El 5 de septiembre de 1993 Argentina sufrió uno de los peores golpes de su historia en un Monumental atónito, que minutos antes vio pasar un avión a pocos metros.
Una no fue tragedia por algunos metros; otra, por algunos minutos. Las dos situaciones parecieron tan irreales que resulta indispensable rever el archivo para comprobarlas, como cuando nos pellizcamos para darnos cuenta de que no se trató de un sueño. Viéndolo retrospectivamente, el sentido común impone: si la primera casi tragedia, cronológicamente hablando, ocurría, la segunda, la que generó Colombia, no hubiese estado ni cerca: hoy hablaríamos de un hecho de una magnitud impensada.
El 5 de septiembre de 1993 es una fecha recordada porque, en la cancha de River, Colombia le metió cinco goles a la selección Argentina y la dejó besando la lona con una piña que no fue de nocaut de milagro. Y antes de que empezara aquel juego, cuando la previa estaba impregnada de una mezcla de tensiones e ilusiones propias de un partido decisivo para el que no abundaba la confianza, hubo un hecho que hizo temblar el estadio. Y no en sentido figurado sino 100% literal: el cemento tembló cuando un avión estuvo a pocos metros de chocar contra el Monumental.
Los psicólogos suelen recomendar no enroscarse en algo que pueda ser traumático y nunca llegó a ocurrir, pero, con el perdón de los licenciados, es difícil no fantasear lo que hubiese significado que esa nave de Aerolíneas Argentinas impactara contra la platea San Martín de River. Una tragedia inconmensurable que ni Bin Laden hubiese imaginado. Pasó cerca, muy cerca, y muy rápido también. Tan veloz como el reflejo de un reportero gráfico, que entonces estaba enviado a cubrir el partido para el diario Clarín. “Yo ese día estaba asignado para ir al palco de prensa y sacar fotos desde ahí. Tenía un lente de 400 mm, que no era autofocus como los de ahora”, relata Carlos Bairo, actualmente jefe de fotografía del Diario Deportivo Olé.
Bairo sintió el rugir de las turbinas como todos los presentes en esa tarde fresquísima, que la cercanía del Río de la Plata hacía, además, ventosa. Y tuvo el reflejo de levantar la vista y hacer “click” en el momento justo, para que la imagen quedase en foco y el documento inmortalizara el delirio de un piloto que quiso ofrecerles a los 108 pasajeros que llevaba a bordo algo más que un refresco y algo para comer: les mostró de cerca cómo vibraba el Monumental a poco menos de media hora de que argentinos y colombianos salieran a la cancha a disputarse la clasificación al Mundial de Estados Unidos 94. “Escuché un ruido terrible que venía de atrás mío y vi pasar al avión. Pude sacar sólo una foto”, remarca el reportero, quien después de gatillar se quedó inmóvil, ya sin la nave a la vista, esperando algo peor: “Pensé que el avión se estaba por estrellar”, rememora 27 años después.
El avión, en realidad, estaba en franco descenso, le faltaba muy poco para aterrizar en el aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires, a pocas cuadras de River. Unas horas antes había despegado en Santiago de Chile e hizo escala en Mendoza. Habitualmente, los aviones sobrevuelan el estadio, es parte de la ruta en el aterrizaje. Pero generalmente pasan por un costado de la cancha, nunca metiendo su panza casi dentro del anillo del Monumental y volviendo a sacar la nariz para esquivar la estructura de iluminación del estadio como en aquel atardecer de domingo.
El fútbol y sus extremos tapan todo, y el 0-5 no dejó que se hablara mucho de otra cosa que no fuera la otra casi tragedia, la deportiva, que le dejó un hilo de oxígeno a la Selección para jugarse el pase al Mundial en un repechaje contra Australia. Del avión poco se supo más allá de algunos comentarios al día siguiente y del fotón de Carlos Bairo al que el suplemento deportivo de Clarín del día siguiente le dio apenas un espacio para la imagen acompañada por un breve texto, dentro de una edición que esencialmente exponía el fracaso de un plan (el del Coco Basile, no el del comandante de Aerolíneas). Tampoco se supo mucho acerca de qué pasó con aquel piloto, aunque un día más tarde Aerolíneas Argentinas insinuó que la foto estaba tomada “desde un ángulo engañoso” para finalmente admitir que suspendieron al piloto por su temeraria maniobra. De todos modos, las circunstancias jugaron a favor de la empresa y del sancionado capitán del vuelo AR 227, porque la realidad de entonces no dejó margen para mayores debates que no fuesen sobre el papelón futbolístico.
Tal vez una de las mejores definiciones la haya dado un jugador de aquel equipo de Basile, posiblemente uno de los más silenciosos, el entrerriano Ramón Medina Bello. “¿No vi a los colombianos en todo el partido y querés que vea un avión?”, contestó años después cuando le preguntaron sobre si recordaba ese incidente que, por cierto, era imposible que hubiese visto, dado que aún los futbolistas no habían salido al campo de juego.
Pero la ironía de Medina Bello sirve para graficar lo que pasó una vez que el avión ya había aterrizado, sano y salvo. Describe un partido histórico que pudo haber dejado fuera de la Copa del Mundo al seleccionado argentino, que hasta ese momento era un equipo sumamente carismático y popular, bicampeón de América, y que se daba el lujo de tener a Diego Maradona en la platea como uno más y sin que nadie lo lamentara demasiado. Claro, cuando Colombia hizo el tercero, Diego, el mismo que unas semanas antes había dicho que Basile “se emborrachó con dos copas América” porque percibía que el entrenador estaba decidido a armar un equipo sin él, tomó un protagonismo absoluto. El “Maradooo, Maradooo…” también hizo vibrar al Monumental ya en el anochecer y no era un homenaje sino un canto de guerra dedicado a los “enemigos” de ese momento, los 11 futbolistas que se arrastraban en la cancha, desorientados, apabullados, y a los que estaban en el banco de suplentes, anonadados y sin saber qué hacer.
Argentina había llegado invicta a las Eliminatorias, que hasta ese Mundial se disputaban como un minitorneo que duraba dos meses, con los seleccionados divididos en un par de grupos: los punteros de cada zona y el mejor de los segundos clasificaban directamente a la Copa del Mundo. El otro segundo iba a un repechaje contra el ganador de la plaza de Oceanía (fue Australia). Como el avión, que venía perdiendo altura para aterrizar, el equipo de Basile venía perdiendo estatura futbolística pero sin proponérselo ni poder evitarlo. Gran campeón de la Copa América Chile 1991, aceptable campeón de la jugada en Ecuador en 1993, la Selección se había enamorado de su invicto y, aunque ya no jugaba bien, los empates y triunfos con lo justo estiraron esa buena racha hasta que los colombianos, con un implacable “uno-dos” en términos boxísticos, le mostraron a la Argentina su lado B. En la ida, en Barranquilla, fue 2-1 y derrota después de 33 partidos; y en la vuelta…
Y en la vuelta, en River, la Selección llegó nerviosa, tratando de convencerse que sólo porque era Argentina se llevaría por delante a Colombia. Más de 50 mil personas en la cancha confiaban en el peso de la camiseta, en el equipo chico que se arrodillaría ante el grande. Pero las pocas que tuvo, una especialmente en los pies de Batistuta, no entraron y Colombia fue impiadoso: un gol faltando poco para terminar el primer tiempo y otro a poco de haberse iniciado el segundo. Argentina necesitaba ganar para clasificar directo y con 40 minutos por delante, el equipo tenía que meter tres goles y que Colombia no lo volviera a sacudir. Está claro que ninguna de las dos cosas pasaron, porque los jugadores de la Selección estaban atornillados al suelo y los colombianos tocaban, se agrandaban y seguían festejando goles. Las indicaciones de Basile para Claudio “el Turco” García, quien fue el primer cambio que metió el DT para ver si podía torcer la historia, terminaron con un audible “movete por ahí y hacé un poco de quilombo”. Nada podía salir bien.
La gente pasó de dar por hecho que se ganaba con la camiseta, a preguntar quiénes jugaban para Australia. Y peor aún: con cada gol de Colombia, la diferencia que Argentina tenía sobre su perseguidor en la tabla, Paraguay, se achicaba a punto tal que una victoria del seleccionado de Chilavert y Roberto Cabañas en Perú la dejaba, incluso, fuera del repechaje; o sea, sin ninguna chance de Mundial. El 2-2 de los peruanos y un milagroso remate de Cabañas que pegó en el palo y evitó el triunfo paraguayo sobre la hora, devolvió el aliento a los presentes en el Monumental. Argentina perdía 5-0 y ese aliento era vital para rechiflar a los jugadores, gritar “ole, ole” ante cada toque colombiano y pedir por la vuelta de Diego Maradona.
“Estuve una semana sin salir de mi casa de la vergüenza”, supo recordar Oscar Ruggeri, quien fuera el capitán del equipo argentino en la era Basile hasta esa tarde fatídica. En esa semana ocurrieron algunos hechos históricos, como la tapa negra con el título “Vergüenza” de El Gráfico, referencia ineludible del periodismo deportivo nacional en tiempos en los que todavía la Argentina no tenía canales, radios ni diarios de deportes. Y un memorable programa político, llamado Tiempo Nuevo, conducido por Bernardo Neustadt, quien armó una mesa de debate de fútbol que tuvo como invitado estelar al arquero que la había ido a buscar cinco veces adentro: Sergio Goycochea. El debate mutó en fusilamiento y el fiscal, acusador y verdugo fue el extraordinario ex goleador de San Lorenzo José Sanfilippo, quien al compás de “Usted se comió todos los amagues, pibe”, esa noche inició su carrera de panelista rimbombante y polemista. Un auténtico adelantado, hay que reconocer.
El vuelo argentino hacia el Mundial se parecía a la película ¿Y dónde está el piloto?. “Después de unos días empezamos a reunirnos, a hablar entre nosotros, porque si Australia nos agarraba con la guardia baja no nos clasificábamos al Mundial. Había que bancársela y poner la cara”, reflexionó años después Ruggeri. Y una de esas charlas él la tuvo, mano a mano, con el propio Maradona, quien recuperó la capitanía, la titularidad y la trascendencia dentro del seleccionado argentino. Basile siguió siendo el técnico y no renunció, como muchos pedían en ese momento. Y Argentina viajó a Sydney, de donde se trajo un 1-1, y venció 1-0 a los australianos en la revancha, en River, envuelta nuevamente en tensiones, pero con Diego Maradona dentro del campo en ambos partidos. Y con Julio Grondona bastoneando desde su escritorio: en ninguno de aquellos dos encuentros de repechaje hubo control antidóping. Años después, el propio presidente de la AFA lo reconoció, mientras el mismísimo Diego contó en una entrevista con Clarín –y en modo denunciante- que en esos dos partidos “te daban un café veloz y por ahí la clavabas en un ángulo. Al café le ponían algo y por ahí corríamos más”.
Con Diego y las ilusiones renovadas, así Argentina se clasificó para el Mundial de Estados Unidos, donde sí hubo control antidóping. Aunque esa ya es otra historia…
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