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César Pelli, el argentino que empezó con casas para obreros y llegó a diseñar las torres más altas del mundo

Estudió en la Universidad de Tucumán y se instaló en Estados Unidos. Desde allí llevó sus diseños a las principales ciudades.

Durante cinco años, César Pelli se posó sobre los hombros del planeta. Sus torres Petronas, en la lejana Kuala Lumpur, se elevaron por 88 pisos y 452 metros para imponer un nombre argentino en la fama de la arquitectura a nivel mundial. Para algunos, el tucumano fue el mejor de los arquitectos, pero hay quienes lo consideran un joyero, que elaboró verdaderas joyas urbanas en las principales ciudades del mundo.

Pelli nació en San Miguel de Tucumán en 1926. Su madre, avanzada a su tiempo, era una docente y educadora destacada que imponía una estricta disciplina en el hogar. Consideraba que la formación académica era lo más importante y, con César, no quiso perder el tiempo. Por eso, lo anotó dos años antes en el colegio.

Como el más joven de la clase, César tuvo que crecer de golpe. Vencía esa timidez con lo limitaba a destacarse con las chicas o en los deportes gracias a su amor por otras disciplinas, como el dibujo, el arte o la historia. De su padre recibió su amor por el arte. Aunque se ganaba la vida como empleado público, su progenitor dedicaba sus horas libres a hacer piezas de arcilla que regalaba a sus conocidos. Un artesano por puro amor.

A los 16, César ya iba a egresar del Colegio Nacional y con esos pocos años tenía que elegir su carrera universitaria y la profesión que marcaría el resto de sus días. No sabía por dónde empezar, por lo que prefirió abrir el catálogo de la Universidad Nacional de Tucumán y conocer todas las opciones.

Fue entonces cuando se topó con la palabra arquitectura. No sabía nada de esa carrera y sospechaba que no existían arquitectos en su Tucumán natal, pero se entusiasmó con la posibilidad de dibujar y aprender de arte en la universidad. Así, comenzó a diseñar monolitos, lápidas y mausoleos. César lavaba las láminas y las llenaba de templos griegos y romanos que dibujaba en tinta china, pero se quedaba perplejo al pensar cómo iba a ganarse la vida con esa carrera en su provincia.

La llegada de dos profesionales de Buenos Aires para impartir una clase fue como una luz al final del túnel. Le pidieron que diseñara una parada de colectivos. Fue entonces cuando el estudiante comprendió que su profesión servía. Podía diseñar hospitales o viviendas para las familias sin hogar. Su trabajo cumplía una función más allá del resultado meramente estético. A los 23, ya tenía el diploma listo para colgar.

“Me di cuenta que la arquitectura era una de las artes contemporáneas que estaba en un período de gran cambio y que, con suerte, uno podía hacer arquitectura que llegase a ser arte. Y esa combinación de una de las grandes artes modernas y un propósito social me enamoró. Sentí que era una maravilla y me salía bien y eso me daba el respaldo de los profesores. En ese momento supe que quería hacer eso para toda mi vida”, dijo en una entrevista para Infobae.

A partir de dos viajes de estudios que hizo a Bolivia y a Machu Pichu, en Perú, César sintió el deseo de conocer el resto del mundo. Por esos años, le comentaron de un hombre que tenía formularios para pedir becas en Estados Unidos. Aplicó y unas semanas después le llegó un boleto de avión para viajar a la Universidad de Illinois, en las cercanías de Chicago. Eran seis escalas y 36 horas de vuelo, pero César aceptó encantado.

Ante la falta de recursos y el alto costo de los pasajes, parecía que su esposa Diana no podría acompañarlo. Ni vendiendo todos sus muebles o probando suerte en el casino pudieron reunir los 10 mil dólares que costaba el boleto de avión, pero una tía de la mujer, que vivía en México, costeó los traslados y así ella se unió con César dos semanas después de su partida.

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Por esa época, en pleno peronismo, Pelli diseñaba barrios de casitas californianas de dos pisos para los obreros de la caña de azúcar. Pero se las terminaron quedando los funcionarios con contactos, por lo que el arquitecto cambió el diseño por uno más austero menos atractivas para la clase media. Así, quería que las casas llegaran a sus verdaderos destinatarios, pero los trabajadores nunca lograron acceder.

Ante esa frustración, se embarcó en la beca para estudiar una maestría de 9 meses en Illinois. No le interesaban demasiado los estudios, pero sí conocer el mundo. Sin embargo, los 95 dólares de estipendio mensual que suponía su beca no eran suficientes para que él y su Diana recorrieran ese inmenso país. Sin embargo, tras el final de la beca, tanto a él como a su esposa les ofrecieron quedarse como ayudantes en la Universidad. Arquitectura para él y español avanzado para ella. Así, prolongaron su estadía.

Cinco años después, la pareja se había instalado en Michigan y Pelli ya trabajaba como arquitecto en un estudio pequeño. Se adaptaron con facilidad a la vida americana. Diana hablaba un inglés perfecto y pronto comenzaron a comer sus comidas y respetar los horarios a rajatablas, lejos de la impuntualidad argentina. César siempre había tenido un sentido práctico y le gustaba habitar una nación en donde todo funcionaba.

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Aunque nunca dejó los Estados Unidos, siempre vivió en contacto con Argentina. Regresó en múltiples ocasiones para dar cursos universitarios y enviaba a sus dos hijos cada verano a Buenos Aires, para que vivieran el invierno argentino y probaran las recetas de su abuela. Agradecía también su formación en la universidad pública, que le permitía estar a la altura de sus colegas norteamericanos. Así, no tardó en destacarse.

Sus primeros trabajos los llevaron al corazón de Manhattan. Se ocupó de la multipremiada renovación del Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York y creó un jardín de invierno en el Battery Park, en pleno distrito financiero.

Desde entonces, Pelli ya pensaba en los rascacielos. Le fascinaba esa obsesión del hombre por querer elevarse en el aire y pensar que una obra de tal envergadura era, en realidad, un diseño simple y pragmático. "Todas las palabras que significan altura, elevarse, tienen connotaciones muy positivas. Así que hay algo que está metido muy, muy dentro nuestro, en que le damos valor a la altura. Y sobre todo a la altura que va más allá de las otras alturas, que eso es un rascacielos", señaló.

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Con esa premisa en mente, diseñó su obra más famosa. Las torres Petronas de Kuala Lumpur, en Malasia, que fueron los edificios más altos del mundo entre 1998 y 2003. Además del encargo, Pelli decidió agregar un auditorio y un parque público que combatiera las altas temperaturas malayas. Con 88 pisos y una estructura de hormigón, acero, aluminio y vidrio, las torres evocan motivos tradicionales del arte islámico, haciendo honor a la herencia musulmana de ese país. Un diseño artístico y práctico al mismo tiempo, que resume las cualidades del argentino.

“Siempre tuve facilidad para descubrir la estructura de las cosas, para manejar las proporciones y balancear los espacios. Además, me gusta descubrir la clave de cada proyecto. Todos los proyectos tienen una clave y encontrarla puede ser apasionante. Cada proyecto es una nueva exploración y el resultado siempre es distinto”, sostuvo en una entrevista.

Al final de sus días, Pelli se convirtió en una eminencia. Tras dictar clases en la prestigiosa Universidad de Yale, una de las más exclusivas de Estados Unidos, comenzó a trabajar junto a su hijo Rafael en su estudio Pelli Clarke Pelli, con base en New Haven, pero con sedes en distintos países del mundo y una nómina de cerca de 100 empleados. Sus obras se difuminaron por el mundo. La Torre de Cristal en Madrid, el Costanera Center de Santiago de Chile y hasta la torre YPF en Puerto Madero.

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Aunque su firma se había convertido en un sello de distinción, Pelli trataba de pasar desapercibido, de diseñar con una mano invisible cada encargo que le proponían. Aseguraba, con un acento mitad tucumano y mitad gringo, que “los edificios no pertenecen a los arquitectos, pertenecen al lugar, a la ciudad, a su pasado y a su futuro.”

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