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El crimen que conmocionó la Policía neuquina y dejó una pregunta: ¿Quién mató a Jara?

LMNeuquén rescata la historia del crimen del sargento Gabriel Jara asesinado el 7 de agosto de 2007 tras quedar en medio de un enfrentamiento con delincuentes.

En un nuevo aniversario del crimen del sargento Gabriel Jara, asesinado el 7 de agosto de 2007, la Policía realizó un homenaje en la sede de Investigaciones de calle Mendoza donde se desempeñaba. El sargento quedó en medio de fuego cruzado entre delincuentes y su compañero. Recibió tres tiros, el letal fue en la cabeza.

LMNeuquén recupera la historia del crimen de Jara, que contiene testimonios familiares estremecedores. Además, está el relato del defensor oficial Andrés Repetto, desde hace varios años ejerce como juez, que cuenta las pericias que se hicieron del tiroteo.

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El jefe de la Policía Tomás Díaz Pérez y el subjefe Walter San Martín junto a la familia del sargento Gabriel Jara.

El jefe de la Policía Tomás Díaz Pérez y el subjefe Walter San Martín junto a la familia del sargento Gabriel Jara.

¿Quién mató a Jara?

Uno de los crímenes impunes que recuerda con sabor amargo la Policía del Neuquén, es el del sargento Gabriel Jara. Los tres delincuentes que participaron del tiroteo el 7 agosto de 2007 fueron absueltos por el homicidio y la pericia balística no permitió tener precisiones sobre el origen del tiro que recibió en la cabeza.

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El sargento Gabriel Jara fue asesinado el 7 de agosto de 2007.

El sargento Gabriel Jara fue asesinado el 7 de agosto de 2007.

Siempre estuvo latente la posibilidad de que la bala letal haya salido del arma reglamentaria de su compañero ya que Jara quedó en medio del fuego cruzado.

Los detalles del crimen del sargento los revivimos junto a su familia que lleva 13 años sabiendo que la justicia a ellos no les llegó. Sus vidas las tuvieron que reconstruir a partir del dolor y la ausencia.

Un cambio para disfrutar los hijos

El sargento se desempeñaba en el departamento de Delitos y realizaba tareas de de civil. Era un apasionado de su trabajo al que dedicaba gran parte de sus días.

Elizabeth Caamaño, su esposa, atendía el kiosco que tenían en el frente de la casa que habi-taban en calle Remigio Bosch e Ignacio Rivas. Para ese entonces tenían a Gabriel de 10 años y Nadia de 23 años que ya les había dado su primer nieto, Tiago, de tan solo 7 meses.

“Vivíamos en una situación normal de un papá que trabajaba todo el día y lo apoyábamos todo el tiempo. Acá, de cosas del trabajo no se hablaba por una cuestión que tenía él para resguardarnos. Nunca charlamos de qué haríamos si a él le pasaba algo y cuando pasó, nos cambió la vida y no sabíamos para dónde ir”, evocó Elizabeth.

En su vida cotidiana, el sargento era muy familiero y le gustaba tocar la guitarra, cantar folclore y comer asados. “De hecho cuando cerraban un caso se juntaba a festejar en casa con sus compañeros con asado y guitarreada”, recordó.

La organización familiar del día a día se hacía muy temprano a la mañana con unos mates de por medio. Después, Jara salía para el trabajo y ella acarreaba con el resto de las actividades y los chicos.

“Salía generalmente temprano al trabajo, pero no tenía horario así que no sabíamos cuándo volvía”, explicó la mujer.

Esa gran carga de trabajo, a Jara le había costado perderse parte del crecimiento de sus hijos. “En Delitos habían armado un grupo nuevo de evadidos porque él quería pasar más tiempo con Gabriel porque lamentaba todo lo que se perdió de nuestra hija y me decía que había crecido tan rápido que no alcanzó a disfrutarla”, detalló Elizabeth.

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Elizabeth Caamaño, la esposa de Gabriel Jara.

Elizabeth Caamaño, la esposa de Gabriel Jara.

Compañero de fierro

Jarita, como le llamaban todos sus compañeros, tenía 42 años y llevaba 20 en la Policía. Su dedicación al trabajo y compañerismo lo habían convertido en un referente.

“Esa semana le tocaba trabajar de tarde. El fin de semana había viajado con mi papá para llevar a mis suegros hasta Taquimilan, donde vivían. Llegó temprano ese lunes (7 de agosto de 2007) y tenía que ir a trabajar para cubrir a un compa-ñero. Yo le dije que había empezado a incumplir con esto de pasar más tiempo con nosotros, pero le habían pasado el dato de que había un delincuente pesado en Neuquén y cuando surgían estas cosas no había como frenarlo”, contó Elizabeth.

Esa mañana todo marchaba normal, ella estaba en el negocio y de repente comenzó a sentir sirenas que iban y venían, que se acercaban y alejaban.

“Pesamos que había algún quilombo, pero no imaginábamos esto. Mi hija lo llamó por celular, pero no atendía. Tipo 12 llegó un auto blanco de la policía y creímos que era él. Se bajó un hombre que no conocíamos y nos pidió que lo acompañá-ramos. Nos dijo: ‘Jarita fue herido y está en el Policlínico’. No sabía qué hacer, fueron las cuadras más largas de mi vida. En el camino, en la radio (LU5) escuchábamos que podrían tener que trasladarlo, ahí le pedí a este hombre que me diga qué había pasado y me contó que le habían pegado un tiro en la pierna, en el tobillo”, detalló Elizabeth con los ojos llenos de recuerdo.

En ese trayecto, a la mujer no le cerraba la historia porque en la radio se daba información que se contradecía con lo que ella le habían dicho.

Al arribar al Policlínico todo fue vértigo y desesperación. “Había mucha gente y en terapia estaban todos sus compañeros. Nadie me hablaba y el médico me dijo que lo habían llevado a hacer una tomografía y de ahí a terapia”, recordó.

Entre tanta angustia comenzó a recibir mensajes de los papás de los compañeros de su hijo, que se habían enterado por la televisión. La desesperación ya la invadió definitivamente. Algo en su interior le hizo presentir lo peor y comenzó a buscar al médico para obtener respuestas claras.

“El doctor me dijo que le habían pegado un tiro en la cabeza y tenía muerte cerebral. Ahí se me terminó todo, encima tenía que ver si era donante”, explicó entre lágrimas.

En medio de tanto dolor, Elizabeth debía tomar decisiones crudas, por lo que trataba de buscar en su memoria si en las conversación con su esposo había alguna pista de lo que él hubiera querido.

Finalmente, solo se pudo donar las corneas de Jara porque el proyectil que le ingresó por el pecho le había dañado los órganos.

Casi cerrando el peor día de su vida, Elizabeth se sentó frente al televisor a las 20 a ver el noticiero: “quería terminar de enterarme bien lo que le había ocurrido a mi esposo”, resumió.

Embed - ¿Quién mató a Jara? El crimen impune que más duele en la Policía

El Tiroteo

Uno de los testigos claves en el juicio fue un remisero que estaba estacionado a media cuadra de la esquina de Intendente Carro y Misiones donde ocurrió el crimen.

Bajo reserva, el remisero recorrió el lugar con LMN y contó: “yo estaba parado a mitad de cuadra por Intendente Carro esperando un pasaje. Se me acercaron tres tipos y me preguntaron si estaba libre y les dije que no, pero les llamé un vehículo a la base así que lo esperaron justo en la esquina sentados en unos canteros”, recordó.

Los tres hombres eran: Gastón “Cachetón” Barrientos que ya se había cobrado la vida de un policía en Puerto Madryn y de otros dos en Rawson, durante el robo a un blindado. Lo acompañaban, Néstor Daniel Martínez, también con antecedentes por robos calificado y Denis Martín Figueroa, supuestamente un novato que buscaba incursionar en el mundo del hampa.

Por esa esquina, alrededor de las 11, pasó el sargento Jara manejando un VW Polo rojo, vehículo policial no identificable, y lo acompañaba el agente Jorge Bustos que fue quién lo alertó de que le había parecido ver al Cachetón Barrientos sentado en los canteros.

De inmediato rodearon la manzana, subieron por Misiones y se metieron en contramano por Carro estacionando a metros del cordón de la vereda que da al Norte.

Bustos se bajó rápidamente y les pidió a los tipos que fueran contra la pared, al momento de empujar por la espalda a Barrientos para que apurara el paso, tanteó que tenía un arma y ahí otro de los delincuentes sacó una pistola.

Todo fue muy rápido. Jara ya había rodeado el auto y se estaba acercando a los delincuentes cuando su compañero comenzó a corren en dirección a calle Misiones al grito de “están armados”.

Los tiros comenzaron a llover y Jara quedó en medio del fuego cruzado entre los delincuentes y Bustos que disparaba retrocediendo intentando repeler la agresión a la vez que buscaba ponerse a resguardo.

Cuando Jara se agachó para protegerse detrás del auto recibió un tiro en la cabeza, con orificio de entrada y salida, otro en la pierna y otro en el pecho que le afectó los órganos. El sargento no alcanzó ni a desenfundar.

“Desde el auto vi todo el tiroteo y cómo escapaban los tipos”, detalló el testigo que temió por su vida.

Los refuerzos llegaron en cuestión de minutos y se logró detener a Barrientos y Martínez cuando pretendían ocultarse en el barrio Don Bosco. Figueroa cayó tiempo después.

Embed - Andrés Repetto defensor oficial de Barrientos

La bala que mató a Jara

Casi dos años después, la causa llegó a juicio en mayo de 2009, en la Cámara Criminal Segunda, con los tres detenidos que estaban acusados por el crimen de Gabriel Jara y de un violento robo con armas que ocurrió en el barrio San Lorenzo la noche anterior al homicidio.

Para Elizabeth, el juicio fue una maldita pesadilla. “Barrientos se reía, dormía, parecía impune a todo. En ese juicio, lo juzgaron a Gabriel, se cuestionó el procedimiento y todo eso. Después del juicio, les pedí perdón a mis hijos porque no quise seguir con esto porque era enterrarlo y desenterrarlo per-manentemente a mi esposo. Sentía que no lo dejábamos descansar en paz”, explicó la mujer con dolor.

Fue durante el juicio que se trató de establecer de dónde salió el proyectil que le impactó en la cabeza a Jara para dar fin a su vida.

El hoy juez Andrés Repetto, que en ese entonces fue el defensor oficial que le tocó a Barrientos, recordó que: “La policía hizo una pericia balística a partir de los agujeros que dejaron las balas en el auto de los policías. Hubo una enorme canti-dad de tiros, por lo que se hizo una planimetría en tres dimensiones y se pudo ubicar de dónde salieron cada uno de los disparos. Pero nunca quedó completamente esclarecido quién fue el autor. Sí quedó una duda muy importante, si el disparo salió del lado de los delincuentes o si había salido del lado donde estaba el otro policía, Bustos. A raíz de esto, en el juicio los imputados fueron absueltos del homicidio por el beneficio de la duda. Por los otros delitos fueron condenados con penas altas”, explicó Repetto en diálogo con LMN.

A Barrientos lo condenaron a 18 años de prisión por “portación de arma de guerra, agravada, y coautor de abuso de armas agravado, robo con arma y en banda”.

A Daniel Martínez le dieron 14 años de prisión por considerarlo autor del delito de “portación de arma de guerra, y coautor de abuso de armas agravado, robo con arma y en banda en concurso ideal, y robo con arma”.

En tanto, Denis Figueroa fue absuelto por todos los cargos por el beneficio de la duda.

El camarista José Andrada sentenció en el fallo: “No se descarta ni se afirma que el disparo que mató a Jara lo haya hecho Bustos. La fiscalía no dejó demostrado quién efectuó el disparo que dio muerte al sargento y es por esto que no podemos condenar a alguien por portación de cara”.

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Elizabeth Caamaño junto a sus hijos Nadia y Gabriel.

Elizabeth Caamaño junto a sus hijos Nadia y Gabriel.

Crecer sin papá, pero siguiendo sus pasos

Nadia y Gabriel debieron seguir adelante, crecer de golpe ante la ausencia de su padre y apoyar a su madre que debió reinventarse para sostener a la familia.

“Fue duro porque yo tenía a mí hijo de siete meses y mi hermano de 10 años. Cuando nos avisaron que mi papá estaba en el Policlínico, yo me quedé con ellos dos, pero después dejé a mi hermano con una vecina, y con mi marido y mi hijo fuimos al Policlínico. En terapia entraban los compañeros y salían llorando y na-die nos decía nada. Fue duro para todos” contó Maira que se fundió en un abrazo con su madre cuando les dijeron que estaba muerto.

En el caso de Gabriel, fue todo más mucho más extraño por su corta edad. “Yo no podía decirle a mi hijo que a su papá lo habían matado. Así que le pedí a los psicólogos del Policlínico que se lo dijeran. Después le pregunté a Gabriel si estaba enojado conmigo porque yo no se lo conté y se lo tuvo que decir unas personas totalmente extrañas”, confesó Elizabeth.

Gabriel, a la distancia recordó aquel dramático momento: “estaba mirando tele y preparándome para ir a la escuela. Sentí griterío en el kiosco y después pasé de casa en casa sin saber bien a dónde estaba mi vieja. Sabía que algo le había pasado a mi papá, pero no sabía qué era. Mi tía me llevó al Policlínico y unos doctores me llevaron a una escalera y ahí me dijeron que mi papá había muerto”.

La ausencia del padre se hace sentir en la vida de Gabriel quien rescata el sacrificio de su madre en la crianza.

“Ee faltazo de papá se siente en un montón de cosas, pero lo recordé mucho el día que fui a conocer la cancha de River y ahí le dije: ‘ojalá hubieras estado acá conmigo’”, contó llorando el joven.

Maira siguió los pasos de su padre e ingresó a la Policía por la necesidad de trabajar. “Ese lugar que había quedado vacante por la muerte de mi viejo me lo dieron a mí y fue algo que charlé mucho con mi mamá. Lo que sí, hablamos con los jefes para no hacer tareas de calle por lo que estoy con tareas administrativas”, detalló la joven quien nunca portó armas.

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Gastón “Cachetón” Barrientos es uno de los delincuentes más peligrosos del país.

Gastón “Cachetón” Barrientos es uno de los delincuentes más peligrosos del país.

El Cachetón Barrientos, un matapolicías

Gastón “Cachetón” Barrientos es uno de los delincuentes más peligrosos del país y tal vez el que más policías muertos carga sobre su espalda. En menos de una semana, en junio de 2007, asesinó a tres policías en dos atracos. Actualmente, cumple con dos perpetuas en el penal de Rawson.

Barrientos nació en Allen y de joven incursionó en el delito. Antes de hacerse famoso por matar policías, ya había participado en varios golpes en la región.

En su historial hay robos a viviendas y un recordado episodio en una casa de repuesto de General Roca donde todo salió mal, terminó tomando rehenes y rodeado por la policía. Finalmente, se entregó junto a otro conocido de-lincuente, Guillermo “Mula” Páez.

El Cachetón se había quedado sin campo de acción en la zona por lo que se fue a Chubut.

El 9 de junio de 2007, participó de un asalto a un almacén en Puerto Madryn. Lo que parecía un golpe sencillo, se complicó y terminó a los tiros con la policía. En ese enfrentamiento cayó el cabo Carlos Corzo y Barrientos huyó.

Tras llegar a Rawson, donde lo aguantaron otros compañeros del hampa, se reunión con Martín Espiasse, delincuente de fama nacional.

En cuestión de días cranearon el golpe al blindado que llevaba el dinero para el cajero automático que estaba dentro de la sede del Ministerio de Economía, en una zona céntrica de Rawson. Fue el atraco más osado de la historia criminal de Chubut a la fecha.

El 15 de junio de 2007 al mediodía, Barrientos, Espiasse y otros cuatro ladrones llevaron adelante el plan. Redujeron a unos empleados del edificio y se hicieron del maletín que llevaba uno de los empleados de la empresa de caudales que contenía el dinero para cargar el cajero, 283 mil pesos.

Barrientos, con una 9 milímetros y una ametralladora FMK3, quiso apoderarse del segundo maletín que estaba en el camión de caudales, pero no pudo y ahí se desató una balacera.

Los policías Pablo Rearte y Oscar Cruzado, que estaban a cargo de la custodia de los caudales, cayeron mientras repelían la agresión.

El único delincuente que cayó, le sirvió a la policía para dar con el resto, de la banda, aunque el Cachetón y Espiasse consiguieron escapar.

Barrientos se vino a Neuquén y estuvo guardado un par de meses hasta que la noche del 6 de agosto participó de un violento robo en el barrio San Lorenzo y al otro día se trenzó a los tiros con los policías neuquinos mientras los identificaban.

El sargento Gabriel Jara murió en ese enfrentamiento, pero Barrientos zafó porque no se pudo comprobar de dónde salió el tiro mortal. No obstante, la justicia neuquina le dictó 18 años de cárcel por robo calificado y en banda.

En septiembre de 2008, la justicia de Chubut lo condenó a perpetua por el crimen del cabo Corzo y tres meses después le sumaron otra perpetua por el homicidio de los dos policías en Rawson.

En la actualidad, el Cachetón tiene 45 años y cumple sus condenas en el penal de Rawson.

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