formas de combatirlas, en un país injusto que parecía imposible de cambiar y, sin embargo, cambió.
Ese mismo concepto es el que siguieron los japoneses hace 79 años. Lloraron a sus muertos, sufrieron el horror, vivieron la miseria, pero pese a todo siguieron dando clases bajo las cenizas de Hiroshima.
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