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Un amigo, una escuela, una oportunidad: la increíble tarea de la Escuela Especial N 7 y la importancia del bastón blanco

Desde bebés de 45 días, hasta adultos mayores, la institución acompaña a las personas en el desafío de vivir con discapacidad visual. Cómo nos relacionamos con la ceguera.

—Gris, como si fuese un día nublado —dice Noelia Nautulpan.

El glaucoma empezó cuando tenía 14 años y fue avanzando gradualmente. Primero usaba anteojos, pero un día dejó de funcionar: perdió la visión de uno de sus ojos y un tiempo después, la del otro. Desde entonces, todo es gris. Hace 4 años —tiene 25— tomó la decisión de acercarse a la Escuela Especial N°7, a la que viaja desde Cinco Saltos todos los lunes, martes y miércoles. Dice, mientras recorta flores de papel, que fue una recomendación de su oftalmólogo, pero sobre todo de poder aceptar, de asimilar la ceguera.

Desde 1987 funciona en Neuquén la Escuela Especial N°7, donde las personas con discapacidad visual, ceguera o baja visión, encuentran un espacio que de alguna forma se ajusta a sus momentos, condiciones visuales, posibilidades y necesidades, ya que las perspectivas de abordaje y los procesos que implican son totalmente distintos.

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A la Escuela asisten desde bebés a partir de los 45 días, para la atención y estimulación temprana, hasta adultos mayores de 75 años o más; desde infancias que han nacido con un diagnóstico de compromiso visual a personas con ceguera adquirida, que en el transcurso de los años tuvieron que asumir el desafío de desarrollar habilidades para recuperar espacios y enfrentar la vida de una forma distinta. Por la mañana, en su mayoría van adultos, también algunas infancias a contraturno de sus escuelas; por la tarde, van niñas, niños, adolescentes y bebés.

Hace 20 años que la Escuela Especial N°7 conquistó la concreción de su edificio propio en la calle Gobernador Anaya 205. Allí se crean planes individuales y adaptados de acuerdo al diagnóstico y a la edad, que involucran a las áreas de Habilidades funcionales; Orientación y Movilidad; Actividades de la vida cotidiana; Tecnologías; Estimulación Temprana; Educación Física; Musicoterapia, entre tantas otras, y el acompañamiento de un gran equipo interdisciplinario y profesional. Allí, las personas aprenden un sinfín de acciones cotidianas que las ayudan a vivir con autonomía, cómo utilizar el bastón, a leer braille, a vestirse de manera autónoma, a realizar un marcaje en la ropa que les permita combinar los colores, a maquillarse, a afeitarse, a marcar un teléfono, parar un colectivo, encender una hornalla o cortar verduras: la vida muy distinta o la vida de nuevo.

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Empezar de nuevo

La primera vez que Lola, Lidia Teresa Dobler, usó su bastón blanco sintió un miedo atroz, le temblaban las piernas, el corazón le latía a toda velocidad, pero se lo guardó para ella. Le dijo a su hermana que iría caminando hasta la esquina: no doblaría, ni cruzaría la calle, era sólo hacer los 50 metros que la separaban de su casa del Barrio Limay y volver. Cerró la puerta y avanzó por la vereda. Fue chocándose con las ramas de los árboles, tropezando, conteniendo en el pecho el ladrido de los perros.

—Lo fui haciendo despacito, como un bebé cuando empieza a caminar. Mi hermana iba al lado mío sin que yo pudiera darme cuenta ¡Ay, qué alivio cuando llegué, qué alivio, Dios mío!

Lola tiene 68 años, hace un par de años el herpes zóster la dejó con ceguera. Dice que el primer tiempo fue durísimo, que no podía dejar de preguntarse por qué a ella, que mucho después pudo cambiar esa pregunta: ¿Por qué no ella? El sacerdote de su comunidad le recomendó la Escuela N°7 y a los días lo reafirmó con su oftalmólogo. “Es lo mejor que hay”, le dijo. Esa mañana, cuando se subió al taxi que la llevaba de regreso a su casa, le pidió que por favor le buscara el teléfono de la institución, pero el taxista llamó directamente y ahí mismo concertaron una entrevista.

—Acá aprendemos a empezar a vivir de nuevo, a hacer lo más cotidiano, lo más pequeño —dice con una sonrisa iluminada debajo de sus anteojos negros.

Eugenia Rodríguez es psicóloga y parte del equipo interdisciplinario de la escuela. Explica que las personas que adquieren ceguera o baja visión en su vida adulta, sufren un quiebre, un gran impacto que rompe con la vida que venían llevando.

—Cuando crecemos, las personas desarrollamos cierto grado de autonomía a lo largo de la vida y este tipo de eventos, trabaja como un corte, una ruptura. La limitación se hace muy significativa en una primera instancia: no poder desplazarte de manera independiente, no poder elaborar tu propia comida o ir a comprar a la esquina. Si la persona estudia, trabaja, no puede continuar en ese momento. Esto implica un quiebre en la identidad de las personas. Todo aquello que yo soy, que puedo, que tengo, de repente no es así. Es volver a un estado de muchísima vulnerabilidad, de necesitar asistencia para todas las tareas, al menos en un primer momento.

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Para las personas que nacen con un diagnóstico de compromiso visual, el proceso es distinto, también en la construcción de sus identidades, de sus subjetividades. Estas personas requieren otro tipo de apoyo y es por eso que la escuela se va adaptando a las necesidades.

Mi amigo el bastón

—¿Y para ustedes qué implica el bastón?

—Un amigo —se apura a gritar Félix Ruiz, de 66 años, mientras pinta sus flores con un marcador azul.

—Un amigo, un guía. Es volver a caminar, a sentirte segura, a poder hacer lo más simple, lo más tonto. Es volver a tener determinación, a poder decidir, a recuperar la independencia. Porque al principio no podés distinguir dónde vas a poner el pie, no podés nada. Tardé en venir acá porque es una decisión difícil de tomar. Estaba esperando otra operación, otro tratamiento, algún milagro. Pero ya me había caído muchas veces y tenía que asumirlo. Mi hijo me trajo hasta acá y ahora me cambió la vida. El bastón es una extensión de nuestra visión: te anticipa lo que hay adelante.

Rosana Castro, Rosi, tiene 60 años y como Noelia, un diagnóstico de glaucoma. Mientras habla, termina de preparar un llavero con forma de corazón para regalarme. Será parte de la actividad que están preparando este miércoles 15 de octubre, a las 14, en el hipermercado Jumbo, para conmemorar el Día Internacional del Bastón Blanco.

El bastón es símbolo de independencia, movilidad y seguridad. Aprender a utilizarlo implica un esfuerzo extraordinario y sumamente importante, como cada paso que dan las personas con discapacidad visual. Es tan inmenso, que devuelve la magia de poder detectar obstáculos, los cambios en el nivel del suelo, las texturas de los terrenos y las cosas, la presencia de otras personas.

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—Cuando las personas comienzan a utilizar el bastón hay mucho temor a sufrir algún tipo de accidente. A través de la enseñanza de diferentes técnicas de uso, van adquiriendo mayor confianza. En la escuela, se brindan técnicas específicas que les permiten adquirir autonomía y seguridad en sus traslados. Se comienza enseñando técnicas básicas; luego en los domicilios de los estudiantes y sus espacios cercanos como el trabajo, el supermercado, el hospital y recién, en una de las últimas etapas, se trabaja en la zona céntrica de la ciudad y en la utilización de transporte público —explica Gabriela Inostroza, profesora del área de Orientación y Movilidad.

El desafío de acompañar

Autonomía. La palabra resuena una y otra vez en el equipo pedagógico y es el gran desafío de las personas con discapacidad visual. Victoria Navarro trabaja en el Área de actividades cotidianas, intenta acompañar en el aprendizaje de cada acción cotidiana con técnicas que aporten seguridad y minimicen los riesgos, un proceso que dura según el caso, entre 1 y 4 años. Explica que son muchas las veces en que se venda los ojos, como una forma de sentirse cerca, de ponerse en el lugar, de comprender que para las personas videntes esa es una realidad muy distinta y que es preciso dimensionar, no sólo para su trabajo docente, sino para que tengamos un rol más activo como sociedad.

El equipo dice que una de las mayores dificultades que encuentran en la ciudad son las veredas poco accesibles, las rampas no adecuadas, las escasas veredas podotáctiles y la falta de paradas de colectivos sin garitas. Pero también, cuestiones más básicas, como árboles mal podados con ramas bajas; las cuchas de los perros u otros obstáculos que muchas familias dejan en la calle.

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Además de poder construir una mejor convivencia en los espacios de circulación compartidos, es clave aprender a actuar cuando nos encontramos con una persona con discapacidad visual.

—En primer lugar, preguntarle a la persona si desea que la acompañe o ayude a cruzar una calle. Es importante no tomar a la persona por el brazo, en cambio le podés ofrecer el tuyo, siempre el brazo opuesto al que lleva el bastón. Es importante ir un paso delante, ya que el movimiento de tu cuerpo le brinda información y percibirá mejor el camino. La persona con discapacidad visual, se tomará de tu brazo por encima del codo o del hombro. Antes de realizar el cruce de calle, deben detenerse para que la persona pueda explorar con el bastón el cordón de la vereda y percibir el cambio de nivel del suelo. Es importante cruzar la calle siempre por la senda peatonal y en línea recta, para evitar que se desorienten. También se puede brindar información que ayude a orientarlas en el espacio, por ejemplo, nombrar las calles en las que se encuentran —detalla Gabriela Inostroza.

Antes de salir de la Escuela junto a Muriel Ruiz, la profe de Musicoterapia que me fue guiando por toda la Escuela, abro el llavero que me regaló Rosi. Lleva escrito el versículo “Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32). Recuerdo otro versículo de la Biblia, Isaías 45:15. Dice: “En verdad tú eres un Dios que se esconde”. Pienso entonces en las formas de Dios: una escuela, un grupo de docentes, las personas de voluntad infinita, un bastón.

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