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La historia del kiosco Alvear, uno de los íconos más antiguos del centro de Neuquén

Dina Arcas Manestar recorrió los 54 años del emblemático negocio de la diagonal, testigo privilegiado de los cambios y el palpitar de la ciudad.

Un símbolo de Neuquén que no pierde vigencia. Paso obligado en un punto neurálgico que no deja afuera a nadie. Ni de día, ni de noche. Siempre ahí, presente. Un observador privilegiado de grandes eventos, festejos, manifestaciones, disturbios, episodios curiosos, rutinas ajetreadas, salidas de fin de semana y también del silencio y el paisaje desértico cuando -de pronto- la ciudad se pone en pausa. Testigo y protagonista de la historia colectiva - y en muchos casos particular-, que palpita el sentir y el bolsillo urbano, los cambios en los gustos y las costumbres. Sostén, abrigo y punto de encuentro de una familia, que se convirtió en legado, tradición... y mucho más.

Para Dina el emblemático Kiosco Alvear es su vida. Emplazado desde 1967 en la diagonal que le dio nombre, frente al Monumento a San Martín y la Municipalidad, el icónico negocio se ha convertido para ella en un refugio -sin muros- donde día a día recibe el cariño de los neuquinos que la conocen desde siempre y de aquellos que no tanto, pero que pasan, compran y la saludan con cierta familiaridad. Es también su pasatiempo, su casa. El espacio que la mantiene activa y que le permite sobrellevar la tristeza por aquellos seres entrañables que partieron, pero que viven en su memoria. Es también una manera de homenajearlos.

"Permiso, ¿puedo interrumpir? Soy de Chos Malal, venía todos los meses y ahora hacía más de un año que no venía por la pandemia, ¡Qué alegría verla! ", exclama una mujer, detrás de un barbijo, minutos después de que Dina se seque las lágrimas que no pudo evitar al mirar una vieja postal de su fallecido marido, Ubaldo José "Tito" Arcas, junto a su suegro y a Carlos Crespillo, el tío que sembró la semilla.

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"¿Te parece bonito'? Gracias igualmente', le responde con humor a la clienta, que aprovechó su paso por la capital para decir presente. Así es el kiosco de la diagonal General Alvear. Converge todo al mismo tiempo: el afecto, la complicidad, el reconocimiento, una entrevista con los 'buenos días' al pasar, siempre con una sonrisa, la mirada atenta, una anécdota graciosa y recuerdos agridulces.

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Oriunda Buenos Aires, Dina llegó a Neuquén siendo muy chica. Tras vivir unos años en Covunco, se instaló con su familia en Capital cuando tenía 9 años, luego de que -desde el Ejército- lo trasladaran a su papá. La secundaria le puso en su camino a Tito, en ese entonces "ayudante de los encargados de la escuela". Al igual que ella, se había ido de Buenos Aires de muy pequeño para pasar su infancia en San Rafael, Mendoza; y más tarde desembarcar con su padre en Neuquén con la idea de buscar un porvenir tras la dolorosa pérdida de su mamá.

El amor entre ellos fue instantáneo, al igual que el entusiasmo de él cuando su tío, Carlos Crespillo, le sugirió que se hiciera cargo del nuevo kiosco emplazado en el corazón de la ciudad porque a él no le daban los horarios entre sus tareas de enfermero y pedicuro.

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"El kiosco comenzó a funcionar en el 67'. Era de chapa y estaba atravesado en la punta de la diagonal. Después pusimos un mostrador. Luego, la Municipalidad nos exigió hacer una estructura de material con el mismo formato que tienen otros kioscos que quedan de esa época", precisó Dina.

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Waldo Arcas, el suegro de Dina, al frente del kiosco Alvear.

Waldo Arcas, el suegro de Dina, al frente del kiosco Alvear.

"Yo venía de a ratitos. Me daba una vueltita cuando podía, sobre todo el fin de semana. Era ama de casa y criaba a mis cuatro chicos: Darío, Cristian, Gastón y Marcos", señaló haciendo una pausa con los ojos vidriosos y un nudo en la garganta, al mencionar a su segundo hijo, a quien el destino se lo arrancó.

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Dina, años atrás, atendiendo el kiosco de la diagonal.

Dina, años atrás, atendiendo el kiosco de la diagonal.

"Yo iba a retirar a los chicos de la escuela, pasaba por acá, me quedaba y el papá y el abuelo de los chicos iban a almorzar. Después venía un empleado. En ese momento teníamos a Javier Rodríguez y a Pelusa Ventura que trabajaban por la tarde. Cuando ellos venían, yo me iba", comentó después de recomponerse.

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"En esa época, a los diarios había que ir a buscarlos al Aeropuerto (Presidente Perón). El papá manejaba la camioneta y ellos iban atrás armando los ejemplares. Cuando llegaban a casa, los ponían en una canasta. Después ya tuvimos distribuidor", agregó.

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Navidades, aniversarios y el asado con Atahualpa Yupanqui

Casi siempre abierto, para esta época -en los comienzos-, el kiosco fue escenario de los festejos familiares de Navidad y Año Nuevo, a los que se sumaban vecinos y transeúntes después de las 12.

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"Cuando empezamos, el 25 y el 31 lo pasamos acá. Teníamos un cajón de lata de la Coca Cola, yo traía un mantel paquete, la comida, los postres, el pan dulce, la sidra y lo pasábamos acá. No sabés lo que era. Llevábamos más vasitos por las dudas y todo el que pasaba se ponía a brindar y colaboraba . Muchos traían pan dulce, así que la mesa se hacía grande", recordó Dina con una sonrisa tierna y la mirada llena de brillo.

Después a la 1, 1:30 me iba con los chicos -Dario y Cristian- y ellos seguían hasta las 2 de la mañana", dijo en referencia a Tito, su suegro y su cuñado, Mario Arcas, quien también trabajó en el puesto.

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"Después de mucho tiempo de hablarles, de una forma y de la otra, conseguí que cerraran. Entonces trabajábamos el 24 y el 31 hasta las diez de la noche y recién abríamos el 26 y 2 de enero. Hoy en día tengo tres cerradas 1° de mayo, 1° de enero y 31 de diciembre. El resto, mientras podemos, tenemos abierto", agregó.

La modalidad de esos festejos se replicó en las celebraciones de los aniversarios del kiosco, cada 15 de noviembre. "Siempre hicimos empanadas al mediodía. El que pasa se sirve, además de la gente que invitamos, como los proveedores. Eso lo mantenemos más allá de que por la pandemia, el año pasado, no lo pudimos hacer", lamentó.

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A la hora de elegir una anécdota destacada, Dina evocó aquel asado con guitarreada que su suegro improvisó en el espacio donde hoy funciona la Escuela de Música con el emblemático Atahualpa Yupanqui. Sucedió años atrás, luego de que el popular ícono del folclore hiciera buenas migas con Waldo al pasar por el kiosco en medio de una pausa en los ensayos de un espectáculo que iba a dar. "Suponte que pasó hoy, hicieron trato para mañana con el señor Gacera, porque Atahualpa porque tenía una presentación a la noche en el Español. Y lo hicieron: asado y guitarreada", comentó la mujer.

Cambio de época

A lo largo de los años la actividad del Kiosco Alvear fue acompañando los cambios en la fisonomía de la ciudad, los altibajos económicos, el fin y la irrupción de nuevos hábitos y tendencias, la historia de los Arca Menestar e incluso el fuerte cambio de la industria editorial en la era digital. Es que en el negocio siempre se destacó por la venta de diarios, revistas y otros tipo de publicaciones, actualmente en plena crisis.

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"Las revistas se vinieron bastante en pique. El otro día hablaba con un distribuidor porque bajaron las cantidades que mandan. Me dijo que las editoriales hacen menos ejemplares. Los diarios de Buenos Aires lamentablemente no llegan. Excepto el día sábado, que tenemos La Nación. Clarín y Olé. Dejaron de venir cuando se cerró todo al inicio de la pandemia. Luego, cuando se abrió y se organizó un poquito, venían. Después cortaron de nuevo, cuando volvieron a cerrar. Y ahora iniciaron, pero solo el día sábado. Llegan 11, 11.30, en su momento lo hacía a las 10, 10:30", precisó.

Para sorpresa de muchos, Dina sostiene que en su puesto la demanda de revistas se mantiene vigente. "Eso sigue, lo que pasa es que antes había mucha variedad. Por ejemplo, teníamos Jardín, Lugares, Jardín en casa, Jardín para balcones, Plantas decorativas. Cinco revistas de una misma. Ahora te llega Jardín y gracias.... Y si llega. Igualmente la gente sigue preguntando. Tengo gente mayor, asidua de la revista Living y Jardín que vienen y las siguen pidiendo", advirtió.

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"Lo que sí cambió es la reserva. Antes teníamos cualquier cantidad de reservas de revistas y ahora no. La gente viene, mira, pide permiso para ojear y, si hay algún artículo que le interesa, se la lleva. De lo contrario, no. En ese sentido se nota el bajón, pero las preguntas por las revistas siguen igual", remarcó, mientras, con amabilidad, le devuelve el saludo a dos personas que pasan por el lugar: "Buen día joven señor, ¿como le va?", "Hola dulce".

"Yo me hice cargo del negocio en el 2000 porque el papá de los nenes tuvo un problema de diabetes que le perjudicó la audición, lamentablemente. Por consejo de los chicos, dejó. Él venía de a ratos pero no atendía", señaló Dina al hablar del contexto en el se puso con mayor protagonismo al frente del negocio junto a sus hijos.

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"La tarde nunca me gustó, es muy quieta. La mañana es movida. Cuando estás acostumbrada a un ritmo y llega un parate, lo sentís, como los domingos que tenés gente temprano, las mujeres mayores que pasan para ir a misa y los jóvenes que se van al río. Cada turno tiene sus clientes. Por ejemplo, cuando veo que vienen las chicas de la Municipalidad, como sé lo que llevan, ya se lo tengo preparado. En los turnos de la tarde y noche pasa lo mismo. En la noche varía más, vienen más jóvenes que adultos", describió, luego de mencionar la merma en las ventas debido al traslado de la Municipalidad al oeste. "Se nota el cambio. Aunque quedó una planta, no es lo mismo. Igualmente la actividad es contínua", celebró.

"Este el kiosco más antiguo, después del Avenida, que estaba en la Catedral pero luego desapareció. En este momento tengo clientes que son nietos de mis primeros clientes. Los taxistas, choferes, que son hijos o sobrinos de los que estaban en un principio cuando empezamos", agregó haciendo alusión a la parada de taxi de la diagonal.

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"El cimbronazo es grande. Antes podías estar tres horas charlando que no pasaba nada. Ahora charlas dos minutos mientras estás permanentemente mirando", añadió haciendo referencia a cómo fue modificándose su día a día.

"Ahora estamos en la etapa de segunda generación. Yo ya no tendría que venir, pero me gusta y me propuse que mientras pueda, lo voy a hacer. Este lugar significa mucho para mi. Converso con la gente, me distraigo. Desde que me faltó Cristian, esto me hace bien. Acá no tenés mucho tiempo para pensar, entre que vendés algo, charlas con uno, con otro, hacés una cuenta, acomodás mercadería o reponés. Cuando te querés acordar, es la una de la tarde", manifestó.

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"Yo sueño que mis hijos puedan seguir, que no la corten. El kiosco no lo cambio por nada y Neuquén tampoco. A pesar de todos los altibajos jamás me iría y el negocio jamás lo dejaría", sostuvo con orgullo y firmeza Dina, antes de expresar su gratitud hacia el Municipio por reconocer a Alvear como "Comercio Histórico". "La verdad es que fue una sorpresa. Yo pensé que era para los comercios, no pensé que entraban los kioscos", deslizó.

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