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La Mañana justicia

Sin Justicia no hay República: el corazón de la grieta en Argentina

La confirmación de la condena de Cristina Fernández de Kirchner volvió a dividir las aguas en el país. ¿Es realmente culpable o es una perseguida política?

Argentina, como tantas veces en su historia, amaneció dividida en dos en la ya famosa grieta. Por un lado, quienes festejan, convencidos de que finalmente se ha hecho justicia; por el otro, quienes afirman que se ejerce una persecución política. El revés judicial que recibió Cristina Fernández de Kirchner dio y seguirá dando mucho que hablar.

En momentos como este, es necesario despojarse de toda subjetividad que amenace al lector y analizar, aunque suene inocente y romántico, desde lo más profundo del corazón. Porque, como dijo Antoine de Saint-Exupéry en su gran obra El Principito, “no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.

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Son realmente muy pocos quienes, con sinceridad, pueden afirmar que Cristina Fernández de Kirchner es inocente. Que su abultado patrimonio —que supera los cientos y cientos de millones de dólares— fue ganado lícitamente, que sus vínculos con Lázaro Báez y la corrupción estructural fueron meras coincidencias, y que, aunque funcionarios de alto rango como José López (célebre por los bolsos que sobrevuelan conventos) o Julio De Vido fueron condenados por corrupción en la obra pública, ella no debería correr la misma suerte, siendo la cabeza ideológica y ejecutiva de aquellas maniobras espurias.

Insisto: ya prácticamente nadie puede afirmarlo si sigue con honestidad las verdades que dicta su corazón.

Sin embargo, con el mismo criterio de escucha coronaria, muy pocas personas podrían sostener que Mauricio Macri —al igual que tantos otros gobernadores, intendentes, legisladores y funcionarios— no ha cometido una gravísima serie de hechos de corrupción, no puede justificar su enorme fortuna y que no debería también estar tras las rejas, o al menos tras los ventanales de una lujosa prisión domiciliaria.

No se trata aquí de convencer a nadie de que Cristina está libre de los pecados por los cuales se la ha juzgado, pero tampoco de sostener que Mauricio Macri es inocente de las decenas de causas por las que fue procesado. Mucho menos de afirmar que su patrimonio —aún más abultado que el de Cristina— fue construido con esfuerzo y honestidad, siendo él y su padre, Franco Macri, un ejemplo prototípico del empresario prebendario ligado a los negocios espurios del Estado.

Sí, Cristina es culpable. ¿Pero por qué solo ella? Así podría resumirse el pensamiento de la mayoría.

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La debilidad de la democracia en Argentina

Los sucesos de estos días solo confirman lo que hace tiempo sabemos: que la democracia argentina es débil.

Que la división de poderes, propia de una república, no funciona correctamente. Que los líderes del Poder Ejecutivo, sea del partido que sea, se abalanzan sobre las instituciones sin miramientos ni límites, acumulando poder y riquezas, mientras los otros dos poderes miran de reojo o participan como cómplices, simulando un control que, en verdad, pocas veces se ejerce con responsabilidad.

Y que, si hay un poder del Estado más cuestionado que el propio Ejecutivo —esta semana juzgado— es el Poder Judicial. Aquel al cual el pueblo no elige, sino solo indirectamente a través de sus representantes, quienes designan a conveniencia mediante decretos y resoluciones en oscuros despachos, tan opacos como los que digitan la obra pública.

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Polarización en la política argentina

Por el momento, solo podemos concluir que Cristina, hábil como pocas para construir relatos dramáticos, aprovechará esta situación para intentar asemejarse a Nelson Mandela, Ignacio Lula Da Silva, Juana de Arco o Juan Domingo Perón en su exilio en Puerta de Hierro.

Que Javier Milei ha perdido su principal activo, más allá de su lucha contra la inflación: el enemigo perfecto. Aquel que justificaba sus extremismos y que ahora deberá reconfigurar su estrategia política, tal vez en forma más moderada, en torno a un adversario que ha salido del juego aflojando la tensión el polo opuesto.

Que, sin Cristina Kirchner, que funcionaba como depresor de las nuevas figuras del peronismo, ahora sí es posible construir una oposición de centro —o de centroizquierda— que tenga suficiente legitimidad moral y discursiva para rebatir los argumentos ideologizados y simplistas del León Libertario.

Que nadie es impune. Y que, dentro de 10 o 20 años, Macri bien podría ser hallado culpable por sus manejos con la obra pública, o Milei por la escandalosa criptoestafa de la que fue partícipe necesario.

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Igualdad, libertad y justicia, pilares de la democracia

Cristina basó su gobierno en la igualdad, pero sin libertad económica. Milei, en cambio, lo hace en nombre de la libertad, pero sin igualdad.

Lo que nunca ha tenido la Argentina —y que quizás debamos plantearnos seriamente como sociedad— es si alguna vez alguien se va a ocupar de la justicia.

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