Villa Ceferino: El Gordo y Pepita manejan la droga, las armas y los pibes
Son una suerte de pareja criminal, pero ella manda en Villa Ceferino. Tienen atrapados a los pibes en un círculo vicioso del que es difícil salir.
En los últimos años, lenta y silenciosamente, el Gordo Fede y Pepita, dos lúmpenes del hampa neuquino, hicieron pata ancha en Villa Ceferino, un territorio arrasado desde hace décadas por bandas narcocriminales que reclutan pibes en forma permanente.
“Manejan todo amigo. La droga, los pibes y los fierros”, me confió un pesquisa mientras repasaba una serie de tiroteos, robos y detenciones en los que tuvo que intervenir la brigada de investigaciones de la Comisaría Tercera y el Ministerio Público Fiscal.
Dicha brigada es la que desarticuló en los últimos dos meses a tres bandas; los coquetos, los Melli y la del Vento. Todas dedicadas a los robos violentos a viviendas. Varios de los integrantes de estas organizaciones están radicados en Villa Ceferino, una barriada donde los vecinos no descansan ni cuando duermen.
La puerta del oeste
El barrio, que se la conoce como la puerta de ingreso al oeste neuquino, tiene más de 50 años y en los años 90 fue territorio de la familia Hernández, más conocidos como los Caciques.
“Los Caciques eran intocables, tenían banca de Sobisch y del gobierno porque les manejaban la merca. Era imposible entrarles. Fijate que cuando Sobisch cae, el MPN les soltó la mano y se acabaron los Caciques”, confió una vieja fuente policial que masticó bronca en esos años donde los Caciques actuaban a sus anchas y con total impunidad.
En la primera década de este siglo, los Caciques conocieron el encierro y la muerte. Caídos en desgracia, comenzaron las luchas territoriales entre pequeñas bandas que convirtieron a Villa Ceferino en una villa narco y peligrosa.
Los enfrentamientos armados eran moneda corriente. En septiembre de 2011, en un supuestos ajuste de cuentas, balearon una casa donde le dieron un tiro en la cabeza a un pibe de 18 años, Walter Jaramillo, que sobrevivió de milagro, pero quedó ciego.
En una entrevista con Jaramillo y sus amigos, demostraron la adaptación que tiene la especie humana al contexto y cómo es vivir en estado de alerta permanente.
Los chicos del barrio tenían y seguramente siguen teniendo, un oído privilegiado para identificar los motores de las motos. Cuando detectaban determinado sonido sabían que en cuestión de segundo se venían los tiros. Es como el juego infinito que brinda la naturaleza con el relámpago y el trueno.
Producto de un contexto pesado y vertiginoso, desarrollaron una habilidad poco envidiable, pero para ellos vital para sobrevivir.
Uno de los jóvenes explicó: “La cosa está en tirarte rápido al suelo y si podes con la espalda contra la pared porque los tiros por ahí no pasan”, reveló.
Todos los detalles tenían su lógica. Escapaban de las puertas y ventanas porque cualquier proyectil las atraviesa como si nada y no todos sobreviven a un tiro. Detalle no menor.
De hecho, en agosto de 2013 en Villa Ceferino, Rodrigo Gallardo, de tan solo 11 años, estaba viendo tele cuando unos pibes en moto pasaron baleando la casa. Un proyectil atravesó la ventana y dio directo en la cabeza de Rodrigo que se desplomó. El pequeño murió horas después en el hospital.
El arma utilizada en ese crimen fue una 9 milímetros que supuestamente se la habían robado a un policía, pero que la administraba un armero del barrio.
Los armeros son tipos que arreglan las armas, pero también tienen el negocio de la compraventa y hasta reducción de estas.
Un detalle interesante, es que en esos años la Policía venía investigando a efectivos que alquilaban su arma reglamentaria a delincuentes a cambio de un porcentaje del botín que podía ser algún elemento fruto del robo o dinero en efectivo. Además, existía una regla de oro: había que devolverle el arma un par de horas antes de que el policía se presentara a trabajar.
No obstante, la pistola que mató a Rodrigo pasó un tiempo sin ser localizada. Finalmente, un armero se la entregó un policía en agradecimiento por trasladar a su esposa al hospital en una ocasión que se descompensó. “Esta es el arma. El resto lo hacen ustedes”, dijo el armero tras poner la 9 milímetros sobre un escritorio a disposición de la Policía.
Desde ese entonces se conocían los manejos que había con las armas. Prestamos, alquiler y hasta trueque.
Lo cierto es que el crimen de Rodrigo Gallardo quedó impune, pero durante el juicio se ventilaron detalles que daban cuenta de la violencia que había prendido como un tumor en Villa Ceferino y su metástasis se esparcía en todas las direcciones.
Los kioscos narco
Seguramente le interesa saber qué pasa con el “Gordo” Fede y Pepita, pero no se apure que los contextos son interesantes no solo para hacer memoria o presumir de ella, sino también para entender.
De todas formas, hay detalles que no podrán ver la luz, por ahora, pero seguro surgirán en algún momento. Tal vez, si prospera la desfederalización en la persecución del narcomenudeo se pueda sacar de las calles a algunos personajes que se dedican a estos manejos. Al igual que el Gordo Fede y Pepita.
Retomando. Ante tamaña violencia desatada en Villa Ceferino, en abril de 2015 realicé varias incursiones por el barrio. A pie y con un cigarrillo a mano recorría las enmarañadas calles. Algunas no figuran ni en Catastro de la Municipalidad.
A veces solo y a veces acompañado por alguna que otra fuente puede moverme por lugares de mucho riesgo. De esa forma fue que logré contabilizar, en quince cuadras a la redonda, diez kioscos narco funcionando con sus sutiles manejos y movimientos, nada que escape a los ojos de un policía medianamente entrenado.
¿Quiénes eran los que manejaban los kioscos? Había algunos soldaditos de los Caciques que mantenían una porción del negocio que supieron manejar sus jefes.
Estaban los Rosarinos que tenían sendos enfrentamientos territoriales con los Hueveros, unos jóvenes mendocinos que utilizaban la venta de huevos como pantalla para comercializar droga y también para cruzar los límites geográficos, no escritos, pero que estaban implícitos para una buena convivencia y reparto del negocio. ¿Se entiende?
A la lista se suman los Gitanos, los Seguel, el René y el Turco. Además, estaba la rama femenina que la integraban: la Gorda, la Chonchona, la Bolita y Pepita.
Todos estos emprendedores tenían gente que figuraba en el padrón del MPN. Cierto que ya les conté la historia de “El narcopuntero, el ministro y el candidato”, donde salen a la vista los nexos entre los narcos y la política.
Por esos años, Pepita era la Pepa. Así le decían los pibes del barrio porque además de su faceta de pesada vinculada a robos y manejo de armas, ella facilitaba los psicotrópicos para la jarra loca que fue furor en su momento.
La jarra loca consistía en una jarra, obvio, en la que se mezclaba todo tipo de bebidas alcohólicas con psicotrópicos a los que se les denominaba “pepas”, porque “las pasti” (pastillas) siempre fueron los ácidos.
En Neuquén, hasta hubo boliches que te vendían la jarra con las bebidas mezcladas, “pero las pepas las ponen los pibes”, recuerdo que me contó una fuente cuando hice un informe especial sobre el temerario cóctel. Todos es una maraña. Todo está entrelazado.
De Pepa a Pepita
De Pepa pasó a Pepita porque la Policía descubrió que había comenzado a aguantar en su casa a los pibes que robaban y les guardaba las armas. Siempre en el ambiente es bueno tener un aguantadero y gente del palo que esconda el arma. El arma es una herramienta para su laburo y también una evidencia para su condena.
Y si hay armas y una mujer, a los policías le viene a la memoria “Pepita la pistolera” que fue Margarita Graziana Di Tullio. Una marplatense que en los años 90 fue la femme criminal de la Argentina.
Di Tullio tuvo una vida muy ajetreada vinculada a todo tipo de delitos, pero la Bonaerense, que en ese entonces era la maldita policía, la quiso implicar en el crimen del fotógrafo José Luis Cabeza.
A Margarita le sobraba carácter y era una mujer de códigos en el ambiente, a tal al punto que le retiró el saludo a su propia hermana, que, por despecho, entregó a la banda del robo del siglo al banco Río.
Cuando a Pepita la pistolera la mala fama la llevó a la pantalla chica, tuvo el tupé de consumir cocaína en la mesa de Mirtha Legrand. Siempre caminó por la cornisa.
La temeraria Margarita Di Tullio falleció el 30 de noviembre de 2009, a los 61 años, de un colapso cerebral que sufrió en San Juan donde se dice que visitaba a un amante.
Pero volvamos a Neuquén, al corazón de Villa Ceferino. Allí está la Pepita neuquina que es Leticia Poblete de 35 años. Es una mujer de averías que cuenta con un interesante prontuario.
Tiene varias caídas por robos, algunos de ellos a punta de pistola, causas por resistencia a la autoridad y hasta estuvo vinculada en julio de 2014 al crimen de Gastón Soazo, uno de los Bin Laden de Toma La Familia.
A Soazo lo mataron en un ajuste de cuentas por drogas en barrio Islas Malvinas, un sector que respondía a Pepita. De hecho, en unos allanamientos que siguieron al crimen la demoraron junto con otras amigas del ambiente. Siempre juega al filo y por ahora zafa.
Pese a que en el ambiente se la conoce como Pepa y Pepita, algunos amigos la llaman Coco, pero son pocos hasta se podría decir que se reduce a un círculo íntimo.
En la actualidad, Pepita ha tomado vigencia debido a una serie de hechos que se vienen investigando y que atrajeron los seguidores a su portal.
“Con el Gordo Fede, que vende drogas y reduce robado, son una pareja criminal”, describió una fuente que luego detalló parte de lo que se sabe a voces en el barrio.
La cosa es así, si unos pibes quieren arrancar un emprendimiento criminal recurren a Pepita que les presta armas y también les hace el aguante. Todo a cambio de una parte de lo robado y de algo mucho más profundo: lealtad.
Los atracos de los pibes y sus adicciones los llevan a caer en manos del Gordo Fede a quien no solo le compran droga, sino que le entregan parte del botín porque se encarga de reducirlo y hasta a veces lo suelen trocar por droga. Esto es una simplificación, los escenarios son mucho más complejos y brutales.
En definitiva, el Gordo Fede y Pepita son una suerte de círculo vicioso en el que caen los pibes y del cual salir no parece ser una alternativa.
Si bien la policía los venía siguiendo, hubo una seguidilla de hechos que aceleró los tiempos. Fue así como a mediados del mes pasado hubo allanamientos en dicho sector de la ciudad. Cuatro fueron en el barrio Villa Ceferino, uno de barrio Islas Malvinas y otro de Rincón del Valle. Todos, en territorio de Pepita que supo intuir cómo venía la mano y cuando llegaron a su casa ella no estaba, pero sí su yerno que quedó detenido junto a un cómplice y luego fueron acusados por la fiscalía.
En el procedimiento, secuestraron 84 municiones de distinto calibre, dos tumberas, una réplica, tres revólveres, una pistola y seis cuchillos. También se llevaron quince celulares.
Además, dieron con varias cosas robadas, entre ellas cuatro motos, herramientas varias; tres consolas PlayStation; una máquina cuenta billetes; una notebook, una caja de pesca, un televisor y una guitarra.
“Los dos que quedaron detenidos hacían entraderas violentas. El cabecilla de esos robos era el novio de la hija de la Pepita que lo detuvieron en la casa de la Pepita. Ahí lo guardaban”, reveló el informante.
Ahora, habrá que ver cómo sigue del derrotero de la causa porque la Justicia también está al tanto del accionar de Pepita. Pero la femme de Villa Ceferino se las sabe ingeniar para evitar algunas dilaciones en un ambiente en el que las traiciones están a flor de piel.
Te puede interesar...
Lo más leído